sábado, 20 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 18





Paula abrió el cajón superior de su escritorio y sacó el pequeño joyero que usaba para los viajes. La joyería no era una de sus debilidades, pero tenía unas cuantas piezas que le gustaba ponerse. La pulsera de oro que le había regalado su abuela antes de morir sería perfecta para la ocasión. Algo seguro, familiar, en un mundo que estaba escapando a su control.


Abrió el joyero: estaba su reloj de jade y plata, y sus pendientes dorados, pero no su pulsera.


Extraño. Habría jurado que la había guardado allí. Se puso los pendientes sin molestarse en mirarse al espejo, pensando una vez más que lo que estaba a punto de hacer no tenía ningún sentido.


Segundos después bajaba las escaleras para hacer su gran entrada como mujer fatal. Había elegido un vestido azul amplio, de dos piezas, con dos pequeños bordados en el frente y falda blanca debajo. «Sexy» era probablemente la última palabra que habría elegido para describir su aspecto, pero a ella le gustaba. Y se había maquillado y cepillado el pelo, ahuecándose la melena. Curioso: en vez de vestirse para matar, se había vestido para evitar que la mataran. Y, lo que era aún más extraño: se sentía ya mucho más segura con Pedro. Tan solo unos días atrás había sido un personaje siniestro, acechante. Y ahora estaba viviendo en su propia casa.


—¿Listo para salir?


Pedro se volvió al escuchar su voz. Nada más verla, soltó un silbido de admiración.


—Ya te dije que en casa no necesitabas fingir.


—No estoy fingiendo. Estás preciosa.


—Muy embarazada, más bien.


—Te cuesta aceptar un cumplido. ¿Joaquin nunca te decía que eras una mujer hermosa?


—Joaquin no es un hombre de cumplidos.


—Entonces se merecía perderte. Y ahora, salgamos a exhibirnos.


—No estoy muy segura de que pueda soportar esto.


—Solo tienes que ser tú misma, una mujer de Orange Beach que ha vuelto a casa por Navidad para tener un bebé. ¿Cuánta gente del pueblo sabe que el bebé es de Juana?


—Cuento con la esperanza de que nadie. A Juana ya no le quedaba ningún familiar aquí. Además, ella siempre lo mantuvo en secreto, excepto a un par de amigas suyas. Era como una especie de supersticiosa previsión. No quería estropear las posibilidades que tenía de convertirse finalmente en madre.


—Eso había oído.


—Pero aun así, vosotros sabíais que ella era la madre. ¿Cómo lo descubristeis?


—Preguntando a una de sus amigas. Una vecina suya.


—Después de esto, creo que voy a dejar de creer en la palabra «privacidad». En realidad, todo el mundo cree llevar una vida privada que realmente no lo es.


—Es no tiene por qué ser tan malo.


—Quizá no desde tu punto de vista.


—Entonces… ¿tú quieres que la gente de este pueblo piense que el bebé es tuyo?


—Oh, no. Ni hablar. A quien me pregunta le digo que soy una madre de alquiler, y lo mismo hice en Nueva Orleans. Solo Joaquin sabe que el bebé es de Juana. Le revelé el plan en un momento de debilidad, cuando todavía estaba pensando si aceptar o no la petición de mi amiga.


—Bien. Lo dejaremos así. Nadie tiene por qué saber más —la tomó del brazo mientras se dirigía hacia la puerta—. Probablemente te resultará más cómodo que vayamos en tu coche. Si no te apetece conducir, lo haré yo.


—Sí, mejor conduce tú. Yo apenas quepo detrás del volante.




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