Sabes controlar tus deseos y evitar las tentaciones
Al día siguiente se marcharía. Incluso el albergue era mejor que permanecer allí mientras Pedro estaba con otras mujeres. De hecho, iba recoger sus cosas en ese mismo instante.
Se giró hacia la puerta y dio un grito al ver a Pedro.
–¿Estás bien? –preguntó él.
¿Cómo iba a estar bien si lo tenía delante, en calzoncillos? ¿Por qué no usaba pijama?
–¿Qué haces aquí?
–Es mi casa. Intentaba dormir, pero es imposible con el ruido que haces –dijo un paso hacia ella–. ¿Por qué le has dicho a Sara que vivimos juntos?
Paula disimuló su incomodad sacando un vaso de un armario.
–Porque es verdad –dijo, llenándolo de agua.
–Para que lo sepas, Sara nunca me ha interesado.
Paula se volvió. Pedro se había acercado un poco más.
–¿No es tu tipo? –preguntó, fingiendo indiferencia. Bebió un trago–. Debe ser muy difícil satisfacerte.
–No lo sé. Tú lo conseguiste la otra noche.
A Paula se le deslizó el vaso de la mano al suelo. Con el corazón acelerado, se agachó al instante a recoger los fragmentos y se cortó.
–Déjalo –dijo Pedro.
Fue a por el recogedor y retiró los cristales. Luego se volvió a Paula, que en silencio admiraba los músculos de su espalda y sus brazos, y tomándole la mano dijo:
–Déjame ver –una fina línea de sangre le cruzaba la palma–. Voy a por una tirita.
Cuando volvió, Paula no se había movido.
–Soy una estúpida –se excusó–. No consigo dormir y cada día estoy más torpe.
–Yo tampoco duermo apenas –dijo él, colocándole la tirita. Luego la miró fijamente y preguntó–: ¿Crees que podemos ayudarnos mutuamente?