domingo, 9 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 14





A las cuatro, Paula admitió su derrota y puso el trabajo a un lado. Había una boutique en el centro de Divine que tenía ropa bonita. Había visto su escaparate muchas veces y se había sentido tentada a entrar. Quizá entonces fuera el momento. No sabía si tendría agallas para vestirse de forma diferente delante de Pedro y arriesgarse a que se riera de ella, pero nunca lo sabría si no lo intentaba. Además, él la había desafiado al decirle lo de los pantalones cortos. Pedro no pensaba que Paula fuera a hacerlo.


Había oído el teléfono y a Pedro caminando por el vestíbulo unas cuantas veces, probablemente para comprobar que su abuelo estaba bien, pero aparte de aquello, la casa estaba en silencio.


—¿Pedro? —dijo al llamar a la puerta de donde él había salido antes—. Me voy ya. Volveré mañana temprano. ¡Ah! Me llevo algunos libros de jardinería.


La puerta se abrió cuando ella se estaba dando la vuelta.


—¿Algún descubrimiento en cuanto a los cuadros?


—Bueno, no he encontrado ningún Picasso ni ningún Rembrandt, pero hay piezas de valor. Es increíble que estuvieran almacenadas en el desván de esa forma.


—El abuelo se rindió cuando murió la abuela. Vivían el uno para el otro.


—Yo creo que puede mejorarse.


—No. Yo no creo en el conejo de Pascua, Papá Noel o el ratoncito Pérez. Esto es lo que hay.


—¿No quieres que mejore?


—Claro que sí —las palabras prácticamente explotaron en su boca. Cerró los ojos e intentó calmarse. Después de un minuto volvió a mirar a Paula—. El médico dice que el abuelo sufre demencia senil y que probablemente viene de lejos. Alguien en la familia tiene que ser realista y hacer frente a los hechos, y parece que soy el único dispuesto a hacerlo.


—¿Hechos?


—Sí. Hemos probado medicación y varias formas de terapia mental y física y ninguna de ellas ha ayudado. Es obvio que no puede permanecer en la casa, y más cuando no está dispuesto a permitir que contratemos a alguien para que se ocupe de él.


—Pero…


—No. El abuelo te vendió ese cuadro de la abuela, ¿por cuánto?


—Cinco dólares.


—Y vale veinte mil. ¿Te parece que pueda cuidar de sí mismo?


Paula agitó la cabeza con una expresión de aflicción en su cara y Pedro sintió el mismo dolor que cuando le dijeron que no podía seguir jugando al fútbol. Sólo que esa vez era mucho peor.


Habían perdido a la abuela y parecía que también estaban perdiendo al abuelo. Y allí estaba él, perdiendo el control de la forma que odiaba hacerlo, pagando con Paula su enfado y frustración, igual que había hecho hacía catorce años.


Los pequeños pueblos eran así. Las vidas se entrelazaban unas con otras y las viejas cicatrices se abrían. Aun así, Pedro recordaba los buenos momentos que había pasado con Paula en el hospital cuando ella olvidaba que lo odiaba. Momentos en los que él había sido capaz de olvidar que el médico le había dicho que no jugaría más al fútbol. Momentos que habían sido posibles gracias a que Paula era inteligente, tímida y a que besaba muy bien cuando no le preocupaba que les pudieran pillar.


—¿Qué harías si intentara que me dieras un beso? ¿Por los viejos tiempos?


—Pensaría que estás aburrido.


Una parte de él estaba aburrido por estar fuera de su casa y su vida normal, pero ésa no era la razón por la que había preguntado. Paula lo perturbaba. A ella no le gustaba él, cosa que no tenía por qué preocuparle, pero que comenzaba a fastidiarlo.


—No estoy aburrido. Tengo demasiado trabajo como para estar aburrido. Sólo me lo estaba planteando. Antes no me decías que no y te apostaría algo a que incluso considerabas llegar a algo más que besos y flirteo.


—Sí, pero también he crecido y he descubierto que algunos hombres son muy atractivos, pero no tienen sustancia.


—¿Estás hablando de mí o de tu ex marido?


Paula se enfadó, pero sonrió y le dio unas palmaditas en la mejilla.


—¿Qué te ha pasado, Pedro? Has perdido tu tacto. Antes encandilabas mejor a las chicas para que te besaran.


—¿Eso es por lo que tú me besabas, porque estabas encandilada?


—Quizá pensaba que había un chico agradable bajo esa estúpida apariencia de macho. Desgraciadamente, estaba equivocada.


—Lo creas o no, la gente cambia. Tómate algo de tiempo para conocerme de nuevo y quizá te sorprenda —dijo. 


Entonces le dedicó una encantadora sonrisa, la que en el pasado solía funcionarle.


Paula entrecerró los ojos y Pedro supo que estaba luchando entre los instintos y la honestidad.


—¿Qué te parece? —preguntó él.


—No hay suficiente tiempo en el mundo para eso —dijo mientras se daba la vuelta y caminaba resueltamente.


Pedro se rió mientras Paula desaparecía por las escaleras. La honestidad había ganado




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 13




—¿Crecido? —murmuró Paula minutos más tarde mientras miraba los libros de las estanterías de la biblioteca.


—Ya.


Sacó algunos libros sobre jardinería. 


¿Era tan complicado? Se trataba de plantar algo en el suelo que crecería. 


Era simple. Al igual que Pedro. No era que Pedro fuera estúpido, pero usaba su cabeza de la misma manera en que solía jugar al fútbol: como un bulldog que corría hacia delante sin mirar a los lados. No había ni un ápice de delicadeza en su cuerpo, lo que, probablemente, él habría encontrado útil como promotor inmobiliario. Tampoco era que los deportistas fueran retrasados, aunque a menudo se comportaban como tal.


Paula suspiró al recordar a su ex marido. A ella no le había importado que Butch no hubiera terminado la universidad, pero, al parecer, a él sí le molestaba. De manera extraña, parecía sentirse orgulloso y resentido a la vez porque su mujer se hubiera doctorado joven. Poco después, ella había odiado la manera burlona en que la llamaba «Doctora Sanders».


—No lo pienses —se dijo Paula.


Se sentó en una de las sillas y comenzó a leer. Sólo veinte minutos más tarde decidió que la jardinería no era tan sencilla como pensaba. Entre los distintos tipos de tierra, la concentración de humedad y el grado de acidez, la cantidad de sol que debían recibir o no y otros cientos de cosas, era un milagro que algo creciera.


Paula cerró los ojos y pudo ver colores y texturas de plantas y se imaginó el tacto de la tierra entre sus dedos. Se levantó, miró por la ventana y se movió de un cuarto a otro, buscando más ventanas. Las ventanas eran como marcos de cuadros y se imaginaba pintando un jardín entre aquellos marcos: flores, caminos serpenteantes, agua saltando en fuentes y estanques y una miríada de colores y formas.


—Si cuesta tanto trabajo pensar, no sé por qué alguien debería molestarse —interrumpió Pedro.


—¿Por qué entras a hurtadillas?


—No he entrado a hurtadillas, he entrado andando.


—Probablemente, para ti sea lo mismo.


—Sigue así y no te daré de comer.


—Iré por algo —dijo Paula sorprendida al ver que era casi la una.


—He encargado comida china.


—No espero que me des de comer. Puedo traerme algo.


—Claro que te voy a dar de comer. Pero no te preocupes, puedes llevarte la comida a otra habitación si soy tan mala compañía.


No respondió y cuando llegó la comida, los tres se sentaron en la mesa de la cocina. El profesor Alfonso comió mecánicamente sin mirar nada, mientras que Paula comió tratando de mirar cualquier cosa que no fuera Pedro. Por alguna razón el muy cínico se estaba divirtiendo a su costa, aunque no era nada nuevo. Siempre había bromeado sobre su ropa, su pelo y todo lo demás. 


Paula se entristeció al recordar que todavía le ponía fácil a Pedro que se riera de ella. Su ropa tenía demasiada tela… colgaba de ella como si hubiera perdido veinte kilos.


¿Pantalones cortos?


Pensó si tenía algún par de pantalones cortos que fueran sexys sin ser escandalosos para no ofender al profesor Alfonso. El día anterior, Silvia llevaba pantalones cortos y una camiseta ajustada, aunque con las nietas probablemente se fuera más flexible.


—No has comido casi nada —observó Pedro mientras Paula ponía las sobras en la nevera, donde había más sobras.


—Estoy a dieta. Esta camisa solía quedarme bien y estoy intentando no volver a rellenarla.


Era una mentira, pero, por primera vez, no le importaba.


—¿Te valía? —la miró y se rió—. Ni hablar. Nunca has sido lo suficientemente grande como para llenar esa camisa.


—Y tú qué sabes —murmuró ella.


—Lo sé.


Riéndose entre dientes y agitando la cabeza, Pedro encendió el aire acondicionado y se dirigió a su ordenador y su fax mientras Paula regresaba a su inventario. 


Cuidadosamente, documentaba la información de cómo iba realizando su evaluación y anotaba temas sobre los que investigar… sólo para encontrarse golpeando el papel con el lápiz y pensando sobre su vestuario.


¿Tenía unos pantalones cortos decentes? No los desgastados y cortados que se había puesto para ayudar a los jóvenes de la iglesia a limpiar coches y así recaudar fondos, sino unos que hicieran que Pedro se tragara sus palabras sobre su manera de vestir.


Paula apoyó la barbilla en una mano. 


Haber vuelto a ver a Pedro había desencadenado una serie de pensamientos junto con una serie de altibajos emocionales. Parecía como si toda su vida hubiera evitado ser advertida. Se habían movido de un lado a otro. La salud había apartado a su padre del trabajo frecuentemente y finalmente, se habían establecido en Divine cuando ella estaba en el octavo curso. La ropa le llegaba, principalmente, de tiendas de segunda mano y había sido humillada cuando una compañera se había metido con ella por llevar ropa que había pertenecido a su hermana mayor. Así que, para evitar que aquello volviera a suceder, elegía ropa que las niñas de su edad no se pondrían.


Por supuesto que Paula pensaba que había otra explicación sobre las elecciones que hacía, probablemente fuera una de esas cosas psicológicas, como miedo a resultar ridícula si intentaba estar atractiva y fallaba. Pero aquélla no era una razón para continuar vistiendo mal. ¿Verdad? No tenía que dejarse guiar por los resquicios que su infancia y su matrimonio habían dejado en su subconsciente. Probablemente no fuera la mujer más sexy del mundo, pero tampoco era la más fea. Estaba bien ponerse algo bonito que la complaciera, decidió finalmente.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 12




Pedro agradeció la información, pero quería saber por qué no eran compatibles. ¿Quería decir que no eran compatibles en la cama o en otro aspecto? Quería detalles. Estaba acostumbrándose a la curiosidad del pueblo muy deprisa, así que se sentó sonriendo y esperando que Paula, por su carácter hablador le respondiera a sus preguntas sin tener que preguntarlas.


—Tendré que venir muy temprano si voy a trabajar en el jardín —dijo ella decepcionándolo.


Obviamente no quería hablar de su divorcio. No podía culparla, a él tampoco le gustaba hablar sobre su ex prometida y las razones por las que habían roto.


—¿Por qué tan temprano?


—No me gusta el calor.


—Vives en Illinois —le recordó Pedro—. Los veranos aquí son cálidos y húmedos.


—Estamos a finales de mayo, sufrimos una ola de calor y yo me quemo en cinco minutos. Si tú quieres trabajar a mediodía, hazlo. Yo soy más sensata.


—No. Yo no tengo ni idea.


—¿Quieres decir que hay algo que el magnífico y poderoso Pedro Alfonso no puede hacer? ¿O es que no quieres ensuciarte las manos estos días? Supongo que estás demasiado ocupado zampando propiedades y ganando tu próximo millón de dólares.


—Deberías ponerte pantalones cortos si tanto te molesta el calor —respondió Pedro con el mismo tono irónico. Intentó imaginar a Paula con algo que no le estuviera cuatro tallas grande, pero no pudo—. Algo con menos… tela.


Paula tenía la piel más suave que había tocado. Se acordó de su tacto en sus callosos dedos adolescentes y de la frustración que sentía cuando se apartaba de él, asustada, cuando la cosa se ponía interesante. 


Aparentemente, y según la ropa que llevaba, todavía se sentía insegura con su cuerpo, aunque Pedro apostaría cualquier cosa a que era sensual. La forma que tenía de tocar las cosas, acariciando superficies con los dedos con un placer inconsciente, era lo que hacía que Pedro pensara de ese modo.


—No puedo llevar pantalones cortos. No quiero asustar a tu abuelo.


Pedro no pudo evitar reírse.


—El abuelo no es un mojigato. Quizá yo no haya prestado demasiada atención a sus obras de arte, pero sé que le gustan los desnudos.


Pedro sonrió al recordar a su abuelo enseñándole pinturas de mujeres desnudas, quizá porque sabía que eran más atractivas para un adolescente que los bodegones o las imágenes en las mañanas.


—Había una con el pelo largo que estaba de pie sobre una concha.


—El Nacimiento de Venus de Boticelli —dijo Paula. Se levantó y sacó un libro de una de las estanterías—. Aquí está.


—Es bonito.


—Lo sé. No tiene los pechos lo suficientemente grandes como para que te guste —comentó Paula al oír el poco entusiasmo de su voz—, pero la mayoría de las mujeres no pueden estar delgadas y llenar una talla cien de sujetador al mismo tiempo. No sin cirugía. Entonces, su pecho ni parece ni tiene un tacto natural, pero supongo que eso no te importa.


—No estoy tan obsesionado por los pechos grandes como tú crees —se defendió.


—Ya, claro.


—No, no lo estoy —le gustaban los pechos y punto. Era cierto que en una época había estado obsesionado, pero en aquellos momentos, la talla no lo era todo.


—Vale —Paula cruzó los brazos y lo miró con dureza—. ¿Cuándo fue la última vez que saliste con una mujer que no pareciera el póster central de Playboy?


Pedro lo pensó y se dio cuenta de que Paula tenía razón. Sólo había salido con mujeres que tenían medidas de un póster. La miró molesto y avergonzado al mismo tiempo.


—¿Se te ha ocurrido que he podido crecer un poco desde el instituto? —preguntó evitando responder.


—No. Los deportistas nunca crecen.


—A veces no tenemos otra opción.


Pedro se frotó la rodilla. Todavía le dolía de vez en cuando, cuando hacía frío en Chicago y soplaba aire del lago. Las antiguas heridas no lo molestaban normalmente, pero habían terminado con su carrera antes de que empezase.


Pedro


—Tengo que hacer una llamada —dijo odiando la forma en la que Paula lo había mirado. No había querido compasión por aquel entonces y no la quería ahora—. Pero si te molesta tanto el calor, deberías pensar en ponerte pantalones cortos —añadió suavemente.


—Sí, vale.


Pedro no sabía si se refería a ponerse pantalones cortos o a dejar un tema sobre el que no quería discutir. Paula era más directa que cuando eran niños, pero se daba cuenta, mejor que nadie, de lo que eran asuntos privados; aunque a veces continuara interrogando.



sábado, 8 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 11




Pedro tomó a Paula de la mano y tiró de ella hacia la biblioteca, donde había libros ordenados en estanterías que iban del suelo al techo. Se sentó en una silla y se frotó las sienes. Paula lo observaba mientras intentaba entender cómo había dejado que él la afectara tanto, creando un ambiente que no deseaba. Pedro era un tipo ruin. Ella había devuelto aquel bonito cuadro y lo único que había llamado la atención de él era su valor económico. Pedro Alfonso era el último hombre que Paula podía encontrar atractivo, en parte por su parecido a su ex marido y en parte porque era muy diferente a ella. A Pedro no le gustaban los pueblos pequeños, no le interesaba para nada el arte. Le preocupaba su abuelo, pero era conocido por ser un hombre de negocios sin sentimientos. 


Paula tenía la impresión de que si se enamoraba del Pedro adulto sería mucho más difícil sobrevivir que a su desengaño infantil.


La atracción física era agradable, pero era más importante respetar a alguien y tener cosas en común con esa persona.


Paula se mordió el labio y se sentó en una silla cercana, pensando en cómo en menos de una hora había pasado de no gustarle nada Pedro a… admirar sus bíceps. Necesitaba encontrar su fuerza de voluntad rápidamente. Pensar en tener una relación con alguien como su ex marido hizo que se le encogiera el estómago. No servía de nada que Pedro se hubiera disculpado. Bueno, que se hubiera disculpado, de alguna manera.


—Gracias por la ayuda —dijo Pedro después de un largo minuto—. Intentamos contratar un servicio de jardinería cuando murió la abuela, pero el abuelo no quiso. Él se las apañaba para cortar el césped y regar, pero no quería extraños en el jardín de la abuela ni en la casa.


—Pero yo soy tan extraña como cualquier otra persona de Divine. Aquí nos conocemos los unos a los otros y probablemente se familiarizaría con la persona que trabajara en el jardín.


—Contigo es diferente. No sé por qué. Quizá sea porque fuiste alumna suya y porque te recomendó para el trabajo. Nos cuesta mucho arrancarle alguna palabra, pero cuando se ha dado cuenta de que estabas aquí ha empezado a hablar.


—Es porque tenemos algo en común.


—Lo sé. El arte. Pero he intentado que viera a sus amigos y a otros profesores de la universidad y nada ha funcionado. Tiene que haber algo diferente en ti.


Paula pensó que no sólo era arte, era un profundo aprecio por el amor y la belleza. A menos que alguien pudiera conectar a ese nivel, no sería lo mismo.


—El jardín parece muy importante para él.


—Sí, pero no te preocupes, no tienes que trabajar en él.


—¿Y si quiero trabajar en él? ¿Y si cumplir mi palabra es importante para mí?


—El abuelo no es él mismo. Mañana no recordará lo que ha ocurrido, probablemente no lo recuerde ahora.


—Yo no estoy tan segura de eso. Pero no importa porque yo sí que lo recordaré —dijo Paula lo más amablemente posible. No estaba tan convencida como Pedro de que su abuelo lo olvidaría. Algo en la cara del viejo profesor había indicado más lucidez de la que su familia parecía creer.


—Te estoy diciendo que es igual —respondió Pedro exasperado.


Paula intentó no enfadarse. Aun si Pedro era un insensible deportista, ella debía ser comprensiva. Después de todo, había regresado a Divine para ayudar a su abuelo. Mucha gente no se hubiera molestado o hubiera contratado a alguien que se ocupara de todo.


—Si no quieres tenerme cerca tanto tiempo me podrías ayudar a hacerlo más rápido.


—No es que no quiera tenerte cerca. Pero el jardín tiene más trabajo del que piensas.


—Eso no importa. Me gusta estar ocupada y tener cosas que hacer. Mis clases han terminado y tengo mucho tiempo libre, excepto los jueves que reparto comida a los presos o cuando tengo reuniones. También trabajo como voluntaria en la residencia de ancianos dos veces al mes, pero, de todas formas, no se trabaja en el jardín por la noche.


—¿Qué haces en la residencia de ancianos? Supongo que impartes alguna clase.


La cara de Paula se ablandó. Pedro no tenía por qué saber de sus múltiples actividades como voluntaria, probablemente pensaría que era provinciano estar involucrado en asuntos de la comunidad a pequeña escala.


—Soy la encargada de leer los números del bingo.


—¿La encargada de leer los números del bingo?


—Sí. Es mejor que el strip póquer.


—No me gusta el bingo, pero no me importaría jugar al strip póquer. Podríamos jugar ahora si quieres, pero tengo que advertirte que soy muy bueno formando escaleras.


—Eres patético. Ve a jugar con una de tus ex novias.


—Están todas casadas.


—Afortunadamente no contigo.


—Sí, hice bien en escapar. ¿Tú me ves conduciendo una furgoneta y bañando al perro todos los domingos?


—Sólo si desarrollas amnesia o te hacen un transplante de personalidad.


—¿Has visto lo que es la vida? He estado a salvo de que alguien llegara a domesticarme.


Pedro sonrió mientras que Paula puso los ojos en blanco, aunque pudo ver un indicio de risa en ellos. Después de la escena con su abuelo, se sentía como si lo hubiera atropellado un camión. Pero Paula era aire fresco. Quizá no fuera mala idea tenerla por allí algunos días y si quería trabajar en el jardín de su abuelo, estaba bien. Se daría por vencida enseguida. Estaba acostumbrada a enseñar, no al trabajo físico.


—¿Por qué no te has casado? —preguntó Pedro.


—¿Quién dice que no lo he hecho?


La idea de que Paula pudiera estar casada o incluso, que podía haber estado casada alguna vez, lo molestaba.


—Es que utilizas tu apellido de soltera y no llevas anillo.


—Y tú piensas que eres moderno. Vivimos en el siglo XXI, muchas mujeres no llevan anillo o no se ponen el apellido de sus maridos —Paula giró la cabeza, sus rizos rubios volaron por el aire y Pedro recordó cómo solía recogerse el pelo en una coleta dejando un flequillo que le tapaba los ojos.


Nadie había mirado sus ojos en los viejos tiempos y también era una pena. 


Eran claros, azules y brillantes y emitían cualquier emoción que ella intentaba ocultar. A él le gustaban los ojos grandes. También le gustaba que las mujeres tuvieran otras partes de su cuerpo grandes, pero los ojos eran importantes.


—¿Me estás diciendo que estás casada? —la miraba convencido de que la respuesta era no, pero queriendo oír la confirmación. Había tonteado con ella y tontear con mujeres casadas se lo tenía prohibido.


—Divorciada —respondió con la boca pequeña— y antes de que hagas una asunción estúpida, fui yo quien lo dejó. Éramos incompatibles.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 10





Aquello también fue una conmoción. Paula había sido tímida en todas sus clases, especialmente cuando había estado dando clases a Pedro y sus sentimientos oscilaban entre el encaprichamiento y el odio. Aunque era amable con sus alumnos. Paula nunca había esperado que el profesor Alfonso prestara atención a una alumna más joven de lo normal que se sentaba al fondo de la clase. Sin duda, no había parecido reconocerla en el reciente mercadillo.


—Gracias, señor. Le agradezco su confianza.


—Está bien merecida.


Los ojos de profesor comenzaron a ver borroso cuando miró de nuevo hacia el jardín. Era hermoso, aunque estaba descuidado. Paula podía sentir el amor que perduraba en aquel lugar y supo que también había belleza en el recuerdo del amor. Su amor había cambiado de forma y no era palpable, pero tampoco se había perdido.


—Prometes arreglarlo para el Pequeño Sargento —susurró el profesor Alfonso. Era una afirmación más que una pregunta.


—¿El Pequeño Sargento? —preguntó Paula.


—Mi abuela —respondió Pedro.


Paula pensó si era una promesa que podía cumplir, ya que nunca se había dedicado a la jardinería y estaba segura de que Pedro no iba a querer tenerla cerca más tiempo del necesario; pero sintió la llamada de trabajar con la tierra y de pintar con seres que crecían y si, además, podía ayudar al profesor Alfonso ¿cómo iba a negarse?


—Sí, lo prometo. Quizá podamos contratar a un jardinero, lo arreglaría todo en unos días.


—No. No en su jardín. No lo permitiré.


—Esta bien —dijo Paula suavemente—. Pero hace demasiado calor para trabajar aquí fuera ahora mismo. Vamos dentro, comenzaré mañana por la mañana.


Lo llevaron dentro, donde se sentó en la misma silla que antes, pero en lugar de quedarse ensimismado, miraba hacia fuera.


—Me lo has prometido.


—Sí, se lo he prometido.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 9





Ya que Paula había sido tan cuidadosa, Pedro también observó los cuadros que llevaba, aunque no sabía qué era lo que estaba buscando. Quitó unas cuantas arañas con sus telas, aunque éstas no hacían ningún daño.


—¿Necesitas algo más? —preguntó Pedro cuando hubieron bajado unas cuantas cargas y llenado una parte de la habitación con pinturas. El reconocía algunas de ellas de cuando habían estado colgadas en la casa; otras eran desconocidas.


—No, gracias —abrió su maletín y sacó cuadernos y lupas—. No dejes que te entretenga.


Pedro frunció el ceño. Otra vez, estaba siendo despedido. Intentó recordar que Paula era una profesora de universidad y que estaba acostumbrada a tratar con alumnos, sólo que él no era un estudiante, estaban en la casa de su abuelo y él todavía quería saber más sobre ella.


Paula parecía tener una curiosa y atractiva paz interior, pero eso no era todo. Era diferente a las mujeres que conocía. Ella no escondía sus sentimientos tras una sofisticada apariencia y parecía una mujer dispuesta.


—¿Cuánto tiempo pasaste en Europa en tus viajes de estudiante? —preguntó mientras daba la vuelta a una silla y se sentaba a horcajadas.


—Pensé que estabas ocupado —contestó ella sobresaltada.


Pedro se encogió de hombros y sonrió. Sí que tenía trabajo, mucho. Tenía que revisar y firmar contratos y proyectos, tenía negociaciones pendientes, tenía que hacer llamadas, mandar emails y mucho papeleo que revisar. Mucho dinero dependía de la atención que le prestara a sus negocios, pero, en aquel momento, prefería hablar con Paula. Ese sentimiento le recordó que ella era una distracción que podía llegar a ser problemática.


—He decidido tomarme un pequeño descanso. 


¿Cuánto tiempo?


—La primera vez, tres meses y la segunda, seis. También hice un curso intensivo en la Sorbona unos cuantos meses.


Aunque él esperaba que Paula no parara de hablar como siempre, ella se inclinó sobre un pequeño cuadro y comenzó a examinarlo como si le fuera la vida en ello.


—¿Qué fue lo que más te gustó?


—¿Por qué estás todavía aquí? —respondió mientras tiraba un cuaderno encima de la mesa y lo miraba.


—¿No quieres que termine el inventario rápidamente? Estoy segura de que soy la última mujer con la que quieres pasar el rato, siempre has preferido mujeres con una talla de sujetador mayor que su puntuación en un test de inteligencia.


—Mira, si te sirve…bueno, yo… siento cómo me comporté cuando éramos niños. Fui un estúpido, vale. Tienes todo el derecho a odiarme.


—No tiene nada que ver con cuando éramos niños. Es que, obviamente, no has cambiado, prácticamente tienes «ex deportista» tatuado en la frente.


No era difícil adivinar que los ex deportistas no eran el tipo de hombre preferido de Paula. Tenía que estar claro considerando la forma en la que no había podido controlar sus incómodos pensamientos sobre ella. Pero desde después del accidente, le disgustaba que lo llamaran deportista. Estaba a punto de decirlo cuando Paula se adelantó:
—Y además, no te odio —añadió.


—Sí, claro.


—Es sólo que no me gustas mucho —admitió y entonces, sintió cómo se sonrojaba—. Lo… siento —se llevó las manos a las mejillas y miró de reojo para ver lo enfadado que estaba Pedro. 


Para su sorpresa, parecía complacido.


—Ésa es una de las pocas cosas honestas que una mujer me ha dicho nunca —murmuró pensando en la que una vez había sido su prometida, Sandra, diciendo que lo adoraba solamente para continuar acostándose con él. Una cosa que había aprendido al dejar Divine era que en las mujeres de las ciudades se podía confiar menos que en las de los pueblos.


Dios, qué estúpido había sido con Sandra. Había estado tan locamente enamorado que no había visto la realidad. Incluso había golpeado a su mejor amigo por sugerir que ella no se caracterizaba por su virtud. Pedro hizo una mueca al recordar su enfado y la sangre que salía del corte en el ojo hinchado de su amigo.


—No conoces a las mujeres adecuadas —comentó Paula interrumpiendo sus pensamientos.


Se encogió de hombros. No importaba.


Después de aceptar la verdad sobre Sandra, había decidido que no tenía ningún sentido casarse cuando podía disfrutar de romances transitorios con mujeres de mentalidad parecida.


—Silvia opina lo mismo, pero no entiende que… —se paralizó al oír una voz en el primer piso.


Pedro bajó las escaleras rápidamente y Paula lo siguió. Nunca había oído la voz del profesor Alfonso enfadada.


—No… no me lo puedo creer… tanto desorden. El Pequeño Sargento nunca hubiera permitido esta desgracia. Tengo que ordenar este lugar… nunca había estado tan mal… ¿De dónde sale todo esto?


Las puertas correderas que daban al jardín estaban abiertas y el señor Alfonso estaba rompiendo unas flores que había junto a la casa.


—Abuelo, por favor, entra en casa. Te prometo que lo arreglaremos todo —dijo Pedro agachándose a su lado.


—Déjame en paz. Es culpa mía. Nunca debí permitir que esto pasara. Le hará tan infeliz. No puedo soportar que ella no sea feliz —continuó arrancando la hierba larga con sus blancas y temblorosas manos.


—Por favor, abuelo, yo me ocuparé de eso —Pedro tomó a su abuelo por el brazo, pero éste se soltó enfadado. Pedro miró a Paula con una expresión de dolor.


—No sé qué hacer —murmuró.


—Está bien, profesor Alfonso, nosotros nos ocuparemos del jardín —dijo sin pensarlo mientras se arrodillaba y le ponía la mano en el hombro al anciano.


Su voz tranquila pareció tener más efecto que la voz frenética de Pedro. El anciano se volvió y dijo:
—La decepcionará tanto…


—Entonces nosotros lo arreglaremos para que no se decepcione.


—Era tan hermoso… —explicó mientras la lágrimas caían por sus mejillas—. Ella pintó este jardín para mí. Un lienzo vivo. El arte, jovencita, no se limita a los museos.


Aquello último sonaba tanto a las clases del viejo profesor Alfonso que Paula sonrió.


—El arte es el cómplice del amor —dijo Paula, aunque no acabó la cita que tanto le había oído decir en sus clases… «Si quitas el amor, ya no hay más arte».
No creía necesario recordarle que le habían quitado a su amor.


—Siempre fue una excelente estudiante, señorita Chaves.


El hecho de que recordase su nombre sobresaltó a Paula e hizo que mirara a Pedro, que estaba tan sorprendido como ella.


—Gracias, profesor. Estoy enseñando en la universidad.


—Sí, yo la recomendé para el puesto cuando me jubilé.