sábado, 16 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 19




Habían quedado en un bar de moda del centro de la ciudad, que estaba abarrotado cuando Paula llegó. Las luces aún eran brillantes, y los clientes reían y disfrutaban.


Era la primera en llegar, cosa que no le gustaba nada, pero sabía que Pedro no se retrasaba nunca. Ella había llegado siete minutos antes de la hora acordada, lo cual no era su estilo, pero estaba tan nerviosa que decidió salir antes de casa.


Se sentó en una silla libre en la barra y pidió un gin tonic al camarero. Estaba muy nerviosa, sin motivo aparente. Desde luego, no era por Mariano. No le había encontrado ninguna pega. 


La noche anterior habían ido al cine, se habían reído mucho con la película y habían tomado una cena deliciosa. Un par de semanas antes, cuando aún no se había embarcado en la misión del matrimonio y la familia, tuvo que admitir, se lo hubiera pasado mejor. Había pasado la noche bastante tensa, controlando su comportamiento en vez de disfrutar de la compañía de Mariano.


Al despedirse, como un perfecto caballero, le había preguntado si podía volver a verla, esa noche. En condiciones normales Paula no hubiera aceptado. Querer verla enseguida era un signo de impaciencia. Pero Mariano había sugerido quedar para tomar unas copas, y entonces su mente voló hasta Pedro. Perfecto. 


Se inventó sobre la marcha que ya había quedado para tomar algo con su mejor amigo, pero que podía unirse a ellos si quería. Por suerte, Pedro no la defraudó.


Paula hizo una mueca. No había vuelto a ver a Pedro desde el día que se agarraron de la mano, pero desde entonces había logrado convencerse a sí misma de que su reacción había sido exagerada. El calor, el extraño humor de Pedro y todo el día metida en clase con un montón de niños excitados ante la llegada de la primavera... todo eso podía tener la culpa. 


Probablemente. Además, aunque hubiera jurado que le había acariciado la mano sensualmente, a él no parecía haberlo afectado en absoluto. 


Por todo ello, lo más fácil sería seguir con su plan original: hacer como si no hubiera pasado nada raro, en caso de que él lo mencionara.


Pero no lo mencionaría esa noche. No con Mariano.


En ese momento, Paula vio que Pedro hacía su entrada por la puerta. Se sintió aliviada y se dio cuenta de que al que esperaba ver cruzar la puerta era a Pedro, no a Mariano. Levantó la mano para que la viera, él la localizó enseguida y fue hacia ella.


—¡Hola! —saludó Paula y le dio un tirón a la seria corbata azul que llevaba—. Tienes que relajarte un poco, amigo, la noche acaba de empezar.


—Ya lo veo —Pedro respondió con una media sonrisa—. ¿Dónde está Miguel? ¿Llega tarde? Entonces ya ha suspendido. Llegar tarde a la segunda cita es inadmisible.


—A ver si te enteras de que su nombre es Mariano. No puedes haber sido el segundo de tu promoción y tener tan mala memoria, así que empiezo a pensar que lo haces a propósito. Además, no todo el mundo es tan estricto como tú con la puntualidad. No me importa que llegue un poco más tarde si eso hace que no tenga que correr tanto con el coche. ¿Qué tal estoy?


Se levantó de la silla y se alisó la falda negra y corta que llevaba. Se colocó bien el top de satén color lima y al ver que Pedro no decía nada, hizo una mueca.


—Oh, me encantan esos cumplidos tan maravillosos tuyos —después dijo en serio—: ¿De verdad estoy tan mal?


—Paula, estás preciosa. Siempre lo estás. ¿Qué importa lo que yo piense? No es a mí a quien intentas impresionar.


Paula abrió la boca para decirle, indignada, que ella no intentaba impresionar a nadie, pero en ese momento vio a Mariano en la puerta.


Levantó la mano, él le respondió de igual modo y unos segundos después estaba a su lado.


—Hola. ¡Cuánto tiempo sin verte! —bromeó él.


—¡Es verdad! ¡Apenas recordaba cómo eras! —rió ella, deseando que la música estuviera más baja.


El se inclinó y le dijo casi al oído:
—Yo no había olvidado cómo eras tú.


Paula no supo muy bien qué decir.


—Mariano, quiero que conozcas a mi amigo... —al mirar a su lado vio que Pedro se había alejado unos pasos para pedirle una cerveza al camarero—. Mi mejor amigo —continuó impaciente—. ¡Ah!, ya has vuelto: Mariano, éste es Pedro AlfonsoPedro, Mariano Miller.


Se dieron un apretón de manos, Mariano con una amplia y sincera sonrisa, y Pedro, tenso y aprensivo. La preocupación de Paula dio paso al entusiasmo. Pedro nunca la dejaba tirada y todo iba a salir bien.


En ese momento vio que un grupo de gente dejaba una mesa libre y, antes de que nadie pudiera ocuparla, ya estaba ella allí. La mesa tenía dos bancos enfrentados. Ella se sentó la primera y Mariano puso una cara extraña al ver que Pedro se sentaba a su lado.


—¿Qué quieres tomar? —preguntó Mariano.


—Camarera —llamó Pedro—. Otro gin tonic para la señorita.


Esto lo dijo en voz tan baja y cálida que la camarera se tuvo que agachar y acercarse mucho a él, y su tono de voz hizo que se sonrojara.


Mariano le guiñó un ojo a Paula, pero ella no hizo ni caso, asombrada como estaba al ver a Pedro flirtear, pero decidió dejar eso para más tarde. Dio una palmada y tomó aliento para poner en marcha la conversación, pero al ver la cara de Pedro, se le olvidó expulsar el aire.


Tenía la misma expresión que cuando fue a verlo defender un caso al Tribunal Supremo de Suffolk. Cuando fue su turno de hablar, Pedro se transformó en una estatua de piedra, sin pasiones ni sentimientos, sólo decisión y frialdad. Paula recordaba como a cada pregunta de Pedro, el acusado se arrugaba cada vez más y su máscara caía poco a poco. Hubo un momento en que pensó que se echaría a llorar, pero Pedro lo miró con cara de desagrado y se volvió a su sitio, sacudiendo la cabeza.


Acababa de darse cuenta de que Pedro había sentado a Mariano en el banquillo de los acusados y estaba a punto de freírlo a preguntas.


—Entonces, Mariano... ¿a qué te dedicas? —preguntó Pedro antes de que Paula pudiera evitarlo.


—Yo... —empezó él.


—Es psicólogo —interrumpió Paula con sonrisa de ganadora—. ¿No te parece interesante? Yo me pasaría todo el día escuchando los problemas de la gente sin cobrar —Pedro pareció algo impresionado, lo que dio alas a Paula—. Su consulta está en Brookline, cerca de esa bollería tan buena que encontramos hace meses. ¿Te acuerdas?


Mariano la miraba como si estuviera poseída por alguna extraña criatura espacial. La camarera dejó su copa sobre la mesa y ella la vació de un trago.


—¿Cuánto tiempo llevas allí? —Mariano abrió la boca, pero Paula fue más rápida también esta vez.


—Seis años. Antes trabajaba en Nueva York.


—¿En serio? —continuó Pedro mirando a Mariano, pero inclinando la cabeza hacia ella para oír mejor—. Bueno, no ha sido un mal cambio. Boston es una ciudad grande, pero más manejable que Nueva York. Vives cerca de nosotros, ¿verdad? En la zona sur...


—Así es —después le explicó a Mariano—. Pedro y yo vivimos en el mismo edificio, aunque en pisos distintos. Somos vecinos.


Mariano asintió con la cabeza.


—Mariano, tal vez puedas ayudarme con una cosa —pidió Pedro y Paula asintió con entusiasmo—. Soy abogado y estoy trabajando con víctimas de violencia doméstica. He oído hablar del síndrome del estrés postraumático y quizá puedas decirme cuáles son los síntomas.


Paula abrió la boca, pero no dijo nada. ¿De qué estaba hablando? No tenía ni idea de eso. 


Entonces se dio cuenta de que los dos se estaban riendo de ella.


—Te ha pillado, ¿eh, Paula?


—Por un momento he pensado que iba a decir algo —rió Pedro


Después se levantó para ir al baño y ella susurró, olvidando la presencia de Mariano:
—Yo sí que le voy a dar estrés postraumático.


Mariano volvió a reírse.


—Paula, ya lo entiendo todo. Querías que Pedro me conociera y por eso buscabas las respuestas correctas, porque está claro que la opinión de Pedro es importante para ti. Para ser sincero, me siento muy halagado. Pero no tienes que preocuparte por mí, creo que me dará el visto bueno.


Paula quedó algo mortificada por su breve análisis de la situación. Se puso roja al pensar que había intentado engañar a un psicólogo sobre la naturaleza de aquella pequeña reunión.


Cuando Pedro volvió, le rozó el muslo al sentarse a su lado, lo que hizo que el pulso se le disparase. Un nuevo pensamiento cruzó el cerebro de Paula antes de que la conversación volviera a animarse. Si había quedado con Mariano Miller, ¿por qué no podía quitarse de la cabeza el modo en que Pedro la había tomado de la mano?



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