miércoles, 19 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 45




Pedro no sabía qué esperar cuando entró en casa. Su abuelo había sonado como el antiguo Joaquin Alfonso, el hombre que siempre había ayudado a llenar la ausencia de su padre, el abuelo que ocasionalmente había pillado a Pedro haciendo algo malo y lo había asustado para que volviera al buen camino. No es que besar a Paula estuviera mal, pensó Pedro. Aunque sabía que no era totalmente cierto. 

Besarla no estaba mal si esos besos significaran algo.

Aquel pensamiento hizo que se retorciera. Paula no era un juego o una conquista, era real y él no sabía qué hacer al respecto.

—Abuelo, no tienes que decir nada —dijo.

—¿Cómo que no? ¿Dónde están mis cuadros?

—Los quitaste.

—Sí, claro y también dejé que el jardín se fuera al infierno. El Pequeño Sargento me hubiera regañado por ello.

—Cuéntame otra vez por qué llamabas a la abuela el Pequeño Sargento —dijo 
Pedro. Paula tenía razón, el abuelo tenía que enfrentarse a su pérdida. Si tenía una depresión tendrían que hacer algo al respecto, no hacer como si no pasara nada. Ser capaz de hacer algo era infinitamente mejor que ver a alguien a quien se amaba consumirse delante de uno mismo.

—¿No te acuerdas? —preguntó el abuelo sonriendo—. Era porque cuando nos conocimos, tu abuela estaba pensando ingresar en el ejército como enfermera.

—Lo recuerdo, pero cuéntamelo otra vez —pidió 
Pedro al acordarse de lo impresionado que se había quedado la primera vez que había oído que su abuela había considerado algo así. A su abuela la habrían enviado a Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial o, incluso, al Pacífico.

—Cuando yo le pedí matrimonio, ella sintió que tenía que elegir entre su trabajo o yo, así que le dije que siempre podía ser mi Pequeño Sargento si se casaba conmigo. Quizá eso suene políticamente incorrecto hoy día, pero era otra época. Tu abuela era una mujer fuerte, 
Pedro. Me eligió a mí y yo bendije esa elección todos los días de nuestra vida en común.

La expresión de pena del abuelo hizo que a 
Pedro se le partiera el corazón, aunque vio algo más, una paz que no había visto antes y no dudó en pensar que su abuelo estaba alcanzando esa paz gracias a Paula.

Pedro suspiró. Sus sentimientos por Paula eran difíciles de ignorar. No pudo recordar la última vez que había deseado tanto que llegara un día, ver una sonrisa o, simplemente, estar con alguien que lo hacía una persona mejor al ser ella tan buena. ¿Era aquélla la elección de la que hablaba su abuelo? ¿Elegir entre lo que se puede llegar a tener todos los días, con alguien que ilumina tu mundo con una sonrisa, o vivir en un mundo sin color sin ese alguien? ¿Merecía aquello tomar los riesgos que él siempre había evitado tomar? ¿Era tan peligroso perder el control si se podía confiar en la persona que se amaba?

—Nunca imaginé que Maria se fuera primero —murmuró Joaquin—. No estaba preparado para eso. Ella era más fuerte que yo, 
Pedro.

—Tú eres fuerte. Eres el hombre más fuerte que conozco.

Quizá el abuelo había intentado ser demasiado fuerte, sin permitir que nadie lo consolara, sin querer recurrir a nadie cuando las cosas iban mal y fingiendo que todo seguía igual. Una extraña sensación invadió a 
Pedro al darse cuenta de que él también era así.

—Esto se está poniendo difícil para ambos y creo que una escena emotiva al día es suficiente —dijo el abuelo mientras le daba unas palmaditas en el hombro, refiriéndose a la conversación que habían tenido por la mañana—. Quizá debamos hablar de Paula.

—¿Qué pasa con ella?

—Podías haber elegido un lugar mejor que el cobertizo. Paula merece lo mejor. No es como las mujeres con las que siempre has salido y quiero estar seguro de que entiendes eso.

—Lo entiendo —era verdad, 
Pedro lo entendía. Y se sentía como si estuviera a punto de descubrir algo maravilloso, como si todo en su vida hubiera sido dispuesto para ponerlo en aquel punto. 
Lo único que necesitaba era un poco más de tiempo para asimilarlo.




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