Pedro estaba verdaderamente irritado. Paula llevaba demasiados días trabajando demasiadas horas y parecía exhausta. Y él no podía dejar de pensar en ella en lugar de concentrarse en el complejo caso en el que debía sumergirse al día siguiente.
Era tozuda, completamente distinta a él y beligerante. También era preciosa.
No podía apartar la mirada de ella, lo perturbaba. Aquella tarde había tenido que marcharse de casa. Por la mañana, le había resultado tan difícil concentrarse sabiendo que dormía en el cuarto de al lado, que acabó decidiéndose a despertarla. Había ansiado pasar tiempo con ella, conocerla mejor, saber si quería algo más de él.
Hasta entonces, él había actuado con frialdad, pero no creía poder seguir manteniendo esa fachada cuando lo consumía el deseo. Había trabajado con el equipo en el despacho para evitar estar cerca de ella, y si había acudido después al bar era porque, aun sin saber por qué, se sentía extrañamente como en casa. Pero no había querido coincidir con ella.
Sara apareció y le dio un whisky.
–Eres muy misterioso –dijo con una mirada escrutadora que lo puso en guardia.
–¿Por qué dices eso?
–No sabía que vivieras con alguien.
Pedro siguió la dirección de su mirada hacia Paula y estuvo a punto de atragantarse.
–¿Te lo ha dicho ella?
En ese momento, Paula, que servía una cerveza, los miró. A Pedro le gustó que se sobresaltara y desviara la mirada al instante. Siguió observándola por el rabillo del ojo y sonrió al percibir que le lanzaba constantes miradas, como si no pudiera evitarlo, como le sucedía a él con ella.
–Así es –dijo, sonriendo de oreja a oreja–. ¿No te parece fantástica?
–Bueno… no es lo que esperaba.
–Ya –Pedro sonrió de nuevo.
–¿Lo vuestro es serio?
Pedro miró el contenido del vaso y farfulló una respuesta ambigua. Claro que no lo era, pero casi blandió un puño triunfal en el aire. Su esquiva encargada estaba celosa, y sólo se experimentaban celos si la otra persona significaba algo. Por fin tenía una prueba que le permitía vaticinar que conseguiría vencer su resistencia. Además, tenía que agradecerle que le quitara a Sara de encima.
Sintiéndose más feliz que en mucho tiempo, mantuvo un gesto adusto cada vez que Pauls lo miró, pero no dejó de pensar en el placer que le iba a proporcionar volver a sacar de ella la criatura apasionada que llevaba en su interior. Hasta entonces le haría sufrir un poco. Pidió a Sara y los demás que esperaran fuera y fue a despedirse de Paula.
–Sigue trabajando tan bien como hasta ahora –dijo en un tono paternalista que recibió la mirada de odio que esperaba–. Voy a llevar a Sara a casa –le guiñó un ojo–. No me esperes despierta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario