Paula encajaba en su cuerpo con tanta perfección que Pedro deseaba sentir cómo se relajaba entre sus brazos. Aquello era culpa suya. No debería haberle preguntado por su pasado. Solo lo había hecho para que dejara el incómodo tema de su hermano.
Acariciarla parecía ayudar, y Pedro era lo suficientemente masoquista para apreciar lo agradable que era abrazarla. Solo una vez. Intentó que su cuerpo no respondiera al de ella, que no llegara más lejos de lo que ya había llegado, pero no era fácil pensar cuando lo único que deseaba era envolverla entre sus brazos y no soltarla nunca.
Paula abrió los ojos y lo miró. Pedro sintió un deseo que no había sentido en años, pero intentó controlarse y proceder con cautela antes de avanzar. Agachó la cabeza lentamente, encontró el lugar bajo el lóbulo de su oreja con los labios y fue cubriéndole de besos el mentón. Saboreando.
Experimentando.
Ella gimió, pero no se apartó. Su objetivo estaba a pocos centímetros de él, unos labios perfectos que se separaron para formar una única palabra mientras ella se relajaba en sus brazos.
—Pedro…
Aquella única sílaba le golpeó en un lugar que había olvidado que tenía. Muy profundo. ¿Se daría cuenta ella de que al fin había dicho su nombre?
—Paula… —dijo él con la voz cargada de deseo y el cuerpo pidiéndole cosas a las que no había prestado atención en mucho tiempo—, voy a besarte.
—Ya me estás besando,Pedro…
Se acercó más, su boca estaba a escasos milímetros de la de ella.
—No. Besarte de verdad. Te lo estoy pidiendo, Paula —sus palabras eran casi un susurro contra sus labios—. Estoy pidiéndote permiso para proceder.
Paula lo miró fijamente y pareció encontrar la fuerza para apartarse de él, y del beso que Clint aún deseaba plasmar sobre sus labios—.
—Oh, Dios —dijo ella mientras retrocedía—. ¿Qué estoy…? ¿Qué estamos haciendo?
—Creo que estábamos a punto de poner a prueba la definición de
«compañeros» —contestó él mientras se acercaba para disminuir la distancia entre ellos.
—¡Eres mi jefe! ¡No puedo hacer esto!
—Si no puedes, no pasa nada. Pero no te escondas detrás de la excusa del jefe. Nunca tendríamos una relación de empleado-jefe convencional. Y lo sabes.
—¡No!
—Soy un hombre diferente, Paula. No soy él.
Ella siguió retrocediendo hasta chocarse con el banco de la cocina.
—¡Eres un militar!
—Eso es a lo que me dedicaba. No es lo que soy.
—No. Eres militar, sin importar el tiempo que haga que lo dejaste.
—Aun así eso no me convierte en él.
—Llévame a casa.
—Paula…
—Entonces conduciré yo. Dame las llaves.
—No hagas esto…
—De acuerdo, iré andando.
—Te llevaré, Paula. Y te dejaré en tu puerta. Y no volveré a tocarte.
Al menos esa noche.
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