sábado, 27 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 41




Paula estaba sentada en la cama intentando asimilar la nueva información que le había facilitado Pedro, la continua serie de pesadillas que no cesaban nunca. Se volvió para mirarlo.


—Si Marcos Caraway está en prisión, entonces es igual que me vaya a un hotel hasta que nazca la niña.


—Alguien te quiere muerta, Paula. Si no es Marcos Caraway, entonces es otra persona. Irte a un hotel no es la solución.


—No puedo aceptar lo que ha ocurrido esta noche, Pedro. Todo lo que ha sucedido me ha dejado física y emocionalmente agotada. Solo quiero tumbarme en la cama y dormir.


—Bien. Hablaremos por la mañana.


—Podremos hablar todo lo que quieras, pero te lo advierto: es impensable que pueda existir algún retorcido complot criminal contra Juana y contra mí. No hay razón para que nadie quiera matarme, excepto ese hombre que dices que ha sido detenido.


—Tengo unas cuantas ideas. Un nuevo plan que me gustaría poner en ejecución inmediatamente.


Paula negó con la cabeza.


—Por la mañana, Pedro. Si es que hay una mañana. Ahora voy a lavarme la cara y los dientes. Y si suena el teléfono antes de las diez, lo arrancaré de cuajo.


Pedro le tomó una mano y la hizo levantarse. Le parecía mentira que esa misma noche, hacía apenas unas horas, hubieran estado bailando en casa de Paloma. Y que la hubiera besado bajo una rama de muérdago, conmovido hasta lo más profundo de su ser.


—Después de esto —alzó la mirada hacia él—, si alguien me dice alguna vez la buenaventura y me asegura que voy a encontrarme con un alto, moreno y atractivo desconocido, lo mandaré al diablo.


—Así que atractivo, ¿eh?


—A esa conclusión llegaron todas las mujeres de la fiesta de esta noche —sonrió.


—Míralo de esta manera: piensa en todas las emociones que te habrías perdido si no me hubieras conocido.


—Una cosa es la emoción que sientes al cerrar un buen trato, o encontrar un estupendo vestido a un precio irrisorio… y otra muy distinta que te persiga un psicópata.


—Si alguien me dice alguna vez la buenaventura a mí y me asegura que voy a conocer a una dulce, inteligente y preciosa mujer en estado de buena esperanza, te aseguro que lo machacaré.


—Así que preciosa, ¿eh?


—Absolutamente —le acarició la mejilla con un dedo—. Si me necesitas en algún momento, llámame. Tengo el sueño ligero.


—¿No crees que el asesino volverá esta noche? —inquirió de pronto, temerosa.


—No lo creo. Imagino que ahora mismo estará tramando un nuevo plan. Si lo hace, las puertas y ventanas están bien aseguradas, y aun en el caso de que entrara, no podría moverse sigilosamente en esta casa. Descansa un poco. Confía en mí, soy capaz de oír cada crujido extraño que se produzca.


—Bien. Pero eso no significa que mañana vaya a aceptar tus planes. Solo te prometo que te escucharé.


—Me parece justo —pero de repente vaciló.


—¿Hay algo más?


—Es sobre el beso de esta noche.


—No necesitas explicarme nada, ni disculparte por ese beso. Ya sé que formaba parte de tu actuación. Una forma de convencer a todo el mundo de que éramos amantes.


—No —mientras le sostenía la mirada, una sonrisa nerviosa asomó a sus labios—. Ese beso no ha tenido nada que ver con este caso. Solo pensé que debías saberlo.


Antes de que ella tuviera tiempo de hacerle algún comentario, Pedro se marchó. Paula se llevó los dedos a los labios, y las emociones que la habían asaltado cuando se dejó besar bajo la rama de muérdago retornaron con inusitada fuerza. Tal vez estuviera sumida en graves problemas, pero todavía no estaba muerta. Se quedó mirando su abultado vientre en el espejo.


—¿Qué te parece, pequeñita? No es que ande buscando un protector, pero si así fuera, ese hombre sería el primero de la lista —sintió una patadita. Y lo interpretó como una respuesta—: consideraré eso como un voto de aprobación.
Pero nada de eso importaba. Lo único que importaba era la salvación del bebé. Una criatura a quien, a esas alturas, amaba ya más que a sí misma. Una criatura a la que tendría que entregar en adopción nada más nacer. De la misma forma que Pedro Alfonso desaparecería de su vida tan pronto como su agresor fuera arrestado. Y quizá incluso antes.


La vida, ¿siempre era así de injusta? Ya tenía la respuesta a eso. Si la vida hubiera sido justa Juana habría seguido viva y ahora mismo estaría a punto de tener a su niña. Y Paula, esa misma noche… estaría durmiendo en los brazos de Pedro Alfonso.



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