viernes, 24 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 16




Decidida a pasar la mayor parte del tiempo con su tía, Paula descubrió las semanas siguientes que era posible vivir con alguien en la misma casa y apenas darse cuenta de que estaba allí. 


Algunos días, la única evidencia de la presencia de Pedro Alfonso era el aroma del café en la cocina cuando Paula bajaba después de que él ya se había ido. Como el aroma masculino que dejaba en el cuarto de baño, ella encontraba el rastro de él que la dejaba inquieta al grado de la incomodidad. Era como si quisiera que estuviera presente, en vez de dejar esos recuerdos sutiles de su presencia que la acosaban de tal manera, que le parecía que jugaba con más peligro con sus sentidos subconscientes que lo que su verdadera presencia física le habría hecho. 


Descubrió que pensaba en él más de una docena de veces al día, que lo visualizaba en su mente. Era un momento de debilidad que con toda severidad pronto desechaba.


Pasó una semana y después otra, y entonces tres, desde el momento en que su tía insistiera en que ella aceptara la verdad; que no se recuperaría de su enfermedad. Paula llegó al hospital para descubrir que la condición de su tía se deterioraba.


No había nada que ella pudiera hacer, le dijo el personal, con toda amabilidad, cinco horas después. Le habían dado a su tía la medicina necesaria para aliviarle el dolor y permitirle que conciliara el sueño, y le recomendaron que ella fuera a casa e hiciera lo mismo. No se lo dijeron, pero en sus comentarios iba implícito que eso era el principio del fin y que sería bueno que Paula durmiera y fortaleciera su ánimo ahora que tenía la posibilidad de hacerlo.


Ella ya había hablado con su tía y con el personal y les indicó que quería estar allí cuando su tía muriera, y ahora; aunque sentía la necesidad de protestar, se obligó a recordar que el personal del hospital sabía qué pasaba mejor que ella, y sería sensato seguir su consejo.


Después de inclinarse para tocar el rostro de su tía y depositarle un beso, se dirigió a la puerta. 


Eran después de las seis de la tarde. La llamarían de inmediato en caso de que hubiera el más mínimo cambio en la condición de su tía, le aseguró la enfermera.


Cansada, Paula condujo el auto hacia su casa. Un duchazo, algo de comer y de regreso al hospital. Después, temprano a la cama; eso era lo que necesitaba, sería lo que debía hacer.


Se alegró al no ver el auto ele Pedro afuera de la casa. Bajó y se dirigió a la puerta de atrás. 


Estaba feliz de tener la cabaña para ella sola. Lo que menos quería en ese momento era tener que sostener una conversación con alguien, y mucho menos con Pedro. Sin razón, consideraba que tenía que estar a la defensiva con él, que debía protegerse. ¿Por qué? ¿De qué manera la amenazaba? Para empezar, casi nunca lo veía, aunque de manera absurda ella fuera demasiado consciente de su presencia en la cabaña, como una persona de piel sensible que padeciera una irritación por una tela tosca.


Sin embargo, no había razón alguna para que se sintiera así. Si consideraba bien las cosas, en realidad, él protegía más su intimidad que ella... 


Está bien, la besó... en una ocasión, movido por el enojo... Pero, eso no significaba nada y era mejor que lo olvidara. Fue una aberración momentánea, eso era todo.


Se quitó la chaqueta y junto con el bolso de mano, los dejó sobre la mesa de la cocina y se dirigió a la escalera. Las horas que permaneció sentada a un lado de la cama de su tía y enterarse de lo que sabía le esperaba, la tenían atontada. Todavía no asimilaba lo que ocurría en su totalidad; el cansancio la protegía del choque. 


Una vez en el piso alto, se dirigió de manera automática al cuarto de baño, giró la perilla y abrió la puerta.


Cuando se percató do que Pedro Alfonso estaba adentro, fue demasiado tarde como para detener su entrada. Era obvio que acababa de salir de la ducha, estaba desnudo, tenía el cuerpo cubierto por pequeñas gotas de humedad que le recorrían la espalda cuando se estiro para tomar la toalla. La sorpresa al encontrarlo allí cuando esperaba que no hubiera nadie en la casa, no permitió que Paula hiciera nada, permaneció inmóvil, mientras el corazón le latía a toda prisa y se le secaba la boca.


Más tarde tuvo que admitir que lo que sucedió en seguida fue su culpa, que si no hubiera estado tan desubicada, tan transfigurada al verlo, si hubiera reaccionado más rápido habría girado sobre los talones y hubiera salido. Pero no lo hizo. En vez de hacerlo, permaneció en donde estaba, pegada al suelo, sin poder apartar la vista del cuerpo de Pedro, los ojos recorrían una gota que rodaba por el hombro y de ahí se deslizaba sobre el vello que le cubríael pecho, por la línea sobre el vientre y...


Paula jadeó al ver su masculinidad. Estaba demasiado sorprendida como para apartar la mirada, y menos, dejar la habitación. Abrió, los ojos muy grandes, se le tensó el cuerpo, su respuesta femenina se reflejaba en su intimidad y temblaba al ver su masculinidad. Entonces, escuchó que Pedro maldecía, y vio que tomaba la toalla, los movimientos bruscos hicieron que ella saliera de su trance físico, lo dieron el ímpetu que le faltó antes para moverse, logró girar sobre los talones, y casi chocó contra la puerta al salir cegada del cuarto de baño y dirigirse a toda prisa a su dormitorio.


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