domingo, 9 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 14





A las cuatro, Paula admitió su derrota y puso el trabajo a un lado. Había una boutique en el centro de Divine que tenía ropa bonita. Había visto su escaparate muchas veces y se había sentido tentada a entrar. Quizá entonces fuera el momento. No sabía si tendría agallas para vestirse de forma diferente delante de Pedro y arriesgarse a que se riera de ella, pero nunca lo sabría si no lo intentaba. Además, él la había desafiado al decirle lo de los pantalones cortos. Pedro no pensaba que Paula fuera a hacerlo.


Había oído el teléfono y a Pedro caminando por el vestíbulo unas cuantas veces, probablemente para comprobar que su abuelo estaba bien, pero aparte de aquello, la casa estaba en silencio.


—¿Pedro? —dijo al llamar a la puerta de donde él había salido antes—. Me voy ya. Volveré mañana temprano. ¡Ah! Me llevo algunos libros de jardinería.


La puerta se abrió cuando ella se estaba dando la vuelta.


—¿Algún descubrimiento en cuanto a los cuadros?


—Bueno, no he encontrado ningún Picasso ni ningún Rembrandt, pero hay piezas de valor. Es increíble que estuvieran almacenadas en el desván de esa forma.


—El abuelo se rindió cuando murió la abuela. Vivían el uno para el otro.


—Yo creo que puede mejorarse.


—No. Yo no creo en el conejo de Pascua, Papá Noel o el ratoncito Pérez. Esto es lo que hay.


—¿No quieres que mejore?


—Claro que sí —las palabras prácticamente explotaron en su boca. Cerró los ojos e intentó calmarse. Después de un minuto volvió a mirar a Paula—. El médico dice que el abuelo sufre demencia senil y que probablemente viene de lejos. Alguien en la familia tiene que ser realista y hacer frente a los hechos, y parece que soy el único dispuesto a hacerlo.


—¿Hechos?


—Sí. Hemos probado medicación y varias formas de terapia mental y física y ninguna de ellas ha ayudado. Es obvio que no puede permanecer en la casa, y más cuando no está dispuesto a permitir que contratemos a alguien para que se ocupe de él.


—Pero…


—No. El abuelo te vendió ese cuadro de la abuela, ¿por cuánto?


—Cinco dólares.


—Y vale veinte mil. ¿Te parece que pueda cuidar de sí mismo?


Paula agitó la cabeza con una expresión de aflicción en su cara y Pedro sintió el mismo dolor que cuando le dijeron que no podía seguir jugando al fútbol. Sólo que esa vez era mucho peor.


Habían perdido a la abuela y parecía que también estaban perdiendo al abuelo. Y allí estaba él, perdiendo el control de la forma que odiaba hacerlo, pagando con Paula su enfado y frustración, igual que había hecho hacía catorce años.


Los pequeños pueblos eran así. Las vidas se entrelazaban unas con otras y las viejas cicatrices se abrían. Aun así, Pedro recordaba los buenos momentos que había pasado con Paula en el hospital cuando ella olvidaba que lo odiaba. Momentos en los que él había sido capaz de olvidar que el médico le había dicho que no jugaría más al fútbol. Momentos que habían sido posibles gracias a que Paula era inteligente, tímida y a que besaba muy bien cuando no le preocupaba que les pudieran pillar.


—¿Qué harías si intentara que me dieras un beso? ¿Por los viejos tiempos?


—Pensaría que estás aburrido.


Una parte de él estaba aburrido por estar fuera de su casa y su vida normal, pero ésa no era la razón por la que había preguntado. Paula lo perturbaba. A ella no le gustaba él, cosa que no tenía por qué preocuparle, pero que comenzaba a fastidiarlo.


—No estoy aburrido. Tengo demasiado trabajo como para estar aburrido. Sólo me lo estaba planteando. Antes no me decías que no y te apostaría algo a que incluso considerabas llegar a algo más que besos y flirteo.


—Sí, pero también he crecido y he descubierto que algunos hombres son muy atractivos, pero no tienen sustancia.


—¿Estás hablando de mí o de tu ex marido?


Paula se enfadó, pero sonrió y le dio unas palmaditas en la mejilla.


—¿Qué te ha pasado, Pedro? Has perdido tu tacto. Antes encandilabas mejor a las chicas para que te besaran.


—¿Eso es por lo que tú me besabas, porque estabas encandilada?


—Quizá pensaba que había un chico agradable bajo esa estúpida apariencia de macho. Desgraciadamente, estaba equivocada.


—Lo creas o no, la gente cambia. Tómate algo de tiempo para conocerme de nuevo y quizá te sorprenda —dijo. 


Entonces le dedicó una encantadora sonrisa, la que en el pasado solía funcionarle.


Paula entrecerró los ojos y Pedro supo que estaba luchando entre los instintos y la honestidad.


—¿Qué te parece? —preguntó él.


—No hay suficiente tiempo en el mundo para eso —dijo mientras se daba la vuelta y caminaba resueltamente.


Pedro se rió mientras Paula desaparecía por las escaleras. La honestidad había ganado




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