Lisandro se quedó mirándolo, pero, en vez de hacer pucheros, Pedro vio algo brillar en sus ojos que se tradujo en su cuerpo, en la manera de echar los hombros hacia atrás y enfrentarse a su madre.
Enfrentarse a su castigo.
Solo que no hubo ninguno. Paula pareció enfadada durante unos segundos antes de abrazar a su hijo y enviarlo a casa.
—No empieces —le dijo a Pedro.
—¿Con qué?
—Hablaré con él más tarde sobre lo de salir sin permiso. No creía que éste fuese el momento ni el lugar.
Pedro ansiaba decirle algo sobre la importancia del refuerzo inmediato, pero lo dejó pasar. No tenía derecho a decirle cómo educar a su hijo.
Además tenía la atención puesta en sus labios, que no dejaban de moverse tentadoramente.
—¿Perdón, qué decías? —su voz sonó más grave de lo que le hubiera gustado. Un solo beso, o ni siquiera eso, y ya estaba perdiendo la compostura.
—Supongo que te veré en el trabajo —repitió ella.
—Tal vez no. Tengo trabajo que hacer en la casa. Probablemente no baje mucho a la zona de admisiones.
En absoluto. No podía ser decepción lo que vio en su mirada. Paula lo quería lejos y él estaba haciéndose cargo de ello. Debería estar contenta.
—Ah, de acuerdo. Bueno, entonces ya nos veremos, Pedro.
La mejor defensa era la ausencia.
Hasta que pudiera controlar por completo sus facultades cuando ella estuviera cerca. Y si eso no sucedía nunca, entonces…
Encontraría la manera de asumir eso.
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