sábado, 19 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 62




Luis llamó a Pedro para pedirle que se acercara a donde estaban las iguanas.


Pedro soltó su mano y fue hasta donde estaba el niño.


Por un lado sentía euforia, pero por otro, estaba aterrada. Lo que estaba pasando entre Pedro y ella le asustaba. Y mucho.


Una de las cosas que más le pesaba era que no había sido sincera con él. Pensó en la bolsa llena de billetes que guardaba en su camarote y deseó no haber encontrado nunca ese dinero. 


Quería más que nada en el mundo poder olvidar todos los errores que había cometido desde que se casara con Agustin y pasar página.


En vez de continuar con su vida, había creado una situación al quitarle el dinero que sólo podía terminar con un nuevo enfrentamiento entre ellos. Sabía que Agustin, en cuestiones de dinero, no iba a tirar nunca la toalla. Ella lo sabía mejor que nadie.


Vio cómo Pedro se agachaba al lado de Luis y ponía una mano en el hombro del chico. De repente, se dio cuenta de que todo lo que tenía que ver con su matrimonio con Agustin era repugnante y sucio. No quería tener nada que ver con esa parte de su pasado. Se arrepentía de no haberle llevado el dinero a la policía y dejar que otra persona fuera la que castigara a Agustin por sus tropelías.


Pero aún estaba a tiempo. Tenía que volver a casa y arreglarlo todo. Si quería empezar algo con ese hombre, antes tenía que dejar resueltos los otros asuntos.


Pedro y Luis fueron hacia ella. El niño no dejaba de hablar.


Pedro tomó su mano y volvieron por el mismo camino hasta donde estarían esperándolos los demás. Le encantaba estar así con él. Las manos unidas en un gesto simple, pero importante.


Iban andando cuando sonó el teléfono móvil de Pedro. Le soltó la mano y lo sacó rápidamente de su bolsillo.


—¿Diga?


Se quedó callado durante un par de minutos.


—¿Estás seguro? —dijo después.


Su voz estaba llena de urgencia. El corazón comenzó a latirle con fuerza y rezó para que Pedro estuviera recibiendo la noticia que tanto necesitaba.


—Llegaré tan pronto como pueda —prometió a su interlocutor.


Cerró el teléfono de golpe y la miró con una sonrisa en la boca.


—La ha encontrado.


—¡Pedro! ¡Es maravilloso!


—Deberíamos irnos ya. Tengo que encontrar billete en el primer vuelo que salga.


Se acercó a ella y la rodeó con sus brazos. Su cara quedó enterrada en el torso de ese hombre. 


Respiró profundamente para dejar que la envolviera su aroma y su extraordinaria calidez. 


Allí se sentía en casa y se dio cuenta de que no preferiría estar en ningún otro sitio del mundo.




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