sábado, 27 de junio de 2020
A TODO RIESGO: CAPITULO 42
17 de diciembre
Paula contemplaba la playa por la ventana del comedor, tomando un zumo de naranja mientras Pedro se servía su tercera taza de café.
Docenas de gaviotas perseguían a un niño que corría por la arena, lanzándoles migas de pan.
Cada vez que una gaviota alcanzaba al vuelo una miga, el crío saltaba y gritaba de alegría. Se hallaba embebida en aquella escena: un jirón de normalidad en un mundo que se había vuelto loco. Pedro se apoyó en el marco de la ventana.
—Desde que llegué, no había visto a tanta gente en la playa.
—Es sábado y hace una mañana magnífica. Eso siempre atrae a la gente del interior. Además, este fin de semana hay una feria de artesanía en Fairhope. Sandra Birney me llamó para preguntarme si quería ir con ella.
—Y si no fuera por todo esto, habrías aceptado —repuso Pedro—.Te habría sentado muy bien salir un poco.
—No creo que hubiera tenido muchas ganas, aunque anoche dormí bien.
Pedro dejó su taza de café sobre el alféizar y se pasó una mano por el pelo.
—Me alegro de que por lo menos uno de los dos durmiera bien. Yo no hice más que dar vueltas y vueltas, pensando y pensando. Si no es Marcos Caraway quien está detrás de estas agresiones, entonces no tengo ni un solo sospechoso. Aun así, me resulta difícil imaginar que fuera simple causalidad que una explosión matara a Benjamin y a Juana justo antes de que un asesino empezara a atacarte. Eso significaría que fue una pura cuestión de azar que yo entrara en tu vida a tiempo de salvarte de morir ahogada, la otra noche.
—Mi abuela lo llamaría «un trabajo de ángeles».
—Creo que me habría gustado tu abuela.
—Estoy segura. Era maravillosa.
—¿Tu madre pensaba lo mismo de ella?
—No siempre. Recuerdo haberlas oído discutir cuando era pequeña, sobre todo cuando creían que estaba dormida.
—¿Sobre qué tipo de cosas solían discutir?
—Principalmente sobre el estilo de vida de mi madre. Mi abuela pensaba que debía establecerse y crear un hogar estable por mi bien. Y no le gustaba nada que mí madre tuviera un ejército de amantes entrando y saliendo de su vida. Estaba convencida de que eso me estaba corrompiendo.
Pero en lugar de ello había adoptado el comportamiento exactamente opuesto, cerrándose el amor y al compromiso.
Pedro la abrazó por la espalda, apoyando las manos sobre su abultado vientre.
—La pequeñita está muy tranquila esta mañana.
—Supongo que se estará preparando para la gran experiencia.
—Tengo que reconocer que yo también estoy expectante. Y emocionado. Háblame de Juana Brewster —le pidió—. ¿Siempre estuvisteis tan unidas?
—Sí, pero durante estos últimos años no nos veíamos demasiado. Ella estaba ocupada con Benjamin y yo con mi trabajo. Lo curioso es que por mucho que espaciáramos las visitas, enseguida que nos veíamos y empezábamos a hablar siempre era como en los viejos tiempos.
—¿Alguna vez trabajasteis juntas?
—No.
—¿Y negocios o inversiones conjuntas? ¿Le dejaste dinero o la avalaste para algún crédito?
—Nunca me pidió nada de eso.
—Solo una gran amiga —Pedro frunció el ceño—. Pasemos a Joaquin Hardison. Háblame de tu colaborador.
—¿Qué tipo de cosas quieres saber?
—Cómo es. Su personalidad, su carácter. ¿Está resentido contigo? ¿Celoso?
Paula negó con la cabeza.
—¿Te refieres a si quiere verme muerta?
—No te he preguntado eso.
—Pero lo estás pensando. No puedo hacer esto, Pedro. No puedo preguntarme si cada una de las personas que conozco puede desear verme muerta.
—No veo cómo vas a evitarlo. Si Marcos Caraway no ha intentado matarte, aunque todavía no estoy muy convencido de que no esté detrás de esto, entonces tiene que ser alguien más. Tenemos que encontrarlo y pararle los pies.
—No. No puedo. Me voy del Palo del Pelícano. No puedo seguir jugando al escondite con un asesino cuando estoy a punto de salir de cuentas.
—Ya te lo he dicho antes, Paula. Abandonar esta casa no cambiará nada.
—Para mí, sí.
Pedro le tomó las manos entre las suyas.
—Sé lo muy duro que es todo esto para ti, Paula, pero no puedo dejar que te vayas sola. Estoy en esto contigo. No hay otra forma.
—Puedes que estés en esto conmigo, pero no es lo mismo. Tus motivaciones son diferentes. Lo entiendo. Buscas a delincuentes y los detienes. Es tu oficio.
—Esta vez no, Paula. Hay más.
—Yo no quiero más. Ahora no.
Pedro esbozó una mueca, suspirando.
—¿De qué tienes miedo, Paula? ¿De un asesino o del hecho de que te gustara que te besase?
—Por favor, Pedro. No me hagas esto —intentó apartarse, pero él se lo impidió—.Ahora mismo solo puedo pensar en una cosa: en tener este bebé y en mantenerlo a salvo.
—Entonces tenemos diferentes motivaciones. Yo estoy pensado en los dos, en ti y en el bebé, y sé que ninguno de los dos estaréis a salvo hasta que ese asesino sea puesto entre rejas.
Las aguas del Golfo reverberaban como un manto de joyas bajo la luz del sol.
—Tengo un plan, Paula, pero para ponerlo en práctica tendremos que quedarnos aquí. No podrás poner un pie fuera de esta casa.
—Ya, quedarme como una prisionera.
—Es lo mismo que querías hacer tú, solo que alejándote de todos: de tus amigos, de tu médico, de un hombre que se preocupa por ti y que haría cualquier cosa con tal de mantenerte a salvo.
La abrazó tiernamente. El hielo que Paula sentía en su interior empezó a derretirse. Pedro parecía transmitirle, con su contacto, una cálida ternura y una fiera determinación.
—Escuchemos ese plan —cedió ella, sabiendo que ya había ganado la batalla.
—Mientras desayunamos.
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