sábado, 8 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 11




Pedro tomó a Paula de la mano y tiró de ella hacia la biblioteca, donde había libros ordenados en estanterías que iban del suelo al techo. Se sentó en una silla y se frotó las sienes. Paula lo observaba mientras intentaba entender cómo había dejado que él la afectara tanto, creando un ambiente que no deseaba. Pedro era un tipo ruin. Ella había devuelto aquel bonito cuadro y lo único que había llamado la atención de él era su valor económico. Pedro Alfonso era el último hombre que Paula podía encontrar atractivo, en parte por su parecido a su ex marido y en parte porque era muy diferente a ella. A Pedro no le gustaban los pueblos pequeños, no le interesaba para nada el arte. Le preocupaba su abuelo, pero era conocido por ser un hombre de negocios sin sentimientos. 


Paula tenía la impresión de que si se enamoraba del Pedro adulto sería mucho más difícil sobrevivir que a su desengaño infantil.


La atracción física era agradable, pero era más importante respetar a alguien y tener cosas en común con esa persona.


Paula se mordió el labio y se sentó en una silla cercana, pensando en cómo en menos de una hora había pasado de no gustarle nada Pedro a… admirar sus bíceps. Necesitaba encontrar su fuerza de voluntad rápidamente. Pensar en tener una relación con alguien como su ex marido hizo que se le encogiera el estómago. No servía de nada que Pedro se hubiera disculpado. Bueno, que se hubiera disculpado, de alguna manera.


—Gracias por la ayuda —dijo Pedro después de un largo minuto—. Intentamos contratar un servicio de jardinería cuando murió la abuela, pero el abuelo no quiso. Él se las apañaba para cortar el césped y regar, pero no quería extraños en el jardín de la abuela ni en la casa.


—Pero yo soy tan extraña como cualquier otra persona de Divine. Aquí nos conocemos los unos a los otros y probablemente se familiarizaría con la persona que trabajara en el jardín.


—Contigo es diferente. No sé por qué. Quizá sea porque fuiste alumna suya y porque te recomendó para el trabajo. Nos cuesta mucho arrancarle alguna palabra, pero cuando se ha dado cuenta de que estabas aquí ha empezado a hablar.


—Es porque tenemos algo en común.


—Lo sé. El arte. Pero he intentado que viera a sus amigos y a otros profesores de la universidad y nada ha funcionado. Tiene que haber algo diferente en ti.


Paula pensó que no sólo era arte, era un profundo aprecio por el amor y la belleza. A menos que alguien pudiera conectar a ese nivel, no sería lo mismo.


—El jardín parece muy importante para él.


—Sí, pero no te preocupes, no tienes que trabajar en él.


—¿Y si quiero trabajar en él? ¿Y si cumplir mi palabra es importante para mí?


—El abuelo no es él mismo. Mañana no recordará lo que ha ocurrido, probablemente no lo recuerde ahora.


—Yo no estoy tan segura de eso. Pero no importa porque yo sí que lo recordaré —dijo Paula lo más amablemente posible. No estaba tan convencida como Pedro de que su abuelo lo olvidaría. Algo en la cara del viejo profesor había indicado más lucidez de la que su familia parecía creer.


—Te estoy diciendo que es igual —respondió Pedro exasperado.


Paula intentó no enfadarse. Aun si Pedro era un insensible deportista, ella debía ser comprensiva. Después de todo, había regresado a Divine para ayudar a su abuelo. Mucha gente no se hubiera molestado o hubiera contratado a alguien que se ocupara de todo.


—Si no quieres tenerme cerca tanto tiempo me podrías ayudar a hacerlo más rápido.


—No es que no quiera tenerte cerca. Pero el jardín tiene más trabajo del que piensas.


—Eso no importa. Me gusta estar ocupada y tener cosas que hacer. Mis clases han terminado y tengo mucho tiempo libre, excepto los jueves que reparto comida a los presos o cuando tengo reuniones. También trabajo como voluntaria en la residencia de ancianos dos veces al mes, pero, de todas formas, no se trabaja en el jardín por la noche.


—¿Qué haces en la residencia de ancianos? Supongo que impartes alguna clase.


La cara de Paula se ablandó. Pedro no tenía por qué saber de sus múltiples actividades como voluntaria, probablemente pensaría que era provinciano estar involucrado en asuntos de la comunidad a pequeña escala.


—Soy la encargada de leer los números del bingo.


—¿La encargada de leer los números del bingo?


—Sí. Es mejor que el strip póquer.


—No me gusta el bingo, pero no me importaría jugar al strip póquer. Podríamos jugar ahora si quieres, pero tengo que advertirte que soy muy bueno formando escaleras.


—Eres patético. Ve a jugar con una de tus ex novias.


—Están todas casadas.


—Afortunadamente no contigo.


—Sí, hice bien en escapar. ¿Tú me ves conduciendo una furgoneta y bañando al perro todos los domingos?


—Sólo si desarrollas amnesia o te hacen un transplante de personalidad.


—¿Has visto lo que es la vida? He estado a salvo de que alguien llegara a domesticarme.


Pedro sonrió mientras que Paula puso los ojos en blanco, aunque pudo ver un indicio de risa en ellos. Después de la escena con su abuelo, se sentía como si lo hubiera atropellado un camión. Pero Paula era aire fresco. Quizá no fuera mala idea tenerla por allí algunos días y si quería trabajar en el jardín de su abuelo, estaba bien. Se daría por vencida enseguida. Estaba acostumbrada a enseñar, no al trabajo físico.


—¿Por qué no te has casado? —preguntó Pedro.


—¿Quién dice que no lo he hecho?


La idea de que Paula pudiera estar casada o incluso, que podía haber estado casada alguna vez, lo molestaba.


—Es que utilizas tu apellido de soltera y no llevas anillo.


—Y tú piensas que eres moderno. Vivimos en el siglo XXI, muchas mujeres no llevan anillo o no se ponen el apellido de sus maridos —Paula giró la cabeza, sus rizos rubios volaron por el aire y Pedro recordó cómo solía recogerse el pelo en una coleta dejando un flequillo que le tapaba los ojos.


Nadie había mirado sus ojos en los viejos tiempos y también era una pena. 


Eran claros, azules y brillantes y emitían cualquier emoción que ella intentaba ocultar. A él le gustaban los ojos grandes. También le gustaba que las mujeres tuvieran otras partes de su cuerpo grandes, pero los ojos eran importantes.


—¿Me estás diciendo que estás casada? —la miraba convencido de que la respuesta era no, pero queriendo oír la confirmación. Había tonteado con ella y tontear con mujeres casadas se lo tenía prohibido.


—Divorciada —respondió con la boca pequeña— y antes de que hagas una asunción estúpida, fui yo quien lo dejó. Éramos incompatibles.



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