martes, 23 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 45

 

Paula recorría las filas de coches aparcados en el campo de fútbol detrás del bar, respirando profundamente. Los fuegos artificiales continuaban sobre su cabeza y los insectos se estrellaban contra su cara, cegados por los focos que mantenían iluminados los cuarenta vehículos que allí había.


Tenía que mantenerse alejada de Pedro Alfonso. Un sinfín de pensamientos le rondaban por la cabeza. ¿Tan malo era desear volver allí y meterse de nuevo entre sus brazos? ¿Descubrir lo que sentiría si sus cuerpos se unían? ¿Entregarse hasta medianoche y entonces enfrentarse al mundo real?


La idea resultaba tentadora.


Había sido buena durante toda su vida. El único borrón en su historial era la fatídica noche en que los abusos del coronel la habían llevado a tatuar su cuerpo y a entregar después su inocencia a un desconocido.


Ambas cosas eran ya irrevocables.


—¡Ah!


Sintió un dolor en el pie izquierdo cuando cinco de los ocho centímetros de su tacón se hundieron en el campo de fútbol, lo que hizo que cayera al suelo.


Como si la noche no se hubiera echado ya a perder, encima se le quedarían manchas de césped en el vestido. Rodó hacia un lado para sacar el pie del zapato atrapado y se apoyó en el parachoques de un cuatro por cuatro. Se frotó el tobillo dolorido y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.


Comenzó a estudiar los objetos a su alrededor y a fijarse en los detalles. Eso siempre ayudaba a dejar de llorar.


La luz de los fuegos artificiales rebotaba en el cristal del faro roto del vehículo en el que estaba apoyada. Contempló los preciosos efectos de la luz, que cambiaban dependiendo del lado hacia el que moviese la cabeza.


Cuando al fin dejó de llorar, se quitó el otro zapato y lo lanzó junto a su compañero.


Mientras se preparaba para levantarse sobre el pie bueno, comenzó la traca final de fuegos artificiales de la velada. Miles de luces de colores llovieron inofensivas sobre el suelo, iluminándolo todo a su alrededor. Paula tenía la cara justo al lado de uno de los neumáticos del cuatro por cuatro, y los fuegos artificiales lo iluminaron a la perfección. Ella se quedó mirándolo y supo exactamente dónde había visto esa huella antes.


En un sendero poco transitado de WildSprings.


Se apartó asqueada del parachoques y gateó hasta sus zapatos ignorando el dolor del tobillo lesionado y sabiendo que aquélla era la misma visión que aquel canguro se habría llevado a la tumba.


Se acercó al bolso, sacó su móvil y abrió la foto que había tomado en el lugar de la colisión. Eran las mismas huellas. Tomó otra fotografía, en esa ocasión del neumático en sí. Después una segunda y una tercera del emblema del vehículo y del faro roto, y finalmente la matrícula.


Lo que daría por ponerle las manos encima a quien estuviera conduciendo temerariamente por su parque.


¿Su parque? Aquello le sonaba demasiado bien.


Volvió a guardarse el móvil y comenzó a levantarse.


—¿Paula, qué diablos has hecho? —Pedro apareció de la nada y la puso en pie—. ¿De verdad, no puedo dejarte sola ni cinco minutos?


Se agachó para levantarla en brazos.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, y se apartó dando saltos a la pata coja, haciendo equilibrios con el bolso en una mano y los zapatos en la otra.


—Voy a llevarte al coche.


—¡Ni hablar! Puedo ir yo sola.


—¿De verdad? Muy bien. A ver cuánto tiempo tardas en caerte.


Paula colocó una mano en el capó del cuatro por cuatro y lo usó como muleta. Recuperó el equilibrio y se impulsó hasta dar con el siguiente coche de la fila.


—Paula, por favor, deja que te ayude. Simplemente te llevaré en brazos.


—No.


—Entonces deja que sea tu muleta.


—Eres demasiado alto —se lanzó hacia el siguiente coche de la fila y estuvo a punto de fallar. Aterrizó sobre el tobillo malo y lanzó un grito.


—Por el amor de Dios, deja que te lleve.


—¡Pedro, no! Tengo que hacer esto por mí misma.


Cuando estaba a medio camino de su coche, se acordó del cuatro por cuatro y decidió no decirle nada sobre el tema. Quería resolverlo primero.


Acudir a él con la solución, no con el problema. Tenía contactos en la policía que podrían investigar la matrícula en la sombra.


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