miércoles, 22 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 11





Durante sus días en la universidad, ella tuvo bastantes amigos y admiradores, supo lo que era la familiaridad de una expresión casual de afecto y cariño. Pero, no recordaba cuándo su cuerpo se volvió su propio territorio privado, ni cuán desacostumbrada estaba a compartir una proximidad física con otros, hasta que la sensación violenta que le recorrió la piel, haciendo que los músculos se tensaran en rechazo al quedar helada en el lugar sin poder apartarse cuando con la mano libre, Pedro le tocó el rostro con gentileza con la punta de los dedos.


Las palabras "has llorado" le llegaron a través de un cañón que las repetía formando un eco y la apartaron de la realidad separándola del calor del sol sobre su piel, de la familiaridad de su entorno, hasta que una oleada de debilidad la invadió. Todo el cuerpo le empezó a temblar con violencia, cuando, sin la más mínima advertencia, las lágrimas empezaron a brotar y le recorrieron las mejillas.


Ella escuchó que Pedro Alfonso maldecía, pero no entendió las palabras. La intensidad de su sufrimiento era tan abrumadora, que no podía sentir nada más. Se percató de que el la soltaba, y entonces le empezó a temblar el cuerpo, su control quedó deshecho por el trauma de esa mañana.


Sin que lo esperara, él la tomó entre sus brazos y la cargó. Paula reaccionó por instinto, se aferró a él mientras la llevaba hacia la casa. 


Escuchaba que le decía algo, pero las palabras no tenían significado.


—Las llaves, Paula. ¿En dónde están las llaves de la casa?


Con lentitud, comprendió lo que le decía. Abrió la mano, le mostró las llaves que sostenía y permitió que las tomara. Paula todavía se apoyaba contra el pecho de Pedro cuando él abrió la puerta.


Una vez adentro, entre lágrimas, Paula notó la oscuridad del vestíbulo. Todavía lloraba, todavía se estremecía por la fuerza de sus emociones. 


Revivía la situación de la mañana, trataba de asimilarla, en realidad no sabía qué era lo que le pasaba, él la llevó cargada a la cocina y con gentileza la depositó sobre la silla cerca de la estufa Aga.


—¿Qué demonios te hizo? —le preguntó brusco. Ella lo miró confundida, y él añadió—. ¿Por qué permites que te haga pasar por todo esto? ¿Por qué permites que te lastime y te uso? ¿Que te hizo? ¿Decirte que ya no te verá? ¿Decirte que su esposa no lo deja libre, o que no puede dejarla por los niños?


Poco a poco, las palabras empezaron a entrar en la mente de Paula. Como una niña que empezaba a leer, las repitió en su mente, hasta que al fin comprendió lo que lo decía.


—No, no... —ella empezó, las lágrimas cesaron cuando se dio cuenta de lo que él quería decir.
Pero, en vez de permitirle hablar, él la interrumpió.


— ¡Aún ahora tratas de defenderlo! Aún ahora que te ha reducido a este estado, todavía dices que lo amas y que él te ama y que todo lo que los mantiene separados es su esposa y la lealtad que le tiene. ¿No puedes ver...? —Se interrumpió, negaba con la cabeza y amargado, agregó—: No, claro que no puedes, o... no quieres.


—Si te dijera que lo más probable es que todo lo que él quiere de ti es la inyección de adrenalina que le das... la emoción del sexo ilícito... lo negarías de inmediato. Si te dijera que lo que te motiva es el deseo sexual, te sentirías horrorizada y me dirías que lo amas, ¿Cómo puedes? ¿Cómo puede alguien amar a una persona que no se merece ese amor por el mero hecho de que quebranta sus promesas del matrimonio? ¿Cómo puedes decir que amas a alguien a quien es muy probable no conoces, alguien a quien nunca tendrás una verdadera oportunidad de conocer?


—Esto no tiene nada que ver con el sexo —Paula negaba insistente, se puso de pie para enfrentarse a él, para cerrar el pequeño espacio que los dividía.


—Quieres decir que hasta ahora no han sido amantes —se atrevió a decir. No la entendía y eso la dejó sin habla—. Debo confesar que me parece muy difícil de creer —continuó Pedro—. No necesitas decirme que eres una mujer muy deseable, tienes el tipo de sensualidad sutil que excita a muchos hombres. Tienes esa aura que obliga a un hombre a pensar en el placer que sería amarte.


— ¿No quieres decir, disfrutar del sexo? —Paula lo corrigió molesta, controlaba la incomodidad que le creaban sus palabras. La manera en que la describía, hacía que la sorpresa la dejara sin habla. Ella nunca se consideró deseable ni sensual, y algo extraño y desconcertante se removía en su interior al escuchar sus palabras—. Después de todo, según tú, es sexo lo único que los hombres buscarían en mí.


—No cualquier hombre —la corrigió—. Y no quise insinuar... Sólo trataba de señalar que un hombre que no le es fiel a su esposa, es capaz de tratarte a ti, y a tus sentimientos con la misma desconsideración.


—No estoy de acuerdo contigo. Muchos hombres y mujeres divorciados son felices y leales en su segundo matrimonio.


—Algunos lo son —la corrigió—, pero, muy pocas veces con la persona por la que dejaron a su cónyuge. ¿Es eso lo que esperas? ¿Que la deje y se case contigo?


Paula empezaba a reaccionar. Descubrió que temblaba no sólo por los hechos de la mañana, sino por la manera en que la enredaba en todas esas falsedades tontas. Si trataba de salir del enredo en ese momento, sospechaba que Pedro Alfonso no le creería. La ironía de la situación hizo que sintiera deseos de reír.


—Si en verdad quieres un consejo —Pedro le dijo brusco mientras ella empezaba a apartarse—, no llores frente a él. Los hombres casados odian que sus amantes les den momentos difíciles.


—Pensé que todos los hombres odiaban ver llorar a una mujer —comentó Paula cansada.


—Sólo cuando no pueden hacer nada por ellas, cuando no pueden seguir lo que les dictan sus instintos...


Para ese momento, Paula se había controlado bastante. Por fortuna, antes de salir, preparó la habitación que él ocuparía, pero todavía necesitaba unas toallas del armario, y tal vez sise ocupaba con esa tarea tan mundana, podría terminar de poner sus pensamientos en orden.


— ¿Seguir sus instintos y hacer qué? —preguntó cautelosa, creyendo saber la respuesta. El sexo masculino era muy bueno para retirarse de la escena cuando las emociones femeninas se desbordaban, pero la respuesta de Pedro no fue nada de lo que ella esperaba.


Al principio cuando se movió hacia ella, Paula sólo lo miró confundida, no entendía qué era lo que pasaba cuándo él hablo en voz ronca.


—Y hacer esto...


Le tocaba el rostro con los dedos, con gentileza removía los últimos trazos de sus lágrimas. 


Tenía la cabeza inclinada hacia ella, el aliento hacía que su piel reaccionara, por lo que por instinto, separó los labios con un ligero murmullo de negación.


Pero era demasiado tarde. Los labios de Pedro ya tocaban su boca, con lentitud le acariciaban los labios, por lo que se suavizaron y respondieron al mensaje tan sutil e íntimo, que Paula apenas lo percibía. Ella sólo supo lo que sus sentidos le dictaban, se acercó a él, permitió que la sensación de consuelo y placer hiciera que sus músculos se relajaran, se permitió experimentar la intensidad delicada de la sensación que percibía cuando las puntas de los dedos de Pedro le rozaban la piel y le acariciaban la boca con los labios.


Habían pasado muchos años desde que alguien la besara así, con tal profundidad y gentileza, con tal indulgencia y cuidado. De hecho, su mente borrosa no lograba recordar un momento en que alguien... Paula se estremeció cuando él deslizó las manos y le acarició el cuello. Se le cerraban los ojos, el cuerpo, por instinto, se acercaba y acomodaba más cerca de él, le daba la bienvenida a su calidez, a su fuerza, a su capacidad de sostenerla a salvo de todo lo que la amenazaba. Dejó escapar un gemido de contento, no se percató de la reacción de sorpresa de Pedro, él titubeó y la miró a los ojos.




ADVERSARIO: CAPITULO 10




Más tarde, mientras se daba una ducha y se preparaba para visitar a su tía, su conciencia la molestaba, le recordaba que ella sólo hubiera necesitado interrumpir a Pedro Alfonso cuando en la primera ocasión mencionó a su supuesto amante y con eso hubiera corregido la situación. 


¿Por qué no lo hizo? No porque fuera el tipo de 
persona que disfruta al permitir a otros que la juzguen mal para gozar de la vergüenza que pasarán cuando descubran la verdad. No, no era eso. Era porque... temía hablar de la condición de su tía con alguien, temía... ¿qué era lo que temía? ¿Lo que tendría que enfrentar cuando lo hiciera?


El corazón le empezó a latir con fuerza, era la sensación conocida del pánico, la desesperación y el enojo que empezaban a embargarla, era que se sentía indefensa y furiosa. Se controló, se negaba a permitir que sus pensamientos siguieran el camino que empezaban a recorrer. 


¿Por qué? Porque ella sabía que ese camino no conducía más que a un sitio desolado, lleno de angustia y dolor. Estuvo allí cuando murieron sus padres. Pero, entonces, tenía a la tía Maia para ayudarla, para abrazarla, para consolarla. 


Ahora, no había nadie. Ahora se quedaría sola...


El pánico crecía en su interior, el rechazo a lo que su mente trataba de decirle, la furia y la desolación impotentes.


Al bajar, vio las rosas que cortara antes, y por un momento quiso tomarlas y arrojarlas a la basura. 


Entonces, recordó la descripción breve pero elocuente que Pedro Alfonso hiciera de la destrucción de los rosales de su abuela y reprimió el impulso.



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—ROSAS... oh, Pau, no debiste hacerlo. Te habrán costado mucho—. Paula miró la cabeza inclinada do su tía mientras aspiraba el perfume de los botones que empezaban a abrirse.


—No —le dijo en voz baja—, yo misma las cortó del jardín, de los rosales que plantamos el otoño pasado. Pensaba anotar de qué arbusto las corté, pero P... alguien me interrumpió y lo olvidé.


—Del jardín.


Su tía dejó las rosas y se volvió a verla. Había tal expresión de amor y comprensión en sus ojos, que Paula advirtió que los propios se le llenaban de lágrimas. Su tía le extendió los brazos.


—Oh, Paula, querida, sé como te sientes, pero no debes...en realidad, no debes... Nos queda tan poco tiempo, tú y yo, y quiero que lo compartamos, que no...


Ella se detuvo al escuchar el sonido de angustia que exhaló Paula.


—¡No! ¡No es verdad! —Protestó la chica—. Te pondrás mejor. Yo...


—No. Paula. No mejoraré —la corrigió su tía. La sostenía con fuerza, mantenía la voz tranquila mientras levantaba la mano para apartar el cabello del rostro de la joven—. Por favor, trata de comprender y acéptalo. Tengo... no puedo decirte cuanta paz, soy consciente de todas las cosas buenas que disfruté durante toda mi vida... de la profundidad de la satisfacción de estar en paz con el resto del mundo. Por supuesto que hay momentos en los que me invade la desesperación... temor, cuando quiero negar lo que ocurre, protestar porque considero que es demasiado pronto, pero esos sentimientos son pasajeros, son como pequeños caprichos de un niño, quien en realidad no sabe por qué protesta, lo único que sabe es que debe hacerlo. Mi gran temor ha sido por ti. Mi pobre Paula... Has luchado demasiado por ignorar lo que las dos sabemos es la realidad. Te he observado y he sufrido por ti, y sin embargo, al mismo tiempo que he querido protegerte por lo que debe ocurrir, he querido compartirlo contigo, mostrarte lo fácil, lo natural que es lo que me ocurre. Esa es una de las cosas que nos enseñan aquí; que no nos dejemos llevar por el temor, que compartamos lo que sentimos, que aceptemos...


— ¿Lo inevitable? —preguntó Paula con palabras entrecortadas, luchaba por contener las lágrimas y contra el enojo que experimentaba, sabía que quería negar lo que su tía le decía, decirle que no debía ceder, que tenía que seguir luchando, y sin embargo, al mismo tiempo, era consciente de que su tía necesitaba hablar de lo que ocurría y compartirlo con ella. Hablaron un buen rato, la aceptación de su tía lleno a Paula de temor y dolor intenso.


—Gracias por compartir esto conmigo, Pau —le dijo tierna, cuando al fin admitió cuánto la cansó su conversación—. Mucha gente descubre cuando su vida está por llegar a término, que la muerte es algo que pueden aceptar sin temor, encuentran el alivio que su familia no logra pues Se niegan a admitir lo que ocurre y no quieren compartir el momento con ellos. Después de todo, el temor a la muerte es un temor muy natural, y en la civilización occidental es un temor que se acrecienta por el tabú que rodea a la muerte. Yo quiero compartir esto contigo, Pau. Tal vez soy egoísta. Sé todo lo que pasaste cuando murieron tus padres...


—Tengo miedo de perderte —admitió Paula—. Tengo miedo de quedar sola...—al decir las palabras, las emociones, que luchó tanto por controlar la abrumaron, y con ella llegaron las lágrimas que antes no se permitió derramar, las consideraba como una señal de debilidad, de derrota.


Cuando dejó la habitación de su tía, se dijo que al fin empezaba a admitir que la vida de la anciana llegaba a su término, y sin embargo, sabía que, muy dentro, una parte infantil y necia de sí misma, protestaba, suplicaba, rogaba por que interviniera el destino y le hiciera un milagro. 


Por ella, admitió, no por su tía, sino por ella.


Ella pasó más tiempo que el de costumbre en el hospital, y cuando al fin regresó a la cabaña a media tarde, lo primero que vio fue el auto de Pedro Alfonso parado afuera. El estaba sentado al volante, tenía el portafolio abierto a un lado. Parecía estar entregado al trabajo con sus papeles.


—Lo siento —se disculpó breve, —. Yo...me retrasé —el trauma de la mañana hizo que olvidara que aceptó que él se mudara más temprano de lo que pactaron antes, la culpa se añadió a la ya pesada carga de sentimientos negativos que él despertaba en su interior.


—No hay problema —repuso Pedro tranquilo—. Como puede ver, he logrado mantenerme ocupado. Eso fue algo que debí haberle preguntado: tiendo a traer trabajo a casa, ¿le importa?


Paula negó con la cabeza, sabía que, cuanto más tiempo pasara ocupado con sus asuntos, menos la vería.


—Como sabe, yo también trabajo en casa, algunas veces durante la noche al igual que durante el día.


El se detuvo en el acto de salir de su auto, la veía pensativo, irónico, la expresión cambió, frunció la frente al observarla.


—Le ha hecho pasar un mal rato, ¿verdad? —le preguntó seco.


Por un momento, Paula no supo a lo que se refería, y entonces se percató de que él pensaba que había llegado tarde porque suponía que estaba con su amante. La ironía del asunto hizo que sintiera deseos de llorar. Si tan sólo supiera en dónde estuvo... Todavía le dolía la garganta por las lágrimas, el sufrimiento por lo que tenía que enfrentar le atontó los sentidos. No importaba la frecuencia con la que se dijera que no debía ser egoísta, que se debía entregar amorosa y generosa a su tía de la misma manera en que ella lo hiciera, que ahora era su oportunidad para pagarle a su tía todo el apoyo amoroso que ella recibiera durante tantos años. 


Todavía quería llorar como una niña y protestar, gritar que su tía estaba a punto de morir, que no debía abandonarla. Y sin embargo, a pesar de todo lo que su tía le dijera, aún no lograba abrirse y hablar de lo que ocurría, no se arriesgaba a compartirlo con nadie más...explicarle a Pedro Alfonso en dónde había estado.


—¿Qué le hace pensar eso? —fue lo que dijo en lugar de explicar la verdad.


El, ahora, ya estaba afuera del auto, parado frente a ella, y cuando ella giró para apartarse, él extendió el brazo, la detuvo tomándola por el hombro, por lo que Paula pudo sentir la calidez de la mano que presionaba el hombro por encima de la blusa delgada. La sensación la dejó inmóvil. No estaba acostumbrada al contacto poderoso de un hombre, y pensó que hacía mucho tiempo desde que su vida incluyera algo de intimidad con un hombre, en especial la no sexual que provenía de parientes y amigos varones. Sus experiencias de juventud con el sexo la llevaron a concluir que era una actividad sobrestimada, y desde entonces, no tuvo tiempo ni espacio para desarrollar una relación íntima.



martes, 21 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 9




No fue sino hasta que empezaba a conciliar el sueño, que recordó que no mencionó a Pedro Alfonso a su tía. Mañana se lo diría, mañana. 


No, debía ser hoy, reconoció confundida. 


Impaciente culpaba a Pedro Alfonso por el hecho de que aunque estaba cansada tanto en lo mental como físicamente, tan pronto como él se deslizó a su mente, todo deseo de dormir desapareció.


Paula descubría con creciente frecuencia que su sueño era breve y que no se relajaba y que sus primeros pensamientos al abrir los ojos eran para su tía. Tal vez su incapacidad para dormir bien, era un legado de esas semanas cuando la señora no lograba conciliar el sueño y cuando Paula, ignorando sus protestas, se sentaba a su lado, le hablaba, trataba de ayudarla a superar la intensidad del dolor. Ahora su tía recibía el beneficio de los cuidados y experiencia del personal del hospital, pero Paula no podía retomar el hábito de una noche de sueño reparador.


Se levantó mucho antes de las siete, tomó su desayuno, o más bien intentó hacerlo, apenas comió un poco de cereal. Ahora, mientras vagaba por el jardín, sin prestar atención a la manera en que el rocío de la mañana humedecía su ropa deportiva, se detuvo para estudiar uno de los botones en uno de los rosales que ella y su tía ordenaran el otoño anterior. Eran rosas especiales, variedades antiguas que cultivaban por su aroma y por la perfección de sus flores. Al observarlas, en busca de alguna plaga, la garganta le dolió por la presión que ejercían las lágrimas que no se atrevía a derramar.


Cuando regresó a la cocina por un par de tijeras y un canasto, con cuidado cortó una media docena de botones, fue una decisión impulsiva, que hizo que le temblaran las manos por la emoción al colocar las flores en el canasto. ¿Por qué las cortaba si su tía pronto estaría en casa para verlas? ¿Qué era lo que su subconsciente trataba de decirle?


Por un momento se sintió tentada a destruir los botones, pisotearlos sobre el suelo, para olvidar la fuerte corriente de conciencia que la llevó a cortarlas; como si una parte profunda de ella ya admitiera que su tía nunca las volvería a ver florecer en su entorno natural. Un dolor agudo, penetrante, la atravesó. No... ¡No era cierto! 


Mientras ella tensaba todo el cuerpo obligándolo a rechazar el torbellino de sus pensamientos, ella vio que alguien cruzaba el jardín y se acercaba.


Después de varios segundos reconoció a Pedro Alfonso, pasaron varios más para que lograra controlarse lo suficiente como para preguntarse qué era lo que hacía allí. No esperaba verlo sino hasta esa tarde.


El, como ella, vestía ropa deportiva, no había anunciado su llegada. Breve explicó que corría todas las mañanas.


—Cuando la vi en el jardín, pensé en preguntarle si podría traer mis cosas más temprano en vez de esperar hasta la noche. Me gustaría dejar la habitación del hotel antes de la hora de la comida.


Al considerar la distancia del único hotel decente del pueblo a la cabaña, Paula comprendió por que el tenía músculos tan tensos y se mantenía en tan buena condición. Era natural si recorría una distancia como esa todas las mañanas.


Mucha gente usaba el sendero que pasaba a un lado de la cabaña en dirección a la granja, ella estaba tan acostumbrada a verlos, que ahora apenas notaba su paso, de allí que no lo hubiera visto antes. Su intromisión en un estado reflexivo, sombrío y doloroso, hacía que se sintiera vulnerable, ansiaba que se retirara, y sin embargo, todavía estaba demasiado triste como para encontrar una respuesta rápida a su pregunta.


No había razón alguna por la que no pudiera ocupar el dormitorio durante la tarde; después de todo, ella estaría en casa, trabajando, a pesar de eso, ella deseaba decir que no. ¿Quería que viviera allí con ella? Ya no tenía opción, y sería tonto permitir que sus propias emociones la privaran de un ingreso que tanto necesitaba. Ella no había preocupado a su tía con su situación financiera tan limitada, quería que la anciana concentrara toda su energía mental en la lucha contra el cáncer, no quería que se preocupara por su sobrina.


—Rosales antiguos. Mi abuela solía cultivarlos —el comentario rompió la guardia de Paula. 


Observó que Pedro Alfonso se aproximó a contemplar el rosal más cercano.


— ¿No se llevaba bien con ella? —algo en el tono de Pedro hizo que Paula hiciera la pregunta.


—Por el contrario —le dijo—, ella fue la única fuente de estabilidad durante mi infancia. Su casa, su jardín, fueron siempre el lugar adonde podía escapar cuando las cosas no marchaban bien en mi casa. Era la madre de mi padre y a pesar de ello, nunca estuvo de su lado. Creo que se culpaba de su promiscuidad, de su falta de lealtad. Ella lo crió sola, verá; su marido, mi abuelo, murió en activo durante la guerra. Ella disfrutaba mucho de su jardín, allí olvidaba la ausencia de su marido y las fallas de su hijo. Murió cuando yo tenía catorce años...


Sin quererlo, Paula respondió con sus emociones a todo lo que no se había dicho, al dolor que ocultaba la dureza de la voz de Pedro.


—Debió extrañarla mucho.


Hubo una pausa muy larga, tan larga, que ella pensó que Pedro no la escuchó, entonces, él habló con más dureza todavía.


—Sí, cierto. Tanto, que destruí todo su jardín de rosales... Fue un acto tonto de vandalismo que despertó el enojo de mi padre, pues argumentó que al hacerlo reduje el valor de la casa, que en ese momento ya estaba en venta, y que originó otra discusión entre mis padres. En ese entonces mi padre vivía la etapa intermedia de un romance, no era un buen momento para hacer que se enojara. Mi madre y yo reconocíamos el progreso de sus aventuras por su estado de ánimo. Cuando iniciaba lo rodeaba un aire de bohemio, se mostraba alegre. Al incrementarse la relación; él se mostraba eufórico; casi llegaba al éxtasis cuando alcanzaba la realidad física. Después de eso, seguía una etapa en la que parecía como si estuviera drogado, y pobre del que se atreviera, aún sin querer, a interponerse entre él y el objeto de su deseo. Más tarde, en el período de enfriamiento, se podía uno acercar un poco más a él, estaba menos obsesionado. Era un buen momento para lograr su atención.


Paula lo escuchaba en silencio horrorizada, quería rechazar el desagrado que había en las palabras que él pronunciaba en ese tono inexpresivo, sabía cuánto dolor, cuánta angustia debían cubrir. Sin querer, sentía compasión por él.


De repente Pedro encogió los hombros, como si se desembarazara de una carga molesta, tenía un tono más ligero y más cínico cuando volvió a hablar.


—Desde luego, que como adulto, uno se da cuenta que no sólo un miembro de la pareja es culpable de las desavenencias en un matrimonio. Me atrevo a decir que mi madre también jugó su papel en la destrucción de su relación, aunque de niño no me percaté de ello. Lo que sí sé es que mi padre nunca debió casarse. Era el tipo de hombre que no se puede dedicar a una sola mujer...


Pedro se inclinó al frente y miró la canasta de Paula.


— ¿Rosas... regalo para su amante? —La sonrisa era muy cínica—. ¿No debe ser al revés? ¿No debería ser él quien le regalara las rosas, quien las colocara todavía húmedas por el rocío encima de su almohada como en las antiguas tradiciones románticas? Pero, lo olvidaba, él no puede estar con usted por las mañanas, ¿o sí? Tiene que regresar al lecho matrimonial. No me sorprende que usted pretenda quedarse con esta cabaña. Es ideal como escondite para unos amantes; alejada del resto del mundo, un Paraíso secreto, apartado, privado. ¿En algún momento se pregunta como vivirá su otra vida, como será su esposa? Sí, desde luego, ¿no? No podría dejar de hacerlo. ¿Ora por que quede libre, o finge estar contenta con las cosas como están, agradecida por poder disfrutar de la pequeña parte de su tiempo que le puede dar, pensando que algún día será diferente; que algún día, él será libre?


—No es así —Paula protestó enojada—. Usted no...


— ¿Yo no qué? —la interrumpió—. ¿No comprendo? ¿Como su esposa? ¿Cómo con su sexo engaña al amor? —Le dio la espalda—. ¿Le parece bien que regrese esta tarde con mis cosas, o... interfiere con su vida privada?


—No, en lo absoluto —respondió Paula furiosa—. De hecho...


—Bien, estaré aquí como a las tres —le dijo, empezaba a alejarse hacia la verja, con los movimientos gráciles de un atleta natural.


Impotente, Paula lo veía, se preguntaba por qué no actuó cuando tuvo la oportunidad y le dijo no sólo lo equivocado que estaba en sus conclusiones, sino también que ella cambió de idea y ya no estaba dispuesta a que se alojara en su casa. Era demasiado tardo para desear que sus reacciones hubieran sido más veloces. 


Se había ido.


El perfume de las rosas la rodeaba. Con ternura, tocó uno de los botones. Pobre, niño, debió sentirse desolado cuando perdió a su abuela. 


Ella comprendía bien las emociones que lo llevaron a destruir sus rosales... el dolor y la frustración. Debió considerarse tan solo, abandonado. Para ella, era fácil comprender lo que él vivió. Demasiado fácil, se advirtió mientras caminaba de regreso a la casa. Se recordó que no era con el niño con quien trataría sino con el hombre y que ese hombre llegó con precipitación a la conclusión más errónea o injusta acerca de ella, basado en sospechas y muy pocos conocimientos.




ADVERSARIO: CAPITULO 8



-ESTAS muy callada, Paula. ¿Todavía estás preocupada por mí? —Paula miró el rostro pálido de su tía. En realidad, pensaba en Pedro Alfonso y en la manera en que le revelara un aspecto muy íntimo de su vida al salir de la cabaña. Tendría que decirle que estaba equivocado, explicarle... aunque no fuera todo, al menos, lo suficiente como para que el comprendiera que era su tía la que consumía tanto de su tiempo y no un amante casado que no existía.


Ella frunció el ceño. Admitió que debió ser muy duro para él ver cómo se desintegraba la relación entre sus padres, sentir cómo el amor y confianza que pudo sentir por su padre se destruían, como era obvio ocurrió. Pobre niño... se controló, sacudió la cabeza, molesta. ¿Qué demonios hacía, sentir compasión por alguien que sugirió que ella...? se mordió el labio enojada, no deseaba admitir que si él la juzgó mal, en parte era por su propia culpa.


En realidad no estaba segura de por qué se sentía tan reacia a que él (o nadie) supiera la verdad. ¿Era por que al enfrentarse al interés y la simpatía de los demás, se vería obligada a enfrontarse a la realidad de la gravedad de la enfermedad de su tía? ¡No... No! Trató de desviar sus pensamientos, los alejó de lo que todavía no estaba dispuesta a admitir... Su tía estaba mejor... Ese mismo, día le comentó lo bien que se sentía, y sin embargo, cuando Paula contempló la pequeña figura sobre la cama, el temor era como dedos helados, muy helados, que le rodearan el corazón.


Miró el rostro de la anciana y vio el cansancio que reflejaba. Le sostenía la mano, se sentía tan frágil, tan fría.


—Paula... —la tía le sonreía por encima de su cansancio—, no debes... no debes...


Dejó de hablar y, antes que su tía pudiera terminar lo que estuvo a punto de decir, Paula empezó a contarle del jardín, a describir las flores que empezaban a abrir, con la voz trataba de negar el tremendo temor que sentía.


—Pero, tú misma las verás pronto. Tan pronto como estés bien y regreses a casa... —pensó que había escuchado un suspiro de su tía. La presión de esos dedos frágiles que la sostenían aumentó un poco más. Paula sintió que empezaba a temblar, en tanto el temor y el amor la invadían.


Como siempre, el tiempo precioso que pasaba al lado de su tía, transcurrió demasiado rápido, y llegó el momento en que tenía que irse. La enfermera que estaba a cargo, se acercó a ella cuando salía. Paula le sonrió y empezó a hablarle.


—Mi tía Maia se ve mucho mejor desde que llegó aquí. Le he hablado del jardín. Ella siempre quiso uno. Pronto brotarán las rosas. Las compramos el año pasado. Tal vez regrese a casa a tiempo para que las disfrute y...


—Paula, tu tía está muy bien —la interrumpió la enfermera—, pero, tienes que darte cuenta... —se detuvo cuando una de las enfermeras se acercó a ella veloz, se disculpó y prestó atención a lo que le decía—. ¡Oh, ciclos!, me temo que tengo que retirarme, pero...


Al ver que la mujer se alejaba a toda prisa, Paula luchó para ignorar la tensión y el temor que sentía. En ocasiones, citando hablaba con su tía del jardín, del futuro, ella la veía con tal compasión, con una expresión de preocupación, que Paula sentía como si... ¿Como si qué? 


Como si la tía Maia supiera y aceptara algo que ella no sabía... o no quería saber.Temblaba cuando subió al auto, helada por el temor.


Como siempre, cuando ella sufría así, Paula descubrió que la única manera para controlar el terror y la presión de sus pesares desesperados, era entregarse al trabajo, lo que hacía imposible que sus pensamientos permanecieran en la verdad que su inteligencia le decía existía, pero que su corazón se negaba a admitir.


Era casi la una de la mañana antes que ella admitiera que estaba tan cansada que si no dejaba de trabajar, era posible que se quedara dormida en donde estaba.


Le confesó a Laura Mather, que tuvo mucha suerte al encontrar una agencia con suficiente trabajo como para poder hacerlo en casa, pero Laura la corrigió diciéndole con franqueza que la de la suerte era ella y que si en algún momento le interesaba algo permanente, sólo tenía que decírselo.


Laura sabía cuál era la razón que la llevó a salir de Londres, pero, era una de las muy pocas personas que lo sabían. El medico era otra, y el personal reducido del hospital, además de la mujer del granjero, su vecino más próximo, y quien antes que la tía Maia ingresara al hospital, era una visita frecuente que les llevaba huevo fresco y verduras y compartía con la tía Maia su amor por el campo. La tía era una persona muy reservada, y crió a Paula de la misma manera, y además... la chica se apoyó sobre el respaldo de la silla, se frotó los ojos para aliviar la tensión ocasionada por mantenerlos fijos en la pantalla, y admitió que una de las razones por las que se mostraba tan reacia a hablar de la enfermedad de su tía con otros, era porque al hacerlo, consideraba que mantenía la situación a raya, se negaba a admitir que la enfermedad afectara sus vidas. Era cómo si al negar su existencia, de alguna manera pudiera fingir que no existía. 


¿Que era lo que hacía?, se preguntó. ¿Era por eso que prefería permitir que alguien como Pedro Alfonso creyera que sostenía un romance con un hombre casado en vez de admitir la verdad?


Bueno, si ella tenía un problema psicológico, lo mismo tenía él. ¿Cómo demonios llego a la opinión que tenía de ella, sin evidencia alguna? 


No era posible relacionar los hechos y llegar a eso. Hasta un tonto se habría dado cuenta de que no había nada ilícito en su actuación. Era obvio que el trauma de su niñez le dejó una impresión muy profunda, justo como la que a ella le dejó el temor de estar sola, sin alguien a quien pudiera considerar suyo. ¿Era por eso que temía tanto perder a su tía? ¿No tanto por la anciana, sino por su propio egoísmo?


Paula se estremeció, se rodeó el cuerpo con los brazos como si tratara de protegerse de la oscuridad de los pensamientos que cruzaban por su mente. Era porque era demasiado tarde... porque estaba demasiado cansada... porque estaba sola... porque todavía sufría los efectos de las emociones que Pedro Alfonso le removiera...


Pedro Alfonso. Se detuvo inquieta y contuvo un bostezo. Nunca debió permitir que le entregara ese cheque. Debió indicarle con firmeza que había cambiado de opinión, que ya no quería un huésped. Pero, eso no hubiera sido la verdad; ella no quería un huésped, mas necesitaba el ingreso que significaría con desesperación. Lo que no quería era un huésped como Pedro Alfonso, y lo que es más, sospechaba que él era consciente de sus sentimientos. A pesar de su encanto, de la calidez que ella viera ese día cuando él respondió, con humor a su pequeña confrontación, era obvio que existía otro hombre bajo esa superficie tranquila; un hombre brusco y decidido cuya pose exterior relajada, ocultaba a un hombre de voluntad de acero. Se estremeció, admitía que no era el aire nocturno fresco que entraba en su dormitorio lo que hacía que los vellos se le pusieran de punta.





ADVERSARIO: CAPITULO 7





Al entrar en la cocina, él estaba detrás de ella, y sin embargo, cuando ella se tensó y giró sobre los talones, como si él hubiera percibido su indecisión y la manera en que la dominaba, le dejaba espacio libre para enfriar la antipatía mutua que sentían. Buscó en su chaqueta y sacó una chequera.


Nerviosa, Paula se humedeció los labios, hábito remanente de su niñez y que consideraba ya había dominado. Una vez que él escribiera el cheque, una vez que ella lo aceptara, sería demasiado tarde para decir que había cambiado de idea. Sin embargo, mientras lo veía, no logró pronunciar las palabras que hubieran hecho que él desapareciera de su vida...


Después de escribir el cheque, él se enderezó. 


Paula lo dejó en donde estaba, entre ellos sobre la mesa de la cocina. Al volver la cabeza, vio el reloj y se percató de que llegaría tarde a visitar a su tía. De inmediato olvidó todo, una expresión tensa le invadió el rostro.


—Tengo que salir. Yo...


— ¡Amante devota! —Él se burló con desdén—. ¿El es igual? Me pregunto... ¿Piensa en alguna ocasión en la esposa, la familia a quien él le roba el tiempo que pasa con usted? ¿En algún momento se pone en su lugar? ¿Lo hace?


El cheque todavía estaba sobre la mesa. 


Enojada, Paula lo tomó, la voz le temblaba cuando se lo extendió diciendo:
—No tiene que quedarse.


—Por desgracia, sí —le dijo cortante—. Como se lo dije antes, no es fácil encontrar donde alojarse aquí —ignoró la mano extendida que sostenía .el cheque, se volvió a la puerta—. Entonces, hasta mañana por la tarde. ¿Le parece bien a las siete?


Las siete era la hora en que empezaba la visita. 


Negó con la cabeza.


—Sería mejor a las seis, o digamos más tarde, a las diez.


— ¿Pasa todo ese tiempo con usted? Su esposa debe ser una santa, o una tonta —dijo levantando una ceja.


Preocupada porque llegaría tarde a ver a su tía, Paula no perdió tiempo en responder, sólo se acercó a la puerta y, la abrió para que saliera. 


Cuando él se acercó a ella, sintió que se le tensaban los músculos del estómago. Por instinto evitó cualquier contacto físico no sólo con él sino hasta con su ropa. Alfonso se detuvo un instante al llegar a su lado, pensativo la miró un momento por lo que a Paula le fue imposible evitar el escrutinio profundo de su mirada.


—Su esposa no sufre sola, ¿o sí? —le dijo en voz baja—. Sabe, nunca comprenderé a las mujeres como usted; perder tanta energía emotiva en una causa perdida...


— ¿Qué sabe usted de eso? —Paula lo retó, estaba a punto de ceder al impulso de defenderse, aunque su mente le decía que debía librarse de él pues llegaría tarde al hospital.


—Mucho. Mi padre tuvo una serie de amantes antes de que al fin se divorciara de mi madre para casarse con una de ellas. Yo vi el infierno que vivió mi madre, y que vivimos nosotros. Crecí odiando a esas mujeres por apartarlo de nosotros, hasta que al fin me di cuenta de que mi padre era a quien debía odiar, pues ellas también eran sus víctimas.


Sus palabras dejaron a Paula demasiado azorada como para poder responder; y entonces, se fue, rodeó la cabaña y se dirigió a su auto.




lunes, 20 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 6





Molesta, lo condujo al piso superior, abrió la puerta del dormitorio extra.


—La cabaña sólo tiene un cuarto de baño —le advirtió cortante


El veía el jardín a través de la ventana. En ese momento se volvió, se veía muy alto contra el marco de la ventana, la estudiaba y Paula sintió un cosquilleo incómodo que le picaba la piel. 


Ese hombre podría volverse un adversario formidable, reconoció intranquila.


¿Un adversario? ¿Por qué tenía que considerarlo en esos términos? Todo lo que tenía que decir era que había cambiado de idea y que el dormitorio no ya no estaba disponible y el se iría, desaparecería de su vida.


—Está bien. Yo me levanto temprano y es muy probable que casi todas las mañanas ya me habré ido a las siete. Laura me dijo que usted trabaja en casa.


El comentario, la tomó por sorpresa, como si no estuviera segura de dónde había llegado o por qué.


—Es muy extraño en esta época encontrar a una mujer con su capacidad y de su edad que trabaje en casa y viva en un sitio tan apartado...


Algo en la manera cínica en que él torcía la boca mientras hablaba, hizo que ella respondiera a la defensiva, casi agresiva.


—Tengo mis razones.


—Sí, supongo que sí —admitió cortés.


Ella volvió a alterarse. El sabía lo de su tía, pero, ¿cómo? ¿Por qué?


—Desde luego que él es casado.


Por encima de la sorpresa que le ocasionaron las palabras, ella pudo percatarse del disgusto, casi del enojo que había en la voz, la condena que encerraba el comentario.


—¿Qué? —Paula lo veía incrédula.


—Es casado. Su amante —Pedro Alfonso repitió sombrío, era aparente que mal interpretaba su reacción—. No es tan difícil adivinar, sabe; vive sola, es obvio que está tensa, ansiosa, bajo presión. Laura me dice que sale casi todas las tardes.


¡Pensaba que ella sostenía una relación con un hombre casado! Paula estaba azorada. 


¿Cómo demonios se atrevía...?



—Es obvio que no es una persona adinerada, pues de otra manera no tendría usted la necesidad de tomar un huésped. ¿No se ha puesto a pensar en las consecuencias de lo que hace, no sólo para su esposa y sus hijos, sino para usted misma? Es muy probable que no la deje a ella por usted. Casi nunca lo hacen. Y, ¿qué satisfacción puede obtener una mujer al tener que compartir un hombre con otra mujer...?


Paula no podía creer lo que oía, y sin embargo, para su sorpresa, en vez de negar lo que él decía, escuchó que respondía:
—Bueno, ya que es obvio que no lo aprueba, no querrá quedarse aquí.


—Puede ser que no quiera, pero parece que no tengo otra opción. ¡Encontrar alojamiento aquí es como buscar oro en el Mar del Norte! Me gustaría ocupar la habitación a partir de mañana, si le parece bien. Le puedo proporcionar la renta de los tres meses por adelantado.


Paula estuvo a punto de decirle que había cambiado de opinión, pero se contuvo. ¡Tres meses por adelantado! Calculó a toda prisa y le sorprendió la cantidad que era. Suficiente para cubrir los gastos de su tía y ayudarla con la hipoteca... Quería negarse, pero no podía permitir que su orgullo se interpusiera y evitara que le proporcionara a la tía Maia la comodidad y los cuidados que se merecía.


Pasó saliva para contener el impulso de decirle que su dinero era lo último que necesitaba o quería en su vida, en vez de eso se obligó a decir:
—Muy bien, entonces, si está seguro.


—Lo estoy —su voz carecía de expresión al igual que la de Paula, no había en ella la calidez que ella percibiera por la tarde. Caminaba hacia ella, y por alguna razón la manera casi gatuna en la que se deslizaba, hizo que ella retrocediera nerviosa.


Su actuación era ridícula, se dijo mientras se dirigía a la cocina. Sólo porque él había llegado a una conclusión errónea y sin fundamentos acerca de ella... conclusión que ella de manera deliberada decidió no corregir... ¿Por qué no lo hizo? ¿Estaba demasiado sorprendida como para hacerlo? ¿Estaba su comportamiento controlado más por la autodefensa y la sorpresa que por la necesidad deliberada de crear antagonismo entre ellos?


Cansada, se llevó la mano a la frente, sus pensamientos la desconcertaban, se sentía culpable al permitir, por vez primera desde que se mudara a la cabaña, que alguien diferente a su tía ocupara su mente.