domingo, 20 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 3

 


Sí, era el disfraz perfecto para él. Negro y amenazador. Paula lo miró a los ojos y le pareció ver algo un brillo de… ¿ira? ¿Por qué? No tenía ni idea, pero decidió que debía controlar su loca imaginación. Ningún hombre la había afectado nunca de esa forma. Había conocido a muchos y se había sentido atraída por unos cuantos, pero nunca de esa forma.


Tenía veinticuatro años, era arqueóloga marina y había pasado los dos últimos, después de terminar la carrera, haciendo prácticas. Sus colegas eran en su mayoría hombres, exploradores, buceadores y compañeros arqueólogos, dedicados a localizar pecios y artefactos en el fondo del mar.


Algunos de ellos le parecían atractivos, pero nunca había sentido aquel calor, aquella excitación que Pedro Alfonso despertaba con una sola mirada.


«Tranquilízate», se dijo. Había ido con una mujer guapísima que debía ser su novia y, mientras ella se consideraba pasablemente atractiva, no era competencia para la tal Eloisa.


¿Competencia? ¿En qué estaba pensando?


A los veintiún años, después de un desastroso compromiso que había terminado abruptamente cuando encontró a su prometido en la cama con su compañera de facultad, había decidido olvidarse de los hombres para siempre.


Nicolas era contable en la empresa de su padre.


Un hombre del que se había enamorado a los dieciséis años; un hombre que la había besado el día que cumplió los dieciocho, diciendo sentir lo mismo por ella; un hombre que le había ofrecido consuelo y apoyo cuando su madre murió y cuya proposición de matrimonio había aceptado poco después. Un hombre que, cuando lo encontró en la cama con su compañera, admitió que llevaba un año engañándola. Su compañera, y supuesta amiga, clavó un poco más el cuchillo en su corazón diciéndole que era una tonta; Nicolas sólo estaba interesado en ella por su dinero y sus contactos.


Lo cual era de risa. Sí, seguramente la casa de sus padres valía millones, pero ellos vivían allí, habían vivido allí durante generaciones. Y aunque el negocio familiar aportaba dividendos a los accionistas todos los años, no era una fortuna. Pero en ese momento, sintiéndose traicionada, juró que jamás competiría por un hombre. Y, la verdad, durante los años siguientes nunca había sentido la necesidad de hacerlo. Quizá por eso no había vuelto a tener una relación importante, pensó, irónica.


—Sí, claro, ahora lo veo —respondió por fin—. Un ángel caído.


—Te perdono —dijo Pedro con una sonrisa que le robó el aliento.


—No recuerdo haberme disculpado —replicó ella cuando pudo hablar.


En ese momento llegaron los dos últimos invitados y Paula suspiró aliviada. Eran su tía Marisa, la hermana mayor de su padre, y su marido, Antonio Browning, que además era el presidente del consejo de administración de Ingeniería Chaves desde la muerte de su padre.


Pero un comentario de Pedro Alfonso, hecho en voz baja, volvió a sorprenderla:

—Pero si te gusta más un demonio, seguro que se puede arreglar.


Paula lo miró, atónita. ¿Habría oído mal? ¿Estaba coqueteando descaradamente con ella sin conocerla de nada… y con su novia al lado?





IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 2

 


Como las presentaciones siguieron, pensó que nadie lo había notado, aunque no podía estar segura. Tenía la boca seca y no era capaz de apartar la mirada del alto extraño vestido de negro de los pies a la cabeza. Un jersey negro de cuello alto delineaba su impresionante musculatura. Una capa corta cubría sus anchos hombros, cayendo por su espalda como las alas de un murciélago.


Debería tener un aspecto ridículo con ese disfraz, como la mayoría de los presentes, pero en su caso no era así. Al contrario, si alguna vez un hombre había parecido un demonio...


Oscuro y peligroso, pensó, con el corazón inexplicablemente acelerado. Le costaba trabajo respirar y no tenía nada que ver con el traje de látex.


El hombre tenía el pelo negro, liso, ligeramente más largo de lo normal; unas cejas oscuras enmarcando unos ojos casi negros, pómulos altos, nariz romana, una boca sensual y una sonrisa perfecta de dientes blanquísimos. Pero esa sonrisa no podía enmascarar del todo la frialdad de sus ojos.


No era convencionalmente guapo, sus facciones demasiado grandes y duramente cinceladas. Brutalmente guapo… sí, ésa era una descripción mejor.


Había algo insultante en cómo sus ojos negros se clavaron en su escote, pero incluso reconociendo la insolencia masculina, Paula suspiró, aliviada, cuando se sentó a su lado.


Podría ser peor, se dijo a sí misma. Al menos teniéndolo a su lado no tenía que mirarlo a la cara.


Instintivamente reconoció que era un hombre totalmente seguro de sí mismo, conocedor del efecto que ejercía en las mujeres y, discretamente, cruzó los brazos sobre el pecho para disimular que sus pezones se marcaban bajo el traje de látex. Un seductor sofisticado con un aura de poder que intimidaría a cualquiera, hombre o mujer. No, no era su tipo en absoluto…


Aun así, debía reconocer que era un hombre tremendamente sexy, como indicaba la sorprendente respuesta de su cuerpo.


—Debería darte vergüenza ser tan sexista —dijo él entonces, con tono burlón.


—¿A qué se refiere, señor Alfonso? —preguntó Paula con fría amabilidad.


—En un mundo de igualdad entre los sexos es inapropiado pensar que todas las mujeres deberían vestir de ángeles y los hombres de demonios, ¿no te parece? Y dado el fantástico traje que llevas, un poco hipócrita, además.


—En eso tiene razón —comentó Marina y todos rieron.


Todos menos Paula.


—Este traje lo eligió mi cuñada, que tiene un sentido del humor muy retorcido. Y veo que usted va vestido de demonio, lo cual demuestra mi teoría. Aunque parece haber olvidado los cuernos.


—No se me han olvidado. Yo no olvido nada —replicó él, mirándola a los ojos con un descaro que aceleró su pulso—. No soy un demonio. Soy más bien… un ángel caído.




IRA Y PASIÓN: CAPITULO 1

 


—No puedo creer que hayas elegido esto para mí—Paula Chaves, sentada frente a su hermano Tomas y su mujer, Marina, en el salón de baile de un lujoso hotel de Londres sacudió la cabeza—. Llama demasiado la atención —añadió, un rubor tan rojo como el vestido cubriendo sus mejillas,


—Venga, Paula. Estás muy guapa —la animó Tomas—. Éste es el baile de disfraces anual para el proyecto Ángel de la Guarda, el proyecto favorito de papá. Y a él le habría hecho gracia que todos viniéramos disfrazados de ángeles y demonios. Papá tenía mucho sentido del humor. ¿Te acuerdas en el cumpleaños de mamá, cuando insistió en que todos nos vistiéramos como caballeros y escuderos?


—Pues claro que me acuerdo. La mayoría de las mujeres acabaron pareciendo jovencitas, con los jubones y los leotardos... a veces me preguntaba si papá tendría tendencias homosexuales —replicó ella, volviéndose para mirar a su cuñada—. Pero esto es diferente, Marina.


—¿Por qué?


—No tiene gracia tener que embutirse en un traje de látex rojo que me queda pequeño. ¿En qué estabas pensando cuando lo compraste?


Marina la miró con un brillo travieso en los ojos oscuros. Tomas y ella, novios desde la universidad, eran los orgullosos padres de una niña de once meses que nació una semana antes de que su padre muriera de un ataque al corazón. La niña se llamaba Sara, como su abuela, que había muerto tres años después de una larga batalla contra el cáncer.


—No sé de qué te quejas. Estás estupenda. Embarazada de cuatro meses y medio yo tengo la misma talla de busto que tú. Además, me lo probé para ver si me valía —sonrió Marina.


—¿Y no se te ocurrió pensar que tú mides un metro y medio y yo mido un metro setenta y ocho? —Protestó Paula—. Casi me rompes el cuello para meterme la capucha. Aún me sigue doliendo.


—Si hubieras venido a Londres ayer, como deberías, habrías tenido tiempo de probarte el disfraz. Pero en lugar de eso te quedaste en Santorini tomando el sol. Y no te enfades conmigo. Al fin y al cabo te corté la capucha para que pudieras llevar los cuernos como diadema —Marina saltó una carcajada.


Paula se mordió los labios para no reír también.


Marina tenía razón, debería haber vuelto de la isla de Santorini el día anterior. La culpa era suya, pero no pensaba dejar de meterse con su querida cuñada.


—Si tuvieras un poco de sentido común, me habrías comprado un disfraz de ángel. Como el tuyo, por cierto. ¿No es lo más lógico que las mujeres vistan de ángeles y los hombres de demonios? Como el tonto de mi hermano...


—Perdone —una voz masculina la interrumpió—. Hola, Tomas, me alegro de volver a verte.


—Pedro, me alegro de que hayáis podido venir.


Paula miró al hombre que la había interrumpido tan groseramente.


Estaba de espaldas a ella, apartando una silla para su acompañante, una fabulosa morena vestida de ángel... o algo así. Llevaba un vestido casi diáfano, dorado y blanco, que revelaba más de lo que un ángel debería revelar.


Al menos su traje rojo la tapaba de la cabeza a los pies, se consoló.


Aunque había tenido que bajarse la cremallera unos centímetros para que aquella cosa no la ahogase. No era de su estilo, desde luego. Ella sabía que tenía un cuerpo bonito, pero no estaba acostumbrada a lucirlo tan descaradamente.


—Te presento a mi amiga Eloisa —siguió el hombre— y a mi mano derecha, Maximo —añadió, señalando a un hombre de mediana edad y constitución fuerte.


Luego, el extraño se volvió hacia ella.


—Paula, ¿verdad? Tomas me ha hablado mucho de ti. Encantado de conocerte. Soy Pedro Alfonso —una mano grande tomó la suya y Paula la estrechó, preguntándose de qué conocería su hermano a aquel hombre y por qué nunca lo había mencionado.


Entonces, de repente, se le quedó la mente en blanco y una extraña sensación, como una corriente eléctrica, hizo que se le pusiera la piel de gallina. Nerviosa, apartó la mano y levantó la mirada.


Y tuvo que levantarla mucho. El hombre debía medir más de metro noventa. Sus ojos se encontraron con unos profundos ojos oscuros, casi negros...


Era como una pantera: poderoso, letal.


Paula tuvo que carraspear, nerviosa, para aclararse la garganta. No era típico de ella reaccionar así.




IRA Y PASIÓN: SINOPSIS

 


Sólo la seducción le ayudaría a saldar viejas deudas…



Pedro Alfonso había tomado la decisión de vengarse: seduciría a la inocente hija de su enemigo y luego se casaría con ella. Llevar a cabo el plan no iba a ser ninguna tortura porque Paula Chaves era tan bella como inocente.


Paula no tardó en darse cuenta de que Pedro estaba chantajeándola, pero no podía evitar que su cuerpo la traicionara cada noche, cuando la pasión hacía que se olvidara de la ira y se dejara llevar por el deseo.




sábado, 19 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO FINAL

 


Estaban a la orilla del lago Mariane poco antes de que el sol se escondiera tras las montañas Red Ridge, el cielo era una sinfonía de naranjas y rosas.


El clan Alfonso: Federico, Hector y Cecilia, junto con Julián y Elena, miraba mientras Pedro hacía sus promesas matrimoniales. Era el lugar perfecto, el sitio donde todos los Alfonso habían propuesto matrimonio a sus esposas desde que se fundó el rancho.


Paula renovó sus promesas de amor eterno incluyendo a Maite, a la que su marido iba a adoptar. Pedro nunca se había sentido más orgulloso y más feliz y se emocionó cuando llegó el momento de sellar esas promesas con un anillo de rubíes y diamantes que había encargado para Paula un año antes.


–Para la mujer a la más quiero en el mundo, mi esposa –murmuró, poniéndoselo en el dedo.


Paula tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas.


–Te quiero, Pedro –le dijo, con voz temblorosa. –Y te querré siempre. Maite, tú y yo seremos una familia.


Pedro sonrió. Eran una familia.


Federico le entregó entonces la antigua caja de cuero que contenía el más importante legado familiar: el collar de rubíes que una vez perteneció a la mujer que había dado nombre al lago: Maria Alfonso.


Con dedos temblorosos, Pedro puso el collar de oro con un rubí en forma de perla a Maite en el cuello porque esa era la tradición; el collar pasaba siempre al primer hijo del primogénito.


–Para la otra mujer a la que más quiero en el mundo.


Y luego besó a su esposa y a su hija, el amor que sentía por ellas era una emoción tan poderosa que era imposible expresarla en palabras. Pero Paula lo sabía y Maite también.


Los tres juntos formaban una hermosa imagen.


Pedro no tenía la menor duda.



NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 51

 


Paula no daba crédito. Quería creerlo, pero estaba Susy… siempre estaba Susy.


–Te fuiste con Susy después de la gala. Sin decirme adiós siquiera.


–Lo sé y te pido disculpas –dijo Pedro –Quería estar contigo esa noche, te lo juro. Pensaba pedirte que te quedases, pero el padre de Susy sufrió un infarto y ella estaba inconsolable… murió esa misma noche.


–Lo siento, no lo sabía.


–No quiero que pienses que no me importas, Paula –siguió Pedro. –Si pudiese dar marcha atrás en el tiempo iría a buscarte para decirte lo que pasaba. Siento mucho no haberlo hecho.


Paula pensó en Susy y en lo terrible que debía haber sido para ella.


–¿Ella está bien?


–Es una chica fuerte, lo superará. Le he dicho que venía a verte, que te quiero. Entre Susy y yo nunca ha habido nada. Tú eres la persona más importante en mi vida.


Era el momento que Paula había esperado, por el que había rezado durante tanto tiempo. Pedro había ido a buscarla para decir que la quería.


–He dejado que mi amistad con Susy se interpusiera en nuestro matrimonio –le confesó él– pero no volverá a pasar. Susy se apoyaba demasiado en mí y tú, en cambio, no me necesitabas para nada… o yo creía que no me necesitabas. Pero quiero que sepas que movería cielo y tierra por ti y por Maite. Y que no os defraudaré nunca.


Paula tenía que hacer un esfuerzo para que la esperanza no la abrumase.


–Susy parecía la mujer adecuada para ti, por eso no podía soportarla. Ella es todo lo que yo no soy.


Pedro la tomó entre sus brazos, con fuerza, como diciendo que no iba a dejarla escapar.


–Estoy mirando a la mujer perfecta para mí ahora mismo, no tengo la menor duda.


–¿De verdad?


Él sonrió y el corazón de Paula estalló de alegría.


–No debería haberte presionado para tener hijos. No entendía por qué no querías, pero ahora lo entiendo. Tu hermano me hizo ver lo que no había visto antes. Lo siento, de verdad. Siento mucho todo lo que has sufrido por mi culpa. Tú mereces lo mejor y yo quiero dártelo. Espero que puedas perdonarme por ser tan cabezota.


–Te perdonaré si tú me perdonas a mí por irme del rancho. Debería haber hablado contigo, haberte contado la verdad.


–No, es culpa mía. He sido un imbécil –dijo él con los ojos brillantes. –Pero pasaré el resto de mi vida intentando hacerte feliz, te lo prometo. ¿Qué me dices? ¿Puedo quemar los papeles del divorcio?


–Yo encenderé la cerilla –respondió Paula.


Pedro suspiró, aliviado, antes de buscar sus labios en un beso lleno de cariño.


–Te quiero.


–Yo también a ti –Paula recordó algo entonces. –Pero acabo de comprar una casa y mi trabajo está en Nashville.


–Podemos vender la casa y puedes seguir trabajando desde el rancho, ¿no?


–Sí, supongo que sí. Aunque me gustaría estar con Maite todo lo posible y hacer algo más por Penny's Song. He estado pensando que podría hacer socia a Jorgelina, mi ayudante, así tendría menos trabajo.


–Lo que tú decidas me parecerá bien. Y si te gusta mucho tu casa en Nashville, podemos conservarla. Haremos lo que tú quieras.


Paula quería estar con su marido, quería que fuesen una familia, el resto se iría solucionando poco a poco.


Pedro sacó a Maite de la trona y la niña le echó los bracitos al cuello.


–¿Confías en mí, Paula?


–Del todo –respondió ella.


–Entonces, tenemos que volver al rancho ahora mismo.


–¿Ahora mismo?


–Has dicho que confías en mí.


Y, de repente, Paula supo que confiaba en aquel hombre por completo.






NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 50

 


Pedro entró en el apartamento sin esperar a ser invitado y cuando vio a Maite sus ojos se iluminaron.


La niña estuvo a punto de lanzarse de la trona al verlo y Paula se puso furiosa. No podía aparecer allí de repente. No podía entrar y salir de su vida a voluntad.


–¿Qué haces aquí, Pedro? –repitió.


Él sacó unos papeles del bolsillo de la chaqueta y Paula reconoció inmediatamente el documento de divorcio que había firmado.


–Tú sabes que soy un hombre rico. Mi parte en el rancho Alfonso vale millones, por no hablar del dinero que gané con mis discos.


–¿Y qué?


Cuando se acercó a la trona de Maite, Paula contuvo el aliento.


«No la tomes en brazos. No hagas que se encariñe más contigo».


Pedro acarició el pelito de la niña y luego se inclinó para darle un beso, el beso más dulce del mundo.


El corazón de Paula no podía romperse más.


–¿Por qué no me pides nada, Paula? –le preguntó. –Yo quiero darte el mundo entero.


¿Estaba ofreciéndole dinero por Maite?


–No te entiendo.


Pedro sonrió, una sonrisa enorme, brillante.


–Sé que no lo entiendes. Ese es nuestro problema, que tú no me entiendes y yo no te entiendo a ti. Pero te quiero, Paula. Os quiero a ti y a Maite. Es lo único que entiendo de verdad.