miércoles, 22 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 11





Durante sus días en la universidad, ella tuvo bastantes amigos y admiradores, supo lo que era la familiaridad de una expresión casual de afecto y cariño. Pero, no recordaba cuándo su cuerpo se volvió su propio territorio privado, ni cuán desacostumbrada estaba a compartir una proximidad física con otros, hasta que la sensación violenta que le recorrió la piel, haciendo que los músculos se tensaran en rechazo al quedar helada en el lugar sin poder apartarse cuando con la mano libre, Pedro le tocó el rostro con gentileza con la punta de los dedos.


Las palabras "has llorado" le llegaron a través de un cañón que las repetía formando un eco y la apartaron de la realidad separándola del calor del sol sobre su piel, de la familiaridad de su entorno, hasta que una oleada de debilidad la invadió. Todo el cuerpo le empezó a temblar con violencia, cuando, sin la más mínima advertencia, las lágrimas empezaron a brotar y le recorrieron las mejillas.


Ella escuchó que Pedro Alfonso maldecía, pero no entendió las palabras. La intensidad de su sufrimiento era tan abrumadora, que no podía sentir nada más. Se percató de que el la soltaba, y entonces le empezó a temblar el cuerpo, su control quedó deshecho por el trauma de esa mañana.


Sin que lo esperara, él la tomó entre sus brazos y la cargó. Paula reaccionó por instinto, se aferró a él mientras la llevaba hacia la casa. 


Escuchaba que le decía algo, pero las palabras no tenían significado.


—Las llaves, Paula. ¿En dónde están las llaves de la casa?


Con lentitud, comprendió lo que le decía. Abrió la mano, le mostró las llaves que sostenía y permitió que las tomara. Paula todavía se apoyaba contra el pecho de Pedro cuando él abrió la puerta.


Una vez adentro, entre lágrimas, Paula notó la oscuridad del vestíbulo. Todavía lloraba, todavía se estremecía por la fuerza de sus emociones. 


Revivía la situación de la mañana, trataba de asimilarla, en realidad no sabía qué era lo que le pasaba, él la llevó cargada a la cocina y con gentileza la depositó sobre la silla cerca de la estufa Aga.


—¿Qué demonios te hizo? —le preguntó brusco. Ella lo miró confundida, y él añadió—. ¿Por qué permites que te haga pasar por todo esto? ¿Por qué permites que te lastime y te uso? ¿Que te hizo? ¿Decirte que ya no te verá? ¿Decirte que su esposa no lo deja libre, o que no puede dejarla por los niños?


Poco a poco, las palabras empezaron a entrar en la mente de Paula. Como una niña que empezaba a leer, las repitió en su mente, hasta que al fin comprendió lo que lo decía.


—No, no... —ella empezó, las lágrimas cesaron cuando se dio cuenta de lo que él quería decir.
Pero, en vez de permitirle hablar, él la interrumpió.


— ¡Aún ahora tratas de defenderlo! Aún ahora que te ha reducido a este estado, todavía dices que lo amas y que él te ama y que todo lo que los mantiene separados es su esposa y la lealtad que le tiene. ¿No puedes ver...? —Se interrumpió, negaba con la cabeza y amargado, agregó—: No, claro que no puedes, o... no quieres.


—Si te dijera que lo más probable es que todo lo que él quiere de ti es la inyección de adrenalina que le das... la emoción del sexo ilícito... lo negarías de inmediato. Si te dijera que lo que te motiva es el deseo sexual, te sentirías horrorizada y me dirías que lo amas, ¿Cómo puedes? ¿Cómo puede alguien amar a una persona que no se merece ese amor por el mero hecho de que quebranta sus promesas del matrimonio? ¿Cómo puedes decir que amas a alguien a quien es muy probable no conoces, alguien a quien nunca tendrás una verdadera oportunidad de conocer?


—Esto no tiene nada que ver con el sexo —Paula negaba insistente, se puso de pie para enfrentarse a él, para cerrar el pequeño espacio que los dividía.


—Quieres decir que hasta ahora no han sido amantes —se atrevió a decir. No la entendía y eso la dejó sin habla—. Debo confesar que me parece muy difícil de creer —continuó Pedro—. No necesitas decirme que eres una mujer muy deseable, tienes el tipo de sensualidad sutil que excita a muchos hombres. Tienes esa aura que obliga a un hombre a pensar en el placer que sería amarte.


— ¿No quieres decir, disfrutar del sexo? —Paula lo corrigió molesta, controlaba la incomodidad que le creaban sus palabras. La manera en que la describía, hacía que la sorpresa la dejara sin habla. Ella nunca se consideró deseable ni sensual, y algo extraño y desconcertante se removía en su interior al escuchar sus palabras—. Después de todo, según tú, es sexo lo único que los hombres buscarían en mí.


—No cualquier hombre —la corrigió—. Y no quise insinuar... Sólo trataba de señalar que un hombre que no le es fiel a su esposa, es capaz de tratarte a ti, y a tus sentimientos con la misma desconsideración.


—No estoy de acuerdo contigo. Muchos hombres y mujeres divorciados son felices y leales en su segundo matrimonio.


—Algunos lo son —la corrigió—, pero, muy pocas veces con la persona por la que dejaron a su cónyuge. ¿Es eso lo que esperas? ¿Que la deje y se case contigo?


Paula empezaba a reaccionar. Descubrió que temblaba no sólo por los hechos de la mañana, sino por la manera en que la enredaba en todas esas falsedades tontas. Si trataba de salir del enredo en ese momento, sospechaba que Pedro Alfonso no le creería. La ironía de la situación hizo que sintiera deseos de reír.


—Si en verdad quieres un consejo —Pedro le dijo brusco mientras ella empezaba a apartarse—, no llores frente a él. Los hombres casados odian que sus amantes les den momentos difíciles.


—Pensé que todos los hombres odiaban ver llorar a una mujer —comentó Paula cansada.


—Sólo cuando no pueden hacer nada por ellas, cuando no pueden seguir lo que les dictan sus instintos...


Para ese momento, Paula se había controlado bastante. Por fortuna, antes de salir, preparó la habitación que él ocuparía, pero todavía necesitaba unas toallas del armario, y tal vez sise ocupaba con esa tarea tan mundana, podría terminar de poner sus pensamientos en orden.


— ¿Seguir sus instintos y hacer qué? —preguntó cautelosa, creyendo saber la respuesta. El sexo masculino era muy bueno para retirarse de la escena cuando las emociones femeninas se desbordaban, pero la respuesta de Pedro no fue nada de lo que ella esperaba.


Al principio cuando se movió hacia ella, Paula sólo lo miró confundida, no entendía qué era lo que pasaba cuándo él hablo en voz ronca.


—Y hacer esto...


Le tocaba el rostro con los dedos, con gentileza removía los últimos trazos de sus lágrimas. 


Tenía la cabeza inclinada hacia ella, el aliento hacía que su piel reaccionara, por lo que por instinto, separó los labios con un ligero murmullo de negación.


Pero era demasiado tarde. Los labios de Pedro ya tocaban su boca, con lentitud le acariciaban los labios, por lo que se suavizaron y respondieron al mensaje tan sutil e íntimo, que Paula apenas lo percibía. Ella sólo supo lo que sus sentidos le dictaban, se acercó a él, permitió que la sensación de consuelo y placer hiciera que sus músculos se relajaran, se permitió experimentar la intensidad delicada de la sensación que percibía cuando las puntas de los dedos de Pedro le rozaban la piel y le acariciaban la boca con los labios.


Habían pasado muchos años desde que alguien la besara así, con tal profundidad y gentileza, con tal indulgencia y cuidado. De hecho, su mente borrosa no lograba recordar un momento en que alguien... Paula se estremeció cuando él deslizó las manos y le acarició el cuello. Se le cerraban los ojos, el cuerpo, por instinto, se acercaba y acomodaba más cerca de él, le daba la bienvenida a su calidez, a su fuerza, a su capacidad de sostenerla a salvo de todo lo que la amenazaba. Dejó escapar un gemido de contento, no se percató de la reacción de sorpresa de Pedro, él titubeó y la miró a los ojos.




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