Lo último que Paula había esperado aquella noche era pasárselo bien.
Prácticamente había tropezado al salir del coche, desesperada por escapar de la química que había saturado su coche los últimos treinta minutos.
Habían hablado de cosas sin importancia, en el coche y durante la velada, mientras ignoraban las hormonas que los rodeaban.
Paula apartó la mirada de Pedro por un momento y se fijó en la sala.
Medio distrito se había reunido allí y reconocía algunas caras. Simone, en un rincón, manteniendo una animada conversación llena de gesticulaciones.
Julián, junto a la barra, con cara de aburrido. Paula saludó con la copa a Carolina y Esteban Lawson, que habían invitado a Lisandro a una noche de película y palomitas con sus hijos. Se dirigieron hacia ella con una sonrisa, pero entonces Carolina estiró el brazo, detuvo a Esteban y lo arrastró en dirección contraria.
—¿Quieres otra copa? —Pedro apareció junto a ella con una copa de champán en una mano y lo que parecía ser zumo en la otra.
—No, gracias. Ya he tomado una. Conduzco, ¿recuerdas?
Pedro le entregó el zumo y dejó la copa de champán en una bandeja.
—¿No vas a tomártela? —preguntó ella. No le había visto con alcohol en la mano en toda la noche.
—Yo no bebo. No me gusta nublar mis facultades. En mi trabajo, eso es contraproducente.
—¿Contraproducente con llevar un retiro elegante en mitad del campo?
—Contigo tengo que medir cada palabra —contestó él con una sonrisa —. Mis sentidos ya están lo suficientemente confusos sin añadir licor a la ecuación —añadió mientras la miraba con intensidad.
—¿Qué estamos haciendo? —preguntó ella al verse de pronto arrastrada hacia la pista de baile.
—Se llama bailar, Paula. A la gente le gusta.
—¡No me has preguntado si quería bailar!
—No hacía falta. Parece que quieres que te besen o te toquen. Dado que tenemos público, me decanto por tocar.
La arrastró hasta un pequeño hueco en la pista de baile, lo que les obligó a pegarse mucho el uno al otro. Estaban extremadamente juntos y su cuerpo encajaba perfectamente con el de él.
Cada parte de su cuerpo deseaba meterse entre sus brazos y no salir nunca más. Dejarse cuidar y malcriar. Poder dejar a un lado las responsabilidades… solo durante un rato.
Era casi tan seductor como la presión de sus caderas contra su cuerpo.
Y solo estaban bailando. ¿Cómo sería si estuvieran…?
—¡No! —exclamó ella mientras se apartaba—. No sabía que acceder a venir contigo esta noche me encadenaría a ti durante toda la velada —fue una cosa horrible, pero tenía que poner espacio entre ellos. Y, si no podía ser físico…
—Vas a tener que hacer algo con los mensajes cruzados que envías, Paula —dijo él—. Desatan mi necesidad innata de conquistar. Estoy entrenado para superar obstáculos y tú tienes la facilidad de ponerme uno detrás de otro.
—¿Paula, te gustaría bailar? —Esteban Lawson apareció de pronto a su lado. Sus mejillas estaban más pálidas que de costumbre, pero tenía una expresión decidida y, tras un momento de duda, miró a Pedro a los ojos—. No te importa, ¿verdad?
—Gracias, Esteban, me encantaría —contestó Paula mientras se apartaba de Pedro—. Y no, a él no le importa.
Prácticamente se pegó a su amigo mientras Pedro se disolvía entre la multitud. Durante el primer minuto, Esteban hizo todo el trabajo mientras bailaban, hablando de temas sin importancia y dándole tiempo para recuperar la compostura
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