—¿Sabe tu madre que estás aquí, Lisandro?
Era improbable, pensó Pedro al ver al niño encogerse de hombros.
—Vamos, iré a casa contigo.
—¿No puedo entrar? —preguntó Lisandro.
Con el fantasma de Paula aún en su santuario, tener a Lisandro allí solo aumentaría la incomodidad. Como si a la casa que creía terminada hacía un año aún le faltaran dos retoques finales.
Una esposa y un hijo.
—Tal vez en otra ocasión. Con tu madre.
Lisandro gruñó.
—¿Sigues enfadado con ella por lo de la otra noche? —preguntó Pedro.
—Ella siempre está enfadada conmigo.
—¿Y cómo te hace sentir eso?
—Enfadado.
—¿Qué tal lo pasaste la otra noche en casa de tu amigo? —le preguntó mientras caminaban juntos.
—¡Genial! —exclamó Lisandro, y comenzó a hacerle una descripción detallada de todo lo que habían hecho, lo cual les llevó casi todo el camino.
—Parece que fue una noche fantástica.
—El padre de Pablo es genial. Es policía. Vi su pistola.
—¿Viste su arma? ¿En la casa?
—Sí.
No volvería a quedarse en casa de los Lawson si eso era cierto. Se detuvo en seco, entornó los párpados y le dirigió al niño la mirada inquisitiva que reservaba para los novatos recalcitrantes de la unidad.
—¿De verdad?
Lisandro no pudo soportarlo.
—Por lo menos vi la funda.
De acuerdo. No tener que darle esa noticia a su madre era un gran alivio.
—¡Sí, el señor Lawson es genial! Aunque no tan genial como tú —se apresuró a decir Lisandro, como si temiera herir sus sentimientos.
—Agentes de policía y soldados tienen algo en común.
—¿De verdad?
—Sí. Ambos deben proteger a la comunidad, están duramente entrenados y tienen que respetar el uniforme que llevan y lo que representa.
—Yo voy a ser un soldado.
—¿Y por qué no un agente de policía?
—¡O sí, un agente de policía! ¡O un bombero!
—¿Y qué me dices de un guardabosques? Tienen que proteger el bosque y llevan un uniforme, y reciben un entrenamiento especial.
El niño pareció pensarlo durante unos instantes, pero entonces vaciló.
—Mi abuelo era soldado. Un gran soldado.
—¿Y cómo lo sabes? Creí que no conocías a tu abuelo.
Lisandro aminoró el paso y miró hacia otro lado. Pedro prácticamente pudo ver la mentira tomar forma en sus labios.
—Quiero la verdad.
—Solía venir a verme a veces, al colegio. Durante la comida.
Pedro se tensó de inmediato. ¿Qué tipo de escuela permitía que eso ocurriese? ¿Y qué hacía un hombre como el coronel Martin Chaves colándose en una escuela de primaria?
—¿Lo sabe tu madre?
—¿Vas a decírselo?
—No. Pero podría ser una buena idea que un día se lo dijeses tú, solo para que lo sepa. No deberíais tener secretos.
—Tú tienes secretos.
—¿Como cuál?
—Oí a mamá decir que estás lleno de secretos.
—¿Con quién estaba hablando?
—Con nadie. Estaba pasando la aspiradora y enfadándose.
No le costó imaginarse eso. ¿Así que a Paula le gustaba hablar de él mientras pasaba la aspiradora? Eso eran buenas noticias.
—¡Lisandro! ¿Otra vez? —gritó Paula desde la casa mientras bajaba los escalones del porche.
—¿Lo ves? —murmuró Lisandro.
Pedro se aclaró la garganta.
—Tú te lo has buscado, chico. Sabes que no debes venir a mi casa y aun así lo has hecho. Ahora tendrás que asumir las consecuencias.
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