domingo, 20 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 68




Cuando llegaron a la isla de Tango, Pedro les dijo a todos que Hernan iba a ser el capitán durante el resto del viaje. Se quedarían allí esa noche para ver si aparecía el barco. Si no, podían pasarse el resto de sus vacaciones en la isla o volver a casa con la garantía de que el precio de sus billetes sería devuelto.


Fueron todos hasta el taxi que los esperaba cerca del muelle. Eran un grupo de lo más variopinto y nadie tenía equipaje ni otras pertenencias. Pedro había conseguido que el hotel les abriera una línea de crédito hasta que se solucionara la situación.


Paula estaba a punto de subir a la furgoneta cuando se dio cuenta de que Pedro no iba con ellos. Éste abrazó a las hermanas Granger y a Margo, le dio la mano al profesor Sheldon y le dijo algo a Hernan. Después fue hasta donde estaba ella con Luis. Puso una mano en el hombro del chico y le prometió que lo iría a ver pronto. Luis asintió, pero le temblaban los labios.


Pedro se agachó y le dio un fuerte abrazo.


—No vuelvas a escaparte, ¿de acuerdo, Luis?


—De acuerdo —prometió el pequeño.


La miró entonces a ella. Pasaron unos segundos sin que ninguno de los dos hablara, después lo hicieron a la vez.


—Lo siento —dijo ella.


—Cuídate —dijo él.


Le sorprendieron sus palabras. Después de todo lo que había pasado, lo último que esperaba era que le preocupara lo que pudiera sucederle.


Paula asintió con los ojos llenos de lágrimas.


—Buena suerte. Espero que la encuentres.


Se sentaron en sus asientos de la furgoneta y el vehículo se puso en marcha. Todos se despidieron de Pedro con gestos y gritos. Ella se quedó inmóvil, no podía hablar ni moverse. No dejó de mirarlo ni un instante, hasta que el taxi tomó una curva y Pedro desapareció de su vista.



****

Volvieron a registrarse en el hotel y a Paula le tocó la misma habitación en la que había estado alojada con anterioridad.


Llamó a Scott en cuanto llegó allí. Él le dijo que bajaría enseguida hasta el hotel para recoger a Luis, pero Paula le pidió que lo dejara quedarse allí con ella esa noche y que después lo llevaría hasta el orfanato a la mañana siguiente. Scott estuvo de acuerdo. No le preguntó si Pedro iría con ella, se preguntó si éste ya lo habría llamado y contado lo que había ocurrido.


Le prometió a Luis que bajarían a la piscina en cuanto hiciera otra llamada. Tenía que hablar con Juan.


—Paula, tú más que nadie deberías haber sabido de lo que Agustin es capaz.


—Tenías razón, Juan, debería haber dejado que tú te ocuparas de esto.


—No lo digo para que me des la razón —le dijo él con más amabilidad en la voz—. Todo lo que quiero es verte libre de una vez por todas de ese inmundo canalla, de esa asquerosa rata…


—¿Te enseñaron a hablar así en Yale? —preguntó ella con una sonrisa triste.


Nunca lo había visto tan enfadado.


—Se me ocurren otros adjetivos que lo definen mejor, pero soy un caballero —le dijo—. ¿Cómo le sentó a Pedro que le robaran el barco?


—No muy bien.


—Ya me lo imagino.


—No me importa el dinero, Juan —le dijo mientras observaba a Luis jugando en su habitación—. Puede quedarse con él.


—No si consigo evitarlo. Dame toda la información que tengas sobre el barco y quién está buscándolo. Me gustaría hablar con las autoridades para informarlas de qué deben hacer con el dinero si logran encontrarlo.


—Conociendo a Agustin, lo habrá escondido en el fondo del mar.


Después le contó todo lo que sabía sobre la investigación y la búsqueda que se estaba llevando a cabo. Colgó el teléfono con la sensación de que había conseguido destrozar su vida por completo.


Luis se acercó a ella y se sentó en la cama a su lado.


—No estés triste, Paula —le dijo—. No has hecho nada malo.


Le hubiera encantado que fuera así de sencillo, que los errores pudieran ser olvidados después de pedir perdón.


—Sí que he hecho algo malo, Luis.


—Pero eso no quiere decir que tú seas mala —le dijo el niño con su inocente sabiduría.


Lo abrazó con cariño.


—El señor Dillon dice que basta con pedir perdón para que el error se esfume. Lo que importa es que hagas algo para corregir ese error.


Cerró los ojos y sintió como una lágrima rodaba solitaria por su mejilla. Se dio cuenta de que Luis tenía razón. Decidió que no iba a pensar que lo que había ocurrido ese día era el final de algo, sino un nuevo principio.




LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 67




Pedro no sabía cómo comportarse.


Miraba a Paula y se preguntaba si se parecía en algo a la mujer que había creído que era. 


Pensaba que no tenía toda la información, que le faltaban algunas partes del puzzle y lo que más le costaba era haberse dado cuenta de que ella le había ocultado esa parte de su vida intencionadamente. Cuando pensaba en lo que sabía ahora de ella, se daba cuenta de que esa mujer no se parecía en nada a la Paula con la que había compartido su cama la noche anterior.


Esa Paula era vulnerable y quería cambiar las cosas y empezar una nueva vida. La Paula que veía ahora… No sabía muy bien quién era.


Volvían ya a la isla de Tango a bordo del barco del guardacostas. Ya habían dado la voz de alarma sobre el robo del Gaby, pero aún no sabían nada.


—Hola.


Se dio la vuelta y se encontró con Paula. Lo miraba con incertidumbre. Durante unos segundos, algo se derritió en su interior y deseó poder dar marcha atrás al reloj y volver a esa mañana, cuando cualquier cosa parecía ser posible entre los dos.


—Hola —repuso con seriedad.


Pedro —comenzó ella respirando profundamente—. Nunca quise que pasara algo así.


—¿Qué pensabas que iba a pasar?


—Creía que si me iba, Agustin tendría tiempo de calmarse. Después volvería a casa y lo obligaría a ir a la policía y confesar todo lo que me ha quitado.


—¿A qué te refieres?


—Me robó todo lo que mi padre me dejó en herencia.


—¿Y estabas dispuesta a poner en peligro a todos los que participaban en este viaje?


—No pensé que pudiera pasar nada.


—Pero eso es lo que ha pasado, ¿no?


Paula apartó un instante la mirada, y después volvió a mirarlo a los ojos.


—Lo siento.


—Lo hecho, hecho está.


Sabía que estaba siendo muy duro con ella, pero no podía evitarlo.


Paula parecía muy dolida, pero aceptó sus palabras.


—Puedo llevar a Luis de vuelta al orfanato —le ofreció ella.


—Gracias —repuso con frialdad—. Dile a Scott que lo llamaré cuando pueda.


—De acuerdo.


Paula asintió y se dio la vuelta para volver al otro lado del barco, donde estaban Margo, Lyle y Lily. 


Pedro abrió la boca para llamarla, pero se detuvo al darse cuenta de que no tenía nada que decirle. Nada que pudiera cambiar las cosas.


Si algo había aprendido durante los dos años que había estado buscando a su hija era que las cosas no cambiaban sólo porque el lo descara. 


La realidad era dura y dolorosa. Lo que había entre Paula y el había empezado con engaños y sólo podía terminar de una manera



sábado, 19 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 66




Sabiendo ya que pronto irían a buscarlos, todos se relajaron y continuaron disfrutando de la isla. 


Luis y Margo comenzaron a construir juntos un nuevo castillo de arena.


Paula estaba sentada a unos metros de allí. Hernan se acercó y se sentó a su lado.


—Se le pasará, ya lo verás —le dijo él.


—No creo que pueda olvidarse de esto —repuso ella con amargura.


—Claro que sí.


—Ha pasado años buscando a su hija y ahora que está cerca, se queda atrapado aquí por culpa mía.


—Sólo es un pequeño retraso.


—No puedes estar seguro de eso. ¿Y si no llega a tiempo? ¿Y si su ex mujer descubre que él sabe dónde están y decide mudarse de nuevo? —se preguntó ella en voz alta—. Debería haberme dado cuenta de que algo así iba a pasar.


—¿Cómo ibas a saberlo? ¿Tienes una bola de cristal?


—¿Cómo puedes bromear con algo así, Hernan? —le preguntó ella tapándose la cara con las manos.


—Supongo que es mi manera de ver la vida. Siempre busco el lado positivo de las cosas. 
Paula, ninguno de nosotros cree que tienes la culpa de lo que ha pasado.


Miró a Pedro, estaba ayudando a Luis con el castillo. Parecía más relajado y se dio cuenta de que era gracias a la compañía del niño.


—Ni siquiera Pedro —añadió Hernan—. Puede que se enfadara un poco al principio, pero mira… Parece que ya se le está pasando.


—Pero le mentí… No creo que nunca se olvide de ello.


Hernan se quedó callado unos instantes antes de hablar de nuevo.


—Algunas veces tomamos decisiones equivocadas con las mejores intenciones. Eres una buena persona, Paula. Aunque me temo que no estás de acuerdo. No conviertas lo que ha pasado en una prueba que te confirme que no eres buena, porque no es así. Créeme, he conocido a suficiente gente perversa y malintencionada para saber de qué hablo.


—Gracias, Hernan.


—De nada —repuso él—. Además, soy yo el que te está agradecido.


—¿Por qué?


—Por ayudarme a ver a Margo con otros ojos. Es una mujer extraordinaria.


—Sí —repuso ella—. Pero cuida de ella.


—Eso pretendo. Y tú cuida de ti misma.


Un barco apareció entonces en el horizonte e hizo sonar la bocina.


—Ya viene a salvarnos la caballería —comentó ella.


—Vamos —le dijo Hernan poniéndose en pie y dándole la mano para ayudarla—. Espero que tengan algo de comida en ese barco. Estoy muerto de hambre.


Margo se acercaba en ese instante a ellos y le dio la mano a Hernan.


—No me extraña que tengas hambre —le dijo con una sonrisa—. ¿Cuánto tiempo llevas sin comer? ¿Cuatro horas?


—Sí, ya sé que no es mucho —se defendió Hernan—. Supongo que el estrés me ha abierto el apetito.


Paula escuchó cómo bromeaban y se sintió feliz por lo que parecía estar naciendo entre ellos. 


Pero eso le recordaba a Pedro y cómo éste la había rechazado.


Le dolía.


Le dolía mucho.



LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 65




Le revolvía el estómago la idea de ir tras Pedro hasta donde estaban los demás. Paula había tomado cariño a todas esas personas y las había decepcionado. Sabía que estarían enfadadas con ella.


Igual que lo estaba ella misma.


Por raro que pareciera, con quien no estaba enfadada era con Agustin, porque ella había sabido siempre lo que podía esperar de él y había dejado que sucediera.


Intentó pensar en cómo explicarles lo que había pasado, pero se dio cuenta de que no eran más que excusas. Angustiada y arrepentida, fue hasta la playa.


Cuando llegó a donde estaban todos, vio que Pedro estaba al teléfono y le daba la espalda. El resto de la gente la estaba mirando. 


Le entraron ganas de darse la vuelta y echar a correr, pero también deseaba pedirles perdón. 


Abrió la boca para decir algo, pero no lo hizo al ver que Margo extendía su mano hacia ella. 


Paula la aceptó con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta. Se sentía muy agradecida…


Luis se acercó a ella y tomó su otra mano. 


Estaba segura de que el niño no sabía que estaba pasando, pero era lo bastante sensible como para ver que necesitaba consuelo. Se prometió que recordaría siempre ese gesto y aprendería de ello.


Pensó que en ese instante estaba aprendiendo por primera vez en su vida el significado del perdón, aunque estaba convencida de que no se lo merecía.


Miró a Pedro, acababa de colgar el teléfono, pero no se movió de donde estaba y se quedó con la vista perdida en el océano. A sus pies estaba lo que quedaba en pie del castillo de arena. La marea se había llevado consigo la mayor parte de la construcción.


Se giró algún tiempo después.


—He hablado con el guardacostas de la isla de Tango —les dijo a todos sin mirarla a los ojos—. Van a enviar a alguien para que venga a buscarnos. También tienen un helicóptero buscando el Gaby. Estarán aquí dentro de una hora, más o menos.


Se sintió aliviada al ver que no iban a tener que pasar allí la noche por su culpa, sin comida ni agua. Todos hablaron a la vez.


—¡Qué bien!


—Bueno, entonces no pasa nada.


—Todo se solucionará.


Cuando se quedaron callados, Paula decidió que había llegado el momento de dar una explicación, aunque temía ver en los ojos de la gente la misma decepción que había visto en la mirada de Pedro


—Todo esto es culpa mía —les dijo sin levantar la vista—. Tuve un divorcio muy complicado. No debería haberme arriesgado a que los problemas con mi ex os afectaran a todos. Lo siento. Siento…


Se reunieron a su alrededor sin dejar que terminara. Hernan le dio un gran abrazo. A él lo siguió Margo. Las hermanas Granger le acariciaban la cara y la animaban con cariño.


—No te preocupes, querida. Todo saldrá bien —le dijo Lyle.


Hasta el profesor Sheldon, con timidez, le dio una palmadita en la espalda.


—Todos cometemos errores —le dijo.


—A mí no me importa quedarme atrapado en la isla un tiempo. Así puedo casi imaginarme que no tengo que volver nunca más al orfanato —le confesó Luis metiéndose en medio del círculo de amistad.


Tenía la garganta cerrada por la emoción. Buscó la mano al niño y la apretó con fuerza.


Vio de reojo que Pedro estaba observando la escena, pero no podía mirarlo a la cara. Sabía que con sus errores había destrozado cualquier sentimiento que pudiera haber estado naciendo entre ellos. Y sabía que vería prueba de ello en los ojos de Pedro. Por eso no podía mirarlo.



LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 64




No podía estar ocurriendo. Tenía el corazón en la garganta y se controló para no decir nada hasta que estuvieran apartados del resto de los pasajeros. Entonces miró a Paula a los ojos y le hizo la pregunta que le estaba rondando por la cabeza.


—Esto tiene que ver con los dos intentos de robo en el barco, ¿verdad?


Paula se mordió el labio inferior y cruzó los brazos sobre el pecho.


—No estoy segura.


—Pero sospechas que pudiera ser así, ¿no?


—Antes de esto, no creía que tuviera nada que ver conmigo, pero ahora…


—¿Ahora qué, Paula? —le preguntó enfadado—. Pensé que eras sincera conmigo. Pensé que podías ser alguien a quien…


—¡Pedro, no!


—Tenía razón, ¿verdad? Después de todo, tenía razón. Escondías algo en el barco, ¿no?


—Debería habértelo dicho —repuso ella con arrepentimiento.


—¿Decirme el qué?


Se sentía fatal. Había sido un estúpido al pensar que podía confiar en ella. Ya le había pasado algo parecido dos años antes, pero estaba claro que no había aprendido nada.


—Es complicado…


—Bueno, desgraciadamente, tenemos todo el tiempo del mundo. No tengo adónde ir.


Paula cerró los ojos. Sabía que sus palabras le estaban haciendo daño, pero no le importaba.


—Agustin es mi ex marido. Tomé dinero que él…


—¿Se trata de dinero? —la interrumpió fuera de sí.


—No es eso…


—A ver si lo tengo claro. La bolsa de viaje que trajiste al barco… Ahí estaba el dinero, ¿verdad?


Pedro, yo…


—Y Agustin o alguien que trabaja para él ha venido hasta aquí para encontrar la maldita bolsa y se ha llevado de paso mi barco, ¿verdad?


—Por favor, Pedro. Escúchame…


Él empezó a apartarse de ella.


—No quiero escucharte. Creo que sé todo lo que necesito saber.


Se dio media vuelta y volvió a la playa. No sabía si estaba más enfadado que decepcionado o si era al revés.



LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 63



Llegaron a la playa donde habían comido, todos estaban esperándolos y parecían preocupados. 


Sintió cómo la miraban con especial intensidad.


Un escalofrío le recorrió la espalda, había pasado algo malo.


—El barco ha desaparecido —les dijo Hernan—. Y hemos encontrado esta nota en una de las neveras portátiles —agregó mientras se la entregaba a Pedro.


La leyó y la miró a los ojos. Vio cómo la confianza que había depositado en ella desaparecía en cuestión de segundos. Sintió que se mareaba y la cabeza le daba vueltas. 


Tomó la nota.



Parece que, después de todo, no vas a tener la última palabra, ¿eh, Paula? Que disfrutes de la isla.
Agustin


Paula miró el lugar donde había estado anclado el barco. Ya no había nada.


—¡No, no! —gimió mientras se llevaba las manos a la boca.


—¿Qué significa esto, Paula? —le preguntó Pedro.


Le costó contestar, tenía un nudo en la garganta.


—Lo siento, lo siento tanto…


Pedro la miró con frialdad.


—A lo mejor ha llegado el momento de dar una explicación.




LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 62




Luis llamó a Pedro para pedirle que se acercara a donde estaban las iguanas.


Pedro soltó su mano y fue hasta donde estaba el niño.


Por un lado sentía euforia, pero por otro, estaba aterrada. Lo que estaba pasando entre Pedro y ella le asustaba. Y mucho.


Una de las cosas que más le pesaba era que no había sido sincera con él. Pensó en la bolsa llena de billetes que guardaba en su camarote y deseó no haber encontrado nunca ese dinero. 


Quería más que nada en el mundo poder olvidar todos los errores que había cometido desde que se casara con Agustin y pasar página.


En vez de continuar con su vida, había creado una situación al quitarle el dinero que sólo podía terminar con un nuevo enfrentamiento entre ellos. Sabía que Agustin, en cuestiones de dinero, no iba a tirar nunca la toalla. Ella lo sabía mejor que nadie.


Vio cómo Pedro se agachaba al lado de Luis y ponía una mano en el hombro del chico. De repente, se dio cuenta de que todo lo que tenía que ver con su matrimonio con Agustin era repugnante y sucio. No quería tener nada que ver con esa parte de su pasado. Se arrepentía de no haberle llevado el dinero a la policía y dejar que otra persona fuera la que castigara a Agustin por sus tropelías.


Pero aún estaba a tiempo. Tenía que volver a casa y arreglarlo todo. Si quería empezar algo con ese hombre, antes tenía que dejar resueltos los otros asuntos.


Pedro y Luis fueron hacia ella. El niño no dejaba de hablar.


Pedro tomó su mano y volvieron por el mismo camino hasta donde estarían esperándolos los demás. Le encantaba estar así con él. Las manos unidas en un gesto simple, pero importante.


Iban andando cuando sonó el teléfono móvil de Pedro. Le soltó la mano y lo sacó rápidamente de su bolsillo.


—¿Diga?


Se quedó callado durante un par de minutos.


—¿Estás seguro? —dijo después.


Su voz estaba llena de urgencia. El corazón comenzó a latirle con fuerza y rezó para que Pedro estuviera recibiendo la noticia que tanto necesitaba.


—Llegaré tan pronto como pueda —prometió a su interlocutor.


Cerró el teléfono de golpe y la miró con una sonrisa en la boca.


—La ha encontrado.


—¡Pedro! ¡Es maravilloso!


—Deberíamos irnos ya. Tengo que encontrar billete en el primer vuelo que salga.


Se acercó a ella y la rodeó con sus brazos. Su cara quedó enterrada en el torso de ese hombre. 


Respiró profundamente para dejar que la envolviera su aroma y su extraordinaria calidez. 


Allí se sentía en casa y se dio cuenta de que no preferiría estar en ningún otro sitio del mundo.