Sí, era el disfraz perfecto para él. Negro y amenazador. Paula lo miró a los ojos y le pareció ver algo un brillo de… ¿ira? ¿Por qué? No tenía ni idea, pero decidió que debía controlar su loca imaginación. Ningún hombre la había afectado nunca de esa forma. Había conocido a muchos y se había sentido atraída por unos cuantos, pero nunca de esa forma.
Tenía veinticuatro años, era arqueóloga marina y había pasado los dos últimos, después de terminar la carrera, haciendo prácticas. Sus colegas eran en su mayoría hombres, exploradores, buceadores y compañeros arqueólogos, dedicados a localizar pecios y artefactos en el fondo del mar.
Algunos de ellos le parecían atractivos, pero nunca había sentido aquel calor, aquella excitación que Pedro Alfonso despertaba con una sola mirada.
«Tranquilízate», se dijo. Había ido con una mujer guapísima que debía ser su novia y, mientras ella se consideraba pasablemente atractiva, no era competencia para la tal Eloisa.
¿Competencia? ¿En qué estaba pensando?
A los veintiún años, después de un desastroso compromiso que había terminado abruptamente cuando encontró a su prometido en la cama con su compañera de facultad, había decidido olvidarse de los hombres para siempre.
Nicolas era contable en la empresa de su padre.
Un hombre del que se había enamorado a los dieciséis años; un hombre que la había besado el día que cumplió los dieciocho, diciendo sentir lo mismo por ella; un hombre que le había ofrecido consuelo y apoyo cuando su madre murió y cuya proposición de matrimonio había aceptado poco después. Un hombre que, cuando lo encontró en la cama con su compañera, admitió que llevaba un año engañándola. Su compañera, y supuesta amiga, clavó un poco más el cuchillo en su corazón diciéndole que era una tonta; Nicolas sólo estaba interesado en ella por su dinero y sus contactos.
Lo cual era de risa. Sí, seguramente la casa de sus padres valía millones, pero ellos vivían allí, habían vivido allí durante generaciones. Y aunque el negocio familiar aportaba dividendos a los accionistas todos los años, no era una fortuna. Pero en ese momento, sintiéndose traicionada, juró que jamás competiría por un hombre. Y, la verdad, durante los años siguientes nunca había sentido la necesidad de hacerlo. Quizá por eso no había vuelto a tener una relación importante, pensó, irónica.
—Sí, claro, ahora lo veo —respondió por fin—. Un ángel caído.
—Te perdono —dijo Pedro con una sonrisa que le robó el aliento.
—No recuerdo haberme disculpado —replicó ella cuando pudo hablar.
En ese momento llegaron los dos últimos invitados y Paula suspiró aliviada. Eran su tía Marisa, la hermana mayor de su padre, y su marido, Antonio Browning, que además era el presidente del consejo de administración de Ingeniería Chaves desde la muerte de su padre.
Pero un comentario de Pedro Alfonso, hecho en voz baja, volvió a sorprenderla:
—Pero si te gusta más un demonio, seguro que se puede arreglar.
Paula lo miró, atónita. ¿Habría oído mal? ¿Estaba coqueteando descaradamente con ella sin conocerla de nada… y con su novia al lado?
Mmmm este Pedro si que se las trae me parece!
ResponderBorrar