sábado, 16 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 19




Habían quedado en un bar de moda del centro de la ciudad, que estaba abarrotado cuando Paula llegó. Las luces aún eran brillantes, y los clientes reían y disfrutaban.


Era la primera en llegar, cosa que no le gustaba nada, pero sabía que Pedro no se retrasaba nunca. Ella había llegado siete minutos antes de la hora acordada, lo cual no era su estilo, pero estaba tan nerviosa que decidió salir antes de casa.


Se sentó en una silla libre en la barra y pidió un gin tonic al camarero. Estaba muy nerviosa, sin motivo aparente. Desde luego, no era por Mariano. No le había encontrado ninguna pega. 


La noche anterior habían ido al cine, se habían reído mucho con la película y habían tomado una cena deliciosa. Un par de semanas antes, cuando aún no se había embarcado en la misión del matrimonio y la familia, tuvo que admitir, se lo hubiera pasado mejor. Había pasado la noche bastante tensa, controlando su comportamiento en vez de disfrutar de la compañía de Mariano.


Al despedirse, como un perfecto caballero, le había preguntado si podía volver a verla, esa noche. En condiciones normales Paula no hubiera aceptado. Querer verla enseguida era un signo de impaciencia. Pero Mariano había sugerido quedar para tomar unas copas, y entonces su mente voló hasta Pedro. Perfecto. 


Se inventó sobre la marcha que ya había quedado para tomar algo con su mejor amigo, pero que podía unirse a ellos si quería. Por suerte, Pedro no la defraudó.


Paula hizo una mueca. No había vuelto a ver a Pedro desde el día que se agarraron de la mano, pero desde entonces había logrado convencerse a sí misma de que su reacción había sido exagerada. El calor, el extraño humor de Pedro y todo el día metida en clase con un montón de niños excitados ante la llegada de la primavera... todo eso podía tener la culpa. 


Probablemente. Además, aunque hubiera jurado que le había acariciado la mano sensualmente, a él no parecía haberlo afectado en absoluto. 


Por todo ello, lo más fácil sería seguir con su plan original: hacer como si no hubiera pasado nada raro, en caso de que él lo mencionara.


Pero no lo mencionaría esa noche. No con Mariano.


En ese momento, Paula vio que Pedro hacía su entrada por la puerta. Se sintió aliviada y se dio cuenta de que al que esperaba ver cruzar la puerta era a Pedro, no a Mariano. Levantó la mano para que la viera, él la localizó enseguida y fue hacia ella.


—¡Hola! —saludó Paula y le dio un tirón a la seria corbata azul que llevaba—. Tienes que relajarte un poco, amigo, la noche acaba de empezar.


—Ya lo veo —Pedro respondió con una media sonrisa—. ¿Dónde está Miguel? ¿Llega tarde? Entonces ya ha suspendido. Llegar tarde a la segunda cita es inadmisible.


—A ver si te enteras de que su nombre es Mariano. No puedes haber sido el segundo de tu promoción y tener tan mala memoria, así que empiezo a pensar que lo haces a propósito. Además, no todo el mundo es tan estricto como tú con la puntualidad. No me importa que llegue un poco más tarde si eso hace que no tenga que correr tanto con el coche. ¿Qué tal estoy?


Se levantó de la silla y se alisó la falda negra y corta que llevaba. Se colocó bien el top de satén color lima y al ver que Pedro no decía nada, hizo una mueca.


—Oh, me encantan esos cumplidos tan maravillosos tuyos —después dijo en serio—: ¿De verdad estoy tan mal?


—Paula, estás preciosa. Siempre lo estás. ¿Qué importa lo que yo piense? No es a mí a quien intentas impresionar.


Paula abrió la boca para decirle, indignada, que ella no intentaba impresionar a nadie, pero en ese momento vio a Mariano en la puerta.


Levantó la mano, él le respondió de igual modo y unos segundos después estaba a su lado.


—Hola. ¡Cuánto tiempo sin verte! —bromeó él.


—¡Es verdad! ¡Apenas recordaba cómo eras! —rió ella, deseando que la música estuviera más baja.


El se inclinó y le dijo casi al oído:
—Yo no había olvidado cómo eras tú.


Paula no supo muy bien qué decir.


—Mariano, quiero que conozcas a mi amigo... —al mirar a su lado vio que Pedro se había alejado unos pasos para pedirle una cerveza al camarero—. Mi mejor amigo —continuó impaciente—. ¡Ah!, ya has vuelto: Mariano, éste es Pedro AlfonsoPedro, Mariano Miller.


Se dieron un apretón de manos, Mariano con una amplia y sincera sonrisa, y Pedro, tenso y aprensivo. La preocupación de Paula dio paso al entusiasmo. Pedro nunca la dejaba tirada y todo iba a salir bien.


En ese momento vio que un grupo de gente dejaba una mesa libre y, antes de que nadie pudiera ocuparla, ya estaba ella allí. La mesa tenía dos bancos enfrentados. Ella se sentó la primera y Mariano puso una cara extraña al ver que Pedro se sentaba a su lado.


—¿Qué quieres tomar? —preguntó Mariano.


—Camarera —llamó Pedro—. Otro gin tonic para la señorita.


Esto lo dijo en voz tan baja y cálida que la camarera se tuvo que agachar y acercarse mucho a él, y su tono de voz hizo que se sonrojara.


Mariano le guiñó un ojo a Paula, pero ella no hizo ni caso, asombrada como estaba al ver a Pedro flirtear, pero decidió dejar eso para más tarde. Dio una palmada y tomó aliento para poner en marcha la conversación, pero al ver la cara de Pedro, se le olvidó expulsar el aire.


Tenía la misma expresión que cuando fue a verlo defender un caso al Tribunal Supremo de Suffolk. Cuando fue su turno de hablar, Pedro se transformó en una estatua de piedra, sin pasiones ni sentimientos, sólo decisión y frialdad. Paula recordaba como a cada pregunta de Pedro, el acusado se arrugaba cada vez más y su máscara caía poco a poco. Hubo un momento en que pensó que se echaría a llorar, pero Pedro lo miró con cara de desagrado y se volvió a su sitio, sacudiendo la cabeza.


Acababa de darse cuenta de que Pedro había sentado a Mariano en el banquillo de los acusados y estaba a punto de freírlo a preguntas.


—Entonces, Mariano... ¿a qué te dedicas? —preguntó Pedro antes de que Paula pudiera evitarlo.


—Yo... —empezó él.


—Es psicólogo —interrumpió Paula con sonrisa de ganadora—. ¿No te parece interesante? Yo me pasaría todo el día escuchando los problemas de la gente sin cobrar —Pedro pareció algo impresionado, lo que dio alas a Paula—. Su consulta está en Brookline, cerca de esa bollería tan buena que encontramos hace meses. ¿Te acuerdas?


Mariano la miraba como si estuviera poseída por alguna extraña criatura espacial. La camarera dejó su copa sobre la mesa y ella la vació de un trago.


—¿Cuánto tiempo llevas allí? —Mariano abrió la boca, pero Paula fue más rápida también esta vez.


—Seis años. Antes trabajaba en Nueva York.


—¿En serio? —continuó Pedro mirando a Mariano, pero inclinando la cabeza hacia ella para oír mejor—. Bueno, no ha sido un mal cambio. Boston es una ciudad grande, pero más manejable que Nueva York. Vives cerca de nosotros, ¿verdad? En la zona sur...


—Así es —después le explicó a Mariano—. Pedro y yo vivimos en el mismo edificio, aunque en pisos distintos. Somos vecinos.


Mariano asintió con la cabeza.


—Mariano, tal vez puedas ayudarme con una cosa —pidió Pedro y Paula asintió con entusiasmo—. Soy abogado y estoy trabajando con víctimas de violencia doméstica. He oído hablar del síndrome del estrés postraumático y quizá puedas decirme cuáles son los síntomas.


Paula abrió la boca, pero no dijo nada. ¿De qué estaba hablando? No tenía ni idea de eso. 


Entonces se dio cuenta de que los dos se estaban riendo de ella.


—Te ha pillado, ¿eh, Paula?


—Por un momento he pensado que iba a decir algo —rió Pedro


Después se levantó para ir al baño y ella susurró, olvidando la presencia de Mariano:
—Yo sí que le voy a dar estrés postraumático.


Mariano volvió a reírse.


—Paula, ya lo entiendo todo. Querías que Pedro me conociera y por eso buscabas las respuestas correctas, porque está claro que la opinión de Pedro es importante para ti. Para ser sincero, me siento muy halagado. Pero no tienes que preocuparte por mí, creo que me dará el visto bueno.


Paula quedó algo mortificada por su breve análisis de la situación. Se puso roja al pensar que había intentado engañar a un psicólogo sobre la naturaleza de aquella pequeña reunión.


Cuando Pedro volvió, le rozó el muslo al sentarse a su lado, lo que hizo que el pulso se le disparase. Un nuevo pensamiento cruzó el cerebro de Paula antes de que la conversación volviera a animarse. Si había quedado con Mariano Miller, ¿por qué no podía quitarse de la cabeza el modo en que Pedro la había tomado de la mano?



PAR PERFECTO: CAPITULO 18




Estaba siendo muy egoísta. Ella podía necesitarlo; quizá la cita había sido un desastre y se sentía desmoralizada por no encontrar al hombre de su vida. En ese caso, necesitaría que la consolara; le propondría tomarse un helado en su casa, y allí le propondría el plan


Le tomaría la mano del mismo modo que había hecho el día anterior. Sabía que ella lo había hecho para tranquilizarlo, y había funcionado porque el suave tacto de su piel le había hecho olvidar todo excepto...


Otro sonoro zumbido hizo que se sobresaltara.


—¿Pedro? ¿Le digo que te vuelva a llamar más tarde?


—No —dijo, aclarándose la garganta y las ideas—. Hablaré con ella. Gracias, Laura —apretón un botón y tomó el auricular—. ¿Paula? —dijo con voz calmada, esperando la narración de la peor cita de la historia.


—¡Hola, Pedro! —la voz de Paula era de una felicidad contagiosa—. ¿Tienes un segundo?


—Bueno, yo...


—Ya sé que estás ocupado. Lo siento, pero quería hablar contigo mientras los niños están en el recreo. ¿Puedes quedar a tomar algo después del trabajo?


—No estoy seguro de a qué hora voy a salir de aquí. ¿Por qué? ¿Estás bien? —¿Por qué sonaba su voz tan alegre e ilusionada?—. ¿Qué tal tu...?


—¿Mi cita? Genial. Y quiero que conozcas a Mariano. Esta noche.



PAR PERFECTO: CAPITULO 17




Pedro, ¿cómo llevas el caso Stapleton? —preguntó Jeffers por teléfono al día siguiente—. ¿Tienes alguna duda?


Preguntas. Según las notas de la policía que tenía extendidas sobre la mesa, la señora Stapleton había declarado haber quemado a su hija en el brazo con un cigarrillo, haberla encerrado en su cuarto sin comida durante un fin de semana entero como castigo por no haber fregado bien los platos y le había tirado en varias ocasiones del pelo con tanta fuerza que se había quedado con los mechones en la mano. Todas las preguntas de Pedro empezaban con un «¿por qué?


Pero podía con aquello. Tenía que poder porque era su oportunidad de llevar a un maltratador a prisión, que era el motivo por el que había estudiado Derecho.


—Todo va bien —respondió Pedro—. Estaban pensando pasarme por tu despacho dentro de un par de horas.


—Bien. Quiero que nos reunamos con los otros tres abogados del equipo de maltratos domésticos y que repasemos unos cuantos casos contigo. Te veré entonces —y colgó.


Pedro dejó caer la cabeza entre las manos. Le dolía y tenía los ojos hinchados por falta de sueño. La noche anterior había trabajado hasta muy tarde y cuando se fue a la cama por fin, se despertó un montón de veces. Parecía que estuviera esperando oír los pasos de Paula de vuelta a casa de su cita. Pero no podía oír nada, y volvía a dormirse hasta poco después. A las cinco de la mañana no pudo soportarlo más y se levantó, se duchó y salió en dirección a la oficina.


Pero cuando estaba solo, los recuerdos que Pedro había intentado enterrar bien profundo volvían a acosarlo. Él no era como Damian, no podía olvidar las palizas, los gritos, la ira... era parte de él. Su padre era parte de él.


Y ahora todos aquellos sentimientos volvían a surgir, pero tal vez la rabia le fuera útil y podría sacarla sólo en las horas de trabajo.


Pero no había contado con Sara. La niña se había dirigido a él como si fuera una persona normal, como si no hubiese un monstruo en su interior esperando el momento para salir. Un monstruo que a su edad ya había vivido lo que ella no podía ni imaginar. Lo había asustado su inocencia, su sonrisa al enseñarle su preciado bolígrafo y cómo había confiado en él. Había sentido ganas de decirle que no debía hacer eso, de ir a sus padres y gritarles que hay gente con malas intenciones en este mundo, que agradecieran lo que tenían y que no se les ocurriera ponerle ni un dedo encima a su hija.


¡Basta! Pedro abrió los ojos de golpe al darse cuenta de que estaba tenso como la cuerda de un arco. No podía dejar que volviera a ocurrir. 


Habían pasado años desde que Damian y él huyeron de casa. Entonces Damian había tenido que abrazarlo durante toda la noche para que no tuviera pesadillas.


—No nos persigue —le decía en la oscuridad de su escondite—. Ni siquiera nos quiere, así que no desea que volvamos.


Pedro no había olvidado nada, sino que lo había guardado cuidadosamente en el trastero de su memoria, pero ahora tenía miedo de que alguno de sus compañeros o Paula pudieran verlo reflejado en su rostro.


Paula.


Cuando estaba ella cerca, todo el mundo sonreía. Desde que la conocía no se había arrepentido nunca de ser su amigo. Era buena para él. Nunca le había contado nada, pero no porque no confiara en ella, porque ella y Damian eran las personas en las que más confiaba. No quería que viera la huella que había dejado la violencia en su alma. Ella era una buena persona y él quería que lo viera también como tal. Por eso le había dicho que sus padres estaban muertos, aunque realmente, para él su padre sí lo estaba.


El comunicador de mesa dio un zumbido y se oyó la voz de su secretaria.


—Línea uno, Pedro. Es Paula.


Se dio cuenta de que no le apetecía hablar con ella; tal vez Lauren debiera tomar el mensaje. 


Estaba muy ocupado y...




PAR PERFECTO: CAPITULO 16




Pedro estaba a unos diez metros de la puerta, leyendo los carteles de un concierto pegados en la pared, y no la vio salir. Dos chicas pasaron a su lado y le sonrieron ampliamente, sin que él se diese cuenta de nada. Paual intentó mirarlo con los mismos ojos que aquellas chicas, es decir, como si fuese un hombre desconocido que te cruzas por la calle.


Un hombre guapo y atractivo.


Entonces él la miró y aquello le arruinó el jueguecito. Ella sonrió y caminó hacia él. Pedro abrió la bolsa de papel que ella llevaba entre las manos y dijo:
—¿Menta con chocolate? Ése es mi favorito...


Ni se había enterado de qué sabor había escogido.


—Bueno, como has tenido un día duro, he decidido premiarte.


—Gracias. Ahora lo que necesitamos es un par de cucharas. ¿En tu casa o en la mía?


Estaban a sólo una manzana de casa.


—La verdad es que este calor me tiene hecha polvo, Pedro. Será mejor que me quede en casa y descanse. Puedes guardarlo en tu congelador y ya pasaré a llevarme un poquito.


—¿Estás bien?


—Sí, claro.


Parecía querer decir algo más, pero Paula echó a andar en dirección a casa. Llegaron en silencio hasta el portal, abrieron los buzones y con un montón de catálogos y propaganda bajo el brazo, ella dijo:
—Compañero, aquí es donde se separan nuestros caminos. Nos veremos luego, o mañana. No, mañana no, estoy ocupada.


—Paula...


Ella se echó a temblar. « ¡No! Tal vez tú también te hayas dado cuenta, pero no digas nada sobre lo de darnos la mano. Ignóralo. Lo echaremos todo a perder si hablamos de ello, perderemos nuestra cómoda amistad. No lo digas...»


—¿Te acuerdas de ese vestido beige que tienes? ¿El que llevaste a la fiesta del bufete hace unas pocas semanas?


—Sí... ¿qué le pasa?


—Póntelo mañana. Con ese colgante en forma de corazón. Manuel se quedará de piedra.


Pedro le dio un golpecito cariñoso en la nariz y desapareció en dirección a su puerta. Ella se quedó donde estaba, helada, y mirando el punto en el que antes estaba Pedro, dijo:
—Se llama Mariano, idiota.




viernes, 15 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 15




—Bueno, pues intentad pasarlo bien —dijo Pedro, intentando sonar despreocupado.


¿Pasarlo bien? Ése un era uno de los consejos típicos de Pedro, y eso confundió a Paula. Pedro siempre decía: «llévate paraguas» o «ten cuidado».


—De acuerdo. Te tendré al corriente de si pasa la primera prueba y llega al test de Pedro.


Como respuesta, ella sólo tuvo un leve asentimiento de cabeza, y sus pensamientos volaron hasta Mariano. Parecía bastante agradable por teléfono y debía de estar interesado si la llamaba al día siguiente de haberle dado su número.


Pedro le indicó que ya habían llegado a su parada agarrándole el codo con suavidad. Ella saltó del vagón tras él y lo siguió por las escaleras. De nuevo, Pedro la dejó atrás. 


Continuó a su paso por Manhattan Avenue sin darse cuenta de su ausencia hasta que ella llegó a su altura en un semáforo.


—¿Qué tal el trabajo? —preguntó ella mientras esperaban a que la luz se pusiese verde para los peatones—. ¿Has tenido algún caso especialmente duro hoy?


—Ninguno de ésos que gustan a la gente —respondió él con media sonrisa—. Los típicos casos de delincuentes comunes. ¿Por?


—Pareces... distraído... raro...


—Lo siento, Paula —volvió a decir Pedro. El semáforo se abrió y ambos echaron a andar—. No quería ignorarte. Tengo mil cosas en la cabeza.


—Eso es evidente —y se calló para que él tuviera la oportunidad de expresarse.


—Estoy cambiando de casos y de perspectiva. Voy a centrarme en unos casos muy concretos. Violencia doméstica.


—Vaya —dijo Paula, solidaria—. Eso sí que va a ser duro.


—Eso mismo ha dicho Jeffers.


—Imagínate: el único sitio en el que te sientes completamente seguro es tu hogar, pero para las víctimas es el peor lugar del mundo. Qué pesadilla.


Pedro se quedó en silencio un momento, y cuando habló, sólo dijo un «sí» con voz grave.


Unos minutos después, Paula le colocó la mano en el hombro mientras caminaban. El estaba tenso y sólo miraba al frente. Pobre Pedro, enfrentarse todos los días a esa violencia, no directamente, desde luego, pero seguro que era también muy duro. Esas mujeres, esos niños... ¡Niños!


—¿Pedro?


—¿Sí?


—¿Esa gente golpea sobre todo a las mujeres, verdad?


—Sí y... bueno, yo voy a ocuparme de los malos tratos a menores.


Paula dejó escapar una exclamación. Ahora no le extrañaba que Pedro se hubiera sentido extraño con Sara. ¿Cuántas barbaridades estaría oyendo y viendo en los juzgados? Si ella tuviera que tratar casos de malos tratos a niños, estaba segura de que se echaría a llorar al ver un niño sano y feliz.


«Pobre Pedro», pensó de nuevo. Siempre preocupado. Para reconfortarlo, le pasó la mano por el brazo, desde el hombro y entrelazó sus dedos con los suyos, dándole un apretón.


No estaba preparada para el cálido modo en que él le tomó la mano. Fue como si hubiera sido él quien le hubiera dado la mano. Bajó el ritmo para que sus pasos se acompasaran, así que ya no parecía que estuvieran de camino a casa, sino en un paseo romántico de la mano. Como si fueran novios.


Paula contuvo el aliento e intentó no pensar en nada. Pedro y ella ya se habían tomado algunas libertades en el plano físico, como intercambiar abrazos para agradecer regalos de cumpleaños, pasarse el brazo por encima del hombro e incluso bailar una canción lenta en la fiesta de Nochevieja, pero ahora ella tenía la certeza de que se había saltado la barrera de la amistad.


Si le soltaba la mano, sería como si para ella fuese muy importante, y tampoco quería que pensara que estaba pensando en él, en ellos, de otro modo... Tenía que entender que se estaban dando la mano como amigos, como lo hacían sus alumnos.


Entonces Pedro movió el pulgar y empezó a acariciarle suavemente la sensible piel del dorso de la mano. A Paula se le puso la carne de gallina. Eso no lo hubiera hecho un amigo.


«Tengo que soltarlo», pensaba Paula, pero cuando empezó a aflojar los dedos, Pedro se detuvo y se puso frente a ella. Tenía una mirada extraña, le observaba la cara como si no la hubiera visto nunca antes. Quería explicarle por qué le había tomado la mano, no podía soportar la sensación mutua de estar mirando a un extraño.


¿Sentía él lo mismo que ella?


Consiguió no decir nada, contra su costumbre. 


Realmente no quería saber qué sentía él, sólo quería que aquella... sensación desapareciese cuanto antes, pero no sabía cómo.


Él le ahorró tomar la decisión hablando el primero.


—¿No vas a entrar?


—¿Qué? —preguntó ella, confundida.


—A por el helado.


Al mirar a su lado, se dio cuenta de que estaban al lado del supermercado. Retiró su mano sudorosa de la de él y buscó en su bolso su monedero.


—Tengo que tranquilizarme —sus mejillas se encendieron y su mano se detuvo al darse cuenta de que había pronunciado esas palabras en voz alta—.Con este paseo, me va el corazón a mil —se excusó —. Voy a entrar. ¿Prefieres elegir tú? Has tenido un día duro...


—No, tú querías helado con trocitos de galleta, ¿no te acuerdas? Te espero aquí.


Paula estaba tan ofuscada que no recordaba ni su propio nombre. Entró en la tienda y se dirigió directamente a los congelados. Cuando hubo elegido, sin mirar demasiado, decidió que haría como si nada hubiera pasado entre ellos. Si él lo mencionaba, ella cortaría la conversación para evitar que dijera nada de lo que pudiera arrepentirse. Era perfectamente consciente de que aunque fueran amigos, entre un hombre y una mujer podía surgir tensión sexual en cualquier momento. Tal vez siempre había estado ahí, pensó Paula, pero no se había dado cuenta hasta que se agarraron de la mano. Pero ahora que lo sabía, no quería enfrentarse a ello. 


Recordaba que Aly le había contado que perdió la amistad con un amigo porque éste se enamoró de ella y ella no lo correspondió.


Paula no estaba dispuesta a perder a su mejor amigo por algo tan tonto como una reacción física involuntaria, que hasta donde sabía, era sólo cosa suya.


Pagó el helado y salió de la tienda.





PAR PERFECTO: CAPITULO 14




Pedro! ¡Espera! —pero no la oyó y salió del edificio dejando que la puerta se cerrara tras él —. Vaya...


Con un tremendo esfuerzo, porque iba muy cargada, Paula empujó la puerta y vio a Pedro en el aparcamiento, como si acabara de recordar su existencia.


—No —dijo Paula, sarcástica—. No me sujetes la puerta. Aunque voy cargada como una muía, no necesito ayuda de nadie.


—Lo siento —dijo él, tomando la bolsa que llevaba al hombro para cargarla por ella—. Hacía calor ahí dentro y con el traje...


—No pasa nada —replicó Paula al instante, lamentando haber sido tan brusca. Sólo deseaba saber qué le ocurría.


—¿Qué te parece si compramos helado de camino a casa? Te toca elegir sabor, aunque nada de helado con trocitos de galleta.


—Si me toca elegir, elijo lo que quiero. Y a mí me gusta ese helado —respondió Paula, terca, balanceando los brazos libres mientras él cargaba con su maletín y la bolsa de ella.


—Pues te daré todos los trocitos de galleta del mío.


—¿Y por qué crees que me gusta ése? Si elijo un sabor que te gusta a ti, te lo comes todo y me dejas sin nada.


La conversación no iba por donde Paula queria, pero no podía dejar que Pedro se saliera con la suya en riada. Además, probablemente él hubiera cambiado de tema a propósito. Tendría que intentarlo en otro momento, cuando estuviera desprevenido, pero no podía quitarse la escena de la cabeza.


—He visto a Damian hoy —dijo Pedro.


—¡Damian! Hace un montón que no lo veo.


—Eso es justo lo que ha dicho él. Pero nunca podemos quedar porque los dos tenéis deberes.


En ese momento llegaron a la estación y ambos subieron al metro que esperaba en el andén. 


Una vez dentro y agarrada a la barra de techo, Paula siguió la conversación como si nada.


—Nos echas la culpa a nosotros, pero tú también te llevas trabajo a casa. Si preparas algún plan con Damian, allí estaré. En serio. Cuando sea.


—Pues de hecho estaba pensando organizar una cena en mi casa mañana. Yo haré la cena y vosotros podéis traer el postre y el vino. Prefiero que seas tú la que traiga el postre... siempre encuentras las mejores pastelerías.


—Vaya, no va a poder ser —se mordió el labio. ¿Por qué le costaba decirlo?—. Tengo una...una cita.


¿Por qué no se sentía cómoda diciéndoselo a Pedro? No era la primera cita que tenía desde que lo conocía. Tal vez fuera por lo de su misión. 


Sonaba tan patético estar a la caza de un marido... Pero él entendía su situación y no había nada que temer.


Pero Pedro, que se dedicaba a anticipar las reacciones de un jurado, no se esperaba aquello. Intentó reaccionar.


—¿Una cita? ¿Con quién? —pero lo sabía de sobra.


—Con Mariano —dijo ella sonriendo, como si él estuviera de broma.


—¿Quién es Mariano?


—El tío del videoclub —empezaba a sentirse algo incómoda.


—Creía que se llamaba Miguel.


—No, es Mariano.


—¿Desde cuándo?


—Me llamó ayer. Te lo hubiera dicho, pero te llamé dos veces a casa y no contestaste.


—Oh.


—¿Eso es todo? ¿Oh?


—¿Y qué quieres que diga? —exclamó él a la defensiva, sin poder reaccionar.


—No lo sé.


Ella volvió la cabeza para no mirarle y Pedro supo que lo hacía para que se sintiera culpable.


—¿Adonde vais a ir? —dijo él por fin, sin ganas, para quitarle importancia.


—No lo sé. Al cine, tal vez.


—Pasado mañana tienes clase.


—Ya lo sé, papá. Volveré a casa temprano.



Pedro hizo una mueca y deseó que ella no se hubiera dado cuenta. Lo cierto era que no podía imaginar que lo había llamado con el nombre más desagradable para él. Había jurado no volver a pronunciar esa palabra y que nunca lo llamaran así a él.


Pero ella parecía ignorarlo, mirando por las ventanas el paisaje del túnel. Él no lograba entender el problema de aquella situación ni por qué Paula se había embarcado en esa búsqueda. Si no hubiera tenido eso en la cabeza, estarían riendo y pasándoselo bien. Tal vez la dejara plantada... Sintió una puñalada de culpabilidad por desear algo que podría hacerla infeliz. No era justo hacer que ella se sintiera mal. Damian tenía razón: estaba celoso, eso era todo. Celoso porque Paula tenía la oportunidad de ser normal. Y punto.





PAR PERFECTO: CAPITULO 13






Mientras recogía, Paula pensó que al haber crecido con un hermano mayor, tal vez Pedro no sabía cómo tratar a las niñas pequeñas, pero después se dio cuenta de que nunca lo había visto con un niño pequeño, así que no podía establecer una comparación.


Entonces se dio cuenta de que nunca, desde que eran amigos, lo había visto interaccionar con niños, ni se había acercado al patio cuando ella estaba cuidando a su clase. Nunca lo había pensado hasta entonces pero... ¿Acaso Pedro evitaba ir a la escuela cuando estaban allí los alumnos? ¿Se portaba Pedro de aquel modo tan tímido y extraño con todos los niños?


Pero eso tampoco tenía por qué ser malo, se dijo Paula, saliendo de su ensoñación y metiendo unas carpetas en su bolsa. A mucha gente no le gustaban los niños.


No era nada importante, y sin embargo, por alguna extraña razón, la molestaba.


Pedro, ¿no te gustan los niños? —no pudo contenerse más.


Él se giró para mirarla y no dijo nada.


—No importa —añadió ella—. No importa, es sólo que...


—Claro que me gustan —dijo él, pero sonó forzado, como si no pudiera convencerse ni a sí mismo.


—De acuerdo —respondió ella en voz baja.


—Vamonos —dijo Pedro, echando a andar hacia la puerta. Salió primero y no la esperó, como era su costumbre.


Mientras cerraba la puerta, Paula sintió un escalofrío al verlo caminar mirando al suelo, igual que un niño al que mandan al despacho del director. Él no se dio cuenta de que Paula no estaba a su lado; ni siquiera miró hacia atrás. 


Aquel cambio de humor... ¿había sido por la niña? ¿Por qué?


Nunca había pensado que su mejor amigo tuviese secretos con ella, pero de algún modo, averiguaría qué era.