domingo, 10 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 57

 


Se pasaron casi una hora en el mirador, observando la ciudad. Desde allí arriba, nada parecía real, como si lo que ocurriera abajo fuera otro mundo.


El sol había empezado a ponerse y había comenzado a cubrir la ciudad de sombras. Pedro le recordó que el tiempo del que disponían juntos era muy breve y que había aún muchas cosas que ver.


Pedro le resultó muy refrescante el modo tan abierto en el que Paula disfrutaba de la ciudad. Pau mostraba una alegría incontenible por todo lo que estaba experimentando. Verla así, tan diferente de la fría y compuesta asistente que trabajaba para él en su despacho, le hizo darse cuenta de lo lejos que la había sacado de su zona de control con aquel viaje. Este hecho le hizo querer ver más de aquella faceta. Quería ser el que le mostrara más de todo.


Se pregunto qué pensaría ella de sus padres. Su madre se sentía muy orgullosa de la casa de Manhattan en la que vivían. Siempre le había gustado el bullicio de la gran ciudad, incluso cuando vivían en Nueva Zelanda, pero había tolerado las zonas residencias para que sus hermanos y él tuvieran un lugar en el que jugar. Cuando sus hermanos se graduaron en el instituto, se mudaron a un lujoso edificio de apartamentos en Auckland aunque él aún no había terminado la educación secundaria. Con la mudanza a Nueva York, su madre había encontrado su hogar espiritual. Jamás había echado de menos lo que habían dejado atrás.


Sintió que Paula temblaba un poco bajo su brazo. La temperatura había bajado mucho, lo que le recordó que, aunque él estaba acostumbrado al clima de Nueva York, ella no. El abrigo que llevaba puesto no servía de mucho para engañar al frío, por lo que detuvo un taxi y pidió que los llevara a su siguiente destino. Si había disfrutado con el Empire State, no tenía ninguna duda de que Paula también se sentiría encantada con lo que iba a mostrarle a continuación.


Times Square por la noche era algo digno de ver. Por el gesto que se reflejó en el rostro de Paula, ella pensaba precisamente eso.


–¿Qué diablos hacen cuando cortan la luz? –preguntó mientras observaba un luminoso tras otro.


Pedro se encogió de hombros y cambió de tema.


–¿Tienes hambre? Nos hemos saltado el almuerzo y yo me muero de hambre.


–Vale, pero nada elegante, ¿de acuerdo?




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 56

 

Se registraron en el hotel y los llevaron a su suite. La suite era muy lujosa. Margaret no pudo dejar de mostrar su asombro por los muebles y la decoración. Pedro la observaba de un modo que le hacía sentirse ingenua y poco experimentada, pero, si lo pensaba bien, sería una pena que, algún día, tales delicias fueran habituales para ella. Por supuesto, eso no ocurriría nunca, se recordó mientras se miraba en el espejo del opulento cuarto de baño. No. Tenía que aprovechar al máximo todos los segundos que pasara en aquel lugar. Todos los segundos que pasara con él.


Después de refrescarse un poco, Pedro y ella volvieron a bajar en el ascensor. En la calle había personas por todas partes. Trabajadores al final de su jornada laboral y turistas que contemplaban la ciudad con el mismo asombro que Paula sabía que tenía dibujado en el rostro.


–¿Te dan miedo las alturas? –le preguntó Pedro mientras le agarraba por el codo y la llevaba hacia la Quinta Avenida.


–No. ¿Por qué?


–Pensé que podríamos empezar con tu presentación de la ciudad de Nueva York con una vista general desde el Empire State Building.


–¿De verdad? ¿Es como en las películas?


–Supongo que depende de la película, pero sí. Vamos. Te lo mostraré. ¿Qué prefieres, andar o ir en taxi?


–Andar, por favor.


–Entonces, andaremos.


Paula se sorprendió de que tardaran menos de media hora en llegar a su destino. A lo largo de la Quinta Avenida, su atención se había visto atrapada por los maravillosos escaparates y los increíbles edificios. Tras pasar el control de seguridad, Pedro compró las entradas y siguieron a un grupo de personas hasta los ascensores que los llevarían a la planta 80. Paula tuvo que sujetarse el estómago cuando el ascensor empezó a subir.


–¡Vaya! –exclamó, riendo, aunque algo nerviosa–. Esto hace que los ascensores del trabajo sean más lentos que una tortuga.


–Pues hay que tomar otro más, hasta la planta 86, a menos que prefieras tomar las escaleras.


–No. Estaré bien.


Pedro sonrió y le agarró la mano mientras se unían a la fila que esperaba para tomar los ascensores que los llevarían a lo más alto del rascacielos.


–Dios mío… –susurró cuando se bajaron del ascensor y se dirigieron hacia el mirador–. Sabía que sería algo especial, pero esto… esto es realmente algo de otro mundo.


La ciudad se extendía hasta donde alcanzaba la vista como si fuera una manta de color, textura y luz intercalada por agua y puentes.


–Es enorme…


–A mí nunca deja de sorprenderme –comentó Pedro mientras se colocaba detrás de ella para rodearle la cintura con los brazos.


La calidez del cuerpo de Pedro contra su espalda era más que bienvenida. Sólo sentirlo a sus espaldas le daba sensación de seguridad. Aunque estaban rodeados por otros turistas, ella se sentía como si hubieran estado solos. Se apoyó contra la sólida fuerza de Pedro y gozó con aquel instante, que atesoraría para siempre. Aquella experiencia era algo que no olvidaría mientras viviera.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 55

 


Un chófer discretamente uniformado los estaba esperando con un cartel en el que aparecía el nombre de Pedro. Antes de que Paula se diera cuenta, el hombre los acompañó a una reluciente limusina que no tardó en unirse a los vehículos que salían del aeropuerto en dirección a la ciudad.


Pedro era un guía excelente. Le iba señalando los puntos de interés por los que pasaban. Sólo tardaron una media hora y Paula se sintió completamente encantada cuando se detuvieron delante de un elegante hotel en la calle 55 Este.


Mientras que Pedro la ayudaba a descender del coche, ella dijo: –Te gusta la arquitectura clásica, ¿verdad? Primero el hotel en San Diego y ahora este.


–Échale la culpa a mi sólida educación neozelandesa –comentó él–. Mis padres se aseguraron de que de niños tuviéramos todo lo que necesitábamos, pero nada de lujos, al menos no hasta que fuimos mayores y se podía confiar en que no rompiéramos nada. Por eso me gusta alojarme en lugares como este.


–¿Y no tienes casa aquí en Nueva York?


–Sí, tengo un apartamento, pero dado que sólo vamos a pasar unas cuantas noches aquí, no vi razón para que lo airearan cuando podíamos alojarnos aquí.


Paula asintió. Entendía lo que Pedro le había dicho, pero le habría gustado ver dónde vivía. No revelaba mucho sobre sí mismo en un día de trabajo y dejaba ver sólo el control que había precedido a su llegada durante la absorción de Industrias Worth.


Incluso en la cama a Pau le parecía que él ocultaba algo. Suponía que no era de extrañar dado que la atracción que existía entre ellos, al menos por parte de Pedro, era sólo física.



sábado, 9 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 54

 

El chófer descendió del coche y guardó la maleta en el maletero mientras que Pedro abría la puerta para que ella se montara en el coche. Cuando los dos estuvieron acomodados en el asiento trasero, Paula agradeció el calor que hacía en el interior del vehículo y el que emanaba del cuerpo de Pedro, pero se mantuvo recta y rígida. Por mucho que deseara acurrucarse contra él, no estaba segura de su situación con Pedro para poder hacerlo. Incluso después del último fin de semana, donde habían conquistado parte de la distancia física que había entre ellos, Paula seguía sintiéndose incómoda rompiendo las barreras invisibles que él había erigido entre ellos.


El tráfico no era aún demasiado pesado, por lo que realizaron el trayecto hasta el aeropuerto de San Diego sin problemas, al igual que la facturación. Paula abrió los ojos muy sorprendida cuando el personal de cabina los llamó por sus nombres y les mostraron sus asientos en primera clase. Pedro le cedió el asiento junto a la ventana antes de colocar su maletín en el compartimiento superior.


Cuando se sentó, ella se volvió para mirarlo.


–¿Primera clase? –susurró.


–¿Y por qué no? –replicó él–. Es tu primer vuelo, ¿no?


Paula sacudió la cabeza y observó al hombre que le había dado tanto en un periodo de tiempo tan corto. Él jamás comprendería lo mucho que aquello significaba para ella. Para él, viajar así era lo habitual, pero para ella era algo que sólo había podido soñar hasta aquel momento. Se reclinó sobre su asiento y miró por la ventana. De repente, las lágrimas le nublaron la vista.


¿Cómo sería Pedro con la mujer de la que estuviera de verdad enamorado? Seguramente, le entregaría el mundo en bandeja de plata. Fuera ella quien fuera, sería la mujer más afortunada del planeta. A Paula le habría gustado tanto serlo…


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 53

 


Pedro fue a recogerla a su casa antes de que amaneciera. Paula sintió una gran excitación mientras sacaba su maleta y cerraba la puerta a sus espaldas. Iba a viajar en avión por primera vez en su vida y, a pesar de que era muy temprano, se sentía llena de energía.


–¿Tienes todo lo que necesitas? –le preguntó Pedro mientras le agarraba la maleta.


–Creo que sí.


–Hay algo de lo que te has olvidado.


–No. Creo que tengo todo –dijo Paula mientras repasaba mentalmente todo lo que llevaba en la maleta.


–Esto –replicó Pedro mientras se inclinaba para besarla.


Como siempre, el cuerpo de Paula cobró vida. Él sabía a una agradable combinación de menta y café recién hecho. Le devolvió el beso con todo el fervor y el abandono que llevaba conteniendo desde su fin de semana en San Diego. Lo había echado de menos, estar con él en todos los sentidos de la palabra. Los breves instantes que habían compartido en la oficina habían incrementado el hambre que sentía de él.


Pedro rompió el beso y apoyó la frente sobre la de ella. Tenía la respiración entrecortada y el corazón le latía con fuerza en el pecho.


–Creo que debería haber pedido el avión de la empresa para este viaje. Al menos, habríamos tenido un poco de intimidad durante el vuelo –susurró.


–Te he echado de menos esta semana –respondió ella.


–Te prometo que te compensaré –afirmó él. Entonces, volvió a besarla antes de tomar la maleta y llevarla al coche que los estaba esperando.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 52

 

Paula sintió que se le hacía un nudo en el estómago por la tensión. ¿Convencer a los padres de Pedro de que lo amaba? Después de la tortuosa admisión ante sí misma de la noche anterior, cuando admitió que estaba total y completamente enamorada de él, había esperado poder guardar aquella monumental verdad para sí mismo. Al menos, serviría para protegerse cuando él se marchara y regresara a su vida en Nueva York y ella se quedara allí para recoger los trozos en solitario.


Fingir que lo amaba sería la menor de sus preocupaciones aquel fin de semana. Le preocupaba más lo que haría si él se diera cuenta de la verdad de su estado emocional.


Asintió.


–Claro que puedo hacerlo. Después de todo, me estás pagando muy bien para realizar el trabajo para el que me has contratado. Puedes contar conmigo.


Aquellas palabras le dieron la fuerza que necesitaba en aquel momento.


–Mis padres no son ogros –dijo él con una triste mirada en el rostro–. No hay necesidad de tener miedo. Yo estaré contigo.


–Lo sé. Es que me ha sorprendido. Hemos estado tan ocupados aquí que no me había parado a pensar en la posibilidad de conocer a tu familia.


–Se ha presentado la oportunidad y me pareció que lo mejor sería aprovecharla. ¿Has estado antes en Nueva York?


–No. De verdad. No he estado en ningún sitio más allá de Anaheim cuando era una niña para visitar Disneyland.


De pasada, Paula pensó en el mapa que había destruido la noche anterior en su dormitorio. Nueva York había sido uno de los lugares que tenía marcados. Uno de los primeros alfileres que había clavado cuando viajar era uno de sus grandes sueños. Bueno, si no sacaba nada más de todo aquello, al menos tendría aquel viaje como recompensa.


–En ese caso, tendremos que conseguir que tú disfrutes –dijo Pedro–. Te mostraré la ciudad.


–Me gustaría –afirmó ella. Tomó la decisión de disfrutar de cada momento de aquella inesperada sorpresa del viaje a Nueva York.


Los dos días siguientes pasaron muy rápido para Paula. Pedro pasó mucho tiempo en reuniones con Rafael Cameron, reuniones que duraban hasta por la noche. Le sorprendía que aquellas largas reuniones no tuvieran como consecuencia mucho trabajo para ella. Habría pensado que tendría que redactar resúmenes o informes, pero no fue así. Se aseguró de que todo su trabajo estuviera al día para poder marcharse a Nueva York sabiendo que, a su regreso, no tendría trabajo atrasado.


Como con San Diego, Pedro se ocupó de todo lo referente a Nueva York. Sugirió que se marcharan temprano el viernes por la mañana. Con la diferencia horaria entre el este y el oeste, llegarían a JFK a primera hora de la tarde, a tiempo para ver un poco de la ciudad antes de la puesta del sol.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 51

 


Desconectó la llamada con una triste sonrisa en el rostro. En realidad, sólo querían lo mejor para él. Lo sabía. Sin embargo, resultaba muy frustrante que lo trataran constantemente como a un niño. Y ahí estaba el conflicto con sus padres. Siendo el hijo más pequeño, suponía que les costaba más dejarlo marchar que a los hermanos mayores, un hecho que lo había hecho más rebelde y más independiente desde muy joven. Incluso cuando a su padre le habían ofrecido un puesto con una de las instituciones financieras más importantes de Nueva York y la familia se había ido a vivir a los Estados Unidos desde su casa en Nueva Zelanda, Pedro había insistido en permanecer allí para terminar sus estudios en la Universidad de Auckland.


Por mucho que quisiera a su familia, aquel tiempo que había pasado solo, sin su bien intencionada interferencia, había sido un regalo de Dios para él. Le había ayudado a tomar decisiones sobre sí mismo y sobre la clase de futuro que quería sin verse influenciado por los sueños que sus padres tenían para él o por los logros de sus hermanos mayores. Esa decisión lo había llevado a trabajar para Rafe Cameron y había terminado por llevarlo a California.


Se sentía feliz con su vida. El trabajo allí en Vista del Mar, comprobando las complejidades financieras de la última adquisición de Rafael, era la clase de desafío al que le gustaba hincar el diente. En cuanto a Paula Chaves, ella era una puerta para la siguiente etapa de su vida. Una relación transitoria que le estaba proporcionando sorprendente gozo y que lo ayudaría a conseguir exactamente lo que quería de su padre.


–¿Que nos vamos a Nueva York? –le preguntó Paula muy sorprendida.


–Sí. ¿Te supone un problema?


–¿Conocer a tu familia? –replicó ella. Palideció y se dejó caer en la butaca que había frente al escritorio de Pedro.


–Es natural que quieran conocerte ahora que nuestra relación es de dominio público.


Paula tragó saliva. Una cosa era fingir que aquel compromiso era real con sus compañeros de trabajo, amigos y Facundo y otra muy distinta hacerlo delante de sus padres.


–Pero ellos te conocen. Seguramente se darán cuenta. ¿Y si lo estropeo todo?


Pedro se levantó de su butaca y rodeó el escritorio. Se inclinó y le levantó el rostro a Paula hacia el suyo para darle un beso que puso todos sus sentidos patas arriba.


–No te preocupes. Todo saldrá bien. Sólo tienes que ser tú.


Había dicho que sólo tenía que ser ella. Sin embargo, la persona que Pedro Alfonso conocía no era la persona que ella llevaba siendo mucho tiempo. La pelea que había tenido con Facundo la noche anterior era prueba de ello.


–¿Paula?


Ella parpadeó y se dio cuenta de que él había estado hablando con ella.


–Lo siento, ¿qué has dicho?


–Sabes que puedes conseguirlo. Lo único que tienes que hacer es sonreír, ser simpática y convencer a mis padres de que me amas.