lunes, 6 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 12

 

Piensas que un análisis racional es la mejor forma de resolver cualquier problema


Paula despertó tras una noche agitada. Odiaba dormir acompañada. Incluso solía pasarle con sus novios. De hecho, prefería que sus amantes se marcharan al amanecer y la dejaran intentar dormir durante unas horas. El insomnio era una tortura.


Sus años en el internado también lo habían sido. A ella le gustaba tener espacio y sentirse segura. Pero el albergue juvenil de Wellington no le ofrecía ni una cosa ni otra por culpa de las decenas de mochileros que se alojaban en él.


Se levantó malhumorada. En cierto momento había tenido un sueño fantástico, en el que se encontraba en brazos de un hombre fuerte y cariñoso. Cuando las facciones del protagonista se habían definido habían resultado ser las de su nuevo jefe, Pedro. En ese preciso instante habían llegado tres chicas inglesas haciendo ruido, y casi se lo había agradecido, porque prefería no tener fantasías con don Abogado.


Intentando apartar de su mente aquellas facciones, vio la cola que había delante del cuarto de baño y renunció a ducharse. Se puso unos vaqueros y una camiseta y metió un bikini en la mochila. Se recogió la despeinada melena en una coleta y salió a la calle.


En la ribera de Wellington había una fabulosa piscina, un refugio para los funcionarios y los estudiantes que querían ponerse en forma. A Paula no le interesaba muscularse, ella quería nadar. Adoraba la sensación de libertad de su cuerpo flotando en el agua, sin peso, sin preocupaciones. Era capaz de pasarse horas en el agua. Aunque todavía más le gustaba bailar.


Sacó las monedas necesarias para entrar en la piscina, fue apresuradamente al vestuario a cambiarse y ni siquiera se molestó en guardar la mochila en un casillero porque no tenía nada de valor. Con las gafas colgadas de la muñeca, fue hasta la piscina y dejó la bolsa en la fila más baja de las gradas de los espectadores.


Paula echó la cabeza para atrás y la sacudió para soltar su cabello, que recogió en una trenza. Como no la ató, sabía que se soltaría pronto, pero su cabello flotando en el agua era otra de las sensaciones que más le gustaban de nadar.


Paula eligió la calle de la piscina que estaba menos concurrida. Tras esperar a que el anterior nadador hubiese recorrido una buena distancia, se sumergió, gozando como siempre de ese instante entre el suelo y el agua que le hacía sentirse como un delfín.


Después de recorrer varios largos, hizo una pausa para respirar y flotar. La sangre le bombeaba en las venas y se sintió revivir después de lo poco que había dormido. Se desperezó y se rió de sí misma. Estaba segura de que había ido muchas más veces a trabajar sin dormir que habiendo dormido, pero nunca antes le había importado. Aquella mañana, sin embargo, era distinta. No sólo quería cumplir con su trabajo, sino hacerlo bien. Miró el reloj e hizo un nuevo largo, pensando en el bar con cada brazada.


Por una vez en su vida quería demostrar que era capaz de hacer bien las cosas. Aunque Pedro le había brindado la oportunidad, no se había molestado en fingir que la creyera capaz de hacerlo. Pero ella le demostraría que se equivocaba.


Tras unos cuantos largos más, estaba exhausta y lista para empezar el día. No quería llegar tarde.


Miró hacia la última calle y vio que sólo quedaba uno de los veloces nadadores, que parecía poder seguir indefinidamente sin dar muestras de cansancio. Paula se giró hacia la grada y de pronto se paró en seco al percibir un torso de bronce y unos ojos dorados aproximarse. ¿O eran color avellana con destellos de ámbar? Cualquiera que fuese su color, Paula estaba segura de no haber visto nunca nada igual, y menos en un hombre.


Pedro.


Pedro delante de ella y prácticamente desnudo. Lo miró boquiabierta y aunque intentó ocultar su sorpresa, no lo consiguió.


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