martes, 7 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 17

 

Pedro prestó atención a aquel comentario por la relevancia que podía tener para el caso que estaba estudiando. Se fijó con más atención en el personal. Se trataba de dos mujeres y dos hombres. Los cuatro, muy apuestos. A uno de ellos se le cayó el vaso, que se hizo añicos, y la mirada de pánico que lanzó a Paula hizo sonreír a Pedro. Era evidente que había conseguido que la temieran.


–Lo siento, Paula –balbuceó.


Paula se volvió y vio a Pedro. La sonrisa que asomaba a sus comisuras fue prueba de que contenía la risa, y él le devolvió una sonrisa de complicidad al tiempo que intentaba ignorar el placer que le producía ese pequeño gesto de intimidad. Desde que se conocían había mantenido una actitud tan hostil, que la ausencia de conflicto resultaba especialmente agradable


–No te preocupes, Camilo. No tardarás en aprender.


¿A quién intentaba engañar? Era evidente que era un torpe. Pedro se puso alerta al ver que dedicaba una luminosa sonrisa a Paula, que ésta devolvía.


–Escuchad –dijo ella, señalando a Pedro–. Éste es Pedro. Fue él quien cerró el local la semana pasada y no dudará en volver a hacerlo y dejarnos en la calle, así que más nos vale hacer un buen trabajo.


Cuatro pares de ojos lo miraron con aprensión mientras él los miraba impasible. Se había enfrentado en los tribunales a suficientes miembros de bandas callejeras como para no sentirse intimidado por cuatro camareros atractivos.


Paula continuó dando instrucciones y él aprovechó para recorrer el local y ver qué cambios había hecho. Todas las ventanas estaban abiertas y en cada alfeizar había velas con quemadores de aceites perfumados. Pedro se acercó a uno para olerlo. Olía como ella: cálido y levemente exótico.


Cuando se volvió, los demás se marchaban, evitando cruzar la mirada con él. Paula se aproximó y Pedro puso freno a sus calenturientos pensamientos.


–Gracias por la simpática presentación.


–Alguien tiene que hacer de poli malo.


–Pensaba que te gustaría desempeñar ese papel.


–¡En absoluto! Yo soy siempre buena.


Pedro lo dudaba, pero se guardó el comentario.


–¿De verdad crees que ese tipo puede hacer el trabajo? –dijo, indicando con la cabeza a Camilo, que había sido el último en marcharse tras barrer.


–Puede cargar pesos y es muy guapo.


–¿Ser guapo basta?


Paula puso los ojos en blanco.


–En parte sí. A todo el mundo le gusta ver algo bello.


–Pero no todo el mundo tiene el mismo concepto de belleza.


–No te preocupes, Camilo va a satisfacer a muchos clientes. Y sabe hacer buenos combinados –dijo ella, sonriendo de una manera que inquietó a Pedro. ¿Qué tenía aquel tipo para que se le cayera la baba?–. Los clientes tienen que entrar, y en cuanto vean que se les atiende bien, que la música y el ambiente son buenos, se quedarán y gastarán dinero.


Pedro asintió. No parecía un objetivo demasiado difícil.


–¿Qué piensas hacer con todo eso? –preguntó, indicando las bebidas de la barra–. ¿Una fiesta privada?


–A no ser que los quieras tú, se irán por el desagüe –dijo ella con gesto desafiante–. No es un desperdicio. Lo necesitaba para ver qué tal hacían las mezclas.


–No pretendía insinuar eso. ¿No quieres una copa?


–Yo no bebo.


Pedro la miró sorprendido.


–¿Nunca?


–No mientras trabajo ni en un local público. Si acaso, una copa de vino en casa, con amigos.


Pedro estaba a punto de preguntarle por qué cuando oyó pisadas de tacón alto subir las escaleras precipitadamente.


–Paula, cariño, siento llegar tarde.


Pedro se volvió y vio entrar como una exhalación a la mujer más alta que había visto en toda su vida. A la misma velocidad, Paula fue directa a ella con los brazos abiertos. Luego se separaron como para mirarse a la cara y vio que Paula le guiñaba un ojo.


Pedro, ésta es Samantha. Es la persona de la que te he hablado para la puerta.


Una mujer de portera. Vaya. Eso sí era una novedad.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 16

 

Siempre haces un seguimiento de la evolución de las medidas que adoptas


La oficina de Pedro tenía una vista privilegiada del centro de poder de Nueva Zelanda, el Parlamento y el Tribunal Supremo, así como de la mejor facultad de Derecho. En aquel pequeño perímetro se legislaba, se enseñaban las leyes y se aseguraba que se cumplieran. Y Pedro se sentía en su casa.


Pero aquel día estaba ansioso por ir a otra zona donde las tiendas de moda se mezclaban con los cafés y los clubes más modernos, donde pasaba su tiempo de ocio la población más cosmopolita del mundo del cine y de la moda.


Sin embargo, antes de poder marcharse tuvo que atender una serie de interminables reuniones y resolver problemas inesperados, y era ya tarde cuando finalmente fue al bar. Aunque en la puerta estaba puesto el cartel de cerrado, ésta estaba abierta de par en par. Mientras subía las escaleras, oyó la voz de Paula, y ascendió lentamente para poder oír lo que decía.


–Quiero profesionalidad. Sé que las cosas no han ido bien desde que Lara se ha marchado, pero desde ahora eso va a cambiar. Ya habéis visto lo que le ha pasado al encargado esta semana. Pues si no arrimáis el hombro, vosotros seréis los siguientes. Quiero que uséis el negro como uniforme. Elegid entre vuestro vestuario lo más favorecedor, pero que sea sutil; no somos un club de strippers. Quiero elegancia y discreción. En cuanto al comportamiento, recordad que los clientes han de estar contentos, así que no quiero malas caras ni gestos contrariados. Es preferible un cierto grado de coquetería. Recordad que esto es un bar y que la gente viene a pasarlo bien en un ambiente exclusivo. Para hacerlos felices tenemos que proporcionarles su bebida con prontitud y cortesía, pero la palabra clave es «prontitud». Después de todo, lo que queremos es ganar dinero.


Pedro sonrió al oír el comentario de «malas caras», y se preguntó qué pensarían si la hubieran visto aquella mañana en la piscina. Al llegar a lo alto de la escalera vio a cuatro trabajadores tras la barra y una selección de bebidas sobre ésta. Pedro registró todo en una fracción de segundo y luego le clavó la mirada a Paula. Ésta estaba al otro lado de la barra, una vez más en vaqueros, con las piernas entreabiertas y el peso repartido entre ambas. O estaba dándoles una lección en combinados o se disponían a emborracharse.


–Último ejemplo –dijo ella–. Algo para los conductores: limón, lima y bitter.


Los cuatro se movieron al unísono, mezclando las bebidas en un vaso.


Los vaqueros que llevaba debían estar prohibidos por ley. La forma en que se ajustaban a sus caderas, cómo enfatizaban sus largas piernas eran una tortura para Pedro, que sólo podía pensar en quitárselos y enlazar aquellas piernas a su cintura.


–Preguntad siempre si prefieren beber en vaso o directamente de la botella.


NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 15

 

Paula lo sorprendió tardando sólo un cuarto de hora. Llevaba el cabello, todavía mojado, suelto, y las ondas caían por su espalda como una cascada. Pedro había dicho que prefería el cabello peinado, pero mentía. Sus dedos ardían por acariciárselo y por enredarse en su densa mata y que ésta acariciara su cara.


Trasmitía un aire más calmado, con una expresión que parecía retarlo a provocarla. Pedro estaba dispuesto a hacerlo. Había disfrutado mucho con los combates verbales que había disputado el día anterior.


Alzando la barbilla, Paula arqueó las cejas en un gesto interrogativo. Él aceptó el reto, dio media vuelta y fue hacia la puerta confiando en que ella lo siguiera. Como así fue, sintió que la adrenalina le corría por las venas.


Caminó a largas zancadas.


–¿Voy demasiado deprisa? –preguntó, mirando de soslayo el sensual vaivén de las caderas de Paula.


–Me suele gustar tomarme las cosas con más calma, pero no importa –dijo ella, mirándolo a los ojos–. Sé que estás muy ocupado.


Pedro contestó como si no hubiera captado su tono sarcástico.


–El tiempo es muy valioso. Normalmente llevo conmigo un dictáfono y trabajo mientras camino.


–Me lo imagino. Eres increíble. 


Él sonrió.


–Tengo muchos talentos ocultos.


–No lo dudo.


Sujetó la puerta de la cafetería para que Paula entrara.


–¿Quieres café?


–Sí. Solo, doble, con tres azucarillos.


Pedro fue a la barra mientras ella se sentaba en una mesa junto a la ventana. Cuando él se aproximó percibió la tensión en sus hombros y la fuerza con la que entrelazó los dedos, se dio cuenta de que no miraba por la ventana, sino al reflejo de Pedro en el cristal. Sus ojos verdes se encontraron con los de él, que aminoró el paso; se observaron y la temperatura aumentó. El instante se quebró cuando dejó las tazas en la mesa. Paula lo miró y compuso una fría y educada sonrisa, como si la ardiente mirada no se hubiera producido.


Pedro se sentó frente a ella.


–¿Qué quieres saber? –preguntó Paula.


–¿Vas a poder sacar adelante el bar?


–Sí. Hoy por la mañana voy a hablar con los proveedores y he convocado al personal para una reunión. Después localizaré al DJ. Lo que queda de la limpieza puede hacerlo el equipo. En cuanto tengamos los suministros, podremos abrir, y sólo hará falta que hagamos un poco de propaganda.


–Pero si apenas hay tiempo…


–Lo más importante es hacer correr la voz. Si puedo avisar a la gente adecuada, no habrá ningún problema.


–¿Y vas a poder?


Paula sonrió con aplomo.


–Seguro que sí.




lunes, 6 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 14

 

Pedro se había fijado en el bikini de flores, tenía un cuerpo espectacular.


Pedro había realizado centenares de agotadoras sesiones en la piscina, pero nunca había sentido que le faltara la respiración, tal y como le pasaba en aquel instante. Y se alegraba de estar cubierto porque temía que su cuerpo manifestara espontáneamente cuánto apreciaba el cuerpo que tenía ante sí.


No lo tomaba por sorpresa porque ya el día anterior se había dado cuenta de que los vaqueros y la camiseta ocultaban un cuerpo digno de ser exhibido, tal y como conseguían en aquel momento los tres trozos de tela que apenas lo cubrían.


Aquel bikini era más apropiado para una playa. Preferiblemente una privada y con él como única compañía, junto con unas bebidas refrescantes imprescindibles para saciar la sed después de…


Parpadeó. ¿Estaba teniendo una fantasía erótica en una piscina pública? Volvió a parpadear. Así era. Pero era imposible borrarla cuando tenía una visión tan tentadora ante sí.


El cuerpo era musculoso, con las curvas exuberantes, como las que amenazaban con escapar de la parte de arriba de su bikini, tras el que se apreciaban unos pezones endurecidos que parecían estar pidiendo a gritos una boca que los mordisqueara y lamiera. La suya.


Pedro frunció el ceño y bajó la mirada, decidido a librarse de aquel salto de lascivia tan inoportuno. En lugar de las botas vaqueras encontró unas uñas pintadas de rojo sangre.


Era imprescindible llevar la conversación a un terreno neutro.


–Ahora voy a la oficina, pero luego te iré a ver al bar.


–Te estaré esperando.


Pedro vaciló.


–¿Puedes ir a casa sola?


–Claro. ¿Tú vas directamente al trabajo? –preguntó ella, sorprendida. Acababan de dar la siete.


Pedro sacudió la cabeza.


–No. Antes compro un café y voy a casa a cambiarme –sin ser consciente de que se le pasara por la cabeza, le salió invitarla antes de poder reprimir el impulso–: ¿Por qué no vienes y me cuentas los planes que tienes para el bar? –para demostrar que hablaba como jefe y que no se trataba de una proposición personal, añadió–: Porque supongo que tendrás algunas ideas que quieras comentar…


–Desde luego. De hecho tengo una lista.


Paula parecía incómoda y Pedro se dio cuenta de que ni siquiera había tenido la oportunidad de envolverse en la toalla.


–Vamos, ve a cambiarte. Tendré un café listo para cuando salgas. Me parece que lo necesitas –al ver que palidecía, Pedro sintió una creciente curiosidad, así que decidió no darle la oportunidad de rechazarlo–. Nos vemos en la puerta en veinte minutos





NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 13

 

Él la estaba mirando con expresión seria y Paula sitió su mirada como una caricia sobre la piel. Tuvo que recordarse cómo se respiraba: inspirar, espirar, inspirar, espirar.


Pero su mente invocó imágenes todavía más perturbadoras de aquel cuerpo pegado al suyo y tuvo que frenarlas al instante.


Pedro alzó la mirada hasta sus ojos y ella tuvo que ocultar su perturbación antes de que él la vislumbrara con su aguda capacidad de observación. ¿Cuánto tiempo llevaban mirándose el uno al otro? Paula tenía la sensación de que habían sido siglos, pero confió en que no fuera más que una impresión subjetiva y que no se tratara más que de unos segundos.


–Hola –saludo. Y habría sonreído si él no tuviera una expresión tan seria.


–¿Qué haces aquí? –preguntó él a bocajarro, como si desaprobara su presencia allí.


–Comer palomitas. ¿Tú que crees?


Quizá no era la mejor forma de empezar el día con su nuevo jefe, pero la culpa la tenía él.


–¿Te gustan saladas? –preguntó él.


–Sí, con mucha sal.


–Yo las prefiero con miel.


Paula hizo una mueca de desagrado.


–¿Nadas para hacer ejercicio? –preguntó él.


–Nado porque me gusta.


Aunque Pedro tenía la capacidad de irritarla con mayor rapidez que ninguna otra persona, también la excitaba con la misma facilidad. Y más aún si estaba casi desnudo.


Afortunadamente, llevaba una toalla a la cintura, lo que no impidió que pasaran por la mente de Paula todas las alternativas posibles sobre lo que podía ocultar: bañador de nadador, bermudas… Mientras el agua seguía deslizándose por su cuerpo, Paula intentó con todas sus fuerzas no seguir el recorrido de cada gota por su musculoso torso.


Ni la persona más imaginativa habría adivinado el cuerpazo que ocultaba el traje de chaqueta. Hombros anchos, abdominales marcados, una leve capa de vello que desaparecía por debajo de la toalla como una flecha dirigida hacia… Mejor no pensarlo.


El silencio se había prolongado más de lo debido, así que alzó la mirada hacia el rostro de Pedro.


–¿Tú nadas para estar en forma?


–Así es –dijo él, asintiendo–. Hace años solía competir. Ahora vengo todas las mañanas o voy al mediodía a una piscina al aire libre que tengo cerca del trabajo.


Eso explicaba el delicado bronceado de su cuerpo, en un hombre que era difícil imaginar descansando el sol. De hecho, a Paula le sorprendió que se tomara un descanso durante el almuerzo.


Nadador competitivo, abogado competitivo. En definitiva, ambicioso y tenaz en todos los ámbitos. Por contraste, ella presentaba un aspecto nada habitual entre los nadadores regulares: con un mínimo bikini que le había regalado su hermana el verano anterior, eso sí, de diseño, con un estampado floral y un corte muy favorecedor.


–Yo nunca he competido. Simplemente, me encanta el agua –Paula volvió a medir mentalmente los hombros de Pedro.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 12

 

Piensas que un análisis racional es la mejor forma de resolver cualquier problema


Paula despertó tras una noche agitada. Odiaba dormir acompañada. Incluso solía pasarle con sus novios. De hecho, prefería que sus amantes se marcharan al amanecer y la dejaran intentar dormir durante unas horas. El insomnio era una tortura.


Sus años en el internado también lo habían sido. A ella le gustaba tener espacio y sentirse segura. Pero el albergue juvenil de Wellington no le ofrecía ni una cosa ni otra por culpa de las decenas de mochileros que se alojaban en él.


Se levantó malhumorada. En cierto momento había tenido un sueño fantástico, en el que se encontraba en brazos de un hombre fuerte y cariñoso. Cuando las facciones del protagonista se habían definido habían resultado ser las de su nuevo jefe, Pedro. En ese preciso instante habían llegado tres chicas inglesas haciendo ruido, y casi se lo había agradecido, porque prefería no tener fantasías con don Abogado.


Intentando apartar de su mente aquellas facciones, vio la cola que había delante del cuarto de baño y renunció a ducharse. Se puso unos vaqueros y una camiseta y metió un bikini en la mochila. Se recogió la despeinada melena en una coleta y salió a la calle.


En la ribera de Wellington había una fabulosa piscina, un refugio para los funcionarios y los estudiantes que querían ponerse en forma. A Paula no le interesaba muscularse, ella quería nadar. Adoraba la sensación de libertad de su cuerpo flotando en el agua, sin peso, sin preocupaciones. Era capaz de pasarse horas en el agua. Aunque todavía más le gustaba bailar.


Sacó las monedas necesarias para entrar en la piscina, fue apresuradamente al vestuario a cambiarse y ni siquiera se molestó en guardar la mochila en un casillero porque no tenía nada de valor. Con las gafas colgadas de la muñeca, fue hasta la piscina y dejó la bolsa en la fila más baja de las gradas de los espectadores.


Paula echó la cabeza para atrás y la sacudió para soltar su cabello, que recogió en una trenza. Como no la ató, sabía que se soltaría pronto, pero su cabello flotando en el agua era otra de las sensaciones que más le gustaban de nadar.


Paula eligió la calle de la piscina que estaba menos concurrida. Tras esperar a que el anterior nadador hubiese recorrido una buena distancia, se sumergió, gozando como siempre de ese instante entre el suelo y el agua que le hacía sentirse como un delfín.


Después de recorrer varios largos, hizo una pausa para respirar y flotar. La sangre le bombeaba en las venas y se sintió revivir después de lo poco que había dormido. Se desperezó y se rió de sí misma. Estaba segura de que había ido muchas más veces a trabajar sin dormir que habiendo dormido, pero nunca antes le había importado. Aquella mañana, sin embargo, era distinta. No sólo quería cumplir con su trabajo, sino hacerlo bien. Miró el reloj e hizo un nuevo largo, pensando en el bar con cada brazada.


Por una vez en su vida quería demostrar que era capaz de hacer bien las cosas. Aunque Pedro le había brindado la oportunidad, no se había molestado en fingir que la creyera capaz de hacerlo. Pero ella le demostraría que se equivocaba.


Tras unos cuantos largos más, estaba exhausta y lista para empezar el día. No quería llegar tarde.


Miró hacia la última calle y vio que sólo quedaba uno de los veloces nadadores, que parecía poder seguir indefinidamente sin dar muestras de cansancio. Paula se giró hacia la grada y de pronto se paró en seco al percibir un torso de bronce y unos ojos dorados aproximarse. ¿O eran color avellana con destellos de ámbar? Cualquiera que fuese su color, Paula estaba segura de no haber visto nunca nada igual, y menos en un hombre.


Pedro.


Pedro delante de ella y prácticamente desnudo. Lo miró boquiabierta y aunque intentó ocultar su sorpresa, no lo consiguió.


domingo, 5 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 11

 


Ella le dirigió una mirada de total indiferencia y continuó con lo que estaba haciendo. Él se quedó donde estaba, observándola.


¿Lo encontraba aburrido? ¿Sólo porque llevaba traje y era abogado? Debería aprender a no juzgar por las apariencias.


Paula se agachó, tomó del suelo un spray, lo pulverizó sobre el cristal y comenzó a frotar mientras miraba a Pedro en el espejo de detrás de los estantes. En lugar de apartar la mirada, él se la devolvió y a los pocos segundos Paula se quedaba inmóvil con la mano sobre el estante, sin apartar la mirada.


Pedro habría hecho lo que fuera por demostrarle en aquel mismo instante que no tenía nada de conservador, y ella debió intuir lo que pensaba porque desvió la mirada y siguió limpiando con renovada energía.


–Creía que tenías trabajo que hacer.


–Así es.


Pedro se separó de la barra y pasó al otro lado, se sentó en el último taburete y sacó algunas carpetas del maletín. Dejó el ordenador a un lado y se concentró en los documentos con una bolígrafo en la mano, intentando ignorar la belleza playera que interpretaba el papel de Cenicienta en la esquina opuesta.


Paula usó la limpieza de la cámara como una manera de descargar tensión acumulada mientras de reojo observaba a Pedro, entre ofendida y atraída por él.


Por mucho que no fuera su tipo, que no lo era, era innegable que se trataba de un hombre espectacularmente guapo. Llevaba más de cuarenta minutos trabajando en sus papeles, sin levantar la mirada. Era evidente que tenía una increíble capacidad de concentración y una intensidad en la mirada que parecía capaz de atravesar todas las capas superficiales hasta llegar a la esencia de las cosas. En su caso, a su corazón. Paula pensó que no le gustaría estar en el banquillo de los acusados y sentirse radiografiado por aquellos ojos de reflejos dorados. Por una fracción de segundo, había visto en ellos el resplandor de un depredador a punto de lanzarse sobre su presa. Pero nadie la cazaba a ella. Y mucho menos uno de esos tipos de traje que imponían las reglas sin tener en cuenta ni los sentimientos ni las necesidades de los demás.


–¿Se trata de un caso importante? –preguntó cuando el silencio se le hizo insoportable.


Él alzó la cabeza.


–Bastante.


–¿Vas a conseguir que lo declaren inocente?


–Voy a esforzarme al máximo.


Pedro continuó revisando los documentos, y que fuera tan críptico contribuyó a aumentar la curiosidad de Paula por verlo sin su máscara de chico formal… y en la cama. Seguro que era serio, fuerte e intenso. Si incluso a aquella distancia su cuerpo se sentía alerta, no quería ni imaginar qué sucedería si algún día lo tenía tan cerca como una mujer y un hombre podían llegar a estarlo.


Terminó de limpiar y de hacer un detallado inventario de los suministros. Estaba agotada y tenía hambre, pero daba la impresión de que Pedro estaba decidido a seguir trabajando. ¿Hasta qué hora esperaba que ella continuara? Decidió explicarle todo lo que había hecho para sorprenderlo con su eficiencia.


–He organizado al personal para el viernes, pero mañana mismo tendremos una reunión. ¿Quieres asistir?


Él alzó la mirada con expresión distraída.


–Es posible –dijo una vez se concentró en lo que Paula le había dicho–. ¿A qué hora?


–A las tres. Entretanto estoy buscando un sustituto para el portero los jueves y los sábados, y conozco a alguien perfecto.


Pedro pareció más escéptico que admirado.


–¿Tiene la formación adecuada?


–Por supuesto –Paula estaba deseando ver la cara que se le ponía al ver a la persona que tenía en mente.


Su actitud maliciosa no pasó desapercibida a Pedro, que la miró con curiosidad. Pero a Paula le desilusionó que no le preguntara más sobre los casi dos metros de altura y cinturón negro en jiu-jitsu a quien le había ofrecido el puesto.


–¿Qué hay de los suministros? –preguntó él.


–He hecho el inventario y he limpiado los estantes al mismo tiempo. Mañana a primera hora llamaré a los proveedores.


–¿Qué hay del DJ?


–También pensaba usar mis contactos.


–¿Y los extintores y las salidas de emergencia? 


Paula miró a Pedro.


–¿Sólo sabes pensar en normas y regulaciones?


–No se trata de un bar pequeño, sino de un local con licencia nocturna y una pista de baile llena los fines de semana. La limpieza y la seguridad son primordiales.


¡Cómo no! ¡Qué típico que no fuera capaz de pensar en el bar como un sitio en el que pasarlo bien! Era evidente que para él no era más que una preocupación más, y que era asiduo a aburridos clubes privados de degustación de vino.


–Muy bien, voy a comprobar las salidas de emergencia.


–Espero que expliques al personal la importancia de mantenerlas siempre despejadas.


–Claro, jefe.


Ella tenía conocimientos de la profesión de primera mano y sabía que sus empleados necesitarían otro tipo de armas para defenderse.


Pedro sacó algo del bolsillo.


–Te he hecho una copia de la llave –al mismo tiempo le dio un papel–. Y he escrito la clave de la alarma.


–¿Estás seguro de que quieres dármela? –preguntó ella con sorna.


Pedro la miró irritado, pero habló con calma:

–Mañana tengo una reunión importante y no sé cuánto durará, así que tendrás que empezar sin mí.


Paula reprimió la tentación de juntar los talones en un saludo militar. Él bajó la mirada hacia los papeles y ella tomó su bolso y la funda del violín. Ambos eran pesados. Estaba cansada y no esperaba con especial entusiasmo tener que dormir en compañía de extraños.


–¿Puedes ir a casa sola?


–Claro.


–Gracias por todo.


Paula creyó por un instante que estaba satisfecho con su trabajo y no pudo evitar sonreír.


–Hasta mañana.


En lugar de mostrar una mínima calidez en su respuesta, Pedro frunció el ceño.


–Cierra bien la puerta, por favor.


–Claro.


Paula sabía que era una tontería, pero le desilusionó que ni siquiera sonriera. O que la acompañara a lo alto de las escaleras como muestra de cortesía.


Era tal y como había intuido, arrogante e insensible. Ni siquiera la miraba ya, sino que se concentraba en los papeles. Dudaba de que fuera consciente de que estaba a punto de bajar.


Pedro tuvo la sensación de haber leído la misma línea cuatro veces. Oyó el taconeó de las botas vaqueras en las escaleras. Miró el reloj: eran más de las diez y media. Frunció el ceño y se puso en pie.


–¿Paula? –la llamó. Ella se volvió a mirarlo–. ¿Estás segura de que puedes ir a casa sin problemas?


–Sí, gracias –hizo una pequeña pausa y añadió con una resplandeciente sonrisa–. Gracias por darme el trabajo, Pedro.


–De nada.


Pedro esperó a que terminara de bajar las escaleras y cerrara la puerta antes volver a trabajar. La sonrisa de Paula era espectacular. Le quedaban largas horas de trabajo por delante y parecía incapaz de pensar en otra cosa que no fuera aquella sonrisa.