miércoles, 22 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 10




Más tarde, mientras se daba una ducha y se preparaba para visitar a su tía, su conciencia la molestaba, le recordaba que ella sólo hubiera necesitado interrumpir a Pedro Alfonso cuando en la primera ocasión mencionó a su supuesto amante y con eso hubiera corregido la situación. 


¿Por qué no lo hizo? No porque fuera el tipo de 
persona que disfruta al permitir a otros que la juzguen mal para gozar de la vergüenza que pasarán cuando descubran la verdad. No, no era eso. Era porque... temía hablar de la condición de su tía con alguien, temía... ¿qué era lo que temía? ¿Lo que tendría que enfrentar cuando lo hiciera?


El corazón le empezó a latir con fuerza, era la sensación conocida del pánico, la desesperación y el enojo que empezaban a embargarla, era que se sentía indefensa y furiosa. Se controló, se negaba a permitir que sus pensamientos siguieran el camino que empezaban a recorrer. 


¿Por qué? Porque ella sabía que ese camino no conducía más que a un sitio desolado, lleno de angustia y dolor. Estuvo allí cuando murieron sus padres. Pero, entonces, tenía a la tía Maia para ayudarla, para abrazarla, para consolarla. 


Ahora, no había nadie. Ahora se quedaría sola...


El pánico crecía en su interior, el rechazo a lo que su mente trataba de decirle, la furia y la desolación impotentes.


Al bajar, vio las rosas que cortara antes, y por un momento quiso tomarlas y arrojarlas a la basura. 


Entonces, recordó la descripción breve pero elocuente que Pedro Alfonso hiciera de la destrucción de los rosales de su abuela y reprimió el impulso.



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—ROSAS... oh, Pau, no debiste hacerlo. Te habrán costado mucho—. Paula miró la cabeza inclinada do su tía mientras aspiraba el perfume de los botones que empezaban a abrirse.


—No —le dijo en voz baja—, yo misma las cortó del jardín, de los rosales que plantamos el otoño pasado. Pensaba anotar de qué arbusto las corté, pero P... alguien me interrumpió y lo olvidé.


—Del jardín.


Su tía dejó las rosas y se volvió a verla. Había tal expresión de amor y comprensión en sus ojos, que Paula advirtió que los propios se le llenaban de lágrimas. Su tía le extendió los brazos.


—Oh, Paula, querida, sé como te sientes, pero no debes...en realidad, no debes... Nos queda tan poco tiempo, tú y yo, y quiero que lo compartamos, que no...


Ella se detuvo al escuchar el sonido de angustia que exhaló Paula.


—¡No! ¡No es verdad! —Protestó la chica—. Te pondrás mejor. Yo...


—No. Paula. No mejoraré —la corrigió su tía. La sostenía con fuerza, mantenía la voz tranquila mientras levantaba la mano para apartar el cabello del rostro de la joven—. Por favor, trata de comprender y acéptalo. Tengo... no puedo decirte cuanta paz, soy consciente de todas las cosas buenas que disfruté durante toda mi vida... de la profundidad de la satisfacción de estar en paz con el resto del mundo. Por supuesto que hay momentos en los que me invade la desesperación... temor, cuando quiero negar lo que ocurre, protestar porque considero que es demasiado pronto, pero esos sentimientos son pasajeros, son como pequeños caprichos de un niño, quien en realidad no sabe por qué protesta, lo único que sabe es que debe hacerlo. Mi gran temor ha sido por ti. Mi pobre Paula... Has luchado demasiado por ignorar lo que las dos sabemos es la realidad. Te he observado y he sufrido por ti, y sin embargo, al mismo tiempo que he querido protegerte por lo que debe ocurrir, he querido compartirlo contigo, mostrarte lo fácil, lo natural que es lo que me ocurre. Esa es una de las cosas que nos enseñan aquí; que no nos dejemos llevar por el temor, que compartamos lo que sentimos, que aceptemos...


— ¿Lo inevitable? —preguntó Paula con palabras entrecortadas, luchaba por contener las lágrimas y contra el enojo que experimentaba, sabía que quería negar lo que su tía le decía, decirle que no debía ceder, que tenía que seguir luchando, y sin embargo, al mismo tiempo, era consciente de que su tía necesitaba hablar de lo que ocurría y compartirlo con ella. Hablaron un buen rato, la aceptación de su tía lleno a Paula de temor y dolor intenso.


—Gracias por compartir esto conmigo, Pau —le dijo tierna, cuando al fin admitió cuánto la cansó su conversación—. Mucha gente descubre cuando su vida está por llegar a término, que la muerte es algo que pueden aceptar sin temor, encuentran el alivio que su familia no logra pues Se niegan a admitir lo que ocurre y no quieren compartir el momento con ellos. Después de todo, el temor a la muerte es un temor muy natural, y en la civilización occidental es un temor que se acrecienta por el tabú que rodea a la muerte. Yo quiero compartir esto contigo, Pau. Tal vez soy egoísta. Sé todo lo que pasaste cuando murieron tus padres...


—Tengo miedo de perderte —admitió Paula—. Tengo miedo de quedar sola...—al decir las palabras, las emociones, que luchó tanto por controlar la abrumaron, y con ella llegaron las lágrimas que antes no se permitió derramar, las consideraba como una señal de debilidad, de derrota.


Cuando dejó la habitación de su tía, se dijo que al fin empezaba a admitir que la vida de la anciana llegaba a su término, y sin embargo, sabía que, muy dentro, una parte infantil y necia de sí misma, protestaba, suplicaba, rogaba por que interviniera el destino y le hiciera un milagro. 


Por ella, admitió, no por su tía, sino por ella.


Ella pasó más tiempo que el de costumbre en el hospital, y cuando al fin regresó a la cabaña a media tarde, lo primero que vio fue el auto de Pedro Alfonso parado afuera. El estaba sentado al volante, tenía el portafolio abierto a un lado. Parecía estar entregado al trabajo con sus papeles.


—Lo siento —se disculpó breve, —. Yo...me retrasé —el trauma de la mañana hizo que olvidara que aceptó que él se mudara más temprano de lo que pactaron antes, la culpa se añadió a la ya pesada carga de sentimientos negativos que él despertaba en su interior.


—No hay problema —repuso Pedro tranquilo—. Como puede ver, he logrado mantenerme ocupado. Eso fue algo que debí haberle preguntado: tiendo a traer trabajo a casa, ¿le importa?


Paula negó con la cabeza, sabía que, cuanto más tiempo pasara ocupado con sus asuntos, menos la vería.


—Como sabe, yo también trabajo en casa, algunas veces durante la noche al igual que durante el día.


El se detuvo en el acto de salir de su auto, la veía pensativo, irónico, la expresión cambió, frunció la frente al observarla.


—Le ha hecho pasar un mal rato, ¿verdad? —le preguntó seco.


Por un momento, Paula no supo a lo que se refería, y entonces se percató de que él pensaba que había llegado tarde porque suponía que estaba con su amante. La ironía del asunto hizo que sintiera deseos de llorar. Si tan sólo supiera en dónde estuvo... Todavía le dolía la garganta por las lágrimas, el sufrimiento por lo que tenía que enfrentar le atontó los sentidos. No importaba la frecuencia con la que se dijera que no debía ser egoísta, que se debía entregar amorosa y generosa a su tía de la misma manera en que ella lo hiciera, que ahora era su oportunidad para pagarle a su tía todo el apoyo amoroso que ella recibiera durante tantos años. 


Todavía quería llorar como una niña y protestar, gritar que su tía estaba a punto de morir, que no debía abandonarla. Y sin embargo, a pesar de todo lo que su tía le dijera, aún no lograba abrirse y hablar de lo que ocurría, no se arriesgaba a compartirlo con nadie más...explicarle a Pedro Alfonso en dónde había estado.


—¿Qué le hace pensar eso? —fue lo que dijo en lugar de explicar la verdad.


El, ahora, ya estaba afuera del auto, parado frente a ella, y cuando ella giró para apartarse, él extendió el brazo, la detuvo tomándola por el hombro, por lo que Paula pudo sentir la calidez de la mano que presionaba el hombro por encima de la blusa delgada. La sensación la dejó inmóvil. No estaba acostumbrada al contacto poderoso de un hombre, y pensó que hacía mucho tiempo desde que su vida incluyera algo de intimidad con un hombre, en especial la no sexual que provenía de parientes y amigos varones. Sus experiencias de juventud con el sexo la llevaron a concluir que era una actividad sobrestimada, y desde entonces, no tuvo tiempo ni espacio para desarrollar una relación íntima.



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