sábado, 25 de enero de 2020
ADVERSARIO: CAPITULO 22
DURANTE los días siguientes, Paula tuvo la impresión de que su tía mejoraba, que se recuperaba; entonces, al tercer día, cuando la dejó para ir a casa en busca del descanso que tanto necesitaba, llamó el teléfono sacándola de un sueño profundo.
Por instinto supo, aun antes de contestar que sería del hospital. Diez minutos después de recibida la llamada, ya estaba vestida y se dirigía al lado del lecho de su tía, trataba de recordarse que no le serviría de nada la falta de concentración al conducir, que lo único que le acarrearía sería un accidente.
Triste, pensó que si Pedro Alfonso regresaba en su ausencia, sin duda pensaría que otra vez pasaba la noche con su amante.
Pedro Alfonso. ¿Por qué demonios permitía que entrara en su mente, que ocupara sus pensamientos, sus emociones ahora que necesitaba de toda su energía, de todos sus recursos mentales y emotivos para concentrarse en su tía y en lo que la esperaba?
¿Era porque estaba tan aterrorizada, aun ahora, de fallarle a su tía, de tomar lo último do su fuerza frágil, en vez de dársela, en vez de apoyarla, por lo que se permitía pensar en Pedro? ¿Lo usaba como recurso para alejar sus pensamientos de lo que tenía frente a ella?
Al acercarse al hospital, se le empezó a retorcer el estómago. Ya era bastante difícil aceptar la muerte como un concepto; pero como realidad...
Se estremeció. Estaba tan asustada, admitió, tanto de fallarle a su tía como a ella misma. Nunca antes había presenciado la muerte, y la idea de estar presente en la muerte de su adorada tía...
Sintió alivio cuando al llegar al hospital encontró a Maia consciente y lúcida, aunque parecía muy débil.
—Si quiere que una de nosotras la acompañe, o si nos necesita para cualquier cosa... —le dijo la enfermera amable, al acompañarla al lecho de su tía.
En silencio, Paula negó con la cabeza, se acomodó a un lado de la anciana, tomó entre las suyas la mano frágil.
La sorprendió la sonrisa de Maia; tenía la mirada tan llena de amor y tranquilidad, que, a pesar de estar decidida a no hacerlo, Paula sintió que sus ojos se llenaban de llanto. Lágrimas por ella misma, no por su tía que estaba tan calmada, tan en paz consigo misma, que llorar por ella casi sería un insulto a su valor... un intento de arrebatarle lo que tanto luchó por obtener.
—No, Paula, no lo hagas —le advirtió en voz baja la señora cuando ella trató de ocultarle sus lágrimas—. No es necesario que me ocultes tus sentimientos. Yo misma tengo deseos de llorar un poco. Todavía hay tanto que quisiera hacer... esas rosas, por ejemplo. Quería verte casada, sostener a tus hijos en mis brazos; sin embargo, al mismo tiempo tengo una gran alegría... una calma y una paz inmensas —le apretó los dedos con la mano débil—. No temo a la muerte, Paula, aunque admito que ha habido muchas ocasiones en las que he temido a mi propia muerte, y sin embargo, ahora, no siento ningún temor. No hay dolor, no hay miedo...
Paula pasó saliva, sabía por lo que le dijeron, que le habían administrado suficientes medicamentos como para calmar el dolor físico permitiéndole al mismo tiempo que no perdiera el conocimiento, aunque la enfermera advirtió a Paula que al final su tía perdería y recuperaría la razón y que en ocasiones no la reconocería, o la confundiría con otra persona.
—No es raro que alguien que está a punto de morir imagine que puede ver a alguien muy cercano a sí y que tal vez ha muerto hace tiempo, por lo que no se alarme si esto le ocurre a su tía —le advirtió la enfermera.
La anciana quería hablar, y aunque Paula ansiaba gritarle que no lo hiciera, que no malgastara sus fuerzas, logró contener las palabras, se decía que lo importante ahora eran las necesidades de su tía y no las propias. En ocasiones, como se lo advirtieran, perdía y recuperaba la conciencia, confundía a Paula con su hermana y en otras con la madre de Paula, pero, poco a poco, de manera inexorable, se le escapaba la vida, los dedos que sostenía entre los suyos se enfriaban, sólo el brillo de los ojos azules al volverse a ver a Paula, le decían que todavía había vida en ella.
—Abrázame, Paula... —le suplicó—, tengo tanto miedo...
Y, entonces, casi al momento en que Paula controló su propia angustia para abrazarla con fuerza, una expresión de paz intensa le iluminó el rostro.
Parecía ver más allá de ella, enfocar la vista en algo o en alguien que Paula misma no lograba ver.
Había oscuridad en la sala. La tarde se convirtió en noche.
Como si supiera que era lo que ocurría, la enfermera apareció a un lado de la cama, moviéndose silenciosamente y apoyó la mano sobre el hombro de Paula, le dio calor y fuerza, le retiró el frío que parecía haberla envuelto.
Paula descubrió que apenas podía respirar, apenas podía pasar saliva por lo inmenso de su tensión y angustia. Escuchó que su tía decía algo., un nombre quizá... un resplandor de tal alegría le suavizó el rostro, que Paula por instinto se volvió a ver en la misma dirección, sólo que no logró ver nada a excepción de la oscuridad que rodeaba la cama.
En el silencio pesado de la sala, el sonido de la garganta de su tía al exhalar su último aliento, sonó demasiado fuerte.
ADVERSARIO: CAPITULO 21
Tan pronto como estuvo segura de que se había ido, temblorosa subió al piso alto, hizo un gesto de horror al ver su reflejo en el espejo de su dormitorio.
Se veía muy mal, tenía el maquillaje corrido por las lágrimas, el rostro hinchado y pálido, el cabello en desorden, la ropa arrugada como si hubiera dormido con ella puesta. No era de sorprender que él hubiera pensado...
Empezó a temblar, rodeó su cuerpo con los brazos, tratando de conservar el calor.
¿Por qué la atacó de esa forma, con tal fiereza verbal, de tal manera que sintió su desdén como si fuera un golpe físico? Antes, nunca se enfrentó al desprecio de nadie, nunca se imaginó que lo tuviera que hacer. La juzgaba tan mal, la despreciaba tanto, estaba tan amargado... y, sin embargo, a pesar de todo lo que pensaba de ella, estaba tan preocupado, que esperó hasta que ella regresó a casa... para asegurarse de que estaba bien.
Se sentó sobre la cama. Tenía la mente llena de pensamientos extraños, no relacionados. Se preocupó por ella, a pesar de lo que pensaba de ella. Le importaba...
Sintió un nudo enorme en la garganta. No por él, se aseguró; no, su derrumbe emocional no estaba ocasionado por cualquier reacción que Pedro Alfonso le causara; era sólo una reacción como resultado de la preocupación que ella sentía por su tía.
Eso era lo que la tenía tan vulnerable... tan débil y susceptible a los pensamientos y sentimientos de los otros...de él. Pedro estaba equivocado en la apreciación que tenía de ella, pero, no tenía manera de saber... que las cosas que le dijera eran crueles a la vez que injustificadas, y sin embargo, cuando las dijo, ella sintió que su verdadero enojo y desdén no estaban dirigidos a ella, sino a su supuesto amante.
¿Qué le pasaba?, se preguntó cansada. ¿Por qué se permitía analizar el punto de vista de Pedro Alfonso, por qué reaccionaba de manera tan peligrosa a él? Estaba tan enojada en ese momento, tan furiosa, tan... si no se hubiera sentido tan débil, se habría defendido golpeándolo. Se estremeció al darse cuenta del peligro que encerraban sus reacciones.
Olvídalo, se dijo mientras se desvestía. Olvídalo.
Tienes cosas mucho más importantes de las que preocuparle... mucho más importantes.
ADVERSARIO: CAPITULO 20
Le desagradó descubrir que el auto de Pedro estaba frente a la casa cuando llegó. Al recorrer el sendero hacia la casa, recordó que él dijo algo de un servicio, esperaba que lo hubiera llevado después de que él saliera a trabajar y que su presencia fuera de la cabaña no significara que Pedro estaba adentro.
Abrió la puerta posterior. La cocina estaba inmaculada, y durante un momento pensó que Pedro ya había salido; entonces vio el café listo y escuchó pasos en la escalera, se le tensó el cuerpo cuando éste entró en la cocina.
—Vaya, ya regresaste —la voz de Pedro sonó inexpresiva. Entonces, ¿por qué tenía ella la sensación de que trataba de contener su furia?—. ¿Sueles pasar la noche fuera con frecuencia? —la presionó brusco al dejar salir el enojo que lo invadía—. Sólo me gustaría saberlo para no parecer un tonto con la policía cuando reporte tu desaparición. No hablo de un informe minucioso de tus actividades, no espero una descripción de la manera en la que pasas el tiempo —continuó sarcástico—. Sólo unas cuantas palabras... una nota breve...
Paula todavía no hablaba. Lo inesperado de su ataque, la dejó demasiado sorprendida como para defenderse. No podía creer que él se comportara como un padre iracundo que amonestara a un adolescente difícil.
Se sacudió el sufrimiento y desesperación legado de la noche en vela que pasara en el hospital. Trataba de aclararse la cabeza, de ordenar sus pensamientos... encontrar la manera de defenderse.
—No tengo por qué darte cuenta de mis actos —le dijo molesta—. Esta es mi casa y soy una persona adulta. Si quiero pasar toda la noche fuera, eso es asunto mío y de nadie más.
—Estás equivocada —la interrumpió brusco—. Considero que la esposa de tu amante lo considera tanto su asunto como tuyo. A propósito, ¿en dónde estuvo ella? ¿A dónde te llevo? ¿A un hotelucho sórdido, o te llevó a su casa en ausencia de su esposa y te hizo el amor en la misma cama que comparte con ella? Algunos hombres se sienten muy excitados al hacerlo... y algunas mujeres...
El disgusto en la voz de Pedro hizo que se le pusiera la carne de gallina. ¿En verdad pensaba...sugería que...?
—No importa lo que haya ocurrido entre ustedes anoche. Es obvio que no podía esperar para deshacerse de ti hoy. Un amante poco romántico... pero, la mayoría de los hombres casados no lo son. No pueden darse el lujo de serlo.
Paula ya había escuchado lo suficiente. Sus acusaciones infundadas aunadas a los hechos de la noche, hicieron que perdiera el control, que sus sentimientos se arremolinaran de tal manera que lo único que quería era llorar con amargura.
— ¿Qué sabes de esto? ¿Qué sabes de nada de lo que me pasa? ¿Qué te da el derecho de juzgarme, de condenarme?
Horrorizada, percibió como la amenazaban las lágrimas, sabía que si no se recuperaba, se desharía por completo. No podía enfrentarse a eso ahora. Lo que necesitaba era paz, soledad, sueño... Descubrió que temblaba, casi con violencia, tenía los nervios alterados, el cuerpo tan tenso, que la menor provocación la haría explotar. Quería, descubrió aterrorizada, abrir la boca y gritarle, gritarle hasta que no quedara nada... nada de sufrimiento, enojo, amargura, angustia... nada.
—¿En verdad valió la pena? —escuchó que Pedro preguntaba molesto—. ¿Lo disfrutaste sabiendo que él engaña a alguien para estar contigo, a la mujer que en algún momento le juró amor eterno, justo como te engañará a ti algún día? Eres una mujer inteligente. ¿No puedes ver más allá del presente, ver lo que te depara el futuro... no te das cuenta...?
Paula ya estaba harta.
—Me doy cuenta de que no tienes derecho de hablarme así —le dijo seria.
Se sentía como si hubiera bebido demasiado. Su proceso mental era tan lento, que apenas podía pensar con lógica.
—Y para tu información... —le falló la voz, por los sentimientos acumulados al recordar en donde pasara la noche; la noche que él la acusara de pasar entre los brazos de su amante imaginario, en la cama que él compartía con su esposa, supo que no había manera de decirle la verdad.
Ella sintió que se marcaba, tuvo que apoyar la mano sobre la mesa para no caer. Todo lo que quería era estar sola, tratar de obtener el descanso que tanto necesitaba para que cuando llegara la crisis final; cuando llegaran las horas finales de la vida de su tía, ella tuviera la fuerza suficiente para soportarlas.
—¿Qué haces aquí a esta hora? —preguntó—. Pensé que ya habrías salido al trabajo.
Ella apenas se percató de las conclusiones a las que él llegaba cuando notó la forma en la que se le tensaba el rostro.
—Sí, estoy seguro de que lo hiciste. Supongo que nunca se te ocurrió que estaría preocupado por ti, que cuando regresé y noté que no estaba tu auto... que tú no estabas...
Paula lo miraba incrédula. ¿Trataba de decirle que retrasó su salida porque estaba preocupado por ella? Eso era ridículo... imposible.
—No te creo —le dijo ella con firmeza, reaccionando por instinto a lo que él le decía.
—No, supongo que no —él admitió molesto—. Sin embargo, esa es la verdad. Ahora que ya regresaste... —su subió la manga de la camisa y le dio un vistazo al reloj de pulso. Por alguna razón, esa acción tan masculina, hizo que se le encogiera el estómago y que se le debilitara el cuerpo. Apenas advirtió que él decía algo de tener que pasar un par de días en Londres y que no regresaría hasta finalizar la semana, pero, sentía tal necesidad de estar a solas, que no fue sino hasta más tarde, después de que él se fuera, que comprendió lo que le dijera.
ADVERSARIO: CAPITULO 19
Una vez allí, trató de recuperar la compostura, pero, cada vez que creía que empezaba a relajarse un poco, le regresaban las palabras que le dijera, acompañadas por una imagen mental muy clara y vivida de su cuerpo desnudo.
Desde la ventana de su habitación podía observar el sendero, y no fue sino hasta que vio un taxi que lo recorría que se percató de que iba a buscar a Pedro para llevarlo a su compromiso, entonces, logró bajar a la cocina que, por fortuna, encontró vacía.
Descorazonada, empezó a prepararse su cena, pero entonces llamó el teléfono y se tensó, pensando que podía ser del hospital. Cuando no lo fue, descubrió que la tensión le había destruido el apetito de tal manera, que todo lo que pudo hacer fue comer un poco de ensalada antes de volver a subir a arreglarse para ir al hospital.
Fue entonces, cuando se percató de que habia retrasado el momento de entrar en el cuarto de baño.
Se volvió a sentir acalorada, rechinó los dientes y se obligó a hacerlo, cerró bien la puerta antes de desvestirse y entrar en la ducha.
Una vez allí, se detuvo en el acto de enjabonarse el cuerpo, recordaba la visión y el aroma de Pedro. El cuerpo respondió al estímulo de su mente y el efecto fue tan erótico, tan poderoso que jadeó en protesta, permaneció inmóvil, tratando de negar lo que le ocurría.
¿Qué le pasaba? ¿Por qué se comportaba así y reaccionaba de esa manera a un hombre a quien apenas conocía y que además, le desagradaba? Molesta, so talló la piel hasta casi sangrarla.
No quería recordar lo que sintiera cuando vio el cuerpo desnudo de Pedro, cómo se sintiera cuando vio la reacción que él tuvo. Luchó contra el recuerdo del timbre sutil que hubo en la voz de Pedro cuando él le dijo: A un hombre le parece erótico que su mujer lo observe cuando le hace el amor, cuando admira su cuerpo y encuentra placer en el efecto que ella tiene sobre él...
Se le puso la carne de gallina, a pesar del vapor en el cuarto de baño; sentía los senos pesados, los muslos débiles, un dolor en su interior, y si cerraba los ojos...
Se movió brusca, tomó su ropa interior con violencia, trataba de negar lo que le ocurría, casi lloraba por su incapacidad de comprender por qué reaccionaba así. ¿Tenía que ver con su edad... su soltería... era una manifestación de la manera en la que funcionaba su reloj biológico... o era algo ocasionado por el trauma que le provocaba la enfermedad de su tía, una manera de hacerse a un lado y alejarse de la angustia que la acosaba? Cansada, negó con la cabeza, trataba de apartar a Pedro de sus pensamientos, incluyendo aquellos traicioneros que la llevaban a preguntarse en dónde estaría y con quién. Una cena con un colega, dijo, y ella se preguntaba si sería hombre o mujer. Y si fuera mujer...
Muy alarmada por la dirección que seguían sus ideas, las controló. Era su tía en quien debería pensar ahora, no en Pedro Alfonso. El no ocupaba un lugar real en su vida, y no tenía lugar en sus pensamientos... ni en sus emociones.
Cuando llegó al hospital, su tía estaba consciente e inquieta. Se sentó a su lado y le tomó la mano, tranquilizándola. Sufría por el temor y el amor mientras escuchaba a su tía hablar de su infancia, la confundía con su hermana, quien fuera su propia abuela, pero que no viviera lo suficiente para que Paula la conociera.
Pasaron las horas, largas, agotadoras, durante las cuales en ocasiones su tía emergía del pasado al presente y volvía a ser la adulta preocupada y amorosa que guiara a Paula con tanto cuidado a través del trauma de la pérdida en su infancia, quien le diera tanto, quien ahora la necesitara tanto, admitió Paula mientras hablaban, o más bien mientras su tía hablaba y ella escuchaba.
Por primera ocasión supo del hombre joven con quien su tía esperaba casarse y quien sufriera una muerte trágica en la guerra.
—Fuimos amantes antes de que se fuera, después rogaba haber concebido su hijo —Paula le apretó la mano para consolarla—. Lo deseaba tanto. Lo perdí a él, pero hubiera dado a luz a su hijo. No hay un sufrimiento semejante al desear el hijo de tu amado, y saber que nunca podrá ser. Un día, cuando te enamores, sabrás a lo que me refiero Paula.
Maia estaba cansada, agotada por el esfuerzo de hablar, el dolor se reflejaba en las líneas del rostro que veía a Paula.
—Lo peor de todo es saber que te dejaré sola —le dijo a su sobrina nieta en voz baja.
Paula negó con la cabeza, tratando de ocultar sus lágrimas.
—No estaré sola. Siempre tendré tu amor. Tú me has dado tanto...
—No más de lo que tú me has dado a mí. Cuando murieron tus padres y yo entré en tu vida... le diste un significado a la mía, Paula, no sólo un objetivo, sino también amor —hizo una pausa, después añadió—. Si todo esto es demasiado para ti...
Paula negó con la cabeza.
—No, quiero estar contigo... compartirlo todo contigo.
Cansada su tía le sonrió, le prometió en voz suave que ya no le quitaría demasiado tiempo.
—Es extraño, pensé que cuando llegara el momento, sentiría temor, que tendría que fingir que no estaba atemorizada, pero...no lo estoy. Me siento muy en paz —añadió, cerró los ojos, haciendo que el corazón de Paula latiera por el terror, tuvo que luchar por .contener las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos. No... Todavía no. Y, entonces, de repente, los volvió a abrir como si hubiera escuchado su grito silencioso y prosiguió—. Todavía no ocurrirá, no será esta noche, pero pronto...
Mientras su tía dormía, Paula permaneció sentada a su lado, temía moverse, las lágrimas le rodaban por las mejillas, por lo que cuando la encontró la enfermera le dijo con firmeza:
—Debes irte a casa a descansar, Paula, si no lo haces cuando tu tía te necesite, estarás demasiado cansada para estar con ella. Has estado aquí toda la noche.— ¡Toda la noche! Sorprendida,Paula miró hacia la ventana y descubrió que ya casi era de día.
—Vete a casa —le repitió la enfermera y al leerle el pensamiento añadió—. Está bien, si por cualquier razón tu tía te necesita, nos pondremos en contacto contigo. Ahora ella duerme tranquila y el dolor está controlado.
—¿Cuánto tiempo le queda? —Paula pasó saliva al hacer la pregunta.
—No mucho—la enfermera movía la cabeza—. Dos días... tal vez tres. Aprendemos a darnos cuenta cuando la muerte es inminente... cuando nuestros pacientes están dispuestos a aceptarla. Ahora sé una buena chica y ve a casa a descansar. Te prometo que tu tía todavía estará aquí cuando regreses.
Al darse cuenta de que la mujer estaba segura de sus palabras, cansada, Paula se puso de pie. Estaba agotada, también acabada en lo emocional y lo mental. La noche cobraba su precio. Tembló un poco cuando se obligó a apartarse del lado del lecho de su tía. No pudo dejar de volverse a verla cuando llegó a la puerta.
Su tía todavía estaría allí cuando regresara, le dijo la enfermera, implícitas estaban las palabras, la encontrarás viva...
A pesar de eso... mientras conducía de regreso a casa en el amanecer claro del día de verano, Paula se prometió que se mantendría muy cerca del teléfono.
Descanso, le ordenaron en el hospital. ¿Cómo podría hacerlo? A la mitad del camino, casi se dio vuelta con el auto para regresar.
Lo único que la detuvo fue que sabía que la regresarían de inmediato.
El hospital, por la necesidad de espacio para los enfermos, tenía pocas comodidades para los parientes de los pacientes que se querían quedar allí. Tenía suerte, vivía bastante cerca del nosocomio como para ir y volver. Ella sabía que su cuerpo necesitaba el sueño y lo imposible que le sería descansar en esa silla a un lado del lecho de su tía; sin embargo, quería estar a su lado cuando llegara el momento final.
Apretó las manos sobre el volante, el camino se borró frente a sus ojos. Se llevó una mano al rostro, se limpió las lágrimas que le impedían ver.
viernes, 24 de enero de 2020
ADVERSARIO: CAPITULO 18
CUANDO Paula entró en la cocina, Pedro ya estaba allí, preparándose un café. Se volvió a verla cuando entró y la estudió en silencio tanto tiempo, que ella sintió que el corazón le volvía a latir con fuerza y que se sonrojaba. Ella quería, descubrió, mirar en cualquier dirección, menos hacia él, y el esfuerzo de sostener la mirada de esos ojos dorados le robó toda la fuerza de voluntad que tenía.
— ¿Quieres café? —preguntó Pedro con tal tranquilidad, que Paula quiso reír, tan grande era la tensión que sentía. En vez de hacerlo, negó con la cabeza, entonces cambió de idea y asintió, tentada por el exquisito aroma del brebaje recién preparado.
—Pensé que no estabas... No vi tu auto -casi se tropezaba con las palabras, mientras por dentro se maldecía, se decía que era él quien debía ofrecer una disculpa y no ella. Después de todo, fue él quien...
—Le están dando servicio. Me lo entregarán mañana temprano. Tengo una cena esta noche con un colega de negocios y vine a darme una ducha y a cambiarme. Como tú, pensé que tenía la casa para mí solo.
El sonaba más desconsolado que avergonzado, notó Paula. Reflexionó en la diferencia entro las actitudes femeninas y masculinas. Una mujer sorprendida por un hombre como ella lo sorprendió, estaría demasiado consciente y mortificada por la experiencia, en tanto que él...
Si alguno de los dos estaba mortificado sospechaba que era ella, no tanto por su desnudez, sino por su propia respuesta. Una reacción que, desesperada, esperaba que él no hubiera notado.
Pedro avanzaba hacia ella y la obligó a retroceder, por lo que él de inmediato frunció el ceño mientras ponía el tarro de café sobre la mesa a un lado de ella y la veía pensativo.
Paula se volvía a sonrojar, mientras desesperada veía a todos lados menos a él.
Durante un momento pensó que él dejaría pasar su reacción sin hacer comentario alguno, pero, justo cuando estaba a punto de exhalar un tembloroso suspiro de alivio, Pedro levantó la mano y ella sintió el toque ligero de los dedos contra el rostro acalorado. Se sentían frescos, casi tranquilizadores, pero ella se apartó de inmediato con la piel ardiente.
—Supongo que todo esto es por lo que ocurrió allá arriba —dijo él en voz baja.
Paula no podía decir nada, no podía verlo.
Molesta lo odiaba por aumentar su vergüenza, lo que la hizo preguntar con voz ronca:
—Con toda seguridad, debes ver que...
—Puedo ver por qué yo me podría sentir avergonzado —admitió, interrumpiéndola—. Pero, eres una mujer, no una niña, además, una mujer que tiene un amante...
—Y, por eso, ¿no tengo el derecho a sentirme avergonzada al ver... bueno, lo que ocurrió? ¿Eso es lo que tratas de decir? —le preguntó Paula, molesta ahora por lo que sus palabras implicaban.
—No es que no tengas el derecho —la corrigió Pedro—, y en realidad no veo por qué debas sentirte molesta y ofendida por mi... reacción física ante ti. No cuestionaba tu derecho a reaccionar. Fue la manera en la que lo hiciste; es obvio que no esperaba que te sintieras así. Me sacó un poco de lugar, de otra manera, te habría seguido y le hubiera pedido una disculpa en ese momento. Me sorprendiste con la guardia baja. Pensé que estaba solo en la casa. Hasta que abriste la puerta y entraste al cuarto do baño, no tenía idea... Te veías tan sorprendida... como si... —se detuvo, cuando ella dio un paso atrás como si la hubiera tocado, frunció el ceño al ver el rostro sonrojado y el cuerpo tenso de Paula.
—Estás alterada, ¿cierto? Ni siquiera te agrada que mencione lo que ocurrió... Sin embargo, el cuerpo de un hombre no te debe ser desconocido.
— ¿Por qué? ¿Porque tengo un amante? —Paula lo retó con palabras ahogadas—. ¿Quieres decir con eso que una mujer que mantiene una actividad sexual, no tiene el derecho a sentirse ofendida al ver a un hombre que le muestra sus intimidades en la calle... que una mujer que tiene un amante no tiene el derecho a objetar si pretenden violarla...?
—Un momento: si tratas de decir que yo caigo en alguna de esas categorías... —Pedro la interrumpió brusco.
—No —lo corrigió Paula— Pero tú sí insinuabas que porque yo tengo un amante, no tengo el derecho a sentirme sorprendida por...
— ¿Por qué? —él le preguntó en voz baja—. ¿Por ver mi cuerpo, o por la reacción física ante ti? ¿Que fue lo que te sorprendió tanto, Paula?
Ella no podía verlo. Sentía que se acaloraba.
Nunca imaginó que él le hablaría con tanta intimidad y franqueza de lo ocurrido. Asumió que él se mostraría tan dispuesto como ella a fingir que nada había ocurrido. Se sentía acosada, expuesta... incapaz de retroceder, e incapaz de responder con la sofisticación que anhelaba tener.
—Eres una mujer —continuó Pedro—. Tienes que estar acostumbrada al efecto que tienes sobre los hombres; a la manera que responden al verte...
Las terminales nerviosas de Paula le brincaban bajo la piel, la traicionaban. Muy en su interior podía sentir la reacción que las palabras de Pedro provocaban y que ella no deseaba; una excitación y tensión que la obligaba a tensar los músculos para protegerse.
—No quiero hablar más de esto —le dijo con voz ronca—. Tengo... que salir.
Ella le dio la espalda, tomó su tarro de café y se dirigió a la puerta.
—¿Qué haces cuando hacen el amor, PaUL? ¿Cierras los ojos?
Las palabras irónicas la siguieron, haciendo que derramara el café sobre el suelo por la sorpresa.
—¿No te ha dicho lo erótico que le parece a un hombre que su mujer lo observe cuando le hace el amor, cuando contempla su respuesta, cuando admira su cuerpo y siente placer al notar el efecto que tiene sobre él, en vez de cerrar los ojos, como una niña que tomara una dosis desagradable de medicina?
Paula podía escuchar el desdén, casi enojo en la voz, aunque no sabía qué derecho tenía a estar molesto. Después de todo, ella era la que... Pasó saliva, horrorizada al descubrir que las lágrimas casi le cegaban los ojos, desesperada, buscaba la perilla de la puerta para escapar de allí y correr a la intimidad de su dormitorio.
ADVERSARIO: CAPITULO 17
Ahí permaneció temblando frente a la cama, con las manos se cubría el rostro sonrojado, mantenía los ojos cerrados, apretados para apartar de la mente no sólo la imagen que acababa de ver, sino su propia reacción.
¿Por qué no cerró la puerta con llave? ¿Qué hacía ahí? ¿En dónde estaba su auto? ¿Por qué, por que no llamó antes de entrar? ¿Por qué cuando se dio cuenta de que él estaba ahí, no salió de inmediato en vez de... en vez de quedarse petrificada cómo una niña de escuela al ver por primera vez un cuerpo de hombre y transfigurarse fascinada por su diferencia, por su masculinidad? Y, su respuesta física al cuerpo...
Pero no, ella no quería pensar en eso, no quería... Pasó saliva nerviosa y descubrió que tenía los músculos del estómago tensos por una sensación dolorosa en su interior que no desaparecía.
Dando traspiés, cruzó la habitación, se miró al espejo y, horrorizada, se puso tensa. Tenía el rostro sonrojado, los ojos le brillaban con un ardor desconocido, tenía el cabello revuelto por la presión de las manos contra el rostro, y el cuerpo... Era un día caluroso y llevaba una playera de manga corta, floja a la moda, pero aún así era posible ver los pezones tensos que se presionaban contra la tela fina.
¿Se veía así cuando estuvo en el cuarto de baño? ¿Notó él...? Ella se humedeció los labios resecos, recordó la manera en la que ella lo viera, cómo siguió esa pequeña gota de agua...
¿Era por eso que su cuerpo... por ella que el cuerpo de Pedro...que él...? Se mordió el labio para contener un grito de angustia. No podría soportar la idea de que ella pudiera ser la responsable de lo ocurrido, y consciente de que, una vez que le pasó la sorpresa inicial de saber que no estaba sola en la casa, al ver el cuerpo desnudo quedó maravillada ....
— ¡No! —la dolorosa negativa escapó de su garganta, hizo que se estremeciera con violencia. Escuchó que se abría la puerta del cuarto de baño y quedó congelada, la mirada fija en la puerta de su habitación, el corazón le latía con fuerza... pero, nunca se abrió. Ella permaneció en donde estaba, no se podía mover, olvidó que pretendía darse una ducha, comer algo, sólo trataba de contener la carrera loca de su corazón. Permaneció en su dormitorio más de media hora antes de decirse que se comportaba como una tonta y que tarde o temprano tendría que enfrentarse a Pedro.
ADVERSARIO: CAPITULO 16
Decidida a pasar la mayor parte del tiempo con su tía, Paula descubrió las semanas siguientes que era posible vivir con alguien en la misma casa y apenas darse cuenta de que estaba allí.
Algunos días, la única evidencia de la presencia de Pedro Alfonso era el aroma del café en la cocina cuando Paula bajaba después de que él ya se había ido. Como el aroma masculino que dejaba en el cuarto de baño, ella encontraba el rastro de él que la dejaba inquieta al grado de la incomodidad. Era como si quisiera que estuviera presente, en vez de dejar esos recuerdos sutiles de su presencia que la acosaban de tal manera, que le parecía que jugaba con más peligro con sus sentidos subconscientes que lo que su verdadera presencia física le habría hecho.
Descubrió que pensaba en él más de una docena de veces al día, que lo visualizaba en su mente. Era un momento de debilidad que con toda severidad pronto desechaba.
Pasó una semana y después otra, y entonces tres, desde el momento en que su tía insistiera en que ella aceptara la verdad; que no se recuperaría de su enfermedad. Paula llegó al hospital para descubrir que la condición de su tía se deterioraba.
No había nada que ella pudiera hacer, le dijo el personal, con toda amabilidad, cinco horas después. Le habían dado a su tía la medicina necesaria para aliviarle el dolor y permitirle que conciliara el sueño, y le recomendaron que ella fuera a casa e hiciera lo mismo. No se lo dijeron, pero en sus comentarios iba implícito que eso era el principio del fin y que sería bueno que Paula durmiera y fortaleciera su ánimo ahora que tenía la posibilidad de hacerlo.
Ella ya había hablado con su tía y con el personal y les indicó que quería estar allí cuando su tía muriera, y ahora; aunque sentía la necesidad de protestar, se obligó a recordar que el personal del hospital sabía qué pasaba mejor que ella, y sería sensato seguir su consejo.
Después de inclinarse para tocar el rostro de su tía y depositarle un beso, se dirigió a la puerta.
Eran después de las seis de la tarde. La llamarían de inmediato en caso de que hubiera el más mínimo cambio en la condición de su tía, le aseguró la enfermera.
Cansada, Paula condujo el auto hacia su casa. Un duchazo, algo de comer y de regreso al hospital. Después, temprano a la cama; eso era lo que necesitaba, sería lo que debía hacer.
Se alegró al no ver el auto ele Pedro afuera de la casa. Bajó y se dirigió a la puerta de atrás.
Estaba feliz de tener la cabaña para ella sola. Lo que menos quería en ese momento era tener que sostener una conversación con alguien, y mucho menos con Pedro. Sin razón, consideraba que tenía que estar a la defensiva con él, que debía protegerse. ¿Por qué? ¿De qué manera la amenazaba? Para empezar, casi nunca lo veía, aunque de manera absurda ella fuera demasiado consciente de su presencia en la cabaña, como una persona de piel sensible que padeciera una irritación por una tela tosca.
Sin embargo, no había razón alguna para que se sintiera así. Si consideraba bien las cosas, en realidad, él protegía más su intimidad que ella...
Está bien, la besó... en una ocasión, movido por el enojo... Pero, eso no significaba nada y era mejor que lo olvidara. Fue una aberración momentánea, eso era todo.
Se quitó la chaqueta y junto con el bolso de mano, los dejó sobre la mesa de la cocina y se dirigió a la escalera. Las horas que permaneció sentada a un lado de la cama de su tía y enterarse de lo que sabía le esperaba, la tenían atontada. Todavía no asimilaba lo que ocurría en su totalidad; el cansancio la protegía del choque.
Una vez en el piso alto, se dirigió de manera automática al cuarto de baño, giró la perilla y abrió la puerta.
Cuando se percató do que Pedro Alfonso estaba adentro, fue demasiado tarde como para detener su entrada. Era obvio que acababa de salir de la ducha, estaba desnudo, tenía el cuerpo cubierto por pequeñas gotas de humedad que le recorrían la espalda cuando se estiro para tomar la toalla. La sorpresa al encontrarlo allí cuando esperaba que no hubiera nadie en la casa, no permitió que Paula hiciera nada, permaneció inmóvil, mientras el corazón le latía a toda prisa y se le secaba la boca.
Más tarde tuvo que admitir que lo que sucedió en seguida fue su culpa, que si no hubiera estado tan desubicada, tan transfigurada al verlo, si hubiera reaccionado más rápido habría girado sobre los talones y hubiera salido. Pero no lo hizo. En vez de hacerlo, permaneció en donde estaba, pegada al suelo, sin poder apartar la vista del cuerpo de Pedro, los ojos recorrían una gota que rodaba por el hombro y de ahí se deslizaba sobre el vello que le cubríael pecho, por la línea sobre el vientre y...
Paula jadeó al ver su masculinidad. Estaba demasiado sorprendida como para apartar la mirada, y menos, dejar la habitación. Abrió, los ojos muy grandes, se le tensó el cuerpo, su respuesta femenina se reflejaba en su intimidad y temblaba al ver su masculinidad. Entonces, escuchó que Pedro maldecía, y vio que tomaba la toalla, los movimientos bruscos hicieron que ella saliera de su trance físico, lo dieron el ímpetu que le faltó antes para moverse, logró girar sobre los talones, y casi chocó contra la puerta al salir cegada del cuarto de baño y dirigirse a toda prisa a su dormitorio.
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