jueves, 20 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 47



Desde su posición, Paula vio cómo 
Pedro ayudaba a la señora Batavia a colocar las fichas en su cartón. Lo había disimulado bien, pero Paula había percibido que él se sentía incómodo rodeado de tantos ancianos. Estos no recibían muchas visitas, así que su bienvenida podía abrumar. Pedro había estado encantador y en aquel momento estaba haciendo sentir a una amable dama que era el centro del universo.

Paula nunca había imaginado cómo era 
Pedro ni cómo había podido atrapar de esa manera su cuerpo y su alma. 

Estaba perdida. Menudo par, a ella le asustaba entregarle su corazón y él no quería entregar su corazón a nadie. Pero era un hombre bueno y decente. Bajo su avasalladora confianza había alguien a quien le afectaban tanto las cosas que se había intentado aislar del resto del mundo para protegerse del dolor y de los sentimientos que pensaba que no podía controlar. Pero aquello no era vivir.

Si se involucrara en algo que no estuviera relacionado con el dinero, encontraría él mismo la verdad. Ellos ya habían hablado sobre Divine y la ayuda que el pueblo necesitaba para despegar de nuevo. Quizá ésa era la respuesta.

Paula continuó pensando en ello mientras leía los números y como varios de los residentes ganaron, ella seleccionó artículos del premio que sabía que cada uno de ellos disfrutaría o necesitaría.

—Última partida —anunció. La administradora prefería que terminaran la fiesta para las nueve, así ninguno de ellos se cansaría demasiado.

Cuando hubo un último ganador, sonaron las habituales protestas.

—Otra, otra —suplicaba un coro de voces. Pero Paula sonrió y dijo que no con la cabeza firmemente.

—No. Estoy cansada. Me habéis agotado —declaró.

Todos rieron y comenzaron a dirigirse hacia sus habitaciones. Ella se unió a 
Pedro y al profesor Alfonso en la mesa de los refrigerios, donde conversaban con Elena Gordon, la administradora. 

Pedro, inmediatamente, rodeó la cintura de Paula con el brazo y una emoción que no quería reconocer le recorrió el cuerpo. Una cosa era besarse en la privacidad del jardín de su abuela y otra distinta era mostrar afecto en público.

—El señor Alfonso nos estaba diciendo que a partir de ahora quiere pagar los refrigerios y los premios —dijo Elena y miró a 
Pedro de una forma que Paula conocía muy bien… puro agradecimiento femenino que no tenía nada que ver con su oferta de financiar los juegos de bingo dos veces al mes—. Agradecemos su generosidad.

—No es nada —dijo claramente incómodo.

—Sí que es algo. Algunos de los residentes no tienen dinero para comprarse pequeñas cosas. Paula sugirió que se le dieran premios para hacerlos disfrutar y que no pareciera caridad.

«Eso parece idea de Paula». pensó 
Pedro. «Ella es la generosa». Él se había ofrecido a pagar los premios, más que nada para hacerla sonreír. Y había funcionado. Lo miró como si le hubiera puesto en las manos un millón de diamantes y un calor que nada tenía que ver con el deseo se apoderó del pecho de Pedro.

—Será mejor que volvamos a casa —dijo Paula unos minutos más tarde—. Estoy realmente cansada. El trabajo en el jardín hace que esté durmiendo estupendamente estos días. Algún día tendré que comprarme una casa con jardín para mí.

No parecía cansada, pero cuando 
Pedro siguió la dirección de su mirada, se dio cuenta de que era la cara de su abuelo la que estaba fatigada.

—Yo también —dijo—. ¿Estás listo, abuelo?

—Cuando queráis. Gracias por su hospitalidad, señorita Gordon. Lo he pasado bien —dijo Joaquin.

—Vuelva cuando quiera, señor Alfonso y si no es mucho pedir, quizá pueda darnos alguna clase.

—Quizá —aunque su respuesta no lo había comprometido, elevó los hombros con orgullo y sonrió.

Pedro quería gritar de emoción. Era como si el reloj hubiera vuelto a cuando vivía su abuela. Por supuesto que nunca sería como entonces, pero no se podía negar que su abuelo seguía mejorando.

Cuando volvieron a casa, 
Pedro convenció a Paula para que se quedara un rato. Quería confesarle que no había hecho nada amable al ofrecerse a pagar los premios del bingo. 

Paula se estaba convirtiendo en algo más importante para él de lo que podía haber imaginado y no la quería engañar. 

Todavía no era muy distinto del adolescente egoísta que un día la había besado y al siguiente había hecho como si no existiera.

—Aquel hombre había perdido también a su mujer —dijo el abuelo, que se había sentado en el sofá—. El hombre con el que hablaba durante la partida… se llama Jose. Es viudo desde hace diez años. ¡Diez años!

—Era Jose Conroy. No habla de Luisa con cualquiera —dijo Paula.

—Sí. Me recordó que éramos afortunados por haber amado tanto a una persona y por haber compartido la vida con ella. Sé que suena a tópico, pero es verdad.

—La abuela era muy especial. ¿De qué más hablasteis?

—De que admiramos a las mujeres. Tienen tanto aguante… Tu abuela era el eje de esta casa, 
Pedro. Y ella siempre confió en mí y en el Todopoderoso. Eso se me olvidó durante un tiempo. Me voy a la cama —expuso el abuelo levantándose. Sus miradas se cruzaron y Pedro vio reminiscencias del hombre que había conocido de niño, la fuerza y la sabiduría que habían estado escondidas algún tiempo.

Pedro dio gracias a Dios en silencio y cuando se volvió, encontró a Paula colgando un cuadro en la pared. Era muy pesado y la ayudó a colocarlo.

—No podías pedir ayuda, ¿verdad?

—Te quejas mucho.

Pedro se echó hacia atrás para contemplar el paisaje de un estanque del bosque que había estado en la pared más tiempo del que podía recordar. 

Estaba bien devolver los cuadros a su sitio, aunque no sabía cómo se sentiría su abuelo al verlos de nuevo.

—Vale. Él me pidió que lo colgara otra vez —dijo Paula antes de que 
Pedro expresara su temor.

—¿Quieres dar un paseo? —preguntó él. 

Ella asintió y salieron a caminar por la oscura calle.



miércoles, 19 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 46




—Le encantan los hombres altos —dijo la señora Koswolski mientras agarraba a Paula por el brazo y miraba con profundo aprecio a 
Pedro—. Cariño, eres un auténtico bombón.

—Gracias… señora —
Pedro parecía avergonzado.

—No vienen muchos hombres de visita —comentó Ruth Jamison, una mujer de pelo corto y de una naturaleza romántica que quería mantener en secreto.

—Pues no saben lo que se pierden —dijo él sonriendo—. Yo no sabía que iba a conocer a tantas damas encantadoras jugando al bingo.

—También hay unos cuantos hombres aquí, pero ellas siempre buscan carne fresca —se quejó Bart desde su silla de ruedas. Era el hombre más viejo de Divine y había sobrevivido a tres esposas. Paula sabía que tenía el ojo echado a la cuarta, Ruth. 

Desafortunadamente, también era el hombre más gruñón del pueblo, así que no había conseguido que ella le prestase atención.

—No le hagas ni caso —dijo Ruth mirando seriamente a Bart.

Pedro echó un vistazo a su abuelo, quien también estaba rodeado de mujeres y se dio cuenta de que todavía era un hombre guapo. Era alto y distinguido, tenía una gruesa mata de pelo blanco y era la atracción del bingo. Las mujeres hablaban con él sobre todos los temas, desde arte a noticias.

—Será mejor que me prepare para el juego —comentó Paula.

Ella había estado con 
Pedro desde que habían llegado y su brazo se quedó solo cuando se ella dirigió a la parte delantera de la habitación.

—Bueno, amigos, prepárense —dijo mientras hizo girar el bombo con los números—. Presiento que tenemos jugadores con suerte esta noche.

Todos se sentaron en sus mesas colocando los cartones frente a ellos. 

Pedro se puso delante dos cartones, más que nada para aparentar, puesto que estaba más interesado en mirar a Paula, muy popular entre los inquilinos de la residencia. La habían abrazado, regañado porque, según ellos, había perdido peso, y aconsejado sobre cómo encontrar a su hombre. Además, lo habían hecho cuando Pedro estaba junto a ella y se había puesto colorada.

En cuanto a la pérdida de peso, 
Pedro trató de decidir si tenían razón. Sabía que ella estaba trabajando mucho, pero se tomaría cualquier comentario sobre su pérdida de peso como una crítica si viniera de él. 

Aparentemente, «flaca» era un insulto, al igual que plana. Pero Paula no estaba plana y Pedro sólo quería que ella estuviera bien. Se sentiría fatal si le ocurriera algo, quería protegerla y asegurarse de que siempre estaría segura y feliz. Nada de eso lo convertía en un príncipe, sólo significaba que, por fin, Pedro había reconocido algo valioso que tenía que preservar.

—El primer número de la noche es el 10 B —dijo Paula al sacar una bola del bombo.

La mujer que estaba sentada al lado de 
Pedro no podía agarrar una ficha para ponerla en la casilla del 10 B de su cartón, así que Pedro la ayudó a hacerlo y recibió una tímida sonrisa a cambio.

—Gracias, cariño —murmuró.

—Aquí hay una buena. B17. ¿Tú no pilotaste B17 durante la guerra, Bart?

—¿Qué guerra? —refunfuñó Bart, aunque parecía complacido—. La Segunda Guerra Mundial —añadió.

—Bart se guarda estas cosas para él —dijo Paula con ironía—, así que quizá no sepáis que tiene dos Corazones Púrpura, una Estrella de Plata y una Medalla al Valor. Damas y caballeros, es todo un héroe.

Un sonido de aprobación recorrió la sala y algunas de las mujeres presentes se volvieron para sonreír a Bart, quien estaba tieso en su silla de ruedas y con la cara iluminada.

Paula prosiguió leyendo números, mientras hacía algún comentario sobre alguien en la sala. La mujer sentada al lado de 
Pedro había sido una profesora de música con mucho talento. Otra mujer sentada al fondo, había acogido temporalmente a diez niños en su casa y todos ellos se habían licenciado, vivían en Illinois y la iban a visitar con devoción.

A través de los ojos de Paula, Pedro comenzó a verlos, no como ancianos sin rostro confinados en la residencia, sino como individuos. Una vez fueron los granjeros, profesores y padres que habían mantenido todo en funcionamiento y no merecían menos respeto simplemente porque sus cuerpos tuvieran años y enfermedades.

Una mujer situada en el centro de la sala cantó bingo y recibió una bolsa de caramelos y una bata rosa como premio. 

Sonreía como si se hubiera convertido en millonaria. Cuando comenzó el siguiente juego, Pedro buscó a su abuelo, que no estaba jugando porque mantenía una profunda conversación con otro hombre. 

Estaban sentados en una esquina y asentían a la vez que conversaban. En un momento dado, el otro hombre, sin ninguna vergüenza, se secó una lágrima. Pedro tragó saliva y volvió a concentrarse en Paula.

—Creo que eso ha sido un récord de rapidez en ganar. Limpien sus cartones y a ver si alguien tiene el G 27.

La vecina de 
Pedro lo tenía y él ya tenía una ficha en la mano para que la colocaran juntos.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 45




Pedro no sabía qué esperar cuando entró en casa. Su abuelo había sonado como el antiguo Joaquin Alfonso, el hombre que siempre había ayudado a llenar la ausencia de su padre, el abuelo que ocasionalmente había pillado a Pedro haciendo algo malo y lo había asustado para que volviera al buen camino. No es que besar a Paula estuviera mal, pensó Pedro. Aunque sabía que no era totalmente cierto. 

Besarla no estaba mal si esos besos significaran algo.

Aquel pensamiento hizo que se retorciera. Paula no era un juego o una conquista, era real y él no sabía qué hacer al respecto.

—Abuelo, no tienes que decir nada —dijo.

—¿Cómo que no? ¿Dónde están mis cuadros?

—Los quitaste.

—Sí, claro y también dejé que el jardín se fuera al infierno. El Pequeño Sargento me hubiera regañado por ello.

—Cuéntame otra vez por qué llamabas a la abuela el Pequeño Sargento —dijo 
Pedro. Paula tenía razón, el abuelo tenía que enfrentarse a su pérdida. Si tenía una depresión tendrían que hacer algo al respecto, no hacer como si no pasara nada. Ser capaz de hacer algo era infinitamente mejor que ver a alguien a quien se amaba consumirse delante de uno mismo.

—¿No te acuerdas? —preguntó el abuelo sonriendo—. Era porque cuando nos conocimos, tu abuela estaba pensando ingresar en el ejército como enfermera.

—Lo recuerdo, pero cuéntamelo otra vez —pidió 
Pedro al acordarse de lo impresionado que se había quedado la primera vez que había oído que su abuela había considerado algo así. A su abuela la habrían enviado a Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial o, incluso, al Pacífico.

—Cuando yo le pedí matrimonio, ella sintió que tenía que elegir entre su trabajo o yo, así que le dije que siempre podía ser mi Pequeño Sargento si se casaba conmigo. Quizá eso suene políticamente incorrecto hoy día, pero era otra época. Tu abuela era una mujer fuerte, 
Pedro. Me eligió a mí y yo bendije esa elección todos los días de nuestra vida en común.

La expresión de pena del abuelo hizo que a 
Pedro se le partiera el corazón, aunque vio algo más, una paz que no había visto antes y no dudó en pensar que su abuelo estaba alcanzando esa paz gracias a Paula.

Pedro suspiró. Sus sentimientos por Paula eran difíciles de ignorar. No pudo recordar la última vez que había deseado tanto que llegara un día, ver una sonrisa o, simplemente, estar con alguien que lo hacía una persona mejor al ser ella tan buena. ¿Era aquélla la elección de la que hablaba su abuelo? ¿Elegir entre lo que se puede llegar a tener todos los días, con alguien que ilumina tu mundo con una sonrisa, o vivir en un mundo sin color sin ese alguien? ¿Merecía aquello tomar los riesgos que él siempre había evitado tomar? ¿Era tan peligroso perder el control si se podía confiar en la persona que se amaba?

—Nunca imaginé que Maria se fuera primero —murmuró Joaquin—. No estaba preparado para eso. Ella era más fuerte que yo, 
Pedro.

—Tú eres fuerte. Eres el hombre más fuerte que conozco.

Quizá el abuelo había intentado ser demasiado fuerte, sin permitir que nadie lo consolara, sin querer recurrir a nadie cuando las cosas iban mal y fingiendo que todo seguía igual. Una extraña sensación invadió a 
Pedro al darse cuenta de que él también era así.

—Esto se está poniendo difícil para ambos y creo que una escena emotiva al día es suficiente —dijo el abuelo mientras le daba unas palmaditas en el hombro, refiriéndose a la conversación que habían tenido por la mañana—. Quizá debamos hablar de Paula.

—¿Qué pasa con ella?

—Podías haber elegido un lugar mejor que el cobertizo. Paula merece lo mejor. No es como las mujeres con las que siempre has salido y quiero estar seguro de que entiendes eso.

—Lo entiendo —era verdad, 
Pedro lo entendía. Y se sentía como si estuviera a punto de descubrir algo maravilloso, como si todo en su vida hubiera sido dispuesto para ponerlo en aquel punto. 
Lo único que necesitaba era un poco más de tiempo para asimilarlo.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 44





Pedro la besó otra vez dulcemente y la miró a la cara. Ahí estaba otra vez esa mirada cálida y de aprecio que le hacían sentir que era especial. Eso le hizo sentir algo extraño. Una mujer a la que un hombre mirara de esa manera frecuentemente, podía llegar a ser vanidosa.

Pero Paula tenía un espejo y sabía cómo era. Su apariencia había mejorado desde que se ponía ropa de su talla y trataba de ayudar a amigos y vecinos, pero eso no la hacía especial o mejor que nadie. Era difícil creer que si realmente era especial, buena y bella, no hubiera encontrado a nadie que la quisiera.

Pero era tentador. Y estúpido.

Siempre había deseado el amor incondicional, ese tipo de amor que nunca recibió de su padre y 
Pedro era el menos indicado para dárselo. Aunque… ¿Sería posible? Quizá los ex deportistas no eran todos iguales… quizá Pedro era diferente. A lo mejor el amor con él no era imposible.

—¡Pedro! —dijo una voz severa y ellos se separaron. El profesor Alfonso salió al jardín y miró a su nieto con desaprobación.

—¿Sí, abuelo?

—Quiero hablar contigo.

—Dios, soy adulto y me van a sermonear como a un joven delincuente. Me va a echar la charla sobre respetar a las mujeres y ser un caballero.

—Deberías intentar alegrarte porque recuerda la charla —bromeó Paula sonrojada.

—Me alegro, créeme —se dirigió hacia su abuelo—. ¡Ah! Paula, mantente lejos de la escalera. No quiero volver y tener que recoger tus pedazos.

Paula se sentó en los escalones del cobertizo sin saber si reír o morirse de vergüenza.

Pedro había anulado sus defensas en menos de un mes. Pedro, el mismo chico que le había roto el corazón cuando era niña. Pero él había cambiado y ella ya estaba medio enamorada de él aunque no sabía qué hacer. Sinceramente, no era mejor amante de lo que había sido a los quince años.




martes, 18 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 43



Pedro estaba cada noche más cansado, pero no quería admitirlo. Si Paula estaba trabajando tan duro día tras día en el jardín y se centraba en el inventario a ratos, él también podía aguantarlo. A él le gustaba pensar que estaba realizando los trabajos más duros, pero probablemente no lo estuviera haciendo. Paula era muy testaruda.


Miró hacia arriba desde el arbusto que estaba podando y se enfureció.

—Paula, bájate de esa escalera —gritó.

El corazón casi se le salió por la boca cuando ella hizo un movimiento brusco y estuvo a punto de caerse.

—No hagas eso. Si no me asustas no me pasará nada —gritó ella.

—Te pasará algo. Estás subida a una escalera otra vez.

—Las mujeres nos subimos a escaleras todo el tiempo.

Podía tener razón, pero no le importaban las demás mujeres. Paula sí le importaba y lo estaba volviendo loco de una forma u otra.

—Bájate. Ahora.

—No me des órdenes —dijo mientras continuaba pintando el techo del cobertizo.

Pedro la agarró por las caderas y la levantó. La brocha, el cubo y la escalera salieron volando, pero acertó a ponerle los pies en el suelo.

—Eres la mujer más testaruda que he conocido. Ya te he dicho que no quiero que subas ahí.

—Y tú eres un estafador. ¿Piensas que eres un tipo moderno y sofisticado? Eres casi un cavernícola en lo que respecta al tema de las mujeres.

Tenía razón. Él había llegado a la misma conclusión, pero nunca había sentido la necesidad de proteger a alguien como a Paula, y ella se lo estaba poniendo difícil.

—Si te rompes el cuello me demandarán —comentó él bromeando.

—No tengo familia ¿recuerdas? No habrá nadie para contratar al abogado.

—Nos tienes a nosotros. Eres una Alfonso honorífica.

—¿Quieres decir que los Alfonso demandarán a su propia familia por la muerte de un miembro honorífico? —dijo sonriendo—. Es muy amable que digas eso, pero ya me engañé una vez sobre tener una familia nueva y no voy a permitir que me pase otra vez.

—¿Engañarte? ¿De qué estás hablando?

—Cuando me casé. Butch tenía algunos hermanos más jóvenes, a su madre y sus abuelos y pensé que finalmente iba a pertenecer a una familia. Después me di cuenta de que él estaba en un bando, los demás en otro y de que yo seguía siendo una intrusa.

Algunas cosas que no entendía sobre Paula, de repente cobraron sentido.

—No es que me casara con él por su familia —añadió—, pero era agradable pensar… ya sabes.

La entendió tan bien que le resultó difícil pensar en algo más que en estrecharla en sus brazos y prometerle que todo iría bien. Pero no podía prometer algo así y, de todos modos, ella no lo creería.

—¿Te interesaría saber que mi ma
dre todavía te recuerda con cariño?

—¿Se acuerda de mí?

—No debería sorprenderte tanto. Tú eres una persona para recordar, Paula.

—Sí, claro.

—Pues sí, claro. ¿Sabes una cosa? Creo que no te he agradecido lo suficiente que le endosaras ese felino feísimo a mi abuelo.

—No es feo —dijo Paula indignada.

—Tiene una cara tan horrible que sólo su madre lo puede querer y… es sólo patas.

—Eso es porque todavía está creciendo. Una vez que sea adulto te impresionará su belleza. Ya verás.

Pedro la creyó. Como todo lo que ella hacía, el gato sería fantástico.

—Y no te lo he endosado. Tú apruebas lo que he hecho. No lo niegues.

—Lo apruebo. Y, como te he dicho, no te lo he agradecido lo suficiente.

—No tienes que agradecerme nada.

—Sí que tengo.

Paula conocía ese tono de voz e, instintivamente, su cuerpo respondió. No quería que 
Pedro tuviera tanto poder sobre ella, pero era inevitable. Pedro sólo tenía que mirarla de determinada manera y se le calentaba la sangre. Sus fuertes manos agarraron su trasero y lo tocaron lenta y seductoramente.

—Se nos ve desde la casa —recordó ella.

—Así estamos a salvo —murmuró 
Pedro al besarla.

Al final de su matrimonio Paula había hecho todo lo posible para evitar tener relaciones con su marido, incluso cuando las cosas parecían ir más o menos bien entre ellos, pero que 
Pedro la abrazara era diferente. Pedro era más alto y más fuerte que Butch y en sus brazos no se sentía indefensa. Era como si estuviera volando y Pedro fuera la poderosa corriente de aire que la mantenía en vuelo. La necesidad de que él se uniese a ella disipó las dudas que tenía y cuando sus dedos la tocaron de una forma sexual, Paula se puso tensa recordando sus palabras.

«Así estamos a salvo…»

Ya. No podían hacer el amor donde cualquiera podía verlos y 
Pedro lo sabía, por eso había elegido ese lugar.

Pedro… no.

El hundió su cara en la curva de su cuello.

—No sabía… que era masoquista —susurró.

Paula quiso preguntarle por qué no había insistido más. No en aquel momento, sino otras veces cuando podía haber sido posible. Podían haberlo hecho junto al arroyo o cuando habían estado perdidos entre el follaje del jardín. Pero quizá debería aceptar lo que había sin hacerse muchas preguntas.

—Gracias —susurró él besándole el cuello.

Por un momento, Paula no supo de lo que le estaba hablando, pero, de repente le vino a la mente. Vincent y su abuelo y su plan de juntar dos criaturas que estaban perdidas



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 42





Paula cerró los ojos, dejándose llevar por una fugaz debilidad. Le encantaba sentir los brazos de 
Pedro y el latir de su corazón contra su mejilla. Nunca hubiera imaginado que fuera lo suficientemente perceptivo como para notar la incomodidad que le provocaba el tema del dinero u otras cosas y, de nuevo, estaba equivocada. No se parecía en nada a su ex marido.


Su proximidad le estaba causando incomodidad por otra razón, así que Paula se apartó y trató de sonreír como si nada hubiera pasado.

—Todos tenemos esos momentos. Se llama ser humano. ¿Adivinaste el plan que tenía con Vincent?

—¿Que no habías planeado llevarlo a tu casa? Sí, lo adiviné —no parecía enfadado—. Ese gato es imposible de ignorar y exactamente lo que necesitaba el abuelo. Es increíble todo lo que ha mejorado.

—Pensé en adoptar un animal de la perrera, pero cuando vi a Vincent y que no se asustaba con toda esa gente y con el ruido, pensé que sería perfecto.

—Sí, perfecto —repitió 
Pedro con tono irónico. A ella no le importó, Pedro, a quien le gustaba tener todo controlado, se había tomado las cosas muy bien.

En aquel momento, el gato imposible de ignorar entró en la cocina, maulló y le dio con la pata a su plato con el pienso.

—Pobrecito, quiere atún —comentó ella.

—No, es que se pone histérico cuando ve su plato vacío. Lleva aquí unos días y ya es el amo de la casa.

Pedro sacó el saco con el pienso y rellenó el plato de Vincent. Más tranquilo porque ya no iba a morir de hambre, Vincent ignoró el pienso y frotó las piernas de Paula con su cuerpo.

—Quiere su atún —observó 
Pedro.

Paula abrió la lata que había llevado.

—¿Cuándo es la cita del saco de pulgas con el veterinario?

—No es un saco de pulgas, lo bañé hace dos días, ¿te acuerdas? De todas formas la cita es a las ocho —dijo Paula mientras ponía el atún en otro plato y lo dejaba en el suelo. Vincent atacó el pescado como si llevara días sin comer.

Después de lavarse las manos, Paula puso un donut de chocolate en un plato y sacó una bebida nutritiva de la nevera.

—Es la primera cita del día, así que no tardaremos mucho. Probablemente esté aquí a las nueve y podamos empezar a trabajar en el jardín.

—Iré contigo.

—Vale. ¡Ah! Esta noche es cuando se juega al bingo en la residencia, por si todavía quieres ir.

—Iremos. Ya se lo comenté al abuelo y dijo que podía ser divertido.

Paula asintió y desapareció en el recibidor. Un instante después la oyó hablando con su abuelo.

Pedro le dio un mordisco al donut y pensó que dos meses antes nada lo hubiera hecho ir al bingo. Pero dos meses antes se encontraba en Chicago, temiendo otro viaje a Divine, al saber que su abuelo había empeorado y que no había nada que él pudiera hacer.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 41




—Miau.


—Vale, sube.

Pedro vio cómo su abuelo se daba unas palmaditas en la pierna y cómo Vincent subía a su regazo ronroneando. Nadie podía ignorar a Vincent, era una fuerza imparable. Como Paula. Sólo que Paula deleitaba la vista con su sonrisa y su feminidad, mientras que Vincent tenía cara de gángster. Pedro se inclinó hacia delante envalentonado por lo que había visto desde el vestíbulo la noche anterior.

—Abuelo, tienes que ir al médico. Tenemos que preguntarle sobre la medicación para la depresión o, al menos, tienes que explicarle qué pasa y cómo te sientes, en lugar de fingir que todo va bien cuando vas a verlo.

—No estoy deprimido —respondió el abuelo.

—Sí, claro. Entonces, ¿por qué te sientas durante horas mirando la nada? ¿Por qué cuando no estás mirando la nada estás dormido? Y qué me dices de haber vendido el retrato de la bisabuela Helena por cinco dólares en el mercadillo, o de repente haber notado, después de tres años que el jardín estaba hecho un asco.

Se miraron el uno al otro.

—Piénsalo —añadió 
Pedro—. No hay nada malo en recibir ayuda… Además, a la abuela no le gustaría que estuvieras así.

—Vale, me lo pensaré —respondió tras un largo silencio.

Pedro respiró aliviado. No sabía si había hecho lo correcto, pero al menos había hecho algo. Se sentó a beberse el café con la mirada puesta en las puertas de cristal que daban al jardín. Paula solía entrar a esas horas de la mañana por la puerta de atrás temiendo despertar a alguien. Él se había acostumbrado a levantarse al amanecer y rara vez estaba en la cama cuando ella llegaba. Dormía poco porque se quedaba trabajando hasta tarde, pero merecía la pena.

¿La merecía? Ese pensamiento lo hizo sonreír. Había habido un tiempo en el que no hubiera dejado que nada lo distrajese de su trabajo. Pero cuanto más tiempo pasaba con Paula, mejor comprendía que el trabajo era interesante y gratificante, pero que sólo era trabajo y que la vida era algo más.

Minutos después, Paula apareció y él la saludó con la mano, intentando aparentar que se estaba relajando bebiéndose el café. Pero no lo estaba. La llegada de Paula se había convertido en el engranaje de sus días y de los de su abuelo.

—Buenos días —dijo Paula al entrar por las puertas de cristal—. He traído donuts y atún.

Las orejas de Vincent se levantaron al oír la palabra «atún». Aprendía rápido y en pocos días era capaz de distinguir el sonido del abrelatas desde el otro lado de la casa.

—¡Miau!

—Hola, pequeño —le rascó la nuca y él cerró los ojos de gusto—. Me temo que no estarás tan cariñoso conmigo después de que hoy te lleve al veterinario.

—Por eso lo sobornas con el atún —dijo 
Pedro.

Él también ronronearía si ella lo tocara de esa forma.

Pedro recordaba vagamente cuando pensaba que una mujer tenía que tener abundantes pechos. En aquel momento miraba a Paula y veía un bonito equilibrio, lo que le parecía más que todo lo que aquellas otras mujeres tenían. Debió de ser la forma en la que ella lo miró lo que hizo que su pulso se acelerase.

—Sí, el soborno funciona. Pero he estado pensando… —parecía preocupada de repente—, no estoy segura de si a mi gato le va a gustar tener un competidor. Da Vinci puede ponerse muy celoso y eso no es bueno para Vincent.

Pedro se atragantó y se tapó la boca. No le molestaba en absoluto la dulce manipulación de Paula y el hechizo que ejercía en su abuelo y en él era placentero.

—Puede quedarse aquí un tiempo si tú quieres —ofreció el abuelo.

—¿De verdad? —parecía aliviada—. ¡Eso es genial! Pero no quiero que sea una molestia, así que traeré otra caja para su arena y el veterinario me recomendará la comida apropiada cuando lo examine, así que se la compraré allí.

—Dile que envíe aquí la factura —dijo el abuelo.

—No puedo hacer eso. ¿Has decidido ya qué vamos a plantar en el huerto? —añadió rápidamente.

—Tomates —murmuró mientras acariciaba a Vincent.

—A mí también me gustan. ¿Alguien quiere donuts? Voy por servilletas.

Paula no esperó la respuesta sino que se dirigió a la cocina tan rápidamente como si le estuvieran mordiendo los talones.

Pedro la siguió.

—¿Qué te pasa? —preguntó.

—¿A qué te refieres?

—Te has puesto rígida cuando el abuelo ha sugerido pagar la factura del veterinario. Los dos sabemos que Vincent se va a quedar aquí, así que, ¿por qué no dejas que el abuelo pague la cuenta?

—Yo puedo pagar mis facturas, gracias.

—Paula, tú ayudas a todo el mundo. De vez en cuando podrías dejar que alguien hiciera algo por ti. Sé que te ganas la vida muy bien y que puedes pagar tus cosas, ¿por qué es un asunto tan espinoso?

El tema espinoso era que había crecido con un padre que no podía llegar a fin de mes y donde no había dinero para pagar lo necesario, como comida o el alquiler. 

El asma que tenía lo mantuvo inactivo un largo período, al igual que su incapacidad para llevarse bien con la gente.

—¿Paula?

—Algunas veces me tomo mal las cosas, eso es todo. Es por mi infancia. Fue duro crecer como la niña que siempre tenía que comprar en tiendas de segunda mano o que nunca compraba el almuerzo del instituto porque era demasiado caro —aclaró odiando cómo sonaba lo que acababa de decir. No estaba avergonzada de su infancia, pero la había afectado.

—Pero aun así te has convertido en la persona más generosa del mundo. Eres una mujer excepcional, Paula. Ojalá yo hubiera sido alguien mejor cuando éramos niños, porque podría haber aprendido mucho de ti —dijo 
Pedro mientras la estrechaba entre sus brazos.

—Tuviste tus momentos.

—Sí, momentos de los que no me siento orgulloso.