domingo, 9 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 13




—¿Crecido? —murmuró Paula minutos más tarde mientras miraba los libros de las estanterías de la biblioteca.


—Ya.


Sacó algunos libros sobre jardinería. 


¿Era tan complicado? Se trataba de plantar algo en el suelo que crecería. 


Era simple. Al igual que Pedro. No era que Pedro fuera estúpido, pero usaba su cabeza de la misma manera en que solía jugar al fútbol: como un bulldog que corría hacia delante sin mirar a los lados. No había ni un ápice de delicadeza en su cuerpo, lo que, probablemente, él habría encontrado útil como promotor inmobiliario. Tampoco era que los deportistas fueran retrasados, aunque a menudo se comportaban como tal.


Paula suspiró al recordar a su ex marido. A ella no le había importado que Butch no hubiera terminado la universidad, pero, al parecer, a él sí le molestaba. De manera extraña, parecía sentirse orgulloso y resentido a la vez porque su mujer se hubiera doctorado joven. Poco después, ella había odiado la manera burlona en que la llamaba «Doctora Sanders».


—No lo pienses —se dijo Paula.


Se sentó en una de las sillas y comenzó a leer. Sólo veinte minutos más tarde decidió que la jardinería no era tan sencilla como pensaba. Entre los distintos tipos de tierra, la concentración de humedad y el grado de acidez, la cantidad de sol que debían recibir o no y otros cientos de cosas, era un milagro que algo creciera.


Paula cerró los ojos y pudo ver colores y texturas de plantas y se imaginó el tacto de la tierra entre sus dedos. Se levantó, miró por la ventana y se movió de un cuarto a otro, buscando más ventanas. Las ventanas eran como marcos de cuadros y se imaginaba pintando un jardín entre aquellos marcos: flores, caminos serpenteantes, agua saltando en fuentes y estanques y una miríada de colores y formas.


—Si cuesta tanto trabajo pensar, no sé por qué alguien debería molestarse —interrumpió Pedro.


—¿Por qué entras a hurtadillas?


—No he entrado a hurtadillas, he entrado andando.


—Probablemente, para ti sea lo mismo.


—Sigue así y no te daré de comer.


—Iré por algo —dijo Paula sorprendida al ver que era casi la una.


—He encargado comida china.


—No espero que me des de comer. Puedo traerme algo.


—Claro que te voy a dar de comer. Pero no te preocupes, puedes llevarte la comida a otra habitación si soy tan mala compañía.


No respondió y cuando llegó la comida, los tres se sentaron en la mesa de la cocina. El profesor Alfonso comió mecánicamente sin mirar nada, mientras que Paula comió tratando de mirar cualquier cosa que no fuera Pedro. Por alguna razón el muy cínico se estaba divirtiendo a su costa, aunque no era nada nuevo. Siempre había bromeado sobre su ropa, su pelo y todo lo demás. 


Paula se entristeció al recordar que todavía le ponía fácil a Pedro que se riera de ella. Su ropa tenía demasiada tela… colgaba de ella como si hubiera perdido veinte kilos.


¿Pantalones cortos?


Pensó si tenía algún par de pantalones cortos que fueran sexys sin ser escandalosos para no ofender al profesor Alfonso. El día anterior, Silvia llevaba pantalones cortos y una camiseta ajustada, aunque con las nietas probablemente se fuera más flexible.


—No has comido casi nada —observó Pedro mientras Paula ponía las sobras en la nevera, donde había más sobras.


—Estoy a dieta. Esta camisa solía quedarme bien y estoy intentando no volver a rellenarla.


Era una mentira, pero, por primera vez, no le importaba.


—¿Te valía? —la miró y se rió—. Ni hablar. Nunca has sido lo suficientemente grande como para llenar esa camisa.


—Y tú qué sabes —murmuró ella.


—Lo sé.


Riéndose entre dientes y agitando la cabeza, Pedro encendió el aire acondicionado y se dirigió a su ordenador y su fax mientras Paula regresaba a su inventario. 


Cuidadosamente, documentaba la información de cómo iba realizando su evaluación y anotaba temas sobre los que investigar… sólo para encontrarse golpeando el papel con el lápiz y pensando sobre su vestuario.


¿Tenía unos pantalones cortos decentes? No los desgastados y cortados que se había puesto para ayudar a los jóvenes de la iglesia a limpiar coches y así recaudar fondos, sino unos que hicieran que Pedro se tragara sus palabras sobre su manera de vestir.


Paula apoyó la barbilla en una mano. 


Haber vuelto a ver a Pedro había desencadenado una serie de pensamientos junto con una serie de altibajos emocionales. Parecía como si toda su vida hubiera evitado ser advertida. Se habían movido de un lado a otro. La salud había apartado a su padre del trabajo frecuentemente y finalmente, se habían establecido en Divine cuando ella estaba en el octavo curso. La ropa le llegaba, principalmente, de tiendas de segunda mano y había sido humillada cuando una compañera se había metido con ella por llevar ropa que había pertenecido a su hermana mayor. Así que, para evitar que aquello volviera a suceder, elegía ropa que las niñas de su edad no se pondrían.


Por supuesto que Paula pensaba que había otra explicación sobre las elecciones que hacía, probablemente fuera una de esas cosas psicológicas, como miedo a resultar ridícula si intentaba estar atractiva y fallaba. Pero aquélla no era una razón para continuar vistiendo mal. ¿Verdad? No tenía que dejarse guiar por los resquicios que su infancia y su matrimonio habían dejado en su subconsciente. Probablemente no fuera la mujer más sexy del mundo, pero tampoco era la más fea. Estaba bien ponerse algo bonito que la complaciera, decidió finalmente.



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