sábado, 27 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 42



17 de diciembre


Paula contemplaba la playa por la ventana del comedor, tomando un zumo de naranja mientras Pedro se servía su tercera taza de café. 


Docenas de gaviotas perseguían a un niño que corría por la arena, lanzándoles migas de pan. 


Cada vez que una gaviota alcanzaba al vuelo una miga, el crío saltaba y gritaba de alegría. Se hallaba embebida en aquella escena: un jirón de normalidad en un mundo que se había vuelto loco. Pedro se apoyó en el marco de la ventana.


—Desde que llegué, no había visto a tanta gente en la playa.


—Es sábado y hace una mañana magnífica. Eso siempre atrae a la gente del interior. Además, este fin de semana hay una feria de artesanía en Fairhope. Sandra Birney me llamó para preguntarme si quería ir con ella.


—Y si no fuera por todo esto, habrías aceptado —repuso Pedro—.Te habría sentado muy bien salir un poco.


—No creo que hubiera tenido muchas ganas, aunque anoche dormí bien.


Pedro dejó su taza de café sobre el alféizar y se pasó una mano por el pelo.


—Me alegro de que por lo menos uno de los dos durmiera bien. Yo no hice más que dar vueltas y vueltas, pensando y pensando. Si no es Marcos Caraway quien está detrás de estas agresiones, entonces no tengo ni un solo sospechoso. Aun así, me resulta difícil imaginar que fuera simple causalidad que una explosión matara a Benjamin y a Juana justo antes de que un asesino empezara a atacarte. Eso significaría que fue una pura cuestión de azar que yo entrara en tu vida a tiempo de salvarte de morir ahogada, la otra noche.


—Mi abuela lo llamaría «un trabajo de ángeles».


—Creo que me habría gustado tu abuela.


—Estoy segura. Era maravillosa.


—¿Tu madre pensaba lo mismo de ella?


—No siempre. Recuerdo haberlas oído discutir cuando era pequeña, sobre todo cuando creían que estaba dormida.


—¿Sobre qué tipo de cosas solían discutir?


—Principalmente sobre el estilo de vida de mi madre. Mi abuela pensaba que debía establecerse y crear un hogar estable por mi bien. Y no le gustaba nada que mí madre tuviera un ejército de amantes entrando y saliendo de su vida. Estaba convencida de que eso me estaba corrompiendo.


Pero en lugar de ello había adoptado el comportamiento exactamente opuesto, cerrándose el amor y al compromiso.


Pedro la abrazó por la espalda, apoyando las manos sobre su abultado vientre.


—La pequeñita está muy tranquila esta mañana.


—Supongo que se estará preparando para la gran experiencia.


—Tengo que reconocer que yo también estoy expectante. Y emocionado. Háblame de Juana Brewster —le pidió—. ¿Siempre estuvisteis tan unidas?


—Sí, pero durante estos últimos años no nos veíamos demasiado. Ella estaba ocupada con Benjamin y yo con mi trabajo. Lo curioso es que por mucho que espaciáramos las visitas, enseguida que nos veíamos y empezábamos a hablar siempre era como en los viejos tiempos.


—¿Alguna vez trabajasteis juntas?


—No.


—¿Y negocios o inversiones conjuntas? ¿Le dejaste dinero o la avalaste para algún crédito?


—Nunca me pidió nada de eso.


—Solo una gran amiga —Pedro frunció el ceño—. Pasemos a Joaquin Hardison. Háblame de tu colaborador.


—¿Qué tipo de cosas quieres saber?


—Cómo es. Su personalidad, su carácter. ¿Está resentido contigo? ¿Celoso?


Paula negó con la cabeza.


—¿Te refieres a si quiere verme muerta?


—No te he preguntado eso.


—Pero lo estás pensando. No puedo hacer esto, Pedro. No puedo preguntarme si cada una de las personas que conozco puede desear verme muerta.


—No veo cómo vas a evitarlo. Si Marcos Caraway no ha intentado matarte, aunque todavía no estoy muy convencido de que no esté detrás de esto, entonces tiene que ser alguien más. Tenemos que encontrarlo y pararle los pies.


—No. No puedo. Me voy del Palo del Pelícano. No puedo seguir jugando al escondite con un asesino cuando estoy a punto de salir de cuentas.


—Ya te lo he dicho antes, Paula. Abandonar esta casa no cambiará nada.


—Para mí, sí.


Pedro le tomó las manos entre las suyas.


—Sé lo muy duro que es todo esto para ti, Paula, pero no puedo dejar que te vayas sola. Estoy en esto contigo. No hay otra forma.


—Puedes que estés en esto conmigo, pero no es lo mismo. Tus motivaciones son diferentes. Lo entiendo. Buscas a delincuentes y los detienes. Es tu oficio.


—Esta vez no, Paula. Hay más.


—Yo no quiero más. Ahora no.


Pedro esbozó una mueca, suspirando.


—¿De qué tienes miedo, Paula? ¿De un asesino o del hecho de que te gustara que te besase?


—Por favor, Pedro. No me hagas esto —intentó apartarse, pero él se lo impidió—.Ahora mismo solo puedo pensar en una cosa: en tener este bebé y en mantenerlo a salvo.


—Entonces tenemos diferentes motivaciones. Yo estoy pensado en los dos, en ti y en el bebé, y sé que ninguno de los dos estaréis a salvo hasta que ese asesino sea puesto entre rejas.


Las aguas del Golfo reverberaban como un manto de joyas bajo la luz del sol.


—Tengo un plan, Paula, pero para ponerlo en práctica tendremos que quedarnos aquí. No podrás poner un pie fuera de esta casa.


—Ya, quedarme como una prisionera.


—Es lo mismo que querías hacer tú, solo que alejándote de todos: de tus amigos, de tu médico, de un hombre que se preocupa por ti y que haría cualquier cosa con tal de mantenerte a salvo.


La abrazó tiernamente. El hielo que Paula sentía en su interior empezó a derretirse. Pedro parecía transmitirle, con su contacto, una cálida ternura y una fiera determinación.


—Escuchemos ese plan —cedió ella, sabiendo que ya había ganado la batalla.


—Mientras desayunamos.





A TODO RIESGO: CAPITULO 41




Paula estaba sentada en la cama intentando asimilar la nueva información que le había facilitado Pedro, la continua serie de pesadillas que no cesaban nunca. Se volvió para mirarlo.


—Si Marcos Caraway está en prisión, entonces es igual que me vaya a un hotel hasta que nazca la niña.


—Alguien te quiere muerta, Paula. Si no es Marcos Caraway, entonces es otra persona. Irte a un hotel no es la solución.


—No puedo aceptar lo que ha ocurrido esta noche, Pedro. Todo lo que ha sucedido me ha dejado física y emocionalmente agotada. Solo quiero tumbarme en la cama y dormir.


—Bien. Hablaremos por la mañana.


—Podremos hablar todo lo que quieras, pero te lo advierto: es impensable que pueda existir algún retorcido complot criminal contra Juana y contra mí. No hay razón para que nadie quiera matarme, excepto ese hombre que dices que ha sido detenido.


—Tengo unas cuantas ideas. Un nuevo plan que me gustaría poner en ejecución inmediatamente.


Paula negó con la cabeza.


—Por la mañana, Pedro. Si es que hay una mañana. Ahora voy a lavarme la cara y los dientes. Y si suena el teléfono antes de las diez, lo arrancaré de cuajo.


Pedro le tomó una mano y la hizo levantarse. Le parecía mentira que esa misma noche, hacía apenas unas horas, hubieran estado bailando en casa de Paloma. Y que la hubiera besado bajo una rama de muérdago, conmovido hasta lo más profundo de su ser.


—Después de esto —alzó la mirada hacia él—, si alguien me dice alguna vez la buenaventura y me asegura que voy a encontrarme con un alto, moreno y atractivo desconocido, lo mandaré al diablo.


—Así que atractivo, ¿eh?


—A esa conclusión llegaron todas las mujeres de la fiesta de esta noche —sonrió.


—Míralo de esta manera: piensa en todas las emociones que te habrías perdido si no me hubieras conocido.


—Una cosa es la emoción que sientes al cerrar un buen trato, o encontrar un estupendo vestido a un precio irrisorio… y otra muy distinta que te persiga un psicópata.


—Si alguien me dice alguna vez la buenaventura a mí y me asegura que voy a conocer a una dulce, inteligente y preciosa mujer en estado de buena esperanza, te aseguro que lo machacaré.


—Así que preciosa, ¿eh?


—Absolutamente —le acarició la mejilla con un dedo—. Si me necesitas en algún momento, llámame. Tengo el sueño ligero.


—¿No crees que el asesino volverá esta noche? —inquirió de pronto, temerosa.


—No lo creo. Imagino que ahora mismo estará tramando un nuevo plan. Si lo hace, las puertas y ventanas están bien aseguradas, y aun en el caso de que entrara, no podría moverse sigilosamente en esta casa. Descansa un poco. Confía en mí, soy capaz de oír cada crujido extraño que se produzca.


—Bien. Pero eso no significa que mañana vaya a aceptar tus planes. Solo te prometo que te escucharé.


—Me parece justo —pero de repente vaciló.


—¿Hay algo más?


—Es sobre el beso de esta noche.


—No necesitas explicarme nada, ni disculparte por ese beso. Ya sé que formaba parte de tu actuación. Una forma de convencer a todo el mundo de que éramos amantes.


—No —mientras le sostenía la mirada, una sonrisa nerviosa asomó a sus labios—. Ese beso no ha tenido nada que ver con este caso. Solo pensé que debías saberlo.


Antes de que ella tuviera tiempo de hacerle algún comentario, Pedro se marchó. Paula se llevó los dedos a los labios, y las emociones que la habían asaltado cuando se dejó besar bajo la rama de muérdago retornaron con inusitada fuerza. Tal vez estuviera sumida en graves problemas, pero todavía no estaba muerta. Se quedó mirando su abultado vientre en el espejo.


—¿Qué te parece, pequeñita? No es que ande buscando un protector, pero si así fuera, ese hombre sería el primero de la lista —sintió una patadita. Y lo interpretó como una respuesta—: consideraré eso como un voto de aprobación.
Pero nada de eso importaba. Lo único que importaba era la salvación del bebé. Una criatura a quien, a esas alturas, amaba ya más que a sí misma. Una criatura a la que tendría que entregar en adopción nada más nacer. De la misma forma que Pedro Alfonso desaparecería de su vida tan pronto como su agresor fuera arrestado. Y quizá incluso antes.


La vida, ¿siempre era así de injusta? Ya tenía la respuesta a eso. Si la vida hubiera sido justa Juana habría seguido viva y ahora mismo estaría a punto de tener a su niña. Y Paula, esa misma noche… estaría durmiendo en los brazos de Pedro Alfonso.



A TODO RIESGO: CAPITULO 40




Pedro se quedó contemplando a Paula mientras hacía la maleta. Seguía de pie en el mismo lugar, intentando asimilar lo que ella acababa de decirle, cuando sonó su móvil. Podía entender su miedo y su deseo de escapar, pero aún tenía la esperanza de hacerla entrar en razón.


—Debemos de estar en contacto telepático —pronunció Pedro tan pronto como Lucas Powell se identificó—. Estaba a punto de llamarte.


—Tengo buenas noticias.


—Si vas a decirme que habéis vuelto a ver a Caraway en San Luis, ya puedes olvidarte de ello.


—No se trata de eso, Pedro. Está detenido. Dos polis lo arrestaron anoche en Chicago. Todo ha terminado.


—En Orange Beach, no. Paula acaba de sufrir hace unos minutos otro atentado.


—No fue Marcos Caraway. Eso te lo garantizo.


—Entonces es que ha contratado a alguien para matarla. O ese alguien le está haciendo un favor.


—Si Marcos Caraway le hubiera encargado a otra persona el trabajo sucio, no habría tenido que esperar a salir de la cárcel para hacerlo. Tiene más contactos en el mundo del hampa que canas tengo yo en la cabeza.


—Mira, no sé por qué ha contratado a alguien, pero es así y punto.


—Una interesante teoría, pero no tenemos nada con qué respaldarla.


—Hay un asesino en la zona de Orange Beach decidido a acabar con la vida de Paula Chaves.


—No sé en qué lío te has metido, Pedro, pero los hechos indican que eso no tiene nada que ver con el caso Caraway. Él no es el hombre que la atacó esta noche y no tenemos ningún motivo para creer que pueda estar detrás de la explosión que mató a los Brewster.


—No puede ser una coincidencia.


—No, pero puede no tener nada que ver con Marcos Caraway. Tenemos que considerar la posibilidad de que todo esto esté limitado a Paula Chaves y a Juana Brewster. Tal vez las dos estuvieran metidas en algo. Paula viaja por todo el mundo y tiene una cuantiosa herencia de su abuela que quiere utilizar en sus actividades financieras, sean legales o no. Tú ya sabías todo esto.


—Lo que sí sé es que no está complicada en ninguna actividad criminal. Está a punto de dar a luz, y las posibilidades que tiene de escapar a ese asesino son cada vez menores.


—No tengo necesidad de decirte esto, Alfonso, pero con Marcos Caraway bajo arresto, ya no tenemos ningún legítimo interés por Paula Chaves o por los problemas de Orange Beach.


—Espero que no me estés sugiriendo que interrumpa la misión.


—Te estoy advirtiendo que solo podré mantener este caso abierto durante unos días más, a no ser que me demuestres con pruebas que tenemos que seguir en él.


—No puedo dejar a Paula sin protección.


—Puedes llevarla a la policía, contarles lo que sabes y pedirles que garanticen su protección.


—Sabes perfectamente que no puedo dejar colgado este caso.


—Nosotros no somos superhéroes, Alfonso. No podemos dedicarnos a salvar a bonitas embarazadas solo porque sabemos que podemos hacerlo mejor que las autoridades locales.


—¿Y si esas autoridades nos piden ayuda?


—Cuando nos la pidan, nos lo pensaremos.


—Ya, y para entonces Paula y su bebé estarán muertos —replicó, acalorado—.Voy a decirte una cosa: si la oficina abandona este caso, me daré de baja hasta que encuentre al tipo que ha estado atentando contra su vida.


—Mira, no sé lo que te pasa con esa mujer, y tampoco quiero saberlo. Mantendré el caso abierto durante todo el tiempo que pueda. Después de eso, te quedarás solo, pero si eso llega a producirse, tendrás que ser sincero con ella. No podrás permitirle que piense que sigues actuando en calidad de agente de FBI.


—Lo entiendo.


—No dejes que esa mujer te nuble el juicio. El hecho de que esté embarazada no convierte a una mujer en una santa.


—¿Es un consejo oficial?


—No, es un consejo privado de parte de Lucas Powell. Mi consejo oficial es que dejes el asunto en manos de las autoridades locales y te vuelvas a casa.


—Pensaré en ello.


—Mantente en contacto.


—Sí, ahora tengo que cortar la comunicación. Te llamaré por la mañana.


Colgó. Si le hubiera quedado al menos un resto de buen juicio, habría hecho exactamente lo que le había sugerido su jefe, sobre todo teniendo en cuenta que Paula acababa de decirle que estaba harta de su protección. Pero tanto si le gustaba como si no, no iría a ninguna parte sin ella hasta que estuviera completamente a salvo.


A TODO RIESGO: CAPITULO 39





Paula esperaba en la terraza, con el corazón en la garganta, mientras veía acercarse a Pedro. 


Aparentemente no había resultado herido, pero eso no cambiaba lo que había sentido hacía tan solo unos minutos, cuando estaba sentada en el coche escuchando el tiroteo. No lograba borrar el terror que se le había metido dentro, la desazón de no saber si Pedro estaba muerto o vivo.


Pero, finalmente, el miedo y la insoportable angustia le habían dado la fuerza necesaria para tomar la decisión que debió haber tomado mucho antes. No podía quedarse allí como cebo. No podía arriesgarse a que todo el mundo acabara muerto mientras el FBI jugaba con un loco. Iría a Mobile, alquilaría una habitación con un nombre supuesto y contrataría a un guardaespaldas para que vigilara la puerta. 


Alguien que no tuviera más objetivo que vigilarla a ella y al bebé.


Si el FBI quería capturar a Marcos Caraway, tendría que hacerlo sin contar con ella. En esa ocasión no se dejaría arrastrar por las emociones ni por su lealtad a su amiga asesinada. Llevaba en sus entrañas el bebé de Juana y tenía que concentrarse en ello. Y, sobre todo, no se vería obligada a asistir a un nuevo tiroteo entre Pedro y aquel asesino. No sería ella la única responsable de que pudiera resultar herido y tal vez incluso morir. Se acarició el vientre, recibiendo tranquilidad y consuelo de la inocente criatura que seguía creciendo en su interior.


—Solo nos vamos a quedar tú y yo, pequeñita.



«Y mientras tanto, rezaré para que Pedro Alfonso siga vivo», añadió para sí.



viernes, 26 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 38





Pedro se detuvo ante la casa. Una vez que avanzara hacia los escalones del porche, ya no tendría ninguna protección. Tendría que actuar con mucho cuidado, obligar a Marcos a salir a terreno descubierto.


—Sé que estás ahí, Caraway. Tira tu arma y sal con las manos en alto.


Una bala silbó justo encima de su cabeza. Le había pasado muy cerca. La adrenalina empezó a circular por sus venas, pero no le hizo perder la cautela. No pretendía perder la partida antes de empezar.


Marcos disparó de nuevo, y en esa ocasión la bala rebotó en el tercer escalón. Estaba disparando demasiado pronto, sin esperar a tener un objetivo más claro. Ese no era el estilo de El Carnicero. Los años pasados en prisión debían de haberle pasado factura.


Pegando la espalda a la pared se acercó al otro extremo de la casa, hacia la playa, consciente de que Paula no había arrancando el coche y huido a toda velocidad, como él le había ordenado. Eso significaba que tendría que asegurarse de interceptar a Marcos antes de que pudiera atentar contra ella.


Desde donde se encontraba en aquel momento no podía ver bien la posición de Marcos, pero él tampoco tenía una buena visión de la suya. 


Asomó la cabeza por la esquina, con el dedo en el gatillo de la pistola.


—Sal a terreno descubierto y tira el arma.


Nada. Ni un sonido. Ni un movimiento.


—Te lo advierto, Caraway. Si no lo haces, dispararé.


Maldijo entre dientes. Incluso el sonido de una bala habría significado un alivio: al menos habría sabido entonces que había cambiado de posición. Detestaba empezar a disparar sin tener un objetivo claro. Disparó una vez. El disparo resonó en la noche, y no se movió nada. O Marcos estaba esperando tranquilamente a que saliera de su escondrijo o había decidido concentrarse en su víctima potencial, la que lo había llevado hasta allí.


Sigilosamente Pedro se dirigió hacia la fachada de la casa, procurando no salir de entre las sombras. Cuando estuvo lo suficientemente cerca corrió hasta la duna más próxima, cubriendo la distancia en un par de segundos. 


Desde donde estaba, agachado, tenía una buena visión del lugar desde donde había disparado Marcos, pero no vio sombra alguna.


Disparó una vez más, aun sabiendo que era inútil.


Mientras él había cambiado de posición, Caraway había huido. Maldijo entre dientes. 


Había estado a apunto de agarrarlo, y el tipo se había evaporado tan silenciosa y discretamente como la luna detrás de una nube. De repente distinguió una sombra corriendo cerca del mar y salió en pos de ella. Corrió y corrió, hundiendo los pies en la arena a cada paso. Le quemaban los pulmones, al límite de sus fuerzas. 


Finalmente, cuando llegó al borde de la playa donde empezaban los apartamentos, perdió a Caraway de vista.


Había llegado muy lejos, y temiendo que el agresor pudiera volver y sorprender a Paula, regresó al Palo del Pelícano a la misma velocidad. Sintió una oleada de alivio cuando fue acercándose a la casa y la vio en la terraza del primer piso. No estaba seguro de cuánto tiempo podría Paula seguir aguantando aquello, soportando tanta tensión durante los últimos días de su embarazo. Esperaba que cada nuevo encuentro con Caraway le adelantara el parto, o que al menos sufriera una crisis de nervios, pero no: seguía allí, firme como una roca.


Era como si, al mismo tiempo que crecía la fortaleza de Paula, menguara la suya propia. El beso de aquella noche se lo había demostrado. 


Se estaba enamorando desesperadamente de ella. Y lo peor era que sabía que Paula sentía la misma atracción. Incluso aunque no estuviera vulnerando la regla de no enamorarse jamás de la persona a quien debía proteger, no era tan estúpido como para esperar que una mujer como ella pudiera querer a un hombre como él cuando todo hubiera terminado.


Aunque quizá podrían tener una breve aventura. 


Por supuesto, ninguno de los dos estaba interesado en nada más. La propia Paula le había dicho que ni le interesaba ni valía para el matrimonio, y él, definitivamente, no tenía nada que ofrecerle.


Una breve aventura con una mujer que estaba a punto de dar a luz a un bebé: ¿a quién creía que estaba engañando? Simplemente tenía que concentrarse en su trabajo, capturar al tipo y mantener las manos alejadas de la mujer. Lo había hecho docenas de veces antes. ¿Por qué ahora le resultaba tan difícil?


A TODO RIESGO: CAPITULO 37




Paula no dejó de pensar en aquel beso mientras regresaban a la casa de la playa. 


Había sido romántico y emocionante, y sin duda alguna había convencido a sus amigas de Orange Beach de que entre ellos existía una magia especial. Ella misma casi se lo había creído. Incluso en aquel instante, sentada al lado de Pedro, el corazón le latía más rápido de lo normal y tenía la sensación de que las estrellas eran más brillantes, el aire más limpio, la noche más hermosa.


Pedro abandonó la carretera para enfilar por el estrecho sendero que llevaba hasta la casa, pero se detuvo poco antes de llegar al garaje para contemplar la espectacular vista de la playa. La luna dejaba un rastro de plata en el agua, reverberando sobre su tersa superficie. 


Luego bajó la ventanilla para disfrutar de la brisa y del suave rumor de las olas acariciando la arena.


—Este lugar es maravilloso. Supongo que lo echarías de menos en Nueva Orleans.


—Generalmente no tengo ni tiempo para eso. Siempre estoy organizando reuniones, revisando informes o repasando notas. Para Joaquin y para mí, el trabajo es así: no nos da tregua.


—¿Qué tal se las está arreglando ahora sin ti?


—No muy bien. Por eso me llama tan a menudo y por eso ha hecho algo tan rastrero como llamar a mi madre, para asegurarse de que no voy a quedarme con el bebé.


—¿Joaquin se lleva bien con tu madre?


—Solo se vieron una vez: en el funeral de mi abuela. En aquel entonces estaba saliendo con Joaquin, y se quedó en El Palo del Pelícano con nosotras. Pero si vamos a quedarnos aquí a admirar la luna, ¿no podríamos hablar de algo más agradable?


—¿De qué te gustaría hablar?


—De ti. De tu verdadera personalidad… no de Pedro Alfonso.


—No hay mucho que decir —se recostó cómodamente en su asiento—. Cuando no estoy trabajando, soy el hombre más normal del mundo.


Sexy. Inteligente. Meticuloso. Paula pensó que, obviamente, su definición de «normalidad» era bastante distinta que la suya.


—¿Qué sucedió entre tu mujer y tú?


—Nos conocimos, nos enamoramos apasionadamente, nos casamos y luego ella se dio cuenta de que yo no era el excitante agente del FBI que se había imaginado. Pero nuestro matrimonio tuvo sus momentos buenos: lo que pasa es que fueron demasiado pocos. Al parecer se cansó de estar sola mientras yo estaba siempre de misión. Un día volví de una misión más temprano que de costumbre y la encontré en la cama con otro hombre.


—¿Qué hiciste?


—Di media vuelta y me marché. Agarré la mayor borrachera de mi vida. Cuando me recuperé, volví a casa, hice la maleta y me largué. Transcurrió una semana entera antes de que pudiera calmarme lo suficiente para hablar con ella.


—Vaya. Y pensar que fui yo la que sugerí que deberíamos hablar de algo agradable.


—Esto no lo es, pero ya han pasado cinco años desde la ruptura. Ya no siento ni rabia ni dolor, aunque supongo que la desilusión de una experiencia semejante es algo que te acompaña toda la vida. Sé que no soy un hombre muy confiado en lo que se refiere a las mujeres.


—¿Cuánto tiempo estuviste casado?


—Once meses.


—¿Y nunca volviste a casarte?


—No. Algunos hombres no están hechos para casarse. Yo soy uno de ellos.


—Qué curioso. A veces pienso exactamente lo mismo de mí. La simple idea de unirme a otra persona hasta el punto de perder parte de mi identidad me resulta aterradora. Cuando pienso en ello, me entra verdadero pánico.


—¿Por eso rompiste con Joaquin?


—Sí, me entró el pánico. No voy a negarlo. Pensé que, si tenía que casarme, esa era la ocasión. Incluso pensé que Joaquin era el hombre adecuado. Sin embargo, cuando se fue acercando el día de la boda, ya no pude hacerlo.


—Quizá no lo amabas.


—Ni siquiera estoy segura de saber lo que es el amor, al menos no esa clase de amor. Lo que sé es que yo no sentía por Joaquin lo que Juana sentía por Benjamin. No le echo la culpa a Joaquin. Probablemente carezco de la capacidad de enamorarme locamente de alguien.


—Quizá te equivoques. Un día podría aparecer un hombre que te tirara abajo esa teoría.


—Si eso llega a ocurrir, espero que bese tan bien como tú —de inmediato se mordió el labio: ¿cómo había podido escapársele algo así?


Pedro alzó la cabeza y se volvió para mirarla. 


Paula sintió una punzada de deseo. Por un instante pensó que iba a besarla de nuevo, pero en el último segundo se apartó y agarró el volante con las dos manos.


—¿Entramos ya en casa? —le preguntó, mirando hacia el frente.


—Sí.


Pedro se dispuso a abrir la puerta, pero de pronto se detuvo.


—No salgas del coche, Paula —le espetó, tenso, y sacó su pistola.


—¿Qué pasa?


—Una sombra. Allí, cerca de esa esquina de la casa. ¿La ves? Se ha movido otra vez.


—Marcos Caraway —no hizo más que susurrar su nombre, pero el escalofrío que le provocó le llegó hasta el corazón.


—Voy a meter el coche en el garaje, en el lugar habitual. Quiero que te quedes dentro y agaches la cabeza.


—Él también estará armado, Pedro.


—Eso es seguro. Probablemente habrá estado ahí fuera, observándonos, esperando a que salieras del coche o empezaras a subir los escalones del porche para poder dispararte. Por eso no le vamos a dar la oportunidad de hacerlo.


Arrancó de nuevo el coche y lo metió en el garaje en marcha atrás, lentamente, como si tuvieran todo el tiempo del mundo, como si no hubiera alguien oculto en la oscuridad esperando para matarlos.


—Voy a dejar la llave puesta en el encendido. Si escuchas disparos, sal lo más rápido que puedas. Vete a la Waffle House y espérame allí dentro. Te llamaré por el móvil cuando todo esté tranquilo y puedas volver.


—¿Y si no me llamas? ¿Y si te hiere él a ti?


—Ve a la policía y diles que contacten con el FBI. Pero dame por lo menos media hora.


Una segundo después salió del coche. Paula podía leer la tensión en su rostro, pero ni el menor rastro del terror que la anegaba a ella por dentro. Pedro era un agente del FBI, un hombre que se enfrentaba cotidianamente al peligro. Y el miedo que sentía en aquel instante era el que debería sentir la mujer que se casara con él. Mes tras mes, misión tras misión.