sábado, 20 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 19





Joaquin Hardison se hallaba sentado ante su escritorio, dando vueltas a un bolígrafo entre los dedos y deseando que Paula estuviera en aquel momento a su lado para ayudarlo. Aquella situación era absolutamente ridícula. Una ejecutiva tan eficaz como ella haciendo de madre de alquiler para una antigua amiga de instituto. Desde el principio había sabido que aquello era un inmenso error, había querido advertirle. Pero, como siempre, ella no le había hecho ningún casó.


Paula había roto con él porque no estaba preparada para asumir un compromiso serio. Y aunque abrir un paréntesis semejante en su vida para tener un bebé que ni siquiera era suyo no era precisamente lo que él denominaba un compromiso, a Joaquin le habría gustado pensar que lo era. Pero nada de eso lo preocupaba tanto como la posibilidad de que pudiera estar pensando en conservar a la niña en vez de entregarla en adopción.


Siempre había dado por hecho que, después de su ruptura, terminarían juntos algún día, pero a lo que no estaba en absoluto dispuesto era a responsabilizarse de la hija de unos extraños.



A TODO RIESGO: CAPITULO 18





Paula abrió el cajón superior de su escritorio y sacó el pequeño joyero que usaba para los viajes. La joyería no era una de sus debilidades, pero tenía unas cuantas piezas que le gustaba ponerse. La pulsera de oro que le había regalado su abuela antes de morir sería perfecta para la ocasión. Algo seguro, familiar, en un mundo que estaba escapando a su control.


Abrió el joyero: estaba su reloj de jade y plata, y sus pendientes dorados, pero no su pulsera.


Extraño. Habría jurado que la había guardado allí. Se puso los pendientes sin molestarse en mirarse al espejo, pensando una vez más que lo que estaba a punto de hacer no tenía ningún sentido.


Segundos después bajaba las escaleras para hacer su gran entrada como mujer fatal. Había elegido un vestido azul amplio, de dos piezas, con dos pequeños bordados en el frente y falda blanca debajo. «Sexy» era probablemente la última palabra que habría elegido para describir su aspecto, pero a ella le gustaba. Y se había maquillado y cepillado el pelo, ahuecándose la melena. Curioso: en vez de vestirse para matar, se había vestido para evitar que la mataran. Y, lo que era aún más extraño: se sentía ya mucho más segura con Pedro. Tan solo unos días atrás había sido un personaje siniestro, acechante. Y ahora estaba viviendo en su propia casa.


—¿Listo para salir?


Pedro se volvió al escuchar su voz. Nada más verla, soltó un silbido de admiración.


—Ya te dije que en casa no necesitabas fingir.


—No estoy fingiendo. Estás preciosa.


—Muy embarazada, más bien.


—Te cuesta aceptar un cumplido. ¿Joaquin nunca te decía que eras una mujer hermosa?


—Joaquin no es un hombre de cumplidos.


—Entonces se merecía perderte. Y ahora, salgamos a exhibirnos.


—No estoy muy segura de que pueda soportar esto.


—Solo tienes que ser tú misma, una mujer de Orange Beach que ha vuelto a casa por Navidad para tener un bebé. ¿Cuánta gente del pueblo sabe que el bebé es de Juana?


—Cuento con la esperanza de que nadie. A Juana ya no le quedaba ningún familiar aquí. Además, ella siempre lo mantuvo en secreto, excepto a un par de amigas suyas. Era como una especie de supersticiosa previsión. No quería estropear las posibilidades que tenía de convertirse finalmente en madre.


—Eso había oído.


—Pero aun así, vosotros sabíais que ella era la madre. ¿Cómo lo descubristeis?


—Preguntando a una de sus amigas. Una vecina suya.


—Después de esto, creo que voy a dejar de creer en la palabra «privacidad». En realidad, todo el mundo cree llevar una vida privada que realmente no lo es.


—Es no tiene por qué ser tan malo.


—Quizá no desde tu punto de vista.


—Entonces… ¿tú quieres que la gente de este pueblo piense que el bebé es tuyo?


—Oh, no. Ni hablar. A quien me pregunta le digo que soy una madre de alquiler, y lo mismo hice en Nueva Orleans. Solo Joaquin sabe que el bebé es de Juana. Le revelé el plan en un momento de debilidad, cuando todavía estaba pensando si aceptar o no la petición de mi amiga.


—Bien. Lo dejaremos así. Nadie tiene por qué saber más —la tomó del brazo mientras se dirigía hacia la puerta—. Probablemente te resultará más cómodo que vayamos en tu coche. Si no te apetece conducir, lo haré yo.


—Sí, mejor conduce tú. Yo apenas quepo detrás del volante.




A TODO RIESGO: CAPITULO 17





Pedro dejó su bandeja sobre la mesa que estaba al lado de la ventana.


—Vives en una verdadera mansión.


—Mi abuelo la hizo construir para mi abuela hace años. Quería que fuera la casa de sus sueños. Ella misma la diseñó, hasta el último detalle. Podría restaurarla un poco más, pero me gusta así como está.


—Además, la propiedad es tan extensa que no hay edificios altos cerca que te puedan estropear la vista.


—Mi abuela decía que en aquel entonces la tierra no valía casi nada: no eran más que kilómetros y kilómetros de arena. Nadie se imaginó nunca que en este tramo de playa llegara a edificarse tanto.


—No me extraña. Estas playas rivalizan con las del Caribe en belleza.


—¿Realmente es tu primera visita a esta zona?


—Sí. Me sorprendiste diciendo la verdad.


—¿Qué debo creer entonces de todo lo que me dijiste? ¿Pedro Alfonso es tu verdadero nombre?


—Por el momento, sí. En cada misión soy una persona distinta con unos antecedentes diferentes. Y ahora mismo soy Pedro Alfonso, vendedor de coches de segunda mano en Nashville.


Paula pensó que, a juzgar por lo que decía, no tenía sentido molestarse en llegar a conocerlo. 


Nunca sería quién o lo que pretendía ser. Se untó una tostada de mermelada de naranja. 


Quienquiera que fuera, preparaba unos desayunos excelentes.


—Tiene que haber por lo menos una docena de habitaciones en esta casa.


—Nunca las he contado, pero es probable. Hay seis dormitorios, incontables cuartos de baño, el gran salón familiar donde estuvimos sentados anoche, la cocina, una biblioteca, ese pequeño cuchitril arriba de las escaleras del tercer piso. Y la cúpula. Actualmente se usa sobre todo de trastero, pero cuando era adolescente, me subía allí con Juana a reírnos y a hablar de chicos.


—Juana Brewster. Erais muy amigas, ¿verdad?


—Sí. Solo que entonces era Juana Sellers.


—Es verdad. La hija de Joana y Luis Sellers. Pero volviendo al Palo del Pelícano: tu abuela debía de saber que querías mucho esta casa cuando te la legó personalmente en su testamento.


—Lo sabes todo sobre mí.


La conversación languideció mientras comían. Pedro terminó primero, a pesar de que comió mucho más que ella. No parecía tener un solo gramo de grasa más en el cuerpo, pero aun así tenía un apetito voraz. Paula pensó que le gustaría descubrir su secreto.


Después de apurar su café, Pedro clavó en ella sus penetrantes ojos azules.


—Háblame de tu relación con Joaquin Hardison.


—Es mi socio. Actualmente estamos encabezando un equipo de fusión de empresas.


—Pero estuvisteis comprometidos.


—Joaquin y yo estuvimos comprometidos —le confesó, suspirando—, pero rompimos hace cerca de un año. Ahora somos amigos y compañeros de trabajo.


—No debe de ser una situación muy cómoda.


—Somos adultos. Nos arreglamos bien.


—¿Piensa visitarte aquí, en la playa?


—No. No lo he invitado, pero de todas formas no vendría. Hacer compañía a una mujer embarazada no es algo que lo atraiga especialmente.


—Una persona menos de la que preocuparnos. No hay razón para que sepa más de lo que le hemos dicho a tus amigos de Orange Beach. ¿Piensas quedarte aquí hasta que nazca el bebé?


—Ese era mi plan original. Pero ahora parece que eres tú quien me dicta la agenda.


—Lo de que tengas el bebé aquí me parece bien. Con un poco de suerte, todo esto habrá terminado mucho antes del parto.


—Ojalá. Porque quedan dos semanas y media —hizo a un lado su bandeja—.Y ahora, cuéntame tu plan.


—Tú, Paula Chaves, estás a punto de enamorar locamente a un hombre y de llevártelo a la cama.


—Supongo que el tipo del que estás hablando estará ciego, ¿no?


—Ve perfectamente. Estás ahora mismo delante de él: soy yo. Empiezan a vernos juntos en restaurantes del pueblo, tomándonos de la mano y mirándonos con embeleso. Incluso podríamos salir a bailar a alguno de los locales nocturnos.


—¡Oh, no! —bajó las piernas de la cama—. Conozco a todo el mundo en este pueblo, y no estoy dispuesta a dar un espectáculo semejante. Nunca fingiré ser tu amante. No con este cuerpo.


Pedro se le acercó, mirándola con expresión acusadora.


—¿Qué pasó con tu promesa de que harías cualquier cosa con tal de capturar a tu agresor?


—Mírame —se levantó, llevándose las manos al vientre—. Aun cuando aceptara colaborar en tu plan, ¿quién se creería que ibas a sentirte atraído por mí?


—Todo eso son imaginaciones tuyas —le puso las manos sobre los hombros—. Lo he pensado bien. Necesito estar contigo cada vez que dejemos la casa, y tenemos que conseguir que nuestra relación parezca lo más natural posible. Si lo nuestro parece un burdo montaje, nuestro hombre se dará cuenta, sospechará y esperará su ocasión. Esperará hasta golpear de nuevo. Y ni tú ni el bebé estaréis a salvo.


Paula cerró los ojos y se mordió el labio, con el corazón desgarrado por una sensación de puro terror. Aquella reacción no era buena para el bebé. Tenía que tranquilizarse y conservar el control. Nadie haría daño a su bebé. Jamás lo permitiría.


Su bebé: otro lapsus mental. Abrió los ojos y se esforzó por respirar profunda, pausadamente.


—Haremos esto a tu modo, Pedro, pero te lo advierto: no te pases de la raya. Solo unas cuantas risas. Puedes incluso mirarme a los ojos como si fuéramos amantes, pero solo para dar el espectáculo. Cuando volvamos a entrar en la casa, nuestra relación será puramente… profesional.


—Eso se da por sobrentendido.


—Y una vez que hayamos convencido a la gente que nos vea de que somos amantes… ¿ya solo tenemos que esperar a que ese loco golpee de nuevo?


—¿Tienes alguna idea mejor?


—No. Esto no va a funcionar, Pedro. Nadie se creerá que has venido aquí de vacaciones para acabar enamorándote de una mujer embarazada.


—De hecho, vamos a difundir el rumor de que soy un antiguo novio tuyo que ha venido a visitarte… y cuyo amor por ti vuelve a florecer al cabo de todos estos años.


—Nadie se lo tragará —negó con la cabeza.


—Claro que sí. Soy muy buen actor.


—Yo también, pero no se trata de eso —se dirigió hacia la puerta—. Bueno, voy a ducharme y a vestirme.


—Ponte algo sexy —le pidió él, sonriendo—. Recuerda que tienes que enamorarme locamente.


—¡Sexy! —abriendo los brazos, le regaló una vista frontal de su abultada figura, cubierta por el amplio camisón—. Sería necesario un milagro para que un hombre se excitara con esto.


Pedro musitó algo entre dientes que sonaba a un «espérate y verás». Y Paula se dijo que, evidentemente, debía de haber escuchado mal.





A TODO RIESGO: CAPITULO 16




9 de diciembre


Paula se despertó oliendo a beicon frito, a café recién hecho y a brisa del mar. Se desperezó, y de inmediato gimió de dolor cuando sus brazos y piernas se resintieron del movimiento. Se llevó una mano al vientre.


—Buenos días, pequeñita. Huelo a comida, así que supongo que eso quiere decir que nuestro invitado está cocinando. Es el mismo tipo sospechoso del que te hablé, pero anoche me enseñó sus credenciales. Parece que es un agente del FBI de verdad y que está aquí para protegernos. De modo que no necesitas preocuparte de nada hasta que estés lista para venir al mundo.


Paula, en cambio, tenía unas cuantas cosas de las que preocuparse. La noche anterior había hablado con el médico, le había contado una serie de verdades a medias, y él le había dicho que probablemente estaría bien mientras no tuviera contracciones ni hemorragias. Aun así, se alegraba de tener cita para esa misma tarde.


Y, de alguna forma, tendría que hacerse a la idea de vivir con un hombre en la casa. Estaba a punto de levantarse cuando escuchó unos pasos acercándose en las escaleras. Pedro se detuvo en la puerta, llevando una bandeja de desayuno que no podía tener mejor aspecto.


—No me digas que eso es para mí


—Me figuré que te lo merecías después de lo de anoche.


—¿Vas a compartirlo conmigo?


—¿Quieres compañía?


—¿Por qué no? Necesitamos hablar de cómo vamos a explicar ante todo el mundo tu presencia aquí durante los próximos días.


—Eso ya lo tengo arreglado.


Paula tuvo la sensación de que iba a decirle algo que no le iba a gustar nada, pero no quería que las malas noticias volvieran a estropearle el apetito. Y el bebé también necesitaba alimentarse.


—Desayuna primero antes de que se te quede frío —le dijo Pedro—. Los planes podrán esperar.


Paula empezó a comer mientras él bajaba a la cocina para subirse su bandeja de desayuno. El beicon estaba crujiente, justo como le gustaba. 


Tomó un trago de café. Durante los primeros tres meses de embarazo no había sido capaz de probar el café sin tener náuseas, pero ahora le sabía mejor que nunca. Aun así, se limitaba a una taza por día. Demasiada cafeína no era buena para el bebé.


Al cabo de unos minutos, Pedro apareció en la puerta. Y Paula intentó prepararse mentalmente para la siguiente ronda de sorpresas.





viernes, 19 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 15





Paula estaba sentada a la mesa de la cocina, revolviendo con la cuchara su sopa de tomate, pensativa. Pedro iba por su segundo plato y ya había devorado su sándwich. Ella solo se había comido medio y unas pocas cucharadas de sopa.


Le parecía extraño estar delante del hombre que tanto miedo le había inspirado hasta hacía apenas una hora. Y ahora se estaba creyendo todo lo que le decía a pesar de que no le había aportado una solo prueba efectiva de su identidad.


—Me gustaría ver tu placa.


—Haré algo mejor que eso: te daré un número de teléfono para que hables con mi supervisor. Pero, mientras tanto, necesito recoger mi ropa en el apartamento. Con lo grande que es esta casa, estoy seguro de que tienes un montón de dormitorios.


—No puedes quedarte aquí.


—Es la mejor solución.


—Para mí, no.


—Tienes la memoria muy corta, Paula —miró el reloj de la cocina—. Hace poco más o menos una hora, estabas luchando por conservar la vida. El tipo se escapó, y ahora mismo está por ahí, en alguna parte, esperando la oportunidad de atacar de nuevo. No pienso dejarte sola… ni por un segundo.


—Ya decidiré yo eso una vez que me demuestres quién eres realmente.


—¿Siempre eres tan desconfiada?


—Trabajo en el mundo de las grandes inversiones. Hace mucho tiempo que aprendí a no confiar en nada que no pueda ser demostrado con hechos.


—Bien. Yo tampoco soy un hombre muy confiado. Y ahora, ¿por qué no llamas a tu médico y hacemos después un pequeño viaje a mi apartamento para que pueda hacer la maleta y traerme mis cosas?


—No necesitarás traerte mucho para una sola noche.


—Sigues sin entenderlo, ¿verdad? —sacudió la cabeza—. A partir de este momento, estaré a tu lado noche y día hasta que el hombre que intentó atacarte se encuentre entre rejas.


—No será necesario. Ya me he hartado de la buena vida. Lo primero que haré mañana por la mañana será volver a Nueva Orleans —no estaba segura de cuándo había tomado esa decisión, pero en aquel instante tenía unas enormes ganas de abandonar El Palo del Pelícano.


—No. Tú te quedas aquí.


Paula se levantó entonces de la mesa, fulminándolo con la mirada.


—Seas o no del FBI, Pedro Alfonso, no vas a ordenarme lo que tengo que hacer o dónde he de vivir.


—De acuerdo —extendió las manos sobre la mesa—. No te lo estoy diciendo. Te estoy sugiriendo que te quedes en Orange Beach.


—¿Por qué? ¿Para ponérselo más fácil al lunático que ha querido ahogarme?


—Aquí, en un lugar aislado como este, me resulta mucho más fácil protegerte. Además, este es un pueblo pequeño, y tendremos más posibilidades de atrapar a tu agresor antes de que vuelva a atacarte.


—¿Pero por qué mató este hombre a Benjamin y a Juana? ¿Y por qué quiere matarme también a mí?


—No lo sabemos. Solo sospechamos que la explosión fue provocada y que, no contento con matar a sus padres, también quiere matar a su hija.


—¿No sabéis más o es que no queréis decir más?


—Te he dicho lo que puedo decirte.


Paula se dijo que aquello no podía tener que ver con Juana… sino con Benjamin. Siempre le había parecido una persona encantadora, pero la verdad era que nunca llegó a conocerlo bien. 


Y tal vez tampoco la propia Juana. Se había enamorado de él durante unas vacaciones en una isla del Caribe. Pocos meses después se casaron. Jamás había oído hablar a Benjamin de su familia, por ejemplo, lo cual resultaba muy extraño…


—¿Entonces crees que ese tipo no va detrás de mí, sino del bebé?


—Creemos que es posible. Por eso he venido.


El corazón se le subió a la garganta. Aquel loco, quienquiera que fuera, planeaba matar al bebé. 


La última y definitiva venganza contra Benjamin, por el pecado que hubiese cometido a los ojos de aquel hombre. Estaba exhausta, tan agotada que apenas podía permanecer de pie, pero aun así sentía crecer dentro de sí una fuerza, un poderoso instinto protector capaz de enfrentarse a su propio miedo. Miró a Pedro con expresión decidida.


—Dime lo que tengo que hacer.


—¿Eso quiere decir que aceptas quedarte en Orange Beach?


—Quiere decir que me quedaré o iré a cualquier parte con tal de parar a ese loco y proteger al bebé. Así que vamos a tu apartamento a recoger tus cosas. Pero quiero ver tu placa y hablar con tu superior.



A TODO RIESGO: CAPITULO 14




—Pedro.


Alzó la mirada del fuego que estaba encendiendo en la enorme chimenea cuando Paula volvió al enorme salón. Se había enrollado una toalla a la cabeza, a modo de turbante, y cambiado la ropa empapada por su bata azul.


—Se me había ocurrido encender la chimenea, si no te parece mal.


—Me parece perfecto. Tú también deberías cambiarte de ropa.


—Mido uno noventa. Dudo que tengas algo que me venga bien. Además, estos pantalones cortos se secan rápido.


Ya se había quitado la camiseta, revelando su musculoso pecho.


—Al menos tú estabas vestido para la ocasión.


—Menos mal que te estaba vigilando con los prismáticos en el preciso momento en que él te atacó.


—¿Me vigilas cada vez que dejo la casa?


—Por lo menos lo intento —admitió.


—¿Y me seguiste hasta aquí porque esperabas que alguien intentaría asesinarme?


—Pensábamos que era posible.


—¿La primera persona del plural va por el FBI?


—Así es.


Paula se quitó la toalla y empezó a secarse el pelo. Húmedo, su cabello parecía todavía más oscuro, de un negro brillante. Una vez más Pedro se quedó impresionado de su belleza, así como de su vulnerabilidad. Nunca antes había protegido a una mujer embarazada, ni sospechado lo muy conmovido que podría llegar a sentirse haciéndolo. Hacía tan solo unos minutos, cuando la vio luchando por su vida, había experimentado una furia insólita. ¿Qué tipo de monstruo podría querer matar a una mujer embarazada? Era una pregunta absurda. 


Conocía bien a ese monstruo y sabía que no tenía ningún escrúpulo.


Sin embargo, embarazada o no, Paula Chaves no era una delicada muñequita. Había luchado en el agua con todas sus fuerzas, y Pedro tenía la sensación de que, a partir de ese momento, le costaría conseguir que le cediera la iniciativa y el mando en todo aquel asunto. Pero seguramente a nadie lo atraían tanto los desafíos como a él. 


Cerró la pantalla de la chimenea y se incorporó.


—Bueno, con esto no pasaremos frío.


—Toma —Paula le ofreció una manta de playa—. Así podrás abrigarte un poco; hasta que se te seque la camiseta.


—Buena idea —se la echó sobre los hombros.


—¿Pudiste ver bien al hombre que intentó matarme?


—No estoy muy seguro. Era casi de noche y todo sucedió muy rápido. Salió corriendo antes de que tuviera oportunidad de arrancarle ese pasamontañas.


—¿Por qué no lo perseguiste?


—Porque si lo hubiera hecho, tú te habrías ahogado —desvió la mirada hacia la cocina—. Ahora tenemos que pensar en la comida. ¿Has comido?


—No desde el mediodía.


—Bien. Yo tampoco.


De repente sonó el teléfono. Paula se dispuso a descolgarlo, pero él se lo impidió.


—Déjalo que suene.


—Probablemente sea mi jefe. Seguirá llamando hasta que responda.


—¿Joaquin Hardison?


—Sí.


—Entonces responde, pero no le digas nada de lo que ha pasado —leyó cientos de preguntas en sus ojos, mezcladas con una sombra de sospecha—. Confía en mí, Paula. Yo te protegeré a ti y al bebé. Nadie volverá a hacerte daño, pero tienes que hacer lo que yo te diga. Descuelga el teléfono y conversa con él como si no hubiera pasado nada.


Pedro escuchó la conversación mientras rebuscaba en su cocina. Paula comía por dos, y él mismo estaba muy hambriento. Después de comer tendrían que elaborar un plan. Se había acabado lo de vigilar a una mujer recluida en una vieja y solitaria casa de playa. A Paula no le gustaría, pero no iba a tener más remedio que pegarse a ella como una lapa, día y noche, hasta que su agresor estuviera entre rejas. Ni en la sala de partos se separaría de ella.