sábado, 26 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 23

 


Pedro estaba furioso. Había intentado concentrarse en el trabajo, pero no había sido capaz y, por fin, había decidido bajar a hacer las paces con Paula… para encontrar cerrada la puerta de su camarote. Aunque daba igual porque él tenía una llave maestra.


—Por encima de mi cadáver.


—No me importaría demasiado, te lo aseguro —replicó ella.


Pedro apartó las manos de sus hombros como si lo quemara. Por un segundo, Paula casi habría podido jurar que veía un brillo de dolor en sus ojos y sintió cierta vergüenza. Ella no deseaba ver a nadie muerto, pero su marido conseguía hacerle decir y hacer cosas que no quería.


—Bueno, creo que puedo decir que, a menos que ocurra un accidente, tu deseo no se hará realidad. Aunque es posible que tenga que vigilarte, querida esposa, porque no tengo intención de dejarte ir. Ni ahora ni nunca.


—No tienes elección —replicó ella—. Este matrimonio se ha roto.


Pedro la miró, perplejo. Su desafío lo enfurecía, pero intentó disimular. Porque, en cierto modo, podía entender su disgusto, su deseo de devolverle el golpe… aunque no agradecía que desease verlo muerto.


—Siempre tenemos elección, Paula —murmuró, apretándola contra su poderoso torso—. Tu elección es muy sencilla: te quedarás conmigo porque soy tu marido. Te comportarás como la perfecta esposa y la perfecta anfitriona con mis invitados y podrás seguir con tu carrera hasta que te quedes embarazada de mi hijo. Algo que estaba implícito en la promesa que hiciste ayer, creo recordar.


Ella lo miró, incrédula.


—Eso fue antes de saber la verdad. Y suéltame ahora mismo.


Estaba rígida, los ojos azules indescifrables. Y eso hizo que Pedro deseara destruir su helado control.


— Tienes dos opciones: una, quedarte conmigo. La otra es volver a casa de tu hermano y su embarazada esposa e informarles de que me has dejado —dijo, acariciando su cuello—. Y luego puedes explicarles que, naturalmente, yo estoy muy disgustado y he decidido cortar toda relación con tu familia. Lo cual, desgraciadamente para la empresa Chaves, significará un inmediato pago del préstamo que les he hecho para la ampliación de la compañía.


Luego, como los buenos predadores, se quedó observándola y esperando hasta que su víctima reconoció cuál iba a ser su destino.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 22

 



Paula cerró con llave la puerta del camarote y entró en el cuarto de baño intentando controlar las lágrimas. Temblando violentamente, asqueada, se quitó la ropa a tirones para meterse en la ducha. Sólo cuando estaba bajo el grifo dejó que las lágrimas rodasen libremente por su rostro.


Lloró hasta que ya no podía más. Luego, despacio, se irguió y empezó a lavarse cada centímetro de su cuerpo, como si quisiera borrar toda huella de Pedro Alfonso. Intentando a la vez borrar un dolor que seguramente seguiría con ella durante el resto de su vida.


No conocía al hombre que ahora era su marido.


Era Nicolás otra vez, pero peor porque había sido tan tonta como para casarse con él. Nicolás la quería por su fortuna y sus contactos y Pedro


Pedro se había casado con ella sencillamente porque su apellido era Chaves. La había seducido porque creía que su padre había seducido a su hermana. Para vengarse.


La sensación de haber sido engañada era terrible pero, poco a poco, mientras se envolvía en una toalla, el dolor dejó paso a una rabia ciega. Sus padres se habían querido de corazón y, cuando su madre murió, su padre se quedó desolado. Paula estaba convencida de que había sido eso lo que provocó el infarto que lo mató a él poco después.


Fue su madre quien, cuando estaba ya muy enferma, le había dicho que abrazase la vida, que fuera feliz y no perdiese el tiempo preocupándose por cosas que no tenían solución. Y su tío Camilo le había enseñado a ver que nunca sería una bailarina de ballet clásico. De modo que sabía aceptar la derrota.


Un rasgo que Paula había heredado de los Deveral.


Entonces, ¿por qué no podía dejar de pensar en lo que Pedro acababa de contarle? No sabía de dónde había salido la idea de que su padre había mantenido una relación con su hermana, y le daba igual. En cuanto a su matrimonio, para ella había terminado.


Cinco minutos después, con unos pantalones de lino y un top a juego, Paula sacó su maleta del armario y empezó a guardar las cosas que había colocado unas horas antes.


Oyó un golpecito en la puerta, pero no hizo caso.


Nada la importaba salvo irse de allí cuanto antes.


—¿Se puede saber qué estás haciendo?


Pedro estaba en la puerta, echando humo por las orejas.


—¿Cómo te atreves a dejarme fuera de mi propia habitación? — Exclamó, tomándola por los hombros—. ¿A qué estás jugando?


—No estoy jugando a nada, me marcho. El juego ha terminado — contestó ella, sin dar un paso atrás.


Paula no sentía nada por aquel hombre. Era como si estuviera metida en un bloque de hielo.


Las manos sobre sus hombros, su proximidad, no la afectaban en absoluto. Salvo para reforzar su determinación de marcharse. Había sido una tonta casándose con él, pero no iba a dejar que la maltratase.



IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 21

 


Pedro había puesto su mundo patas arriba y Paula ya no estaba segura de nada. No podía mirarlo siquiera.


Agitada, dejó que su mirada resbalase por el puerto del famoso principado. El mar era tan brillante como un espejo, los edificios parecían de postal y el sol brillaba sobre su cabeza, pero no sentía calor alguno. El día anterior había sido una novia enamorada y ahora…


Intentaba recordar el día que se conocieron, sus citas, las cosas que Pedro le había contado, su proposición de matrimonio. Y se dio cuenta de que Pedro nunca había dicho que la amaba.


Ni siquiera en los momentos de pasión había dejado que esas palabras escaparan de sus labios.


Paula tembló al sentir que unos dedos helados apretaban su corazón.


De repente, su vertiginoso noviazgo y la más vertiginosa boda empezaban a derrumbarse ante sus ojos.


—¿Por qué te casaste conmigo, Pedro? —preguntó, mirando sus duras facciones.


—Decidí que era el momento de tener una esposa y un heredero. Te elegí a ti porque eres una mujer preciosa y sensual que convenía a mis intereses —Pedro tomó su mano—. Y estaba en lo cierto.


Paula apartó la mano de golpe, horrorizada por tan cínica afirmación y sabiendo instintivamente que había más.


—Puede que yo sea torpe, pero no soy tonta. Te pusiste en contacto con mi familia tras la muerte de tu madre y yo no creo en las coincidencias, así que dime la verdad. Es evidente que no te has casado conmigo por amor.


—Como quieras —Pedro se encogió de hombros—. Ahora eres mi mujer, Paula Chaves, el apellido que tu padre se negó a asociar con el suyo, tan aristocrático. Satisface mi sentido de la justicia saber que llevarás mi apellido para siempre.


El brillo de triunfo que había en sus ojos oscuros chocó con sus dolidos ojos azules.


—En cuanto al amor, yo no creo en él. Aunque las mujeres parecen necesitarlo desesperadamente. Lo que hubo entre nosotros anoche, lo que seguirá habiendo, es química sexual, no amor.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas, pero parpadeó furiosamente para controlarlas. De modo que así era como una se sentía cuando recibía un golpe mortal, pensó. Todos sus sueños y esperanzas destrozados en un minuto. Durante unos meses, Pedro había sido el hombre de sus sueños. La noche anterior se había convertido en su mujer y había sido la experiencia más asombrosa de su vida.


Pero no había sido amor. Él mismo lo admitía descaradamente.


Para Pedro acostarse con ella era una especie de retribución, de venganza. No amor, nunca amor...


¿Cómo podía haber sido tan ciega? Desde el primer día supo que era un hombre peligroso y había evitado salir con él… debería haber confiado en su instinto, pensó.


Paula tuvo que llevarse una mano al estómago, asqueada al tener que aceptar que el hombre al que había creído amar no existía en absoluto.


—Necesito ir al baño.


—Espera —Pedro la tomó del brazo—. Esto no cambia nada, Paula.


—Esto lo cambia todo para mí —replicó ella—. Suéltame. Tengo que ir al baño.


—Sí, claro.


Pedro se preguntó por qué demonios le había contado la verdad sobre su padre cuando unos minutos antes estaba dándole las gracias al cielo por haber mantenido la boca cerrada.


Pero desde que la vio caminando por el pasillo de la iglesia no había sido él mismo. La noche anterior había perdido el control en la cama, por primera vez en su vida, y ahora había perdido los nervios cuando mencionó a su padre. Estaba volviéndose loco y aquello tenía que terminar.


Supuestamente, la sinceridad era buena en un matrimonio y él había sido sincero, razonó arrogantemente. Era Paula quien no estaba siendo razonable.


—Discutir en la cubierta de un barco no es buena idea. Podemos hablar más tarde. Después de todo, ninguno de los dos va a ir a ningún sitio.


No le pasó desapercibida la amenaza que había en sus palabras y, después de lanzar sobre él una mirada de disgusto, se alejó. ¿De verdad era tan frío, tan insensible como para creer que iban a seguir siendo marido y mujer ahora que sabía por qué se había casado con ella?




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 20

 


Paula vio un brillo de inseguridad en sus ojos oscuros, seguramente algo nuevo para él, y tuvo que sonreír. Pedro lo tenía todo: dinero, poder y estaba acostumbrado a hacer lo que quería sin pensar en nadie más. Las mujeres lo habían complacido durante toda su vida, si había que creer los rumores, pero evidentemente tenía mucho que aprender sobre el matrimonio… los dos tenían que aprender.


—A ver si lo entiendo… ¿has invitado a un montón de gente a ver el Gran Premio de Mónaco durante nuestra luna de miel? ¿Es eso?


—Sí —Pedro se encogió de hombros.


—Una luna de miel completamente diferente a las demás —Paula puso una mano sobre su pecho—. Pero, en fin, yo soy una chica tradicional y si esto es una tradición para ti… ¿por qué no? En realidad, estaría bien conocer a tus amigos. Por el momento sólo he conocido gente con la que te relacionas profesionalmente… y a Máximo, claro. ¿Dónde está, por cierto?


—Está en el puerto —contestó Pedro, sin mirarla a los ojos—. Lo invitados llegarán esta tarde.


Evidentemente estaba avergonzado, pensó ella.


Y, aunque no le volvía loca la idea de pasar el primer fin de semana de su luna de miel con extraños, tuvo que sonreír.


—No te pongas tan serio, tonto. No pasa nada. Sólo hace un par de meses que nos conocernos, pero tenernos toda una vida por delante para entendernos —Paula se puso de puntillas para besarlo—. Mi madre me contó que mi padre y ella se enamoraron a primera vista y se casaron unos meses después. Y tardaron algún tiempo en acostumbrarse el uno al otro… sobre todo porque ninguno de los dos tenía experiencia. Al menos yo he empezado con un gran amante… aunque seas un poquito torpe organizando lunas de miel.


Pedro apretó los dientes cuando mencionó a su padre.


—Torpe —repitió, sin dejar de mirarla.


Con los pantalones cortos y el pelo sujeto en una coleta parecía tener diecisiete años, su juvenil apariencia incrementó esa sensación de culpabilidad que tanto le molestaba.


—¿Me llamas torpe a mí? No irás a decirme que crees esas tonterías, ¿verdad? Puede que tu madre fuera virgen cuando se casó, pero desde luego tu padre no lo era. Te lo aseguro, yo lo sé bien —dijo entonces.


La sonrisa de Paula desapareció.


—¿Tú conocías a mi padre?


—No, no lo conocí nunca. Pero no me hizo falta conocerlo para saber que era un mujeriego.


—Si no conociste a mi padre, no entiendo cómo puedes decir eso — replicó ella, herida—. Además, sé que mi madre no mentía nunca. Tú no eres infalible y, en este caso, estás equivocado.


Pedro vio el desafío en sus ojos azules. Le sorprendía que se atreviera a discutir con él. Poca gente lo hacía y, desde luego, nadie dudaba de su palabra.


—Tu madre debía ser tan ingenua como tú si ignoraba que Elías Chaves era un mujeriego asqueroso y un esnob —replicó, tan furioso que no era capaz de medir sus palabras—. Seguramente sólo se casó con ella porque su padre tenía un título nobiliario…


Sin pensarlo dos veces, Paula levantó la mano para abofetearlo, pero él la sujetó.


—Intentas abofetearme porque te estoy diciendo unas cuantas verdades sobre tu familia.


—Al menos yo tengo una familia —contestó ella.


Y se sintió inmediatamente disgustada consigo misma por caer tan bajo.


Pedro la soltó, dando un paso atrás.


—¿Y sabes por qué no la tengo, Paula? Porque tu padre era un libertino de la peor especie.


—¿Cómo te atreves… ? No lo conocías siquiera y pareces odiarlo.


—Odiarlo es poco. Le desprecio y tengo todo el derecho a hacerlo.


Paula sacudió la cabeza, sin entender. ¿Cómo podía decir esas cosas de su padre? ¿Cómo podía ser tan increíblemente cruel?


—Una vez tuve una hermana, Solange—siguió Pedro—. Tenía dieciocho años, era prácticamente una niña cuando conoció a Elías Chaves. Él la sedujo y la dejó embarazada. Cinco meses después, cuando supo que Chaves iba a casarse con tu madre, se suicidó. Evidentemente, tu padre salía con las dos al mismo tiempo.


Paula se puso pálida. Aunque no sabía nada sobre esa chica, Pedro parecía absolutamente convencido de lo que decía. Pero ella no quería creerlo, no podía creerlo.


—Eso no puede ser verdad. Mi padre nunca habría traicionado a mi madre.


—Es verdad. Las mujeres que se engañan a sí mismas creyéndose enamoradas son un peligro para ellas mismas y para los demás. Mi madre nunca se recuperó de la muerte de mi hermana y yo no supe la verdad hasta años después. Cuando tenía once años me dijeron que había muerto en un accidente. Sólo tras la muerte de mi madre descubrí la verdad.


Paula lo miró, horrorizada. Parecía totalmente convencido.


—¿Cuándo murió tu madre?


—En el mes de diciembre.


Seis meses antes. El dolor por la muerte de su madre y conocer la verdad sobre la muerte de su hermana debían haberlo destrozado. Entonces pensó algo mucho más turbador. Poco después de la muerte de su madre, Pedro había conocido a su hermano y su tío, se había interesado por la familia Chaves y por ella. Una coincidencia… o algo mucho peor.


Paula miró su atractivo rostro, la fuerte columna de su garganta, sus masculinos antebrazos… y se le encogió el corazón cuando vívidas imágenes de su cuerpo desnudo aparecieron en su mente. El cuerpo que había amado la noche anterior. Pedro, el hombre del que estaba enamorada. El hombre que debería amarla…




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 19

 


Después de comer, Pedro pasó tres horas enseñándole el barco y presentándole al capitán y al resto de la tripulación. El segundo de a bordo y el chef, le explicó, se encargaban del catering y de los asuntos domésticos. Paula encantó a todos con su simpatía y su interés por la mecánica del yate. Sorprendentemente, parecía saber mucho sobre barcos.


Pero, aunque agradecía su interés, media hora después Pedro quería volver a llevársela a la cama. No podía dejar de mirar sus fantásticas piernas… y no se le escapaba que el resto de la tripulación estaba haciendo lo mismo.


—¿Qué te parece? —le preguntó, tomándola por la cintura.


—Estupendo. Un juguete carísimo —contestó ella, mirándolo con los ojos tan llenos de amor que, inexplicablemente, se le encogió el corazón—. He estado en cruceros más pequeños que este barco. No me sorprende que estemos anclados en alta mar. No creo que haya sitio suficiente en todo el puerto de Montecarlo —rió Paula—. La verdad, sabía que eras rico, pero no sabía cuánto. Un yate con helipuerto, piscina… me encanta.


—¿De verdad?


—Claro. Pero lo que me gustaría saber es dónde vamos y cuándo nos vamos. Le he preguntado al capitán, pero él tampoco parecía saberlo. ¿Nuestra luna de miel es un misterio?


Pedro frunció el ceño. Su decisión de presenciar el Gran Premio de Mónaco, la prueba de Fórmula 1, mientras estaba de luna de miel ya no parecía tan conveniente. Paula seguramente esperaba que la llevase a algún sitio romántico. Y él había decidido hacer lo que hacía todos los años, esperando que se aviniese a sus planes sin protestar.


Él nunca había tenido en cuenta lo sentimientos de una mujer. Todas las que había conocido en el pasado se habían contentado con hacer exactamente lo que él quería… ¿y por qué no? Era un hombre muy rico y un amante generoso… mientras durase la relación. Siempre había dejado claro desde el principio que no tenía intención de casarse, lo único que quería era sexo. No le interesaban los romances y no iban a empezar a interesarle ahora sólo porque estuviera casado.


Casado con la hija del hombre que destrozó a su hermana, se recordó a sí mismo. Había estado a punto de olvidar eso.


—No hay ningún misterio. Vengo aquí todos los años en mayo para ver el Gran Premio de Mónaco. Como patrocinador de uno de los equipos, normalmente veo la carrera desde uno de los boxes y luego cuando a la fiesta que se organiza después.


—Ah, ya veo —los ojos azules de Paula se oscurecieron y Pedro se dio cuenta de que, en realidad, no lo entendía—. No sabía que fueras un entusiasta de la Fórmula 1, aunque debería haberlo imaginado. Otro juguete caro, ¿no? Bueno, será una nueva experiencia —añadió, sonriendo—. Al menos te tendré sólo para mí hasta el domingo.


Que fuese tan razonable le enfadó. Eso y la ya familiar sensación de culpabilidad que lo asaltaba porque no le había contado la verdad.


Paula era su mujer. Una mujer extraordinaria, guapísima, encantadora, pero él no cambiaba de planes por nadie y no iba a hacerlo por ella. Tema su vida organizada exactamente como le gustaba y, aunque Paula trabajaba, su trabajo era flexible y pronto se acomodaría a sus necesidades.


—No exactamente… —empezó a decir—. No uso el yate sólo para descansar. A veces lo alquilo a otras personas. De no ser así, no daría beneficios. Además, hasta ahora era soltero y… en fin, es una tradición invitar a algunos conocidos de cuya hospitalidad he disfrutado en el pasado durante el fin de semana del gran premio. Y normalmente se quedan hasta el lunes.



viernes, 25 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 18

 


Paula nunca había imaginado que existiera tal éxtasis y, mientras las olas de placer se retiraban y recuperaba el aliento, una sonrisa iluminaba su rostro. Le gustaba sentir el peso de Pedro sobre su cuerpo, los fuertes latidos de su corazón sobre el suyo.


—Peso demasiado…


—No, está bien.


Paula intentó sujetarlo, pero él se levantó para ir al cuarto de baño y volvió unos segundos después, su alta figura cubierta de sudor.


—Vuelve a la cama.


Pedro obedeció, apoyándose en un codo para mirarla, y Paula levantó una mano para apartar el pelo de su frente.


—Yo no sabía que pudiera ser tan… —no encontraba palabras—. Te quiero.


Era tan magnífico, tan perfecto, tan increíble.


—¿Por qué no me habías dicho que eras virgen?


—¿Eso importa? Ahora estamos casados.


—Pero estuviste prometida hace algún tiempo, ¿no?


Paula lo miró, sorprendida. Ella no se lo había contado…


—¿Cómo lo sabes?


—Debió contármelo alguien —contestó él, evasivo—. Pero eso da igual. Deberías habérmelo dicho tú.


—¿Por qué? ¿Te habrías negado a hacer el amor conmigo de haberlo sabido? —bromeó Paula, pasando un dedo por su torso.


—Sí... no… pero habría tenido más cuidado.


—Bueno, tendrás cuidado la próxima vez —sonrió ella, acariciando su espalda.


Riendo, Pedro la tumbó sobre la cama.


—Para ser tan inocente, tengo la impresión de que vas a aprender muy rápido.


—Eso espero —murmuró Paula, tomando su cara entre las manos—. ¿Cuándo empieza la segunda clase?


La sensual sonrisa masculina hizo que se estremeciese de nuevo.


—Creo que he despertado a una tigresa dormida. Pero lo primero que debes saber es que el macho tarda más tiempo en recuperarse que la hembra. Aunque, con un poco de aliento, el tiempo de espera puede ser reducido…


—¿Así? —sonrió ella, inclinando la cabeza para besar sus labios, su garganta y, por fin, una de sus tetillas.


No se cansaba de tocarlo, de besarlo. Pasó luego una mano por su firme torso, los dedos siguiendo la línea de vello oscuro hasta su ombligo y más abajo, para explorar su masculinidad… y pronto la espera había terminado.


El tiempo no existía mientras exploraban el ansia, la profundidad y la exquisita ternura de su amor. Se bañaron y volvieron a hacer el amor, durmieron y volvieron a hacer el amor...


Cuando abrió los ojos, Pedro estaba de pie al lado de la cama, con una taza de café en la mano. Medio dormida, Paula sonrió.


—Estás despierto. ¿Qué hora es?


—La una —contestó él, dejando la taza sobre la mesilla para darle un beso.


—¿La una de la mañana? Vuelve a la cama…


—La una de la tarde.


—¡No! —Exclamó Paula—. Tengo que levantarme.


Iba a hacerlo, pero se dio cuenta de que estaba desnuda y, riendo, se cubrió con el edredón.


Pedro hizo una mueca. Estaba tan bonita, el pelo rubio sobre la almohada, los labios hinchados por sus besos…


Él se había acostado con algunas de las mujeres más bellas del mundo, pero ninguna podía compararse con Paula Chaves. Ella era la perfección hecha mujer. Y sabía que la pasión que habían compartido esa noche quedaría grabada para siempre en su memoria. Era virgen y debería haberse controlado un poco más. Lo había intentado, pero…


Después de la segunda vez, se dejó llevar. Paula era, como había imaginado, una mujer apasionada. Se encendía en cuanto la tocaba y eso le encendía a él.


Y lo más asombroso era que, en un momento, había aprendido qué botones pulsar para hacer que también el perdiese la cabeza. Era una mujer de gran sensualidad…


Lo único que no había esperado era que fuese virgen. El hombre con el que había estado prometida debía ser un eunuco o un santo.


Le parecía increíble ser su primer amante porque él nunca se había acostado con una virgen. La inocencia no lo había atraído nunca; prefería a las mujeres experimentadas y, sin embargo, estaba asombrado por aquella experiencia erótica. Si era sincero, debía admitir que sentía cierta masculina satisfacción, cierto orgullo de que Paula se hubiera entregado sólo a él.


Él no creía en el amor, pero había algo increíblemente seductor en que su mujer creyera en ese sentimiento. Había pensado revelarle la verdadera razón de su matrimonio después de acostarse con ella, pero ya había descartado la idea en el avión. Y ahora, después de descubrir lo inocente que era, tendría que ser tonto para desilusionarla. Él no era tonto y daba las gracias al cielo por haber mantenido la boca cerrada.


Se ponía duro sólo con mirarla y tenía que luchar contra la tentación de volver a meterse en la cama con ella, cautivado por cada uno de sus gestos, cada una de sus sonrisas.


— Tómate el café, anda. Te espero en el salón cuando te hayas vestido. Después de comer te enseñaré el barco y te presentaré a la tripulación.


Pedro se dio la vuelta y salió del camarote porque si se quedaba… si se quedaba no respondía de sí mismo.





IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 17

 


Salvaje y abandonada, estaba jadeando, con un increíble deseo de sentir su cuerpo sobre ella, dentro de ella. La sensual presión de sus labios, el roce de su lengua imitando los movimientos del acto sexual hacían que estuviese a punto de explotar. Cuando Pedro se colocó entre sus piernas, murmuró su nombre mientras se arqueaba para recibirlo.


Cuando, sin poder evitarlo, hizo una mueca de dolor, vio un brillo de sorpresa en sus ojos y notó que empezaba a apartarse, pero lo retuvo enredando las piernas en su cintura. No podía dejarlo ir ahora que estaba dentro de ella por fin.


—Te deseo… te deseo tanto… te quiero.


Notó que contenía el aliento y sintió los fuertes latidos de su corazón, la tensión en cada músculo de su cuerpo. Luego empezó a moverse, despacio primero, apartándose para volver a entrar después.


Milagrosamente, su sedosa cavidad se ensanchaba para acomodarlo.


Paula estaba perdida para todo lo que no fuera el disfrute de esa posesión.


Las indescriptibles sensaciones, la fricción de sus cuerpos, las palabras susurradas, los jadeos… la llevaron a un sitio desconocido al que, sin embargo, estaba deseando llegar.


Clavó las uñas en su espalda mientras Pedro empujaba cada vez con más fuerza y gritó al sentir algo que sólo podía ser descrito como convulsiones internas. Oyó que él dejaba escapar un gemido ronco y, obligándose a abrir los ojos, vio cómo se estremecía con la fuerza del orgasmo.


Paula dejó que se apoyase en ella. Su peso, un recordatorio del poder y la pasión, del amor que le había dado. Pedro era su marido, pensó, con una sonrisa en los labios.