Pedro estaba cada noche más cansado, pero no quería admitirlo. Si Paula estaba trabajando tan duro día tras día en el jardín y se centraba en el inventario a ratos, él también podía aguantarlo. A él le gustaba pensar que estaba realizando los trabajos más duros, pero probablemente no lo estuviera haciendo. Paula era muy testaruda.
Miró hacia arriba desde el arbusto que estaba podando y se enfureció.
—Paula, bájate de esa escalera —gritó.
El corazón casi se le salió por la boca cuando ella hizo un movimiento brusco y estuvo a punto de caerse.
—No hagas eso. Si no me asustas no me pasará nada —gritó ella.
—Te pasará algo. Estás subida a una escalera otra vez.
—Las mujeres nos subimos a escaleras todo el tiempo.
Podía tener razón, pero no le importaban las demás mujeres. Paula sí le importaba y lo estaba volviendo loco de una forma u otra.
—Bájate. Ahora.
—No me des órdenes —dijo mientras continuaba pintando el techo del cobertizo.
Pedro la agarró por las caderas y la levantó. La brocha, el cubo y la escalera salieron volando, pero acertó a ponerle los pies en el suelo.
—Eres la mujer más testaruda que he conocido. Ya te he dicho que no quiero que subas ahí.
—Y tú eres un estafador. ¿Piensas que eres un tipo moderno y sofisticado? Eres casi un cavernícola en lo que respecta al tema de las mujeres.
Tenía razón. Él había llegado a la misma conclusión, pero nunca había sentido la necesidad de proteger a alguien como a Paula, y ella se lo estaba poniendo difícil.
—Si te rompes el cuello me demandarán —comentó él bromeando.
—No tengo familia ¿recuerdas? No habrá nadie para contratar al abogado.
—Nos tienes a nosotros. Eres una Alfonso honorífica.
—¿Quieres decir que los Alfonso demandarán a su propia familia por la muerte de un miembro honorífico? —dijo sonriendo—. Es muy amable que digas eso, pero ya me engañé una vez sobre tener una familia nueva y no voy a permitir que me pase otra vez.
—¿Engañarte? ¿De qué estás hablando?
—Cuando me casé. Butch tenía algunos hermanos más jóvenes, a su madre y sus abuelos y pensé que finalmente iba a pertenecer a una familia. Después me di cuenta de que él estaba en un bando, los demás en otro y de que yo seguía siendo una intrusa.
Algunas cosas que no entendía sobre Paula, de repente cobraron sentido.
—No es que me casara con él por su familia —añadió—, pero era agradable pensar… ya sabes.
La entendió tan bien que le resultó difícil pensar en algo más que en estrecharla en sus brazos y prometerle que todo iría bien. Pero no podía prometer algo así y, de todos modos, ella no lo creería.
—¿Te interesaría saber que mi madre todavía te recuerda con cariño?
—¿Se acuerda de mí?
—No debería sorprenderte tanto. Tú eres una persona para recordar, Paula.
—Sí, claro.
—Pues sí, claro. ¿Sabes una cosa? Creo que no te he agradecido lo suficiente que le endosaras ese felino feísimo a mi abuelo.
—No es feo —dijo Paula indignada.
—Tiene una cara tan horrible que sólo su madre lo puede querer y… es sólo patas.
—Eso es porque todavía está creciendo. Una vez que sea adulto te impresionará su belleza. Ya verás.
Pedro la creyó. Como todo lo que ella hacía, el gato sería fantástico.
—Y no te lo he endosado. Tú apruebas lo que he hecho. No lo niegues.
—Lo apruebo. Y, como te he dicho, no te lo he agradecido lo suficiente.
—No tienes que agradecerme nada.
—Sí que tengo.
Paula conocía ese tono de voz e, instintivamente, su cuerpo respondió. No quería que Pedro tuviera tanto poder sobre ella, pero era inevitable. Pedro sólo tenía que mirarla de determinada manera y se le calentaba la sangre. Sus fuertes manos agarraron su trasero y lo tocaron lenta y seductoramente.
—Se nos ve desde la casa —recordó ella.
—Así estamos a salvo —murmuró Pedro al besarla.
Al final de su matrimonio Paula había hecho todo lo posible para evitar tener relaciones con su marido, incluso cuando las cosas parecían ir más o menos bien entre ellos, pero que Pedro la abrazara era diferente. Pedro era más alto y más fuerte que Butch y en sus brazos no se sentía indefensa. Era como si estuviera volando y Pedro fuera la poderosa corriente de aire que la mantenía en vuelo. La necesidad de que él se uniese a ella disipó las dudas que tenía y cuando sus dedos la tocaron de una forma sexual, Paula se puso tensa recordando sus palabras.
«Así estamos a salvo…»
Ya. No podían hacer el amor donde cualquiera podía verlos y Pedro lo sabía, por eso había elegido ese lugar.
—Pedro… no.
El hundió su cara en la curva de su cuello.
—No sabía… que era masoquista —susurró.
Paula quiso preguntarle por qué no había insistido más. No en aquel momento, sino otras veces cuando podía haber sido posible. Podían haberlo hecho junto al arroyo o cuando habían estado perdidos entre el follaje del jardín. Pero quizá debería aceptar lo que había sin hacerse muchas preguntas.
—Gracias —susurró él besándole el cuello.
Por un momento, Paula no supo de lo que le estaba hablando, pero, de repente le vino a la mente. Vincent y su abuelo y su plan de juntar dos criaturas que estaban perdidas
Ayyyyyyyyy me encanta esta historia.
ResponderBorrarCuanto aire fresco y que cambios maravillosos trajo Pau a esta familia!
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