domingo, 4 de julio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 49

 


—Siento que hayas tenido que ir a buscarme —se disculpó Paula.


— Tienes suerte de que sólo te hayan robado el móvil —replicó él, con una tranquilidad más aterradora que su furia—. ¿Por qué no entiendes de una vez que ésta es una ciudad peligrosa? Siendo mi mujer estás bajo mi protección y, sin embargo, te pones en peligro deliberadamente 


—Sólo había ido a dar un paseo.


—Dos hombres han perdido su empleo por tu culpa —siguió Pedrocomo si no la hubiese oído—. Y yo he perdido el mejor acuerdo económico del año porque tuve que dejar una reunión para ir a buscarte. Espero que estés contenta.


—Yo no quería que nadie perdiese su empleo. No los despidas, por favor.


Pedro levantó una ceja.


—Si me das tu palabra de que dejarás de portarte como una niña pequeña y empezarás a portarte como debe hacerlo mi esposa.


—¿Quieres decir que te haga reverencias y obedezca tus órdenes? — replicó ella, irónica.


—No seas dramática. Tú sabes a qué me refiero. Si vuelves a hacerme pasar por lo que me has hecho pasar hoy, te encerraré y tiraré la llave… —Pedro no terminó la frase, buscando sus labios con una desesperación que casi la asustó.


Sabía que debería apartarse porque en ese beso no había amor... y por un millón de razones. Pero dos días sin tocarlo habían debilitado su resistencia. ¿Y por qué iba a negarle a su cuerpo lo que le pedía?


Pedro sólo quería sexo y, si era sincera consigo misma, debía admitir por fin que no tenía voluntad para luchar contra la atracción que sentía por él. Ni siquiera tenía sentido fingir que aquello era amor…


Paula enredó los brazos en su cuello y, al notar que se estremecía, pensó que de verdad había estado preocupado por ella. Y, aunque no quería admitirlo, eso despertó de nuevo la esperanza de que hubiese un futuro para su matrimonio.


Más tarde, en la cama, después de dos noches de abstinencia tardaron mucho tiempo en satisfacerse el uno al otro.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 48

 


Paula miró alrededor. Empezaba a anochecer y los rascacielos que seis horas antes le habían parecido fabulosos ahora le parecían amenazadores. Al sentarse en una terraza para comer algo comprobó que le habían robado el móvil, pero no se preocupó demasiado porque aún tenía el bolso y el dinero. Sin embargo, al subir a un taxi se dio cuenta de que no sabía la dirección de Pedro… sólo sabía que era un rascacielos sobre Central Park. Y todos los rascacielos le parecían iguales.


El taxista era extranjero y, por mucho que intentó explicárselo, no fueron capaces de entenderse. Suspirando, Paula bajó del taxi.


¿Qué podía hacer? Pensó en llamar a información, pero todas las cabinas que encontró a su paso estaban estropeadas. Como último recurso, decidió entrar en una comisaría.


El policía del mostrador la miró como si estuviera loca cuando le explicó que le habían robado el móvil con todos los números de contacto en Nueva York y que no sabía la dirección de su marido. El hombre le pidió que se sentara, ofreciéndole amablemente un café, y Paula suspiró, nerviosa. Pedro montaría en cólera, sin duda. Seguramente habría enviado a Máximo a buscarla y el pobre Máximo estaría volviéndose loco por todo Nueva York.


La puerta de la comisaría se abrió poco después.


Paula levantó la cabeza y vio la silueta de un hombre recortada contra la luz de la calle. No podía ver su cara, pero daba igual. Era Pedro y la furia que emitía era evidente desde donde estaba sentada.


—Hola, Pedro, me han robado el móvil y…


—Vamos a casa —la interrumpió él, tomándola del brazo.


—Gracias, Gaston.


Paula miró por encima del hombro para despedirse del policía mientras su marido la llevaba hacia la puerta.


—Gracias, Gaston —repitió él, colérico, mientras entraban en un Ferrari negro.


No dijo una palabra más hasta que llegaron al apartamento.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 47

 


Pedro miró a los seis hombres reunidos en la sala de juntas. Había tardado meses en organizar aquella reunión y, si se ponían de acuerdo, sería la mayor transacción que había visto Wall Street. Echándose hacia atrás en la silla, dejó que el estadounidense tomase la palabra… el hombre había sido su invitado en el yate y ya habían acordado cómo presentar el proyecto para que fuera irresistible.


Entonces sintió una vibración en el pecho. Maldito teléfono móvil.


Pero cuando miró la pantalla se levantó de un salto.


—Lo siento, señores, tengo que posponer la reunión.


Estaba furioso, más que eso, cuando todos salieron de la sala de juntas.


—¿Qué ha pasado, Máximo? —Preguntó, poniéndose el móvil en la oreja—. ¿Cómo es posible que la hayáis perdido?


Después de escuchar un momento, Pedro dio instrucciones estrictas para que la encontrasen inmediatamente.




sábado, 3 de julio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 46

 

Despertó sola, la marca de la cabeza de Pedro sobre la almohada recordándole que su marido había compartido cama con ella por segunda vez… sin tocarla. Estaba dormida cuando se reunió con ella la primera noche y ella le había dado la espalda.


Y se decía a sí misma que eso era lo que debía hacer.


Como un general, Pedro la había llevado por todo Manhattan, enseñándole los edificios más conocidos. Luego le había comprado un móvil y programado todos los números que creía que podía necesitar. Y también le compró una montaña de ropa a pesar de sus protestas. Su esposa, según él, tenía que dar una imagen determinada. Y la poca ropa que había llevado con ella en la maleta no era suficiente. Lo cual, evidentemente, no era culpa suya.


Cuando volvió al apartamento, se quedó boquiabierta al ver que no sólo tenía un nuevo ordenador sino un escritorio, un sillón de trabajo y una estantería llena de libros. Un estudio en toda regla.


Abrió su cuenta de correo y uno de los mensajes la animó muchísimo.


Era la confirmación de que la expedición que había estado intentando organizar durante los últimos meses iba a realizarse. Y que el gobierno venezolano había expedido las licencias y los permisos necesarios. La expedición tenía como objetivo localizar un barco pirata hundido en el archipiélago de Los Roques y Paula se reuniría con el resto del equipo en Caracas el veinte de septiembre. Su esperanza era encontrar el pecio y su carga que, según todos los documentos que habían localizado, consistía en oro, joyas y tesoros de toda Europa.


Inclinada sobre el ordenador soltó una carcajada mientras leía el correo de Jerónimo Hardington, un renombrado buscador de tesoros y famoso seductor, aunque ella sabía que era un hombre felizmente casado. Su mujer, Delia, era amiga suya.


—Parece que hay algo que te hace feliz.


Paula volvió la cabeza al oír la voz de su marido.


—¿Cuándo has llegado?


—Ah, estás trabajando —murmuró Pedro—. Entonces no soy yo la causa de tu buen humor.


—No, desde luego. Pero gracias por el ordenador. 


Él apartó un mechón de pelo de su frente.


—Puedes tener todo lo que quieras, ya lo sabes —murmuró, inclinándose para besarla, su lengua despertando un cosquilleo ya familiar entre sus piernas.


—¿Y ahora tengo que pagar por ello? —preguntó Paula, apartándose.


—Me decepcionas, querida. Yo nunca he tenido que pagar a una mujer. ¿Por qué dejas que el resentimiento nuble tu buen juicio? ¿Por qué privar a tu cuerpo de lo que evidentemente desea? —Su mirada oscura se deslizó hasta sus pechos, los pezones marcándose claramente bajo la tela de la camiseta—. Eres una mujer muy obstinada, pero no puedes competir conmigo.


Al día siguiente, decidió salir sola por Nueva York y rechazó la limusina, insistiendo en que sólo iba a dar un paseo. Entró en la primera estación de metro que encontró y se coló de un salto en el último vagón de un tren que estaba a punto de salir. Pero, mientras se cerraban las puertas, en el andén vio a un hombre que sacaba un móvil del bolsillo, mirándola con gesto preocupado.


Paula se encogió de hombros.


No tenía ni idea de dónde iba y le daba igual.


Era libre…


Un par de estaciones después bajó del vagón y salió del metro. Las calles estaban tan llenas de gente que algunas personas chocaban con ella y, sin saber por qué, soltó una carcajada. Era estupendo formar parte de las masas de nuevo.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 45

 


María le enseñó el ático, con un enorme salón, un cuarto de estar, un estudio, tres suites con dormitorio y cuarto de baño completo, un dormitorio principal con jacuzzi y sauna… Los suelos eran de madera brillante, la decoración tradicional más que contemporánea y la vista de Manhattan tan hermosa como para robarle el aliento.


La cena fue más tensa que de costumbre, pero Pedro le dijo que al día siguiente le enseñaría la ciudad.


—No hace falta, seguro que a Máximo no le importaría acompañarme — replicó Paula.


—Mañana por la mañana saldremos juntos a dar un paseo —insistió él—. A partir de mañana puedes salir sola cuando quieras.


—¿Salir para qué? Ahora mismo tendría que estar en Londres, trabajando.


—Yo paso mucho tiempo en Nueva York y, como eres mi esposa, tú también. En este momento estoy negociando una adquisición importante.


Tengo mucha fe en mis empleados, pero cualquier error podría costarme una fortuna, de modo que mi presencia es necesaria.


—Ya, claro. Mucho más importante que mi investigación, que no genera ingresos millonarios —replicó Paula, irónica.


—Tu carrera, aunque interesante, no es lo más importante de tu vida. Sé que has hecho algunas expediciones por el Mediterráneo, pero pasas la mayoría del tiempo en un museo entre viejos papeles…


—Eso es lo que hacen los investigadores. ¿Y cómo lo sabes tú, además?


—He hecho que te investigasen.


—Ah, claro, por supuesto… ¿qué otra cosa puede hacer un marido normal? ——casi le daban ganas de reír. La situación era completamente absurda.


—Ignorar la realidad es peligroso. Ahora estás en Nueva York, te guste o no. Un sitio que no te es familiar y en el que necesitas protección…


—Pero yo no quiero vivir aquí —le interrumpió ella—. Hay demasiada gente, demasiado tráfico, demasiado… todo.


—No tendremos que vivir aquí todo el tiempo. Mis oficinas centrales están en Londres y la que considero mi verdadera casa, en Perú. Creo que te gustará.


Y tuvo la indecencia de sonreír. Paula se levantó abruptamente.


—Si tú estás allí, lo dudo. Me voy a la cama… sola —dijo, antes de darse la vuelta.


Casi había llegado a la escalera cuando una fuerte mano la tomó por la cintura.


—Estás enfadada porque te he traído a Nueva York y lo entiendo. Pero mi paciencia tiene un límite —le advirtió Pedro, inclinando la cabeza para buscar sus labios—. Recuérdalo.


Paula miró esos ojos negros como la noche con el corazón acelerado y tuvo que agarrarse a la barandilla de la escalera.


Por Dios bendito, aquel hombre la había secuestrado, la había engañado… ¿qué clase de idiota sin voluntad era?, pensó, apartándose de su abrazo.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 44

 


Máximo los esperaba en el aeropuerto para llevarlos en limusina al ático de Pedro sobre Central Park. Y Paula seguía sin creer que la hubiese llevado allí engañada. ¿Qué clase de hombre era Pedro Alfonso? ¿Con qué clase de monstruo se había casado?


Una vez en el ascensor, Pedro pulsó el botón del ático y se apoyo en la pared, mirándola sin expresión.


—Pensé que Máximo vendría con nosotros —dijo ella, sin mirarlo.


—No, está aparcando la limusina en el garaje. Luego subirá las maletas y se marchará.


—Pasa mucho tiempo contigo. ¿A qué se dedica exactamente?


—Máximo es mi jefe de seguridad y un amigo en el que siempre puedo confiar.


—¿Un guardaespaldas quieres decir? Pero eso es ridículo.


—No es ridículo. Inconveniente a veces, pero en mi mundo es necesario. Máximo vigila por mí, dispuesto a informarme de cualquier peligro. De hecho, desde que nos casamos tú también tienes un guardaespaldas.


—¿Quieres decir que han estado vigilándome todo el tiempo? — exclamó ella, atónita. Era como si su intimidad hubiera sido invadida, junto con su cuerpo y todo lo demás, desde el día que se casó con él—. Yo no quiero guardaespaldas. No me gusta que me sigan a todas partes.


Pedro se encogió de hombros.


—El operativo de Máximo es totalmente discreto. Te garantizo que no lo notarás siquiera. Soy un hombre muy rico, Paula, y mi esposa podría ser objetivo para algún secuestrador.


— Y tú sabes mucho sobre secuestros, ¿no? —le espetó ella.


—Olvídalo, cariño. Estás aquí y la seguridad no es negociable. ¿Lo entiendes?


Paula lo entendía muy bien, pero no tenía intención de soportar que alguien la vigilase veinticuatro horas al día y sabía que podría escapar de esa vigilancia cuando quisiera.


—Sí, claro. Perfectamente.


Una vez en el ático, Pedro le presentó a su ama de llaves, María, y a su marido, Felipe, que cuidaban la casa por él.


—María te enseñará la casa. Yo tengo mucho trabajo.


—Espera… ¿dónde está el teléfono? —Preguntó Paula—. Tengo que llamar a Marina para decirle dónde estoy.


—¿No has traído tu móvil?


Sabía que tenía uno porque la había llamado frecuentemente cuando estaban saliendo.


—No pensé que me hiciera falta en mi luna de miel.


—Muy bien, Paula, entiendo el mensaje —suspiró Pedro—. Lo sé, la luna de miel no ha sido lo que tú esperabas, pero la vida rara vez es lo que uno espera —añadió, enigmático—. Ésta es tu casa ahora, puedes usar el teléfono y todo lo demás.


—Muy bien. ¿Me prestas tu ordenador?


—No hace falta. Te traerán uno mañana mismo —contestó él—. Si quieres comer algo, díselo a María… aunque a mí se me ocurre algo más entretenido que comer. Pero, por tu expresión, dudo que estés de acuerdo —dijo Pedro, irónico—. Nos vemos a la hora de la cena.


Después de eso desapareció. Diciendo la última palabra, como siempre, pensó ella, amargada.





IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 43

 

El almuerzo fue servido en la terraza, pero no había ni rastro de su marido. Aunque no tenía apetito, Paula estaba intentando comer algo cuando la criada apareció con un mensaje de Pedro. Por lo visto, estaba demasiado ocupado para comer con ella y había pedido que llevasen una bandeja a su estudio. También le decía, en el tono habitual, que debía estar lista en una hora.


Paula bajó las escaleras exactamente una hora después, vestida con el traje azul marino. Pedro, en el vestíbulo, con el ordenador portátil en una mano y el móvil en la otra, se volvió al oír el repiqueteo de los tacones, sus ojos oscureciéndose un poco más al recordarla bajando la escalera de Deveral Hall el día de su boda. Entonces llevaba el mismo traje azul, sus ojos azules brillando de felicidad, con una sonrisa que podría iluminar todo el salón.


De repente, reconoció la diferencia que había estado dando vueltas en su cabeza desde que llegaron los invitados en Montecarlo. El sexo entre ellos era genial, pero no había vuelto a ver un brillo de felicidad en sus ojos, ni la había oído susurrar palabras de amor como en su noche de boda.


Paula se había vuelto una amante entusiasta, pero silenciosa.


Aunque eso daba igual. Era su mujer y había conseguido lo que quería.


Entonces, ¿por qué no se sentía satisfecho?


—Ah, veo que ya estás lista —cuando se acercaba al pie de la escalera se le ocurrió una idea que le pareció brillante—. Vamos, el helicóptero está esperando.


En Atenas tomaron el jet privado de Pedro, pero en cuanto estuvieron en el aire se apartó de ella y, sentándose al otro lado del pasillo, abrió su ordenador y se puso a trabajar.


Después de servir el café y ofrecerle unas revistas, Juan, el auxiliar de vuelo, le preguntó si necesitaba algo más. Era un joven agradable y, charlando con él, Paula descubrió que su ambición era viajar por todo el mundo y su trabajo una manera de conseguirlo.


En cuanto a Pedro, apenas la miró.


Paula cerró los ojos, pensativa. ¿Hacia bien volviendo a Inglaterra?


Tomas y Marina enseguida se darían cuenta de que le pasaba algo. Aunque podría alojarse en el ático de Pedro… podía buscar excusas para no verlos y, además, estar sola era justo lo que necesitaba en ese momento.


Cuando volvió a abrir los ojos, mucho tiempo después, Juan se acercó para preguntarle si quería comer algo y ella miró su reloj.


—Pero ya debemos estar a punto de llegar, ¿no?


—No, aún estamos a medio camino.


—¿A medio camino?


—Hay seis horas de vuelo hasta Nueva York…


—Cállate, Juan —intervino Pedro—. Déjanos solos un momento.


Cuando el auxiliar de vuelo desapareció, Paula le dirigió una mirada asesina a su marido.


—Eres un mentiroso…


—No pensarías que iba a dejar que me dieras órdenes, ¿no? Ninguna mujer me dirá nunca lo que tengo que hacer.


Muda de rabia, Paula miró alrededor. Estaba atrapada a diez mil metros sobre el Atlántico.


—No puedes hacerme esto. Es un secuestro…


—Ya lo he hecho, acéptalo.


—¡No voy a aceptarlo! —exclamó ella, furiosa. Quería gritar de rabia y de frustración pero, ¿de qué serviría?


—Haz lo que quieras —sonrió Pedro—. Pero si cambias de opinión, estos asientos se convierten en una cama estupenda. Los vuelos largos son muy aburridos.


«Nunca», pensó Paula, indignada.