Se pasaron casi una hora en el mirador, observando la ciudad. Desde allí arriba, nada parecía real, como si lo que ocurriera abajo fuera otro mundo.
El sol había empezado a ponerse y había comenzado a cubrir la ciudad de sombras. Pedro le recordó que el tiempo del que disponían juntos era muy breve y que había aún muchas cosas que ver.
A Pedro le resultó muy refrescante el modo tan abierto en el que Paula disfrutaba de la ciudad. Pau mostraba una alegría incontenible por todo lo que estaba experimentando. Verla así, tan diferente de la fría y compuesta asistente que trabajaba para él en su despacho, le hizo darse cuenta de lo lejos que la había sacado de su zona de control con aquel viaje. Este hecho le hizo querer ver más de aquella faceta. Quería ser el que le mostrara más de todo.
Se pregunto qué pensaría ella de sus padres. Su madre se sentía muy orgullosa de la casa de Manhattan en la que vivían. Siempre le había gustado el bullicio de la gran ciudad, incluso cuando vivían en Nueva Zelanda, pero había tolerado las zonas residencias para que sus hermanos y él tuvieran un lugar en el que jugar. Cuando sus hermanos se graduaron en el instituto, se mudaron a un lujoso edificio de apartamentos en Auckland aunque él aún no había terminado la educación secundaria. Con la mudanza a Nueva York, su madre había encontrado su hogar espiritual. Jamás había echado de menos lo que habían dejado atrás.
Sintió que Paula temblaba un poco bajo su brazo. La temperatura había bajado mucho, lo que le recordó que, aunque él estaba acostumbrado al clima de Nueva York, ella no. El abrigo que llevaba puesto no servía de mucho para engañar al frío, por lo que detuvo un taxi y pidió que los llevara a su siguiente destino. Si había disfrutado con el Empire State, no tenía ninguna duda de que Paula también se sentiría encantada con lo que iba a mostrarle a continuación.
Times Square por la noche era algo digno de ver. Por el gesto que se reflejó en el rostro de Paula, ella pensaba precisamente eso.
–¿Qué diablos hacen cuando cortan la luz? –preguntó mientras observaba un luminoso tras otro.
Pedro se encogió de hombros y cambió de tema.
–¿Tienes hambre? Nos hemos saltado el almuerzo y yo me muero de hambre.
–Vale, pero nada elegante, ¿de acuerdo?