viernes, 26 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 38





Pedro se detuvo ante la casa. Una vez que avanzara hacia los escalones del porche, ya no tendría ninguna protección. Tendría que actuar con mucho cuidado, obligar a Marcos a salir a terreno descubierto.


—Sé que estás ahí, Caraway. Tira tu arma y sal con las manos en alto.


Una bala silbó justo encima de su cabeza. Le había pasado muy cerca. La adrenalina empezó a circular por sus venas, pero no le hizo perder la cautela. No pretendía perder la partida antes de empezar.


Marcos disparó de nuevo, y en esa ocasión la bala rebotó en el tercer escalón. Estaba disparando demasiado pronto, sin esperar a tener un objetivo más claro. Ese no era el estilo de El Carnicero. Los años pasados en prisión debían de haberle pasado factura.


Pegando la espalda a la pared se acercó al otro extremo de la casa, hacia la playa, consciente de que Paula no había arrancando el coche y huido a toda velocidad, como él le había ordenado. Eso significaba que tendría que asegurarse de interceptar a Marcos antes de que pudiera atentar contra ella.


Desde donde se encontraba en aquel momento no podía ver bien la posición de Marcos, pero él tampoco tenía una buena visión de la suya. 


Asomó la cabeza por la esquina, con el dedo en el gatillo de la pistola.


—Sal a terreno descubierto y tira el arma.


Nada. Ni un sonido. Ni un movimiento.


—Te lo advierto, Caraway. Si no lo haces, dispararé.


Maldijo entre dientes. Incluso el sonido de una bala habría significado un alivio: al menos habría sabido entonces que había cambiado de posición. Detestaba empezar a disparar sin tener un objetivo claro. Disparó una vez. El disparo resonó en la noche, y no se movió nada. O Marcos estaba esperando tranquilamente a que saliera de su escondrijo o había decidido concentrarse en su víctima potencial, la que lo había llevado hasta allí.


Sigilosamente Pedro se dirigió hacia la fachada de la casa, procurando no salir de entre las sombras. Cuando estuvo lo suficientemente cerca corrió hasta la duna más próxima, cubriendo la distancia en un par de segundos. 


Desde donde estaba, agachado, tenía una buena visión del lugar desde donde había disparado Marcos, pero no vio sombra alguna.


Disparó una vez más, aun sabiendo que era inútil.


Mientras él había cambiado de posición, Caraway había huido. Maldijo entre dientes. 


Había estado a apunto de agarrarlo, y el tipo se había evaporado tan silenciosa y discretamente como la luna detrás de una nube. De repente distinguió una sombra corriendo cerca del mar y salió en pos de ella. Corrió y corrió, hundiendo los pies en la arena a cada paso. Le quemaban los pulmones, al límite de sus fuerzas. 


Finalmente, cuando llegó al borde de la playa donde empezaban los apartamentos, perdió a Caraway de vista.


Había llegado muy lejos, y temiendo que el agresor pudiera volver y sorprender a Paula, regresó al Palo del Pelícano a la misma velocidad. Sintió una oleada de alivio cuando fue acercándose a la casa y la vio en la terraza del primer piso. No estaba seguro de cuánto tiempo podría Paula seguir aguantando aquello, soportando tanta tensión durante los últimos días de su embarazo. Esperaba que cada nuevo encuentro con Caraway le adelantara el parto, o que al menos sufriera una crisis de nervios, pero no: seguía allí, firme como una roca.


Era como si, al mismo tiempo que crecía la fortaleza de Paula, menguara la suya propia. El beso de aquella noche se lo había demostrado. 


Se estaba enamorando desesperadamente de ella. Y lo peor era que sabía que Paula sentía la misma atracción. Incluso aunque no estuviera vulnerando la regla de no enamorarse jamás de la persona a quien debía proteger, no era tan estúpido como para esperar que una mujer como ella pudiera querer a un hombre como él cuando todo hubiera terminado.


Aunque quizá podrían tener una breve aventura. 


Por supuesto, ninguno de los dos estaba interesado en nada más. La propia Paula le había dicho que ni le interesaba ni valía para el matrimonio, y él, definitivamente, no tenía nada que ofrecerle.


Una breve aventura con una mujer que estaba a punto de dar a luz a un bebé: ¿a quién creía que estaba engañando? Simplemente tenía que concentrarse en su trabajo, capturar al tipo y mantener las manos alejadas de la mujer. Lo había hecho docenas de veces antes. ¿Por qué ahora le resultaba tan difícil?


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