martes, 23 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 46

 

Finalmente llegó a su coche, prácticamente agotada. Pedro se puso frente a ella y vio las lágrimas acumulándose en sus ojos.


—¿Has terminado ya de imitar a Xena, la princesa guerrera?


—Si no hubieras estado aquí, tendría que haber llegado al coche yo sola. ¿Por qué iba a hacerlo de otro modo solo porque estés aquí?


—Si yo no hubiera estado aquí, no habrías salido a airearte.


Era cierto. Paula se sentó en el asiento del copiloto y levantó la pierna dañada con cuidado.


—¿Te importa conducir?


Su expresión fue respuesta suficiente.


Salieron del pueblo en absoluto silencio; sin ni siquiera el sonido de la radio para aliviar la tensión. Fijó la mirada en la oscuridad de fuera e intentó ignorar el enfado de Pedro.


Mientras avanzaban, Paula repasó mentalmente el beso en la puerta, revivió sus sentimientos. El poder y la seguridad de Pedro. El ancho de sus hombros. Su pelo corto. El modo en que la había protegido con su cuerpo de las miradas curiosas. Ella había respondido a todas las partes de él que eran típicamente militares.


De pronto se dio cuenta de que no había huido de esa parte de él, sino que había corrido hacia ella. Incluso con tacones. Su parte militar le resultaba atractiva de un modo primario.


—La última vez que me acosté con alguien me quedé embarazada — dijo tras tomar aliento.


—¿Perdón?


—También fue la primera vez que me acostaba con alguien. Lo que significa que ésa es la única vez que me he acostado con alguien.


—¿Has tenido solo una experiencia sexual en tu vida y te quedaste embarazada?


—Supongo que yo soy la razón por la que advierten a las jóvenes sobre la primera vez.


Pedro dio un frenazo, detuvo el coche en el arcén y la miró.


Ella le devolvió la mirada hasta que no pudo aguantar más.


—Durante dos años lo único que hice fue sobrevivir a mi padre y proteger a mi bebé. Después de eso, tenía un niño al que criar y comida que conseguir. Para cuando Lisandro empezó a ir a la escuela, yo ya me había olvidado de… los asuntos románticos.


—¿Solo una vez?


—¿Podemos pasar por alto ese tema, por favor?


—Prácticamente eres virgen.


—La verdad es que no cuento esa primera vez en absoluto. Así que sí.


—¿Por qué no cuenta?


—No estaba muy… implicada.


—¿Te forzó?


Ella negó con la cabeza.


—Quería rebelarme contra mi padre. El tío con el que me acosté solo fue el arma que elegí. Pero también elegí no participar… activamente —no podía. Por eso tenía veintiséis años y nunca la habían besado de manera apropiada. Y mucho menos con amor—. Obviamente no planeaba… No me di cuenta de que me quedaría embarazada.


Pedro profirió una obscenidad en voz baja.


—No me juzgues, Pedro.


—¿Juzgarte? Prácticamente eres virgen, Paula, y he estado a punto de poseerte contra una pared en un callejón. ¿Cómo crees que me hace sentir eso?


—Tampoco te juzgues a ti mismo. Solo quería que comprendieses por qué me he marchado de esa forma. Ha sido grosero y lo siento.


—No pareces sentirlo. Parece que estás enfadada.


—Si sigues provocándome, me enfadaré. Solo quería que supieras por qué me he ido.


—Supuse que era por todo el asunto militar.


—Yo también lo supuse, al principio.


—¿Pero ahora ya no?


—Aún me molesta, Pedro. Mentiría si dijera que no. Pero me doy cuenta de que es una gran parte de ti.


Pasaron segundos en silencio. Paula se quedó mirándose las manos.


Hasta que finalmente él habló.


—Voy a la ciudad. Unas cuatro veces al año…


Paula levantó la cabeza y lo miró. ¿Por fin iba a compartir algo con ella?


—… para reunirme con una mujer llamada Adriana Lucas. La doctora Adriana Lucas de las Fuerzas Especiales. Mi baja tiene como condición que la visite regularmente.


—¿Visitarla?


—Es psiquiatra, Paula. Ella me trata.


—¿Por qué estás de baja?


—Lo llaman baja médica. Yo lo llamo baja como último recurso. Era eso o abandonar el ejército por completo. Ellos querían que me quedara.


—¿Pero tú no querías?


Silencio.


—¿Qué ocurrió?


—Éramos uno de los escuadrones de élite de Australia. Significaba que nos destinaban a conflictos de todo el mundo. Veíamos cosas que nadie debería ver. Al final te acostumbras a ver esas cosas. Y a hacerlas.


Paula estiró la mano hacia él hasta rozarle el muslo con el meñique.


—Un día vi algo a lo que no pude acostumbrarme. Un miembro de mi patrulla hizo algo que… —negó con la cabeza y tomó aliento—. Un niño, no mucho mayor que Lisandro. Fue inaceptable. Se suponía que debíamos ayudar a la gente. Solo íbamos dos de reconocimiento. El teniente y yo. No quería reprobar a un mayor, a un amigo, pero no sabía qué hacer. Hablé con el teniente sobre el tema. Fue algo tenso. Parecía arrepentido, dijo que agradecía que hubiese acudido directamente a él, que lo hubiese llevado con discreción. Así que me dio un fin de semana de permiso. Pasé los dos días borracho en el desierto, intentando borrar de mi mente lo que había visto. Cuando regresé a la base, mi superior me echó un rapapolvo.


—¿Qué ocurrió?


—El teniente me acusó de abandonar durante la misión. Dijo que no tenía lo que hacía falta para el combate cuerpo a cuerpo. Era la palabra de mi superior contra la mía. Me vi obligado a justificarme, a decirles lo que había ocurrido con el niño, que solo estaba defendiendo a su familia con una vieja escopeta sin munición.


—Y no te creyeron —adivinó Paula.


—Había una razón por la que todos admirábamos al teniente. Era el mejor, un estratega con talento. Se encargó de socavar todo lo que yo decía. Me dibujó como un cobarde y se aseguró de que todo el pelotón se enterase.


—¿Y se creyeron eso? ¿Sobre un hombre que había ganado una condecoración al valor? —Pedro se quedó callado—. No lo desafiaste.


—Creí que podría soportarlo, vigilar al teniente, intentar que algo así volviera a ocurrir. Pero los otros miembros de mi unidad, hombres que me habían confiado sus vidas, de pronto no querían conocerme. Me enviaron solo a misiones de reconocimiento y el teniente siguió haciendo de las suyas.


—¿Cuándo te marchaste? —preguntó ella.


—Finalmente el teniente fue demasiado lejos. Lo denunciaron y todo salió a la superficie. Lo que yo había visto no era más que la punta del iceberg. Incluso ellos quedaron sorprendidos. Mi jefe se apresuró a enmendar el daño, pero ya nada se podía hacer por mí. Había empezado a sospechar de todo el mundo. No tenía fe en los hombres con los que trabajaba. No tenía fe en mí mismo. Empecé a creer que… —fuera lo que fuera lo que iba a decir, no pudo terminar la frase. Parecía consternado—. Pasé el resto de aquel año borracho cuando no estaba en una misión. Era la única manera de poder dormir por las noches.


—¿Así que pediste la baja?



CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 45

 

Paula recorría las filas de coches aparcados en el campo de fútbol detrás del bar, respirando profundamente. Los fuegos artificiales continuaban sobre su cabeza y los insectos se estrellaban contra su cara, cegados por los focos que mantenían iluminados los cuarenta vehículos que allí había.


Tenía que mantenerse alejada de Pedro Alfonso. Un sinfín de pensamientos le rondaban por la cabeza. ¿Tan malo era desear volver allí y meterse de nuevo entre sus brazos? ¿Descubrir lo que sentiría si sus cuerpos se unían? ¿Entregarse hasta medianoche y entonces enfrentarse al mundo real?


La idea resultaba tentadora.


Había sido buena durante toda su vida. El único borrón en su historial era la fatídica noche en que los abusos del coronel la habían llevado a tatuar su cuerpo y a entregar después su inocencia a un desconocido.


Ambas cosas eran ya irrevocables.


—¡Ah!


Sintió un dolor en el pie izquierdo cuando cinco de los ocho centímetros de su tacón se hundieron en el campo de fútbol, lo que hizo que cayera al suelo.


Como si la noche no se hubiera echado ya a perder, encima se le quedarían manchas de césped en el vestido. Rodó hacia un lado para sacar el pie del zapato atrapado y se apoyó en el parachoques de un cuatro por cuatro. Se frotó el tobillo dolorido y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.


Comenzó a estudiar los objetos a su alrededor y a fijarse en los detalles. Eso siempre ayudaba a dejar de llorar.


La luz de los fuegos artificiales rebotaba en el cristal del faro roto del vehículo en el que estaba apoyada. Contempló los preciosos efectos de la luz, que cambiaban dependiendo del lado hacia el que moviese la cabeza.


Cuando al fin dejó de llorar, se quitó el otro zapato y lo lanzó junto a su compañero.


Mientras se preparaba para levantarse sobre el pie bueno, comenzó la traca final de fuegos artificiales de la velada. Miles de luces de colores llovieron inofensivas sobre el suelo, iluminándolo todo a su alrededor. Paula tenía la cara justo al lado de uno de los neumáticos del cuatro por cuatro, y los fuegos artificiales lo iluminaron a la perfección. Ella se quedó mirándolo y supo exactamente dónde había visto esa huella antes.


En un sendero poco transitado de WildSprings.


Se apartó asqueada del parachoques y gateó hasta sus zapatos ignorando el dolor del tobillo lesionado y sabiendo que aquélla era la misma visión que aquel canguro se habría llevado a la tumba.


Se acercó al bolso, sacó su móvil y abrió la foto que había tomado en el lugar de la colisión. Eran las mismas huellas. Tomó otra fotografía, en esa ocasión del neumático en sí. Después una segunda y una tercera del emblema del vehículo y del faro roto, y finalmente la matrícula.


Lo que daría por ponerle las manos encima a quien estuviera conduciendo temerariamente por su parque.


¿Su parque? Aquello le sonaba demasiado bien.


Volvió a guardarse el móvil y comenzó a levantarse.


—¿Paula, qué diablos has hecho? —Pedro apareció de la nada y la puso en pie—. ¿De verdad, no puedo dejarte sola ni cinco minutos?


Se agachó para levantarla en brazos.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, y se apartó dando saltos a la pata coja, haciendo equilibrios con el bolso en una mano y los zapatos en la otra.


—Voy a llevarte al coche.


—¡Ni hablar! Puedo ir yo sola.


—¿De verdad? Muy bien. A ver cuánto tiempo tardas en caerte.


Paula colocó una mano en el capó del cuatro por cuatro y lo usó como muleta. Recuperó el equilibrio y se impulsó hasta dar con el siguiente coche de la fila.


—Paula, por favor, deja que te ayude. Simplemente te llevaré en brazos.


—No.


—Entonces deja que sea tu muleta.


—Eres demasiado alto —se lanzó hacia el siguiente coche de la fila y estuvo a punto de fallar. Aterrizó sobre el tobillo malo y lanzó un grito.


—Por el amor de Dios, deja que te lleve.


—¡Pedro, no! Tengo que hacer esto por mí misma.


Cuando estaba a medio camino de su coche, se acordó del cuatro por cuatro y decidió no decirle nada sobre el tema. Quería resolverlo primero.


Acudir a él con la solución, no con el problema. Tenía contactos en la policía que podrían investigar la matrícula en la sombra.


CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 44

 

—Bájame.


Su voz sonó firme y fría, cuando momentos antes había sonado ardiente contra sus labios.


Pedro la bajó al suelo con cuidado y utilizó su cuerpo para protegerla de la vista de otros idiotas borrachos que pudieran pasar. De todas formas él no estaba en condiciones de darse la vuelta, así que darle a Paula unos minutos para recomponerse era bueno para ambos.


¿Qué diablos había hecho?


Dejar que sus hormonas gobernaran su cabeza. Eso era lo que había hecho. Justo lo que le habían entrenado a no hacer.


Salvo que no eran solo las hormonas. El corazón estaba empezando a implicarse, y en sus años de entrenamiento nadie había mencionado nada sobre corazones.


—Tengo que marcharme de aquí…


Paula tenía la cara pálida, el pelo revuelto y el maquillaje corrido. De ninguna manera volvería ahí dentro como si hubiera estado haciendo lo que había estado haciendo.


—Paula…


—No, Pedro. Necesito un minuto —pasó frente a él para marcharse—. Te veré en el coche.


—Yo iré dentro a… —Paula había desaparecido antes de que terminara la frase— decir que nos vamos.


Pedro cerró los ojos y golpeó la pared con los puños. La había fastidiado de verdad. Como si compartir su incomodidad con los desconocidos no fuera suficientemente estúpido, prácticamente la había arrinconado en un callejón. La había empotrado contra una pared.


Su cuerpo tenso le recordó que ya estaría metido dentro de ella si no los hubieran interrumpido. Y no solo porque él llevase tres años de abstinencia a sus espaldas. Cuando finalmente disminuyó su erección, regresó dentro, encontró a su anfitrión y presentó sus excusas. Era lo último que deseaba hacer, pero era el tipo de cosa que Paula haría si pudiera.


lunes, 22 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 43

 


Un torrente de deseo recorrió su cuerpo. ¿Tan malo sería darle a Cenicienta su último baile con el príncipe? Pedro debió de notar su aquiescencia, porque la estrechó entre sus brazos y ambos comenzaron a moverse suavemente al ritmo de la música distante.


Paula deslizó las manos por detrás y las extendió sobre su espalda mientras apoyaba la cabeza sobre su hombro. Nada podría hacerle daño mientras estuviera en sus brazos.


Le pareció lo más natural del mundo ladear la cabeza y acariciarle con la nariz el cuello. Respirar su aroma. Presionar la boca contra su pulso acelerado. Saborear su piel masculina por primera vez. Entonces se puso de puntillas hasta alcanzar su lóbulo y mordisquearlo suavemente con los dientes. Le llevó una eternidad.


Pedro deslizó las manos por su espalda y la presionó contra su cuerpo duro y fuerte. Paula consiguió liberar una mano y pasársela por el pelo para anclarse allí y poder deleitarse con el sabor de su piel.


—Paula… —fue más un gemido que una palabra.


Paula apenas tuvo tiempo de tomar aire antes de que Pedro agachara la cabeza y devorase sus labios. Había soñado con aquellos labios, pero ni siquiera sus fantasías más ardientes se parecían a aquello.


Pedro la levantó del suelo y se dio la vuelta para aprisionarla contra la pared sin dejar de besarla salvo para tomar aliento. La tenía presionada contra la pared solo con su cuerpo, lo que le dejaba libres las manos para recorrer su piel.


Arriba, abajo, arriba otra vez. Mientras exploraba su boca con la lengua.


Paula gimió y le rodeó las caderas con las piernas para asegurar su posición. Deseaba acercarse más. Cualquier cosa para aliviar el deseo que crecía en su interior.


Pedro le levantó la falda del vestido y comenzó a acariciarle los muslos y las nalgas. Ella echó la cabeza hacia atrás para tomar aire y él aprovechó para besarle el cuello.


—¡Eh, buscad una habitación!


Paula se quedó de piedra. Pedro se tensó y apartó la boca. Al mismo tiempo parecieron darse cuenta de lo que estaban haciendo. Y de dónde. Y con quién. El desconocido se alejó riéndose con una cerveza en la mano.


Paula se dio cuenta de que la explosión de color no estaba en su mente. Era real. Habían comenzado los fuegos artificiales, lo que hizo que todos los invitados al evento salieran al jardín, a tan solo veinte metros de donde ella se encontraba medio desnuda en una puerta con las piernas alrededor de un soldado de las Fuerzas Especiales.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 42

 

Cuando terminó la canción, otro hombre ocupó el lugar de Esteban. Un completo desconocido. Y luego otro, y otro. Bailó con medio pueblo antes de comenzar a sospechar que Carolina estaba orquestando aquella interacción social.


—¿Paula?


Paula se dio la vuelta de golpe.


—Julian. Hola.


—Has bailado con todos menos conmigo esta noche.


—Julián, lo siento. Estoy agotada.


—Hablo en serio, Paula. Con todos los hombres excepto conmigo.


Paula observó su expresión y olió el alcohol en su aliento.


—Lo comprendo, Julian. Pero lo siento, estoy cansada.


Julian la rodeó por la cintura con los brazos y tiró de ella.


—Baila conmigo…


Ella intentó zafarse, pero él se resistía. Así que hizo lo único que podía hacer. Deslizó las manos por su espalda y encontró el lugar mágico en su hombro izquierdo, que presionó con todas sus fuerzas.


Julián se retorció y dejó caer el brazo izquierdo.


—Hija de…


—He dicho que no, Julian. Tal vez no me hayas oído.


—Solo era un baile —dijo Julián algo avergonzado, a juzgar por su rubor.


—¿Todavía te duele? —preguntó ella, aunque gracias a su entrenamiento en artes marciales sabía que no.


—No, ya no —contestó él—. Lo siento. Creo que he bebido demasiado.


—No te preocupes, Julian. Tal vez necesites tomar el aire.


Julian murmuró algo y se alejó en dirección a la barra. Paula suspiró y recogió su bolso de la mesa. Tal vez pudiera quedarse sentada en el coche hasta que acabaran las formalidades. Salió por una puerta lateral y caminó hacia el aparcamiento de la parte de atrás.


De la nada, unas manos de acero le rodearon la cintura y tiraron de ella hacia las sombras de una puerta.


—¡Pedro!


—¿Has terminado ya de coquetear con todos los hombres de la fiesta? —preguntó él.


—Se llama bailar, Clint. A la gente le gusta.


—Que Dios me libre de las mujeres de lengua afilada.


—¿Por qué estás aquí fuera?


—Me había cansado de ver el espectáculo de Paula Chaves.


Fue como una bofetada. La única vez que ella podía ser princesa por una noche y él encontraba la manera de hacer que pareciera egoísta. Se dio la vuelta e intentó apartarse.


—Paula, espera —le agarró la muñeca suavemente y tiró de ella hacia la puerta—. No podía… No se me da bien relacionarme, al contrario que a ti. Me llevo mal con la gente. Esta es la primera vez que salgo realmente. En este tipo de eventos desde que… —se metió las manos en los bolsillos—. Necesitaba refuerzos.


—¿Y qué me dices de la ciudad?


—¿Qué pasa con la ciudad? —preguntó él confuso.


—Bueno… debe de haber muchos lugares como éste cuando vas allí.


—¿Qué crees que hago cuando voy a la ciudad?


De pronto Paula sonaba como Simone, basándose en cotilleos infundados.


—Eh…


—Entiendo. Crees que salgo de mi aislamiento en el bosque y me voy a los clubes a buscar sexo. ¿Es cierto?


—¿Y para qué vas?


El sonido de la banda en la lejanía llenó el silencio entre ellos. Pedro miró hacia abajo y negó con la cabeza.


—No para eso. Solo he venido aquí esta noche porque tú estarías. Confiaba en que…


—¿Qué?


—Esperaba que fueras mi amortiguador. Que me ayudaras con la transición.


—Esto no era una cita, Pedro.


—No estoy excusándome, solo explicándome por qué he salido. Por qué quiero quedarme aquí.


—¿Quieres irte a casa?


—¿Piensas en WildSprings como tu casa?


—Como tu casa —respondió ella—. Podemos irnos cuando quieras.


—Estoy bastante cómodo aquí —dijo él mientras se pegaba a ella.


—No puedes quedarte aquí solo toda la noche.


—No tengo que estar solo —deslizó las manos por su cintura y tiró de ella suavemente hasta que sus cuerpos se tocaron—. Nunca llegamos a terminar nuestro baile.


CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 41

 


Lo último que Paula había esperado aquella noche era pasárselo bien.


Prácticamente había tropezado al salir del coche, desesperada por escapar de la química que había saturado su coche los últimos treinta minutos.


Habían hablado de cosas sin importancia, en el coche y durante la velada, mientras ignoraban las hormonas que los rodeaban.


Paula apartó la mirada de Pedro por un momento y se fijó en la sala.


Medio distrito se había reunido allí y reconocía algunas caras. Simone, en un rincón, manteniendo una animada conversación llena de gesticulaciones.


Julián, junto a la barra, con cara de aburrido. Paula saludó con la copa a Carolina y Esteban Lawson, que habían invitado a Lisandro a una noche de película y palomitas con sus hijos. Se dirigieron hacia ella con una sonrisa, pero entonces Carolina estiró el brazo, detuvo a Esteban y lo arrastró en dirección contraria.


—¿Quieres otra copa? —Pedro apareció junto a ella con una copa de champán en una mano y lo que parecía ser zumo en la otra.


—No, gracias. Ya he tomado una. Conduzco, ¿recuerdas?


Pedro le entregó el zumo y dejó la copa de champán en una bandeja.


—¿No vas a tomártela? —preguntó ella. No le había visto con alcohol en la mano en toda la noche.


—Yo no bebo. No me gusta nublar mis facultades. En mi trabajo, eso es contraproducente.


—¿Contraproducente con llevar un retiro elegante en mitad del campo?


—Contigo tengo que medir cada palabra —contestó él con una sonrisa —. Mis sentidos ya están lo suficientemente confusos sin añadir licor a la ecuación —añadió mientras la miraba con intensidad.


—¿Qué estamos haciendo? —preguntó ella al verse de pronto arrastrada hacia la pista de baile.


—Se llama bailar, Paula. A la gente le gusta.


—¡No me has preguntado si quería bailar!


—No hacía falta. Parece que quieres que te besen o te toquen. Dado que tenemos público, me decanto por tocar.


La arrastró hasta un pequeño hueco en la pista de baile, lo que les obligó a pegarse mucho el uno al otro. Estaban extremadamente juntos y su cuerpo encajaba perfectamente con el de él.


Cada parte de su cuerpo deseaba meterse entre sus brazos y no salir nunca más. Dejarse cuidar y malcriar. Poder dejar a un lado las responsabilidades… solo durante un rato.


Era casi tan seductor como la presión de sus caderas contra su cuerpo.


Y solo estaban bailando. ¿Cómo sería si estuvieran…?


—¡No! —exclamó ella mientras se apartaba—. No sabía que acceder a venir contigo esta noche me encadenaría a ti durante toda la velada —fue una cosa horrible, pero tenía que poner espacio entre ellos. Y, si no podía ser físico…


—Vas a tener que hacer algo con los mensajes cruzados que envías, Paula —dijo él—. Desatan mi necesidad innata de conquistar. Estoy entrenado para superar obstáculos y tú tienes la facilidad de ponerme uno detrás de otro.


—¿Paula, te gustaría bailar? —Esteban Lawson apareció de pronto a su lado. Sus mejillas estaban más pálidas que de costumbre, pero tenía una expresión decidida y, tras un momento de duda, miró a Pedro a los ojos—. No te importa, ¿verdad?


—Gracias, Esteban, me encantaría —contestó Paula mientras se apartaba de Pedro—. Y no, a él no le importa.


Prácticamente se pegó a su amigo mientras Pedro se disolvía entre la multitud. Durante el primer minuto, Esteban hizo todo el trabajo mientras bailaban, hablando de temas sin importancia y dándole tiempo para recuperar la compostura




domingo, 21 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 40

 


¿Cómo podía haberse olvidado del aspecto que tenía Pedro en el umbral de una puerta? ¿En tan solo una semana?


Estaba apoyado en la puerta de la cocina de la oficina con actitud tensa. De no haber sido por la tormenta que se adivinaba en sus ojos, Paula habría sentido el vuelco en el corazón por razones bien distintas.


Junto a ella, Simone se quedó con la boca abierta, estuvo a punto de derramar el café y finalmente se dio la vuelta para decir algo.


—Yo, eh… —no le salió nada—. De acuerdo. Adiós.


Pedro se echó a un lado para dejar que huyera y volvió a llenar el hueco de la puerta.


Paula negó con la cabeza. Había estado a punto de conseguir la información que necesitaba sobre dónde había trabajado Julian en Estados Unidos.


—Realmente no tratas mucho con personas, ¿verdad, Pedro?


—Buenos días a ti también —dijo él mientras entraba a la cocina y se apoyaba en la encimera con los brazos cruzados.


—Buenos días, Pedro. ¿Qué puedo hacer por ti?


—¿Cómo estás?


—Estoy bien. ¿Y tú?


—De acuerdo, empecemos de nuevo —cerró la puerta de la cocina con un pie y se acercó más a ella. Paula retrocedió un poco y se chocó contra el armario—. Siento mucho lo que ocurrió en mi casa. No quería que… fuera de ese modo.


—Yo hablaba en serio cuando dije lo que dije. No puedo permitirme… No puedo tolerar algunas cosas. Pero no es personal. No tengo nada en tu contra.


—Eso es bueno.


—¿Por qué es bueno?


—Porque tenía la esperanza… ¿Qué haces el viernes por la noche?


Paula arqueó las cejas. ¿Acaso tanto aislamiento le había afectado al cerebro? ¿Iba a tener que repetírselo?


—La Fundación Hohloch organiza un acto para recaudar fondos en el pueblo. Es parte del programa de protección de hábitats y se supone que asistirán todos los propietarios importantes de la región. Me gustaría que vinieras conmigo para conocer a la gente de la zona. Es una buena oportunidad para hacer contactos.


—¿Se trata de trabajo?


—Si eso hace que vayas, sí —contestó él—. Pero necesitarás un vestido.


—¡Lo dices como si no tuviera uno!


—Me refiero a un vestido de gala. Es algo elegante.


—El hecho de que nunca me hayas visto con un vestido no significa que no tenga uno —dijo ella cruzándose de brazos—. Toda mujer tiene un vestido elegante.


—Alto el fuego, cadete —contestó él con las manos levantadas—. Solo quería asegurarme de que comprendías qué tipo de evento era.


—¿Crees que podría avergonzar a WildSprings? ¿Aparecer en ropa interior? Eres tú el ermitaño, McLeish. Me preocuparía más por lo que tú vayas a llevar.


—¿Entonces vendrás?


—Si es una cosa de trabajo, sí. Allí estaré. Con un vestido.


—Genial. Te recogeré a la

s seis.


—¡Espera! ¿Por qué necesito que me lleves?


—Somos vecinos que vamos al mismo evento, a sesenta kilómetros. ¿Crees que deberíamos ir en coches separados?


—Bueno, podría recogerte yo a ti.


—¿Quieres recogerme?


—Sí. Me parece lo justo.


—De acuerdo. Estaré esperándote a las seis.


Paula echaba humo cuando Pedro salió de la cocina. ¿Cómo se atrevía a hacer eso? Encontrarla, arrinconarla en la cocina, meterse con su vestuario y con su profesionalidad. Estaba furiosa. Pero entonces empezó a ser consciente de la realidad. Sesenta kilómetros, una noche fuera y luego otros


sesenta de vuelta a casa. Juntos. A solas. Con el hombre que no había logrado sacarse de la cabeza, pero con el que no podía compartir una habitación.


Además iba a conducir ella, así que no podría marcharse antes con algún otro empleado. Maldición. Se había dejado engañar por un experto.


Y encima tendría que comprarse un vestido.