sábado, 20 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 17





Pedro dejó su bandeja sobre la mesa que estaba al lado de la ventana.


—Vives en una verdadera mansión.


—Mi abuelo la hizo construir para mi abuela hace años. Quería que fuera la casa de sus sueños. Ella misma la diseñó, hasta el último detalle. Podría restaurarla un poco más, pero me gusta así como está.


—Además, la propiedad es tan extensa que no hay edificios altos cerca que te puedan estropear la vista.


—Mi abuela decía que en aquel entonces la tierra no valía casi nada: no eran más que kilómetros y kilómetros de arena. Nadie se imaginó nunca que en este tramo de playa llegara a edificarse tanto.


—No me extraña. Estas playas rivalizan con las del Caribe en belleza.


—¿Realmente es tu primera visita a esta zona?


—Sí. Me sorprendiste diciendo la verdad.


—¿Qué debo creer entonces de todo lo que me dijiste? ¿Pedro Alfonso es tu verdadero nombre?


—Por el momento, sí. En cada misión soy una persona distinta con unos antecedentes diferentes. Y ahora mismo soy Pedro Alfonso, vendedor de coches de segunda mano en Nashville.


Paula pensó que, a juzgar por lo que decía, no tenía sentido molestarse en llegar a conocerlo. 


Nunca sería quién o lo que pretendía ser. Se untó una tostada de mermelada de naranja. 


Quienquiera que fuera, preparaba unos desayunos excelentes.


—Tiene que haber por lo menos una docena de habitaciones en esta casa.


—Nunca las he contado, pero es probable. Hay seis dormitorios, incontables cuartos de baño, el gran salón familiar donde estuvimos sentados anoche, la cocina, una biblioteca, ese pequeño cuchitril arriba de las escaleras del tercer piso. Y la cúpula. Actualmente se usa sobre todo de trastero, pero cuando era adolescente, me subía allí con Juana a reírnos y a hablar de chicos.


—Juana Brewster. Erais muy amigas, ¿verdad?


—Sí. Solo que entonces era Juana Sellers.


—Es verdad. La hija de Joana y Luis Sellers. Pero volviendo al Palo del Pelícano: tu abuela debía de saber que querías mucho esta casa cuando te la legó personalmente en su testamento.


—Lo sabes todo sobre mí.


La conversación languideció mientras comían. Pedro terminó primero, a pesar de que comió mucho más que ella. No parecía tener un solo gramo de grasa más en el cuerpo, pero aun así tenía un apetito voraz. Paula pensó que le gustaría descubrir su secreto.


Después de apurar su café, Pedro clavó en ella sus penetrantes ojos azules.


—Háblame de tu relación con Joaquin Hardison.


—Es mi socio. Actualmente estamos encabezando un equipo de fusión de empresas.


—Pero estuvisteis comprometidos.


—Joaquin y yo estuvimos comprometidos —le confesó, suspirando—, pero rompimos hace cerca de un año. Ahora somos amigos y compañeros de trabajo.


—No debe de ser una situación muy cómoda.


—Somos adultos. Nos arreglamos bien.


—¿Piensa visitarte aquí, en la playa?


—No. No lo he invitado, pero de todas formas no vendría. Hacer compañía a una mujer embarazada no es algo que lo atraiga especialmente.


—Una persona menos de la que preocuparnos. No hay razón para que sepa más de lo que le hemos dicho a tus amigos de Orange Beach. ¿Piensas quedarte aquí hasta que nazca el bebé?


—Ese era mi plan original. Pero ahora parece que eres tú quien me dicta la agenda.


—Lo de que tengas el bebé aquí me parece bien. Con un poco de suerte, todo esto habrá terminado mucho antes del parto.


—Ojalá. Porque quedan dos semanas y media —hizo a un lado su bandeja—.Y ahora, cuéntame tu plan.


—Tú, Paula Chaves, estás a punto de enamorar locamente a un hombre y de llevártelo a la cama.


—Supongo que el tipo del que estás hablando estará ciego, ¿no?


—Ve perfectamente. Estás ahora mismo delante de él: soy yo. Empiezan a vernos juntos en restaurantes del pueblo, tomándonos de la mano y mirándonos con embeleso. Incluso podríamos salir a bailar a alguno de los locales nocturnos.


—¡Oh, no! —bajó las piernas de la cama—. Conozco a todo el mundo en este pueblo, y no estoy dispuesta a dar un espectáculo semejante. Nunca fingiré ser tu amante. No con este cuerpo.


Pedro se le acercó, mirándola con expresión acusadora.


—¿Qué pasó con tu promesa de que harías cualquier cosa con tal de capturar a tu agresor?


—Mírame —se levantó, llevándose las manos al vientre—. Aun cuando aceptara colaborar en tu plan, ¿quién se creería que ibas a sentirte atraído por mí?


—Todo eso son imaginaciones tuyas —le puso las manos sobre los hombros—. Lo he pensado bien. Necesito estar contigo cada vez que dejemos la casa, y tenemos que conseguir que nuestra relación parezca lo más natural posible. Si lo nuestro parece un burdo montaje, nuestro hombre se dará cuenta, sospechará y esperará su ocasión. Esperará hasta golpear de nuevo. Y ni tú ni el bebé estaréis a salvo.


Paula cerró los ojos y se mordió el labio, con el corazón desgarrado por una sensación de puro terror. Aquella reacción no era buena para el bebé. Tenía que tranquilizarse y conservar el control. Nadie haría daño a su bebé. Jamás lo permitiría.


Su bebé: otro lapsus mental. Abrió los ojos y se esforzó por respirar profunda, pausadamente.


—Haremos esto a tu modo, Pedro, pero te lo advierto: no te pases de la raya. Solo unas cuantas risas. Puedes incluso mirarme a los ojos como si fuéramos amantes, pero solo para dar el espectáculo. Cuando volvamos a entrar en la casa, nuestra relación será puramente… profesional.


—Eso se da por sobrentendido.


—Y una vez que hayamos convencido a la gente que nos vea de que somos amantes… ¿ya solo tenemos que esperar a que ese loco golpee de nuevo?


—¿Tienes alguna idea mejor?


—No. Esto no va a funcionar, Pedro. Nadie se creerá que has venido aquí de vacaciones para acabar enamorándote de una mujer embarazada.


—De hecho, vamos a difundir el rumor de que soy un antiguo novio tuyo que ha venido a visitarte… y cuyo amor por ti vuelve a florecer al cabo de todos estos años.


—Nadie se lo tragará —negó con la cabeza.


—Claro que sí. Soy muy buen actor.


—Yo también, pero no se trata de eso —se dirigió hacia la puerta—. Bueno, voy a ducharme y a vestirme.


—Ponte algo sexy —le pidió él, sonriendo—. Recuerda que tienes que enamorarme locamente.


—¡Sexy! —abriendo los brazos, le regaló una vista frontal de su abultada figura, cubierta por el amplio camisón—. Sería necesario un milagro para que un hombre se excitara con esto.


Pedro musitó algo entre dientes que sonaba a un «espérate y verás». Y Paula se dijo que, evidentemente, debía de haber escuchado mal.





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