Paula cerró los ojos, dejándose llevar por una fugaz debilidad. Le encantaba sentir los brazos de Pedro y el latir de su corazón contra su mejilla. Nunca hubiera imaginado que fuera lo suficientemente perceptivo como para notar la incomodidad que le provocaba el tema del dinero u otras cosas y, de nuevo, estaba equivocada. No se parecía en nada a su ex marido.
Su proximidad le estaba causando incomodidad por otra razón, así que Paula se apartó y trató de sonreír como si nada hubiera pasado.
—Todos tenemos esos momentos. Se llama ser humano. ¿Adivinaste el plan que tenía con Vincent?
—¿Que no habías planeado llevarlo a tu casa? Sí, lo adiviné —no parecía enfadado—. Ese gato es imposible de ignorar y exactamente lo que necesitaba el abuelo. Es increíble todo lo que ha mejorado.
—Pensé en adoptar un animal de la perrera, pero cuando vi a Vincent y que no se asustaba con toda esa gente y con el ruido, pensé que sería perfecto.
—Sí, perfecto —repitió Pedro con tono irónico. A ella no le importó, Pedro, a quien le gustaba tener todo controlado, se había tomado las cosas muy bien.
En aquel momento, el gato imposible de ignorar entró en la cocina, maulló y le dio con la pata a su plato con el pienso.
—Pobrecito, quiere atún —comentó ella.
—No, es que se pone histérico cuando ve su plato vacío. Lleva aquí unos días y ya es el amo de la casa.
Pedro sacó el saco con el pienso y rellenó el plato de Vincent. Más tranquilo porque ya no iba a morir de hambre, Vincent ignoró el pienso y frotó las piernas de Paula con su cuerpo.
—Quiere su atún —observó Pedro.
Paula abrió la lata que había llevado.
—¿Cuándo es la cita del saco de pulgas con el veterinario?
—No es un saco de pulgas, lo bañé hace dos días, ¿te acuerdas? De todas formas la cita es a las ocho —dijo Paula mientras ponía el atún en otro plato y lo dejaba en el suelo. Vincent atacó el pescado como si llevara días sin comer.
Después de lavarse las manos, Paula puso un donut de chocolate en un plato y sacó una bebida nutritiva de la nevera.
—Es la primera cita del día, así que no tardaremos mucho. Probablemente esté aquí a las nueve y podamos empezar a trabajar en el jardín.
—Iré contigo.
—Vale. ¡Ah! Esta noche es cuando se juega al bingo en la residencia, por si todavía quieres ir.
—Iremos. Ya se lo comenté al abuelo y dijo que podía ser divertido.
Paula asintió y desapareció en el recibidor. Un instante después la oyó hablando con su abuelo.
Pedro le dio un mordisco al donut y pensó que dos meses antes nada lo hubiera hecho ir al bingo. Pero dos meses antes se encontraba en Chicago, temiendo otro viaje a Divine, al saber que su abuelo había empeorado y que no había nada que él pudiera hacer.
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