viernes, 19 de junio de 2020
A TODO RIESGO: CAPITULO 14
—Pedro.
Alzó la mirada del fuego que estaba encendiendo en la enorme chimenea cuando Paula volvió al enorme salón. Se había enrollado una toalla a la cabeza, a modo de turbante, y cambiado la ropa empapada por su bata azul.
—Se me había ocurrido encender la chimenea, si no te parece mal.
—Me parece perfecto. Tú también deberías cambiarte de ropa.
—Mido uno noventa. Dudo que tengas algo que me venga bien. Además, estos pantalones cortos se secan rápido.
Ya se había quitado la camiseta, revelando su musculoso pecho.
—Al menos tú estabas vestido para la ocasión.
—Menos mal que te estaba vigilando con los prismáticos en el preciso momento en que él te atacó.
—¿Me vigilas cada vez que dejo la casa?
—Por lo menos lo intento —admitió.
—¿Y me seguiste hasta aquí porque esperabas que alguien intentaría asesinarme?
—Pensábamos que era posible.
—¿La primera persona del plural va por el FBI?
—Así es.
Paula se quitó la toalla y empezó a secarse el pelo. Húmedo, su cabello parecía todavía más oscuro, de un negro brillante. Una vez más Pedro se quedó impresionado de su belleza, así como de su vulnerabilidad. Nunca antes había protegido a una mujer embarazada, ni sospechado lo muy conmovido que podría llegar a sentirse haciéndolo. Hacía tan solo unos minutos, cuando la vio luchando por su vida, había experimentado una furia insólita. ¿Qué tipo de monstruo podría querer matar a una mujer embarazada? Era una pregunta absurda.
Conocía bien a ese monstruo y sabía que no tenía ningún escrúpulo.
Sin embargo, embarazada o no, Paula Chaves no era una delicada muñequita. Había luchado en el agua con todas sus fuerzas, y Pedro tenía la sensación de que, a partir de ese momento, le costaría conseguir que le cediera la iniciativa y el mando en todo aquel asunto. Pero seguramente a nadie lo atraían tanto los desafíos como a él.
Cerró la pantalla de la chimenea y se incorporó.
—Bueno, con esto no pasaremos frío.
—Toma —Paula le ofreció una manta de playa—. Así podrás abrigarte un poco; hasta que se te seque la camiseta.
—Buena idea —se la echó sobre los hombros.
—¿Pudiste ver bien al hombre que intentó matarme?
—No estoy muy seguro. Era casi de noche y todo sucedió muy rápido. Salió corriendo antes de que tuviera oportunidad de arrancarle ese pasamontañas.
—¿Por qué no lo perseguiste?
—Porque si lo hubiera hecho, tú te habrías ahogado —desvió la mirada hacia la cocina—. Ahora tenemos que pensar en la comida. ¿Has comido?
—No desde el mediodía.
—Bien. Yo tampoco.
De repente sonó el teléfono. Paula se dispuso a descolgarlo, pero él se lo impidió.
—Déjalo que suene.
—Probablemente sea mi jefe. Seguirá llamando hasta que responda.
—¿Joaquin Hardison?
—Sí.
—Entonces responde, pero no le digas nada de lo que ha pasado —leyó cientos de preguntas en sus ojos, mezcladas con una sombra de sospecha—. Confía en mí, Paula. Yo te protegeré a ti y al bebé. Nadie volverá a hacerte daño, pero tienes que hacer lo que yo te diga. Descuelga el teléfono y conversa con él como si no hubiera pasado nada.
Pedro escuchó la conversación mientras rebuscaba en su cocina. Paula comía por dos, y él mismo estaba muy hambriento. Después de comer tendrían que elaborar un plan. Se había acabado lo de vigilar a una mujer recluida en una vieja y solitaria casa de playa. A Paula no le gustaría, pero no iba a tener más remedio que pegarse a ella como una lapa, día y noche, hasta que su agresor estuviera entre rejas. Ni en la sala de partos se separaría de ella.
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