domingo, 9 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 12




Pedro agradeció la información, pero quería saber por qué no eran compatibles. ¿Quería decir que no eran compatibles en la cama o en otro aspecto? Quería detalles. Estaba acostumbrándose a la curiosidad del pueblo muy deprisa, así que se sentó sonriendo y esperando que Paula, por su carácter hablador le respondiera a sus preguntas sin tener que preguntarlas.


—Tendré que venir muy temprano si voy a trabajar en el jardín —dijo ella decepcionándolo.


Obviamente no quería hablar de su divorcio. No podía culparla, a él tampoco le gustaba hablar sobre su ex prometida y las razones por las que habían roto.


—¿Por qué tan temprano?


—No me gusta el calor.


—Vives en Illinois —le recordó Pedro—. Los veranos aquí son cálidos y húmedos.


—Estamos a finales de mayo, sufrimos una ola de calor y yo me quemo en cinco minutos. Si tú quieres trabajar a mediodía, hazlo. Yo soy más sensata.


—No. Yo no tengo ni idea.


—¿Quieres decir que hay algo que el magnífico y poderoso Pedro Alfonso no puede hacer? ¿O es que no quieres ensuciarte las manos estos días? Supongo que estás demasiado ocupado zampando propiedades y ganando tu próximo millón de dólares.


—Deberías ponerte pantalones cortos si tanto te molesta el calor —respondió Pedro con el mismo tono irónico. Intentó imaginar a Paula con algo que no le estuviera cuatro tallas grande, pero no pudo—. Algo con menos… tela.


Paula tenía la piel más suave que había tocado. Se acordó de su tacto en sus callosos dedos adolescentes y de la frustración que sentía cuando se apartaba de él, asustada, cuando la cosa se ponía interesante. 


Aparentemente, y según la ropa que llevaba, todavía se sentía insegura con su cuerpo, aunque Pedro apostaría cualquier cosa a que era sensual. La forma que tenía de tocar las cosas, acariciando superficies con los dedos con un placer inconsciente, era lo que hacía que Pedro pensara de ese modo.


—No puedo llevar pantalones cortos. No quiero asustar a tu abuelo.


Pedro no pudo evitar reírse.


—El abuelo no es un mojigato. Quizá yo no haya prestado demasiada atención a sus obras de arte, pero sé que le gustan los desnudos.


Pedro sonrió al recordar a su abuelo enseñándole pinturas de mujeres desnudas, quizá porque sabía que eran más atractivas para un adolescente que los bodegones o las imágenes en las mañanas.


—Había una con el pelo largo que estaba de pie sobre una concha.


—El Nacimiento de Venus de Boticelli —dijo Paula. Se levantó y sacó un libro de una de las estanterías—. Aquí está.


—Es bonito.


—Lo sé. No tiene los pechos lo suficientemente grandes como para que te guste —comentó Paula al oír el poco entusiasmo de su voz—, pero la mayoría de las mujeres no pueden estar delgadas y llenar una talla cien de sujetador al mismo tiempo. No sin cirugía. Entonces, su pecho ni parece ni tiene un tacto natural, pero supongo que eso no te importa.


—No estoy tan obsesionado por los pechos grandes como tú crees —se defendió.


—Ya, claro.


—No, no lo estoy —le gustaban los pechos y punto. Era cierto que en una época había estado obsesionado, pero en aquellos momentos, la talla no lo era todo.


—Vale —Paula cruzó los brazos y lo miró con dureza—. ¿Cuándo fue la última vez que saliste con una mujer que no pareciera el póster central de Playboy?


Pedro lo pensó y se dio cuenta de que Paula tenía razón. Sólo había salido con mujeres que tenían medidas de un póster. La miró molesto y avergonzado al mismo tiempo.


—¿Se te ha ocurrido que he podido crecer un poco desde el instituto? —preguntó evitando responder.


—No. Los deportistas nunca crecen.


—A veces no tenemos otra opción.


Pedro se frotó la rodilla. Todavía le dolía de vez en cuando, cuando hacía frío en Chicago y soplaba aire del lago. Las antiguas heridas no lo molestaban normalmente, pero habían terminado con su carrera antes de que empezase.


Pedro


—Tengo que hacer una llamada —dijo odiando la forma en la que Paula lo había mirado. No había querido compasión por aquel entonces y no la quería ahora—. Pero si te molesta tanto el calor, deberías pensar en ponerte pantalones cortos —añadió suavemente.


—Sí, vale.


Pedro no sabía si se refería a ponerse pantalones cortos o a dejar un tema sobre el que no quería discutir. Paula era más directa que cuando eran niños, pero se daba cuenta, mejor que nadie, de lo que eran asuntos privados; aunque a veces continuara interrogando.



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