viernes, 19 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 30

 


Cuando llegaron al edificio de administración del parque, Julián salió con una pila de archivos en el brazo en dirección a su coche. Levantó la mano que tenía libre para saludar y Pedro le devolvió el saludo.


Paula miró su reloj, preguntándose por qué Julián estaría trabajando hasta tan tarde.


—¡Son las diez! —exclamó—. No he llamado a Lisandro —ya era demasiado tarde y los niños probablemente ya se hubieran acostado.


—Estará bien. Llámale por la mañana.


—¿Y si me necesita? —preguntó ella mientras sacaba su móvil.


Pedro estiró el brazo y le colocó la mano sobre la suya para evitar que abriera el teléfono.


—Entonces te habría llamado. En serio, Paula, deja que disfrute su noche fuera.


—Crees que lo sobreprotejo.


—Creo que has hecho un trabajo increíble con él, pero está creciendo y va a empezar a necesitar un espacio lejos de su madre de vez en cuando.


—¿Hablas por experiencia personal? ¿Valorabas tu espacio incluso cuando eras pequeño?


Pedro la miró sorprendido.


—Supongo que sí. Tenía ocho años antes de que mi hermano naciera, así que aprendí enseguida a entretenerme solo.


—¿Y qué les pasó a tus padres? —preguntó Paula. Sabía que era el propietario de WildSprings. ¿Habrían muerto?


—Se separaron después de veinticinco años juntos. Mi madre conoció a otro hombre. Se mudó a los Estados Unidos cuando yo me alisté.


—¿Y qué fue de tu hermano?


—Él solo tenía diez años. Se fue con ella a Estados Unidos.


—Eso debió de ser duro.


Pedro se encogió de hombros.


—Me convirtió en un miembro joven de los Taipán.


Los mejores soldados tienen pocos o ningún lazo familiar. Ningún hogar al que regresar. Nada que los mantenga alejados en las misiones.


¿Nada por lo que vivir?


—Con toda su familia fuera, mi padre ya no tenía una buena razón para quedarse. Le vendió la mitad de los terrenos a un vecino y se reunió con sus hermanos en Tasmania con las ganancias. El resto me lo cedió a mí, para que tuviera algún hogar al que volver.


—¿Una casa vacía?


—Solo vine aquí porque la casa estaba vacía —contestó él con una sonrisa amarga—. Por entonces no era buena compañía para nadie.


Paula se arriesgó a tirar un poco más del hilo, porque la curiosidad era cada vez mayor.


—¿Por qué no?


Al igual que una anémona marina enfadada, Pedro se cerró ante sus ojos.


—No me interrogues, Paula.


—Deberías salir con gente más a menudo, Alfonso. Te convendría pulir un poco tus habilidades sociales.


Paula se giró hacia la ventanilla y contempló la oscuridad. A lo lejos apareció la bifurcación que separaba su casa de la de Pedro. Él aminoró la velocidad para girar.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella.


—Siguiendo tu consejo. Salir con gente más a menudo. Voy a llevarte a mi casa.


El vuelco que sintió en el corazón fue advertencia suficiente. No podía estar a solas con él en su casa.


—¡Ni hablar!


—Nunca has visto mi casa. Te gustará.


—Durante el día me gustaría igual.


—Hablo de una visita corta, Paula. Para comer algo. Los rugidos de tu estómago me recuerdan que no has cenado.


—Tengo comida en mi casa. Llévame a casa, por favor.


—Paula, estoy hablando de una comida sencilla entre compañeros. Nada más.


—¿Sencilla? Apuesto a que jamás has compartido una comida en casa con un compañero.


—Razón de más para romper el círculo. Simplemente cenaremos juntos. No sé… hablaremos. Puedo trabajar en mis habilidades sociales.


—¿Me prepararás algo normal para cenar?


Pedro colocó la mano en el lado izquierdo de su pecho como promesa y dijo:

—Nada de cocina extrema.


—De acuerdo —contestó ella finalmente—. Perdona por reaccionar exageradamente.


—No te habías equivocado con mis habilidades sociales. He perdido la práctica. Debería habértelo pedido. Otra vez.


—Deberías haberlo hecho, sí.


—¿Paula Chaves, te apetecería cenar conmigo? ¿Ver mi casa? ¿Sin compromiso?


Sorprendentemente, ahora que estaba pidiéndoselo en vez de ordenándoselo, la respuesta era sí. Así que asintió.


—Gracias.





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