Pedro se entretuvo en la cocina y Paula aprovechó la oportunidad para poner distancia entre ellos. Subió por la escalera de caracol hasta el segundo piso y recorrió el pasillo de puntillas. Inmediatamente a su izquierda estaba el dormitorio principal. Evitó mirar y siguió adelante; no estaba preparada para invadir su espacio personal, pero no era capaz de decir por qué. Comenzó en la parte final del pasillo.
La primera puerta que abrió fue un cuarto de baño, decorado con sencillez, pero con gusto. La siguiente habitación era un pequeño estudio, algo menos ordenado que el resto de la casa. Al otro lado del pasillo había una habitación de invitados con una cama individual y decoración simple.
Paula regresó después a la primera puerta que había visto. El dormitorio principal. Se quedó helada. «Solo es una habitación», se dijo a sí misma. «Asoma la cabeza y vuelve abajo. Así de sencillo».
Empujó la puerta con el hombro y miró hacia atrás. Los ruidos provenientes de la cocina la alentaron a continuar. Lo más llamativo de la habitación era una cama grande y baja con una colcha color carbón.
Se dio la vuelta y se fijó en una serie de armarios empotrados en una pared. Pedro había colocado dos sillones enormes en un rincón. Todo le parecía… grande. De pronto se sintió como el pequeño Jack en el cuento de las judías mágicas, husmeando por el palacio del gigante en busca del ganso dorado.
Un brillo dorado en la pared contraria llamó su atención. Había una pequeña curiosidad enmarcada que ocupaba un lugar de honor. A la izquierda había una espada plateada flanqueada por dos serpientes con el lema Morte prima di disonore escrito en la base. La muerte antes que el deshonor. Era el símbolo de las Fuerzas Especiales Taipán. De ahí reconocía su tatuaje.
Situado a la derecha había un lazo rojo con una estrella dorada con llamas incorporadas. Se quedó sin aliento. No era el honor militar más alto de Australia, pero era de los más raros.
—Es una condecoración por la valentía.
Al oír su voz tras ella, Paula se dio la vuelta, avergonzada por estar fisgoneando.
—Lo sé —susurró—. Por actos de valentía en acción, en circunstancias de gran peligro.
—¿Cómo sabes esas cosas?
—¿Qué hiciste tú para ganar esto?
Ninguno de los dos quería contestar. Se quedaron mirándose en silencio, hasta que Pedro lo rompió.
—Los espaguetis están listos.