domingo, 20 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 2

 


Como las presentaciones siguieron, pensó que nadie lo había notado, aunque no podía estar segura. Tenía la boca seca y no era capaz de apartar la mirada del alto extraño vestido de negro de los pies a la cabeza. Un jersey negro de cuello alto delineaba su impresionante musculatura. Una capa corta cubría sus anchos hombros, cayendo por su espalda como las alas de un murciélago.


Debería tener un aspecto ridículo con ese disfraz, como la mayoría de los presentes, pero en su caso no era así. Al contrario, si alguna vez un hombre había parecido un demonio...


Oscuro y peligroso, pensó, con el corazón inexplicablemente acelerado. Le costaba trabajo respirar y no tenía nada que ver con el traje de látex.


El hombre tenía el pelo negro, liso, ligeramente más largo de lo normal; unas cejas oscuras enmarcando unos ojos casi negros, pómulos altos, nariz romana, una boca sensual y una sonrisa perfecta de dientes blanquísimos. Pero esa sonrisa no podía enmascarar del todo la frialdad de sus ojos.


No era convencionalmente guapo, sus facciones demasiado grandes y duramente cinceladas. Brutalmente guapo… sí, ésa era una descripción mejor.


Había algo insultante en cómo sus ojos negros se clavaron en su escote, pero incluso reconociendo la insolencia masculina, Paula suspiró, aliviada, cuando se sentó a su lado.


Podría ser peor, se dijo a sí misma. Al menos teniéndolo a su lado no tenía que mirarlo a la cara.


Instintivamente reconoció que era un hombre totalmente seguro de sí mismo, conocedor del efecto que ejercía en las mujeres y, discretamente, cruzó los brazos sobre el pecho para disimular que sus pezones se marcaban bajo el traje de látex. Un seductor sofisticado con un aura de poder que intimidaría a cualquiera, hombre o mujer. No, no era su tipo en absoluto…


Aun así, debía reconocer que era un hombre tremendamente sexy, como indicaba la sorprendente respuesta de su cuerpo.


—Debería darte vergüenza ser tan sexista —dijo él entonces, con tono burlón.


—¿A qué se refiere, señor Alfonso? —preguntó Paula con fría amabilidad.


—En un mundo de igualdad entre los sexos es inapropiado pensar que todas las mujeres deberían vestir de ángeles y los hombres de demonios, ¿no te parece? Y dado el fantástico traje que llevas, un poco hipócrita, además.


—En eso tiene razón —comentó Marina y todos rieron.


Todos menos Paula.


—Este traje lo eligió mi cuñada, que tiene un sentido del humor muy retorcido. Y veo que usted va vestido de demonio, lo cual demuestra mi teoría. Aunque parece haber olvidado los cuernos.


—No se me han olvidado. Yo no olvido nada —replicó él, mirándola a los ojos con un descaro que aceleró su pulso—. No soy un demonio. Soy más bien… un ángel caído.




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