Paula sintió que se le hacía un nudo en el estómago por la tensión. ¿Convencer a los padres de Pedro de que lo amaba? Después de la tortuosa admisión ante sí misma de la noche anterior, cuando admitió que estaba total y completamente enamorada de él, había esperado poder guardar aquella monumental verdad para sí mismo. Al menos, serviría para protegerse cuando él se marchara y regresara a su vida en Nueva York y ella se quedara allí para recoger los trozos en solitario.
Fingir que lo amaba sería la menor de sus preocupaciones aquel fin de semana. Le preocupaba más lo que haría si él se diera cuenta de la verdad de su estado emocional.
Asintió.
–Claro que puedo hacerlo. Después de todo, me estás pagando muy bien para realizar el trabajo para el que me has contratado. Puedes contar conmigo.
Aquellas palabras le dieron la fuerza que necesitaba en aquel momento.
–Mis padres no son ogros –dijo él con una triste mirada en el rostro–. No hay necesidad de tener miedo. Yo estaré contigo.
–Lo sé. Es que me ha sorprendido. Hemos estado tan ocupados aquí que no me había parado a pensar en la posibilidad de conocer a tu familia.
–Se ha presentado la oportunidad y me pareció que lo mejor sería aprovecharla. ¿Has estado antes en Nueva York?
–No. De verdad. No he estado en ningún sitio más allá de Anaheim cuando era una niña para visitar Disneyland.
De pasada, Paula pensó en el mapa que había destruido la noche anterior en su dormitorio. Nueva York había sido uno de los lugares que tenía marcados. Uno de los primeros alfileres que había clavado cuando viajar era uno de sus grandes sueños. Bueno, si no sacaba nada más de todo aquello, al menos tendría aquel viaje como recompensa.
–En ese caso, tendremos que conseguir que tú disfrutes –dijo Pedro–. Te mostraré la ciudad.
–Me gustaría –afirmó ella. Tomó la decisión de disfrutar de cada momento de aquella inesperada sorpresa del viaje a Nueva York.
Los dos días siguientes pasaron muy rápido para Paula. Pedro pasó mucho tiempo en reuniones con Rafael Cameron, reuniones que duraban hasta por la noche. Le sorprendía que aquellas largas reuniones no tuvieran como consecuencia mucho trabajo para ella. Habría pensado que tendría que redactar resúmenes o informes, pero no fue así. Se aseguró de que todo su trabajo estuviera al día para poder marcharse a Nueva York sabiendo que, a su regreso, no tendría trabajo atrasado.
Como con San Diego, Pedro se ocupó de todo lo referente a Nueva York. Sugirió que se marcharan temprano el viernes por la mañana. Con la diferencia horaria entre el este y el oeste, llegarían a JFK a primera hora de la tarde, a tiempo para ver un poco de la ciudad antes de la puesta del sol.
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