—Siento que hayas tenido que ir a buscarme —se disculpó Paula.
— Tienes suerte de que sólo te hayan robado el móvil —replicó él, con una tranquilidad más aterradora que su furia—. ¿Por qué no entiendes de una vez que ésta es una ciudad peligrosa? Siendo mi mujer estás bajo mi protección y, sin embargo, te pones en peligro deliberadamente
—Sólo había ido a dar un paseo.
—Dos hombres han perdido su empleo por tu culpa —siguió Pedro, como si no la hubiese oído—. Y yo he perdido el mejor acuerdo económico del año porque tuve que dejar una reunión para ir a buscarte. Espero que estés contenta.
—Yo no quería que nadie perdiese su empleo. No los despidas, por favor.
Pedro levantó una ceja.
—Si me das tu palabra de que dejarás de portarte como una niña pequeña y empezarás a portarte como debe hacerlo mi esposa.
—¿Quieres decir que te haga reverencias y obedezca tus órdenes? — replicó ella, irónica.
—No seas dramática. Tú sabes a qué me refiero. Si vuelves a hacerme pasar por lo que me has hecho pasar hoy, te encerraré y tiraré la llave… —Pedro no terminó la frase, buscando sus labios con una desesperación que casi la asustó.
Sabía que debería apartarse porque en ese beso no había amor... y por un millón de razones. Pero dos días sin tocarlo habían debilitado su resistencia. ¿Y por qué iba a negarle a su cuerpo lo que le pedía?
Pedro sólo quería sexo y, si era sincera consigo misma, debía admitir por fin que no tenía voluntad para luchar contra la atracción que sentía por él. Ni siquiera tenía sentido fingir que aquello era amor…
Paula enredó los brazos en su cuello y, al notar que se estremecía, pensó que de verdad había estado preocupado por ella. Y, aunque no quería admitirlo, eso despertó de nuevo la esperanza de que hubiese un futuro para su matrimonio.
Más tarde, en la cama, después de dos noches de abstinencia tardaron mucho tiempo en satisfacerse el uno al otro.
Me encanta que Pau lo desafíe, aunque logro poco pobre. No me gusta este Pedro tan déspota.
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