La mañana llegó enseguida porque Maite la despertó a las dos de la madrugada y luego, de nuevo, a las seis. Paula se levantó de la cama para trabajar en la gala de Penny's Song antes de que la niña despertase de nuevo.
Grogui, pero eficiente, empezó a hacer planes para organizar la cena en el rancho y a las doce había encargado unos folletos en la papelería de Red Ridge e incluso había conseguido una entrevista en la emisora de radio local. Al día siguiente puliría los detalles pero, por el momento, había puesto en marcha la primera gala del rancho Penny's Song.
Esa tarde, Paula fue al rancho a buscar a Pedro. Lo encontró en el corral, hablando con tres niños que lo miraban entusiasmados.
–Hay que cepillar a los caballos todos los días. Si han corrido mucho, hay que quitarles el polvo, la piel muerta y el pelo bajo la capa de sudor. Hay que pasar el cepillo de arriba abajo con fuerza y ese masaje relaja sus músculos.
Pedro les demostró cómo cepillar a Tux.
–Cuando terminéis de cepillarlos tenéis que pasarles la manguera.
Paula estaba a dos metros, con Maite en brazos, cuando Pedro la vio y esbozó una sonrisa antes de volverse hacia los niños.
Maite, con un gorrito para evitar el sol, acababa de despertar de la siesta y miraba el caballo, fascinada. Cuando Tux relinchó, la niña lanzó un grito de alegría y Pedro se volvió, riendo. Cada vez que miraba a Maite con esa expresión, Paula sentía que se le hacía un agujero en el estómago. Aunque era lógico porque Maite era una monada, desearía no alterarse tanto cada vez que Pedro le prestaba atención a su hija.
Los niños la saludaron alegremente y ella les devolvió el saludo. Solo había pasado una semana, pero estaba claro que los niños se habían convertido en una familia.
Paula se dirigió a la tienda para ayudar a Claudio a colocar cosas en las estanterías y entretener a Maite con objetos de colores.
Veinte minutos después, la niña empezó a protestar. No quería estar en el cochecito y tampoco parecía cansada, pero cada vez que la tomaba en brazos intentaba que Paula la dejase en el suelo.
Paula intentó darle el biberón y cantarle sus canciones favoritas, pero Maite seguía llorando. Tanto que cuando Hernan, un niño de diez años, entró en la tienda, no pudo atenderlo porque los gritos de Maite eran aterradores.
–Calla, cariño –susurró, sin saber qué hacer.
El pobre Hernan se tapó las orejas con las manos, mirando a Maite como si fuera una extraterrestre.
Paula iba a dejar a la niña en el cochecito cuando Pedro entró en la tienda.
–No sé qué le pasa…
–Deja que lo intente yo.
La voz masculina le llamó la atención a Maite, que alargó los bracitos hacia él mientras hacían el intercambio.
Un segundo antes estaba dando alaridos y, de repente, apoyó la cabecita en su pecho y se quedó callada. Cien kilos de músculo en contraste con su adorable niña de casi cinco meses, que parecía hipnotizada.
Paula se dejó caer sobre un taburete.
–Vaya.
–¿Me puede dar ese camión? –preguntó Hernan.
–Claro que sí. Has trabajado mucho –dijo Pedro, alargando un brazo para tomar el camión de la estantería.
–Desde luego que sí –el chico lo miraba como si pudiese convertir la arena en oro.
–Dale tu tiquet a la señora Alfonso.
Unos segundos después, Pedro y Paula estaban solos en la tienda.
–Me siento traicionada –dijo ella. –Yo no podía hacer que dejase de llorar y entonces apareces tú…
–Se me dan bien las mujeres –replicó él, burlón.
–¿Hasta los bebés?
–Eso parece –Pedro le tapó las orejitas a la niña. –Y tengo la impresión de que anoche dejamos algo sin terminar…
La noche anterior Paula había soñado con terminar lo que habían dejado a medias en el jardín del hotel y su sueño había sido increíblemente erótico.
–Pedro…
–Admite que también tú lo has pensado.
Ella tragó saliva. Se estaba ablandando y era imposible no hacerlo al ver a Pedro con Maite. Pero tenía que ser sensata.
–He estado pensando en Penny's Song todo el día y he decidido que queda algo por hacer.
–¿Qué?
–Una entrevista en la radio.
Pedro hizo una mueca.
–No.
Paula había esperado esa reacción.
–Con el nombre de Pedro Alfonso detrás de Penny's Song la gente se interesará más y tú lo sabes. Piensa en el dinero que podríamos recaudar.
–Ya no soy un personaje famoso y ahora que he dejado mi carrera me gusta pasar desapercibido, tú lo sabes. Red Ridge es mi hogar y la gente de aquí respeta mi privacidad.
–Sí, lo sé…
–He terminado con esa parte de mi vida, Paula, pensé que lo habías entendido.
–Pues claro que lo entiendo –dijo ella. –Y por eso no he pedido una entrevista en una emisora importante. Es una emisora local, pero cuanta más gente nos escuche más fácil será recaudar dinero para el proyecto.
Maite apartó la cabecita para mirar a Pedro a los ojos y esbozó una sonrisa sin dientes. Fue un momento especial entre ellos, niña y hombre, que hizo sentir a Paula una punzada de celos.
–No quiero hacerlo –insistió Pedro.
–Pero lo harás –dijo Paula.
Él tuvo que reír.
–Me irrita cuando tienes razón.
–Debes llegar a la emisora mañana a las ocho. Te llamaré luego para darte los detalles.
–Será mejor que me vaya antes de que me convenzas para que dé un concierto –Pedro besó la cabecita de Maite como si fuera algo que hiciese todos los días ates de devolvérsela a Paula. –Ten cuidado con ella, es muy manipuladora –le advirtió a la niña.