sábado, 16 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 17




Pedro, ¿cómo llevas el caso Stapleton? —preguntó Jeffers por teléfono al día siguiente—. ¿Tienes alguna duda?


Preguntas. Según las notas de la policía que tenía extendidas sobre la mesa, la señora Stapleton había declarado haber quemado a su hija en el brazo con un cigarrillo, haberla encerrado en su cuarto sin comida durante un fin de semana entero como castigo por no haber fregado bien los platos y le había tirado en varias ocasiones del pelo con tanta fuerza que se había quedado con los mechones en la mano. Todas las preguntas de Pedro empezaban con un «¿por qué?


Pero podía con aquello. Tenía que poder porque era su oportunidad de llevar a un maltratador a prisión, que era el motivo por el que había estudiado Derecho.


—Todo va bien —respondió Pedro—. Estaban pensando pasarme por tu despacho dentro de un par de horas.


—Bien. Quiero que nos reunamos con los otros tres abogados del equipo de maltratos domésticos y que repasemos unos cuantos casos contigo. Te veré entonces —y colgó.


Pedro dejó caer la cabeza entre las manos. Le dolía y tenía los ojos hinchados por falta de sueño. La noche anterior había trabajado hasta muy tarde y cuando se fue a la cama por fin, se despertó un montón de veces. Parecía que estuviera esperando oír los pasos de Paula de vuelta a casa de su cita. Pero no podía oír nada, y volvía a dormirse hasta poco después. A las cinco de la mañana no pudo soportarlo más y se levantó, se duchó y salió en dirección a la oficina.


Pero cuando estaba solo, los recuerdos que Pedro había intentado enterrar bien profundo volvían a acosarlo. Él no era como Damian, no podía olvidar las palizas, los gritos, la ira... era parte de él. Su padre era parte de él.


Y ahora todos aquellos sentimientos volvían a surgir, pero tal vez la rabia le fuera útil y podría sacarla sólo en las horas de trabajo.


Pero no había contado con Sara. La niña se había dirigido a él como si fuera una persona normal, como si no hubiese un monstruo en su interior esperando el momento para salir. Un monstruo que a su edad ya había vivido lo que ella no podía ni imaginar. Lo había asustado su inocencia, su sonrisa al enseñarle su preciado bolígrafo y cómo había confiado en él. Había sentido ganas de decirle que no debía hacer eso, de ir a sus padres y gritarles que hay gente con malas intenciones en este mundo, que agradecieran lo que tenían y que no se les ocurriera ponerle ni un dedo encima a su hija.


¡Basta! Pedro abrió los ojos de golpe al darse cuenta de que estaba tenso como la cuerda de un arco. No podía dejar que volviera a ocurrir. 


Habían pasado años desde que Damian y él huyeron de casa. Entonces Damian había tenido que abrazarlo durante toda la noche para que no tuviera pesadillas.


—No nos persigue —le decía en la oscuridad de su escondite—. Ni siquiera nos quiere, así que no desea que volvamos.


Pedro no había olvidado nada, sino que lo había guardado cuidadosamente en el trastero de su memoria, pero ahora tenía miedo de que alguno de sus compañeros o Paula pudieran verlo reflejado en su rostro.


Paula.


Cuando estaba ella cerca, todo el mundo sonreía. Desde que la conocía no se había arrepentido nunca de ser su amigo. Era buena para él. Nunca le había contado nada, pero no porque no confiara en ella, porque ella y Damian eran las personas en las que más confiaba. No quería que viera la huella que había dejado la violencia en su alma. Ella era una buena persona y él quería que lo viera también como tal. Por eso le había dicho que sus padres estaban muertos, aunque realmente, para él su padre sí lo estaba.


El comunicador de mesa dio un zumbido y se oyó la voz de su secretaria.


—Línea uno, Pedro. Es Paula.


Se dio cuenta de que no le apetecía hablar con ella; tal vez Lauren debiera tomar el mensaje. 


Estaba muy ocupado y...




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