—Bájame.
Su voz sonó firme y fría, cuando momentos antes había sonado ardiente contra sus labios.
Pedro la bajó al suelo con cuidado y utilizó su cuerpo para protegerla de la vista de otros idiotas borrachos que pudieran pasar. De todas formas él no estaba en condiciones de darse la vuelta, así que darle a Paula unos minutos para recomponerse era bueno para ambos.
¿Qué diablos había hecho?
Dejar que sus hormonas gobernaran su cabeza. Eso era lo que había hecho. Justo lo que le habían entrenado a no hacer.
Salvo que no eran solo las hormonas. El corazón estaba empezando a implicarse, y en sus años de entrenamiento nadie había mencionado nada sobre corazones.
—Tengo que marcharme de aquí…
Paula tenía la cara pálida, el pelo revuelto y el maquillaje corrido. De ninguna manera volvería ahí dentro como si hubiera estado haciendo lo que había estado haciendo.
—Paula…
—No, Pedro. Necesito un minuto —pasó frente a él para marcharse—. Te veré en el coche.
—Yo iré dentro a… —Paula había desaparecido antes de que terminara la frase— decir que nos vamos.
Pedro cerró los ojos y golpeó la pared con los puños. La había fastidiado de verdad. Como si compartir su incomodidad con los desconocidos no fuera suficientemente estúpido, prácticamente la había arrinconado en un callejón. La había empotrado contra una pared.
Su cuerpo tenso le recordó que ya estaría metido dentro de ella si no los hubieran interrumpido. Y no solo porque él llevase tres años de abstinencia a sus espaldas. Cuando finalmente disminuyó su erección, regresó dentro, encontró a su anfitrión y presentó sus excusas. Era lo último que deseaba hacer, pero era el tipo de cosa que Paula haría si pudiera.
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