¿Cómo podía haberse olvidado del aspecto que tenía Pedro en el umbral de una puerta? ¿En tan solo una semana?
Estaba apoyado en la puerta de la cocina de la oficina con actitud tensa. De no haber sido por la tormenta que se adivinaba en sus ojos, Paula habría sentido el vuelco en el corazón por razones bien distintas.
Junto a ella, Simone se quedó con la boca abierta, estuvo a punto de derramar el café y finalmente se dio la vuelta para decir algo.
—Yo, eh… —no le salió nada—. De acuerdo. Adiós.
Pedro se echó a un lado para dejar que huyera y volvió a llenar el hueco de la puerta.
Paula negó con la cabeza. Había estado a punto de conseguir la información que necesitaba sobre dónde había trabajado Julian en Estados Unidos.
—Realmente no tratas mucho con personas, ¿verdad, Pedro?
—Buenos días a ti también —dijo él mientras entraba a la cocina y se apoyaba en la encimera con los brazos cruzados.
—Buenos días, Pedro. ¿Qué puedo hacer por ti?
—¿Cómo estás?
—Estoy bien. ¿Y tú?
—De acuerdo, empecemos de nuevo —cerró la puerta de la cocina con un pie y se acercó más a ella. Paula retrocedió un poco y se chocó contra el armario—. Siento mucho lo que ocurrió en mi casa. No quería que… fuera de ese modo.
—Yo hablaba en serio cuando dije lo que dije. No puedo permitirme… No puedo tolerar algunas cosas. Pero no es personal. No tengo nada en tu contra.
—Eso es bueno.
—¿Por qué es bueno?
—Porque tenía la esperanza… ¿Qué haces el viernes por la noche?
Paula arqueó las cejas. ¿Acaso tanto aislamiento le había afectado al cerebro? ¿Iba a tener que repetírselo?
—La Fundación Hohloch organiza un acto para recaudar fondos en el pueblo. Es parte del programa de protección de hábitats y se supone que asistirán todos los propietarios importantes de la región. Me gustaría que vinieras conmigo para conocer a la gente de la zona. Es una buena oportunidad para hacer contactos.
—¿Se trata de trabajo?
—Si eso hace que vayas, sí —contestó él—. Pero necesitarás un vestido.
—¡Lo dices como si no tuviera uno!
—Me refiero a un vestido de gala. Es algo elegante.
—El hecho de que nunca me hayas visto con un vestido no significa que no tenga uno —dijo ella cruzándose de brazos—. Toda mujer tiene un vestido elegante.
—Alto el fuego, cadete —contestó él con las manos levantadas—. Solo quería asegurarme de que comprendías qué tipo de evento era.
—¿Crees que podría avergonzar a WildSprings? ¿Aparecer en ropa interior? Eres tú el ermitaño, McLeish. Me preocuparía más por lo que tú vayas a llevar.
—¿Entonces vendrás?
—Si es una cosa de trabajo, sí. Allí estaré. Con un vestido.
—Genial. Te recogeré a la
s seis.
—¡Espera! ¿Por qué necesito que me lleves?
—Somos vecinos que vamos al mismo evento, a sesenta kilómetros. ¿Crees que deberíamos ir en coches separados?
—Bueno, podría recogerte yo a ti.
—¿Quieres recogerme?
—Sí. Me parece lo justo.
—De acuerdo. Estaré esperándote a las seis.
Paula echaba humo cuando Pedro salió de la cocina. ¿Cómo se atrevía a hacer eso? Encontrarla, arrinconarla en la cocina, meterse con su vestuario y con su profesionalidad. Estaba furiosa. Pero entonces empezó a ser consciente de la realidad. Sesenta kilómetros, una noche fuera y luego otros
sesenta de vuelta a casa. Juntos. A solas. Con el hombre que no había logrado sacarse de la cabeza, pero con el que no podía compartir una habitación.
Además iba a conducir ella, así que no podría marcharse antes con algún otro empleado. Maldición. Se había dejado engañar por un experto.
Y encima tendría que comprarse un vestido.